lunes, 22 de abril de 2024

ABRIL SE VISTE CON LIBROS*

 


Para algunos, entre los que me cuento, el otoño es tiempo de introspección, mirada interior y lectura de libros a la caída de la hoja. Pero, sin duda, abril es un mes especial para estos artefactos que encierran mundos y embelesan el universo infinito de la mente. Aunque solo sea por la celebración del Día del Libro, abril es el mes del libro. Ni siquiera cuando “Abril florecía / frente a mi ventana” o “La lluvia da en la ventana / y el cristal repiquetea”, como escribiera Machado, abril es mucho más: ataviado con los libros adquiere un atuendo superior.

La celebración se remonta a 1926 y, su dimensión internacional, en homenaje a Cervantes y Shakespeare, fallecidos el 23/abril/1616. En 1988 la UNESCO fijó este día en honor del libro y sus autores, dándole oficialidad en la Conferencia General de París de 1995 como Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.

En el devenir de la historia los libros han sido perseguidos por la intransigencia y la intolerancia. Los regímenes autoritarios los han tachado de peligrosos: provocadores del pensamiento y la conciencia libres. La visión distópica de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, o el nazismo los combatieron, recordemos la quema de libros (mayo/1933) en la Openrplatz de Berlín presidida por Joseph Goebblels. En nuestros días siguen prohibiéndose y condenando a muerte a sus autores: Salman Rushdie o Roberto Saviano, por citar dos casos paradigmáticos.

La ola de intolerancia y conservadurismo que invade nuestro planeta ha elevado la lista de libros prohibidos, incluso en algunas democracias occidentales. En abril de 2023 numerosos estudiantes estadounidenses protestaron contra las políticas educativas del gobernador Ron DeSantis en Florida, quien aprobó leyes que prohibían tratar temas de sexualidad, orientación sexual y raza en las escuelas, incluso bajo pena de prisión. Otros estados (Texas, Illinois, Misuri) amenazaron con cerrar bibliotecas o restringir la venta de determinados libros ‘peligrosos’ contra la moral. La ola de prohibiciones (retirada de casi 3.000 libros en escuelas públicas) ha llegado a más de 40 estados. Obras de autores como Margaret Atwood (El cuento de la criada), Stephen King (IT o Carrie), Toni Morrison (Ojos azules), Aldous Huxley (Un mundo feliz) o Diana Gabaldon (Outlander) han sido estigmatizadas.

Los libros resistirán, como lo hicieron en otras épocas, frente a autócratas, supremacistas e intolerantes, son más poderosos que las prohibiciones de mentes atrofiadas. Los libros nos evocan a los maestros que nos los ofrecían de clase en clase, como bibliotecas andantes, para satisfacer los deseos de sus alumnos por descubrir nuevos mundos. Un maestro siempre está al cuidado de sus alumnos, se desvive, les ofrece lecturas para cultivar intelecto y alma. El libro es una extensión de la imaginación y la memoria, decía Borges. Eso es lo que un maestro pretende: nutrir ambas cosas.

Lo mejor para los libros es que sean usados como tesoros compartidos: el tacto de las manos que los han acunado, la devoción de cientos de ojos al leerlos, la ternura de las sensaciones transmitidas, la libertad acendrada en tantas páginas acaricidas. Un libro, al tocarlo, transmite un mensaje para cada lector, desprendiéndose pronto de los jirones impersonales salidos de las entrañas de la máquina que lo imprimió.

“Se lee para vivir”, sentenciaba Gustave Flaubert. Una biblioteca alienta la vida como acto de generosidad, alejada de la soledad, en un ejercicio solidario de compartir. A través de los libros vivimos, las historias contenidas son universos que nos trasladan al hondo sentir del ser humano, a las vibraciones que han estimulado la memoria de quienes los escribieron, o leído antes, provocando un diálogo con la vida de nuestros semejantes. La cubierta o las hojas que los enloman albergan millares de huellas imperecederas de otras tantas historias atesoradas.

Mirarlos en nuestra biblioteca, o en cualquier otra, ofrece un testimonio vivo de intercambio de sensaciones a través del aire resoplado en el papel por cada lector, sus páginas son depositarias de infinitas miradas, quizás también de alguna lágrima, capaces de enhebrar redes invisibles y enigmáticas entre lectores anónimos que han navegado por el fluir de sus hojas. Puedes no estar leyendo un libro, pero tenerlo cerca o que forme parte de un pequeño montón que aguarda su lectura, es como no sentirse solo. A veces, con estar simplemente sentado, con la vista puesta en los anaqueles de tu biblioteca, en una contemplación reflexiva, te catapulta a la descripción mental de un mapa de recuerdos y pequeños hitos que cada ejemplar representa: tiempo pasado, vivencias olvidadas, notas al margen, subrayados… De historias así se compone una biblioteca.

Muñoz Molina (Ventanas de Manhattan) escribió: “Cada libro es una excitante invitación y también un principio anticipado de remordimiento, una promesa de sensaciones, palabras, saberes y mundos”. Restregar la mirada por los libros es la mejor manera de revivir quienes somos.

El futuro de nuestros jóvenes está en los libros. La tolerancia en el mundo, que ellos acaso heredarán, está en la libertad con que se expresen los autores y los jóvenes que los lean. Las perniciosas olas retrógradas se combaten con la lectura. A los jóvenes tenemos que ayudarles a descubrir el placer por la lectura y a respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural.

No son pocas las citas que tenemos con los libros en abril. Dejemos que este se vista con libros, que lo arropen frente a la desgracia o el desvalimiento, que impulse el sentimiento de compartir sensaciones y miradas envueltas de esperanza.

 *Artículo publicado en Ideal, 21/04/2024.

** Escaparate dedicado a Nueva York inside en librería Picasso de Granada.

sábado, 6 de abril de 2024

EL MUNDO EN QUE VIVIMOS*

 


Comprender la naturaleza humana es complicado, así que pasen cien años o la analicemos en cualquier periodo de la historia. Ni siquiera la filosofía se ha puesto de acuerdo para definirla. Cuando el homo sapiens se impuso sobre el neandertal y dejó atrás otras posibles ramas de la evolución humana, se configuró un ser al que han movido los mismos intereses y las mismas pasiones en su devenir histórico. Preferiría, como Cernuda, soñar: “Si el hombre pudiera decir lo que ama” y “pudiera levantar su amor por el cielo”, mejor que dejara “la verdad de sí mismo”.

Anthony Trollope, finalizando el siglo XIX, escribió la novela El mundo en que vivimos, en ella retrataba la corrupción y la codicia de la sociedad de ese tiempo a través del banquero sin escrúpulos, Augustus Melmotte, que creó una burbuja financiera con la venta de productos sin valor, aunque subieron el precio de las acciones hasta un enriquecimiento sin límites. Nada de esto nos extraña, pasado un siglo hemos conocido estafas piramidales de todo tipo, invención de criptomonedas o fraudes filatélicos. Si la novela de Trollope delataba la volatilidad de un mundo creado sobre los pilares de la quimera, no nos sorprende el de la política sostenida en la perversión de la ética y la moralidad.

Iniciábamos el presente año con la noticia de alcance de que la mitad de la población mundial acudiría a elecciones. Unos 70 países, entre ellos Rusia, casi al inicio del año, y Estados Unidos, finalizando. Por el camino, India, un tercio de países africanos o la incierta e inestable Latinoamérica, con el populismo triunfando (El Salvador o Argentina) y los regímenes autocráticos aferrados a la tiranía del poder (Venezuela o Nicaragua).

En Rusia se impuso Putin, más del 87% de votos, después de eliminar a la oposición con ‘discretos métodos’ de envenenamiento, encarcelamiento o muerte. En julio Venezuela aupará de nuevo al autócrata Maduro, parapetado en el eufemismo del Partido Socialista Unido e impidiendo inscribirse a la oposición con sucias maniobras, ni Corina Yoris, académica de 80 años, ni la inhabitada Corina Machado. En noviembre EE UU decidirá hacia dónde camina el futuro del mundo y de su democracia, con un Trump, candidato a pesar de las imputaciones penales y de instigar el asalto al Capitolio (6/enero/2021), que augura un “baño de sangre” si pierde las elecciones, como niega la naturaleza humana de los migrantes latinoamericanos.

Muchas elecciones en una época marcada por la convulsión económica, la creciente desigualdad social, las tensiones geoestratégicas (China, Rusia, EE UU o la Unión Europea midiendo fuerzas), la inquietante inestabilidad de la región africana del Sahel (Europa abandonando el territorio y dejando cancha libre a Rusia, al autoritarismo y al yihadismo terrorista) o la persistencia de dos guerras que marcan el devenir actual de la política internacional: Ucrania y Gaza. A ello se suma otro vector de influencia incuestionable: el crecimiento de los avances tecnológicos y las nuevas propuestas de dinamización del conocimiento con la inteligencia artificial. Más combustible para la expansión de las fake news, la guerra cibernética de los ‘Estados-hackers’, como la Rusia manipuladora de procesos electores, o la creciente desinformación como estrategia de confusión.

La democracia se juega mucho este año. A la desconfianza ciudadana en las instituciones se añade el desprestigio de los modelos democráticos occidentales, y como alternativa: el nacionalismo y la ultraderecha plagada de ideas autocráticas, xenófobas e insolidarias. Los organismos internacionales han perdido, si acaso la tenían, influencia en la resolución de conflictos. La ONU y su Consejo de Seguridad fracasando en el conflicto de Gaza e ignorando los desesperados llamamientos del secretario general, António Guterres, por alcanzar un alto el fuero y frenar el genocidio cometido por Israel (la relatora de la ONU para Palestina, Francesca Albanese, lo califica así, tras 33.000 muertos civiles y el bloqueo de la ayuda humanitaria). Alto el fuego vetado por EE UU en varias ocasiones, no lo olvidemos, hasta su abstención en la votación del 25 de marzo.

El mundo en que vivimos es un mundo donde la escalada bélica va en progresión, las amenazas de conflicto mundial no cesan y las crisis humanitarias tampoco. El principal déficit de la naturaleza humana sigue incólume: la codicia, capaz de invisibilizar el dolor, utilizar el abuso sexual como arma de guerra, arrasar un hospital o una escuela, o generar una hambruna. No faltan los Melmotte del siglo XXI en la política como en los negocios, algunos montando chiringuitos para aprovechar las oportunidades que brindan las pandemias o las necesidades de los desheredados.

Si Trollope volviera a la Inglaterra del siglo XXI, como cuando regresó de las colonias a Londres en 1872, igualmente quedaría horrorizado por la inmoralidad e impudicia, vería que la vida y la dignidad, en una época en que los derechos humanos debieran haber triunfado, siguen teniendo el mismo valor de entonces: ninguno. Trollope, indignado, retrató en su novela a políticos, banqueros, literatos… La misma indignación que nos provoca nuestro mundo, dominado por la corrupción, la venganza, la deslealtad y la estulticia.

Los científicos hablan de la nueva era geológica en que ha entrado la Tierra: el Antropoceno, superando el Holoceno. La huella de la actividad humana ha modificado el ciclo vital del planeta, quedando grabada como un estrato geológico más, identificable dentro de miles o millones de años por los científicos del futuro. Aunque para entonces quizás no exista la humanidad o, a lo mejor, perviva su rescoldo en la Luna o en Marte.

 *Artículo publicado en Ideal, 05/04/2024.

**  Leonora Carrington, 'Artes, 110' (1944)