miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA EDUCACIÓN QUE PUDO SER

La educación que pudo ser. Reflexiones desde el pupitre (Editorial Zumaya, 2010) es el título del libro que acabo de publicar.

La educación siempre puede ser de otra manera si son otros los presupuestos que nos guían, aunque partamos de los mismos principios. Éste es el sentido del título. Un título que está lleno de esperanza, precisamente porque añora una educación que, aunque podría haber sido, puede serlo ahora. Si bien para ello deberíamos reconducir lo que en otro momento nuestra soberbia política o intelectual, o acaso nuestra incompetencia, no nos dejó hacer.

En la base de esta reflexión desde el pupitre está el estado de nuestro sistema educativo y lo que le impide progresar. Más allá de cualquier pretensión inabarcable, he querido centrar esta reflexión en la visión integral de un conjunto de elementos que se consideran claves para un cambio educativo óptimo.

En los ocho capítulos de que consta abordo distintas visiones de la educación de hoy. Es así como hablo de las claves de la evolución del mundo actual, de las reformas educativas y la obsesión reformista que muchas veces nos invade, de la imagen negativa sobre la educación, de los problemas de la escuela, de la búsqueda de la mejora, del profesorado, de los medios de comunicación o de las familias.

Educar en nuestros días, por su complejidad, requiere la participación y la conjunción de las voluntades de todos los sectores sociales. El desinterés o la falta de colaboración en esta responsabilidad social debilitan notablemente la labor que la escuela ha de cumplir como agente educativo.

En esta reflexión sobre la educación y el sistema educativo incluso aventuro que, si no se produce un esperado cambio en los sectores implicados, la situación actual del sistema educativo es de agotamiento e incapacidad para promover la mejora.

Ante tal tesitura, ahora más que nunca, se hace necesario alcanzar un pacto educativo que saque a la educación y a la escuela de los vaivenes políticos y los intereses de grupo y particulares que tanto la condicionan.

La educación que pudo ser es un libro que invita a la reflexión y al debate. Su lectura estoy convencido que no dejará indiferente a nadie.

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL NOBEL LIU XIAOBO

Unas entradas más atrás hablábamos de Mario Vargas Llosa al hilo de la concesión del Nobel de Literatura. Hoy nos referimos a otro premio Nobel, Liu Xiaobo, que no pudo acompañar al primero en la ceremonia de entrega de los premios en Estocolmo.
Levantarán muros altos y kilométricos, ensamblarán una valla frente a su casa para ocultarla a la vista de la prensa, lo podrán retener no once años sino once veces once, pero no podrán eliminar de la faz de la Tierra la libertad.
El gobierno ¿comunista? chino cree como otros muchos antes que será eterno y lo dominará todo, incluso los adentros de las personas. Matarán, encarcelarán, deportarán… pero no conseguirán ese absurdo absoluto que pretenden: uniformar a toda la población bajo unas ideas que sólo unos cuantos creen.
Alguna vez escribí algo titulado así: “La limpieza étnica nunca ha funcionado”. Se podrá practicar la intolerancia, llevar la intransigencia a límites extremos, pretender exterminar a los pueblos, pero siempre renacerán las ideas, las identidades, las personas…
China está cavando su propia fosa. Quizá algunos de nosotros no lo veremos, pero caerá. Como cayó el imperio romano, y parecía eterno. Como cayó el imperio de Genghis Khan, tan aferrado a sus estepas. Como cayó la URSS, y parecía imposible.
Arnold J. Toynbee escribió, en su magna obra Estudio de la historia, cómo las civilizaciones pasan por fases de surgimiento, crecimiento, decadencia y disolución. Y sólo cuando fuerzas nuevas aparecen, dicha sociedad en decadencia se transforma y puede sobrevivir, pero ya sobre ideas nuevas y patrones diferentes.
A la actual China la derribará la libertad… la falta de libertad. Y le sucederá una nación más libre.
El desarrollo económico sin libertad la asfixiará socialmente y tambaleará su política. Sólo a un pueblo sumido en la miseria y la incultura se le puede dominar, pero no a un pueblo que progresa materialmente en un mundo donde las ideas no tienen fronteras.
Las palabras de Vargas Llosa, en su discurso de agradecimiento, que hablan de la libertad que hemos conquistando “en la larga hazaña de la civilización” frente a los que pretenden arrebatárnosla, fueron lo suficientemente elocuentes para recordad que un compañero de galardón no pudo acudir porque la intransigencia tiene muchas caras… y esta vez se disfrazó con la de la política.
Las autoridades chinas han impedido a Liu Xiaobo recoger físicamente como individuo libre el Premio Nobel de la Paz, pero su espíritu estuvo en la ceremonia para vergüenza y oprobio de los que se lo han impedido.
Por cierto, a Guillermo Fariñas le han impedido en Cuba viajar a Estrasburgo a recoger el premio Sajarov del Parlamento Europeo a la libertad de conciencia. ¡Qué deplorable decisión!

sábado, 11 de diciembre de 2010

EL CENTRO JOSÉ GUERRERO O EL DESPROPÓSITO DE SU CIERRE

La crisis económica se está convirtiendo en la coartada perfecta para muchas decisiones que están acabando con prestaciones sociales, poder adquisitivo de los ciudadanos o actividades culturales.
No sé si el cierre del Centro José Guerrero de Granada es consecuencia de la crisis o de decisiones políticas erróneas y desafortunadas. Pero lo cierto es que todo indica que tiene los días contados si un milagro no lo remedia. Y a estas alturas de vida creemos poco en los milagros. Un ejemplo próximo lo tenemos en el Chillida-Leku de San Sebastián, que hace unos días cerró sus puertas. El arte está perdiendo la partida frente a una mentalidad utilitarista y economicista.
Sería al inicio de los años ochenta cuando el expresionismo abstracto se me presentó como una nueva dimensión de la pintura no apreciada hasta entonces. Fue en 1981 en la exposición ‘Romper el Cerco’ del entonces pupilo de José Guerrero, el pintor Juan Vida, celebrada en la galería Avellano de Granada. Era un tiempo en que, cursando los estudios de Historia, la asignatura de Arte había puesto frente a mí la pintura de todas las épocas, con la misma celeridad que si hubiera recorrido a paso ligero las salas de una pinacoteca donde se suceden todos los estilos artísticos. Algo así como me ocurrió una tarde en que apuraba el final de mi visita al Louvre.
Aquella exposición en el Avellano, con el expresionismo abstracto como telón de fondo, quería contribuir a que esa Granada del arranque de los ochenta, afanada en sacudirse la herencia del franquismo, fuese mucho más que un remedo de movida madrileña o un rescoldo de cultura a la sombra de la Alhambra. El impulso de la cultura de aquella ciudad tenía un germen de gran potencialidad, entre otras, con la poesía de la ‘nueva sentimentalidad’ y una apertura artística vinculada a la creación de algunos proyectos culturales más contemporáneos para la ciudad.
Granada aspiraba no solo a ser la ciudad que albergaba lo mejor del arte musulmán, o valiosos edificios con el renacimiento y el barroco entremezclados, o espacios urbanos donde convivían lo judío, lo árabe y lo cristiano, sino a ser una ciudad que ofreciera asimismo el arte de ahora, el más moderno, el arte de vanguardia y contemporáneo.
El legado de José Guerrero representaba mucho de esto. Y que se pudiera asentar en Granada, un notable exponente de que esta ciudad era capaz de conjugar su inestimable legado artístico y cultural de siglos con la expresión artística más reciente. Así que la donación de la obra del artista a la Diputación de Granada por parte de la viuda supuso un excelente privilegio para esta ciudad.
No fueron pocos los debates que se suscitaron en torno al edificio que albergaría la obra de Guerrero. Las instalaciones del antiguo periódico ‘Patria’ y su remodelación con un aire moderno, funcional y atrevido, en un entorno dominado por arte musulmán, renacimiento y barroco, fueron objeto de toda clase de opiniones. La ciudad se sentía viva en aquel año 2000.
Durante diez años el edificio de la calle Oficios ha albergado el Centro José Guerrero, pero nuevos pensamientos donde la cultura parece que ha pasado a un segundo plano quieren acabar con ello.
Con este cierre, una parte significativa del patrimonio cultural de la ciudad sucumbe sin remisión. De consumarse la salida de la obra de José Guerrero habremos asestado un ‘hachazo’ a la cultura granadina que amputará una de sus principales señas de identidad.
¿Tendrá que irse de nuevo la obra de Guerrero a Nueva York o a París para que sea reconocida en su ciudad?
Más de uno se va a cubrir de gloria con semejante despropósito.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 11/12/2010.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

AQUEL PASADO QUE NO CESA*

La Guerra Civil es una herida demasiado profunda como para que haya tenido ocasión para cicatrizar. Aquellos tiempos han dejado demasiadas secuelas, no sólo en muertes sin sentido o en injustas represalias, sino en la memoria individual y colectiva. Y ésta, que es como la de un elefante, ya me dirán cuándo llegará a olvidar.
Aquella guerra (también, su antes y su después) es un tema recurrente, no ya para la historiografía, de todo punto lógico, sino para la literatura, el cine, el arte, el periodismo y otras manifestaciones civiles, institucionales o culturales. La proliferación de novelas que tienen como fondo la guerra se prodiga sobremanera. Sin ir más lejos y acudiendo a lo más reciente: Riña de gatos de Eduardo Mendoza o Inés y la alegría de Almudena Grandes. Ambas son un buen exponente de la plena actualidad del tema. La mirada de los españoles no deja de fijarse en aquel tiempo, quizá como síntoma de indispensable terapia colectiva. No es bueno guardar para sí ni el dolor ni los traumas.
En el campo de la Historia se ha abierto en los últimos años una lucha enconada, cuando no iracunda, en un enfrentamiento dialéctico entre ‘bandos’: los que muestran una visión más próxima a la República (Ángel Viñas, Santos Juliá) y los que en una línea revisionista se postulan en la defensa del golpe de Estado del 36 y del régimen fascista que se instaló con él (Pío Moa o César Vidal). La objetividad en el estudio histórico no existe, pero el estudio riguroso y documentado sí, puede ser la diferencia entre ambas visiones. Esta línea revisionista que ha venido alimentada desde la extrema derecha, noqueada durante dos décadas tras el fracaso del 23-F, desde hace tiempo se está dejando oír no sin cierta estridencia. Existen algunos medios de comunicación creados, entre otros objetivos, para tal fin.
La lectura de La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina me ha devuelto a la reflexión sobre todo lo que significó aquella guerra para los españoles de entonces (nuestros abuelos y nuestros padres, no otros), que vieron cómo se convulsionaba toda su vida: su cotidianidad, sus ilusiones más inmediatas, sus anhelos más próximos o sus proyectos de vida. Y a la vista de la pasión con que hoy se viven aquellos hechos, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que los españoles alcancemos a verlos con perspectiva histórica. Que no significa otra cosa que quedar en la memoria colectiva con el mismo impacto para el presente que tienen las guerras carlistas para los españoles de este arranque del siglo XXI.
La lectura de esta novela nos alerta sobre algunas de las actitudes y formas de proceder que proliferaron en la España republicana. La obra nos sumerge en el Madrid de los meses anteriores y posteriores al inicio de la guerra. Casi siempre los momentos próximos a los hechos históricos suelen mostrar las verdaderas razones que movilizan nuestra actuación y el alcance de nuestras reacciones, antes de que el curso de los acontecimientos contamine las trayectorias ideológicas y las estrategias a seguir. Al producirse la sublevación cada cual se manifestó en su originalidad, como pillado por sorpresa. Unos revelaron su cobardía y otros su egoísmo, mientras que algunos se sumieron en su debilidad y otros en la ausencia de escrúpulos.
Una de las claves (obviamente, hay muchas más) de la derrota de la República la desvelan esos primeros meses de la guerra: la enorme fragmentación ideológica entre las fuerzas que la defendían y esa estúpida intransigencia que mostraron entre ellas. El Madrid de ese tiempo, como ocurrió en otras muchas ciudades y pueblos de España, fue dominado por un crisol ideológico donde cada uno hizo la guerra por su cuenta. Anarquistas, socialistas, ugetistas, cenetistas, comunistas, libertarios… todo el mundo dividido y todos en posesión de la ‘verdad’ y la solución al conflicto.
Los que se sublevaron mostraron firmeza en la acción, mientras que los que quisieron defender la República se sumieron en la confusión y en inoportunos y, a veces, estúpidos proyectos de acción ideológica. No obstante, en lo que coincidieron fue en sacar a relucir la ‘bestia’, pero a diferencia de los sublevados una bestia de múltiples cabezas que pugnaban entre sí. Aquel horror en que se convirtieron los primeros días de la contienda en el Madrid republicano parecían no tener fin. La caza del enemigo se erigió en la principal premisa de actuación, todo se dejó a la suerte que cada cual buscó.
Me contaba un familiar ya desaparecido, hombre de fuerte convicción comunista (vaya la aclaración por delante) que algunos milicianos republicanos se condujeron con la misma crueldad que soportaron muchas gentes de los pueblos arrasados por las razias que perpetraron los fascistas en sus incursiones en el frente republicano. Esa actitud republicana, casi guiada por el instinto más que por la directriz gubernamental, la justificaban bajo estúpidas razones de defensa de la causa, limpieza de los enemigos de la República, razón ideológica o de praxis de cualquier otro tipo.
Una guerra, donde la confianza en los ‘nuestros’ no existía, no se podía ganar con aquella locura miliciana que se extendió por doquier en la España republicana. Se gastaron las energías en una desbaratada depuración del enemigo interior, en una obsesiva persecución sobre cualquiera que levantara una mínima sospecha, aunque fuera de los ‘nuestros’.
La Guerra Civil está de actualidad, y lo seguirá por mucho tiempo.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 30/11/2010.