miércoles, 28 de marzo de 2018

CIUDADANÍA Y MANIPULACIÓN


Cada día estoy más convencido de que la mayor parte de los líderes y gobernantes de las democracias occidentales lo que desean realmente son ciudadanos a los que manipular acorde con sus intereses. Los principios que informan la democracia, entre ellos, la libertad y la capacidad de decisión, aspiran a tener una ciudadanía activa capaz de participar y tomar decisiones en el desarrollo de las instituciones democráticas.
No hace tanto, los ataques cibernéticos en redes sociales influyeron en el voto de la gente en las últimas elecciones de EEUU o inclinaron la opinión a favor del Brexit. Del mismo modo que ha ocurrido en elecciones posteriores de países europeos (auge de la ultraderecha y expansión de posiciones euroescépticas) o, algo más próximo a nosotros, en el proceso independentista de Cataluña. Tal vez todo esto sea parte del síntoma de una enfermedad del sistema que afecta a la ciudadanía en las democracias occidentales.
Recientemente hemos descubierto que desde Facebook se filtraron por Cambridge Analytica datos personales de más de 50 millones de usuarios para apoyar la campaña de Trump, empleados con espuria manipulación para orientar el sentido del voto y las voluntades políticas de la ciudadanía. Y esto me hace pensar que estamos frente a la manera más visible del modo en que se materializa la debilidad de las democracias en el momento presente a través de sus ciudadanos. Es fácil observar el grado de afectación que ejercen sobre ellos los eslóganes propagandísticos o el consumismo ideológico, y como su propia inacción mental les incapacita en un porcentaje alto de población para discernir la validez o no de los mensajes que los asedian.
Hay resultados electorales que se han visto mediatizados por ataques masivos en redes sociales, propagando mensajes que se aceptan sin el más mínimo ejercicio de crítica. La falsedad, los bulos y las mentiras en las redes sociales, que tanto abundan, son de un consumo desorbitado, creídos por los internautas sin la más mínima discrepancia, sin valorar su veracidad o su falsedad. Cuando se lanzan tantos bulos, mentiras y relatos falsos, y la gente se los cree, dejándose influir con tanta facilidad, es porque algo grande falla. Y que conste que estamos ante una cuestión que no entiende de clases sociales ni de niveles culturales. ¿Qué clase de ciudadanía es la que hemos construido?
Las democracias, que suelen poseer potentes sistemas educativos, nos obligan a pensar que no han sabido educar a sus ciudadanos, ni fortalecerlos como personas libres y críticas. Quizás no interese, acaso porque es mejor tener una masa de gente fácilmente manipulable. El sistema educativo se afana en reproducir modelos sociales, conocimientos repetitivos o técnicas dirigidas al mercado, pero encuentra un déficit en su desarrollo dirigido a educar a las personas. La burocracia administrativa y de reproducción de patrones diseñados es parte de su estrategia. Al final uno piensa que es así como quieren los gobernantes que seamos: fáciles de manipular e incapaces de hacer crítica y de discutir sus decisiones interesadas.