Ha sonado el timbre de la casa. Me levantó. Con pereza voy a ver quién es. Abro la puerta y no aparece nadie. Estoy leyendo las últimas líneas de Absalón, Absalón, de William Faulkner, y me ha sentado muy mal la interrupción. La lectura de ahora, profunda, meditada, casi piadosa, degustando la armonía del texto, dista mucho de la que hice hace ya más de dos décadas, atraído sólo por la notoriedad de su autor, ajada por un deseo que se contraponía con un texto denso, farragoso, como me pareció entonces. En esta novela el grado de destrucción de las personas, incluso de autodestrucción, alcanza una insobornable precisión. La guerra de Secesión, tan destructiva como todas las guerras, transmutó Estados Unidos como país y arreció las pasiones, bajas, rencorosas, racistas, de sus gentes. A todos se les endureció el carácter, a todos les cambió la vida.
Un país puede destruirse por una guerra, pero un país también puede destruirse cuando la carcoma de la ambición y el egoísmo corroe poco a poco sus entrañas. Cuando los valores éticos y morales que sostienen a la sociedad no alcanzan a los círculos de poder las virtudes públicas también se alejan de los ciudadanos. España ha caído en un camino que parece de insoportable autodestrucción, porque hace tiempo que una clase dirigente política y económica se alejó tanto de los ciudadanos que nos descubrió la golfería instalada en muchos círculos de poder (corrupción en su dimensión más grosera). En años de bonanza, al pueblo le quedaron las migajas mientras algunos se lucraban en la más absoluta impunidad. El pudor abandonó esta sociedad y ya no hubo reparos para la pillería. Hoy al ciudadano le asfixia una inconmovible crisis económica, y el poder político parece más bien su aliado. Me inquieta que este no ampare al ciudadano cuando los bancos quiebran y es la sociedad quien acude a rescatarlos. Me inquieta cuando la gente sufre privaciones y algunos no reparan en continuar su deleznable enriquecimiento. Me inquieta que la clase política sólo cuente los votos y se revuelque en el fango de la iniquidad para mirar sólo intereses propios e individuales.
Bankia, el cuarto banco español, ha quebrado, y se pide para su rescate más de veintitrés mil millones de euros. Y sus responsables parece que se van con la misma impunidad con la que se llenaron los bolsillos… ¿por hacer qué? Qué han hecho para merecérselo, para ofender de esa manera tan impúdica y grosera a los demás, ahorradores o no, menesterosos o no. Esto ha sucedido en gran parte del poder financiero de España con el plácet del poder político. Y entonces, como no pueden decaer los beneficios, nos ponemos millonarias indemnizaciones, e indecentes y cuantiosas jubilaciones… ¿por hacer qué? ¿Qué quiénes se las han puesto?, los responsables de cajas de ahorros que han llevado a la ruina a estas entidades financieras, y que se marchan de rositas. Un país se puede destruir de muchas maneras, y esta es una de ellas.
Ahora parece que suena otra vez el timbre. Llevo un rato recreándome en las últimas líneas que he leído, y me parece estar navegando por el Misisipi, y también por el condado de Yoknapatawpha, y como Quintín no sentir odio hacia el Sur. Pero desde que la crisis está aquí yo le pregunto cada día a esos círculos de poder político y económico-financiero, que le han dado la espalda a la sociedad, ¿qué habéis hecho con este país?, ¿qué estáis haciendo con este país?