martes, 12 de marzo de 2019

LOS RELATOS QUE VIENEN*


Ya nadie defiende la verdad. Su defensa ha quedado a cargo de los escasos quijotes que todavía subsisten en este mundo, y poco caso se les hace. A veces sospecho encontrarme entre estos últimos. “Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla”, como diría Verlaine. No obstante, no quiero que me sobrepase la realidad, ni perder el contacto con ella. Presiento que nos hemos parapetado en la defensa de nuestros relatos sin mirar a la verdad, y los defendemos con el mismo fervor que si se tratara de ella. Sin rubor alguno, no nos importa mentir. “¿Tú verdad? No, la verdad, / y ven conmigo a buscarla”, sentenciaba Machado.
En este mundo cibernético se hackean las contraseñas de correos electrónicos, las páginas web de gobiernos o grandes empresas, y hasta se profana nuestro espacio digital para ofrecernos publicidad sin haberla solicitado. Los ‘ciberataques’ se han convertido en el moderno rictus de la piratería. Cuando la Inglaterra de Isabel I atacaba a los galeones españoles venidos de América, a través de un escogido grupo de piratas oficializados, lo hacía de esa manera burda y violenta del abordaje, lejos del refinamiento o la discreción de un servicio secreto o una central de inteligencia. Como si retrocediéramos en el tiempo, hoy en día el abordaje de nuestra intimidad también se ha vulgarizado, quedando poco margen para la persuasión.
Somos más vulnerables que nunca. A veces pienso que la posibilidad de hackear nuestro cerebro está más cerca. Los estrategas del marketing y la propaganda, expertos en storytelling, saben que para publicitar algo no hay más que construir un relato capaz de calar en las neuronas. Las dos grandes distopías del siglo XX sobre el futuro: ‘1984’ de George Orwell y ‘Un mundo feliz’ de Aldous Huxley, representan dos modos de entender la evolución de la sociedad. En la primera, la represión y la obediencia ciega como estrategia de control, y ese gran hermano que todo lo ve; en el mundo feliz de Huxley, la seducción como maniobra encaminada para crear individuos sumisos.
El modelo represivo de Orwell es el que parece imponerse. Triunfan las fórmulas políticas basadas en la intolerancia. Los discursos, cuanto más intransigentes y menos fraternales, parecen funcionar mejor: lo visceral frente a lo racional para alcanzar el poder. Ahí están los discursos paradigmáticos de EEUU y Brasil, y el miedo al futuro que impulsa al ser humano a buscar protección frente a una hipotética amenaza, real o no, y a fiarse de los que vociferan lo drástico y lo amenazante, admitiendo cierres de fronteras o construcción de muros. Un ejemplo más cercano: los discursos políticos catastrofistas proferidos en los últimos meses en España. 
Si a Putin le interesaba que Europa y EEUU estuvieran dirigidos por tipos extravagantes, populistas y con planteamientos de ultraderecha, que debilitaran desde dentro los principios de la democracia, lo ha conseguido. Hacer vulnerable el modelo democrático, inoculando un enemigo interior, es la táctica perfecta para la destrucción del sistema. Ahí están los nacionalismos (en nuestro caso el catalán) o la campaña corrosiva contra la Unión Europea que emprendió el Brexit.
Sabido es que los mecanismos para la manipulación son tremendamente efectivos a la hora de remover la opinión de los ciudadanos. Lanzar un torpedo en la línea de flotación de la democracia en forma de noticias falsas (‘fakes new’), tergiversación de la realidad u opiniones tendenciosas es la estrategia seguida tanto en redes sociales como en el discurso político propagandístico. Vemos la facilidad con que se manipula la opinión pública, se crean corrientes de opinión o se influye sobre las mentes. Y lo lamentable es que esto ocurre con supuestos ciudadanos libres y formados de los países democráticos.
A veces me pregunto si el mundo feliz de Huxley no estaría entroncado con el uso perverso que se ha hecho del llamado 'estado del bienestar'. La alineación de ciudadanos débiles, inconscientes de su propio sometimiento a los dictados de quienes durante años han hecho un uso innoble del poder, mientras auguraban mundos felices que nunca llegaban, es parte del patetismo político que nos rodea. Una estrategia basada en el ejercicio de una posmodernidad que invita al disfrute del presente sin más horizonte ni perspectiva de futuro, bajo un planteamiento de hedonismo superficial.
Siento pavor al ver cómo se ha adormecido la capacidad crítica y de reacción de los ciudadanos, cómo existe un desarme intelectual frente a la adversidad y cómo se nos ha incapacitado para interpretar los mensajes y la propaganda que circulan tanto en el espacio cibernético como en la vida real. Caer en manos de la entelequia resulta fácil, manipular un referéndum o unas elecciones es ya una maniobra constatada.
Es posible que vengan tiempos peores cuando el respeto hacia el ser humano desaparezca definitivamente como valor, tiempos en los que el futuro ya no tenga futuro, donde los proyectos personales queden desactivados y el futuro de la sociedad se haga inviable. Los que se erigen en salvadores de patrias imaginadas no saben, o acaso sí, que están destruyendo las bases del futuro de la sociedad al obviar la verdad y el respeto por la dignidad humana, esa que no tiene cabida en los relatos que ellos construyen para rentabilizar solo su presente.
Es en esta tesitura, con la verdad como la gran ausente, en donde se ha situado la política en España desde hace tiempo. Leamos los discursos políticos y encontraremos falsedades y la obscena pretensión de decidir por nosotros, leamos las noticias de la prensa y veremos que su imparcialidad queda cuestionada.
Ya ninguna mente está libre del manoseo. Quizá ahora sea cuando la verdad necesite defenderse con más ahínco. Busquemos esos quijotes.
 Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 11/03/2019