viernes, 29 de octubre de 2010

RAFAEL ALBERTI, LA IMAGEN FRÍVOLA

En estos días hemos sabido que la Fundación Rafael Alberti, justo al cumplirse el undécimo aniversario de la muerte del poeta (28/10/1999), ha sido clausurada. Quizá sea una más de las consecuencias de esta crisis económica que se está llevando sueños e ilusiones.
Todavía tengo el recuerdo del poeta de la Generación del 27 subido en la tribuna de la plaza Bibarrambla, en Granada, acompañado entre otros por Matilde Cantos, aquel domingo 24 de febrero de 1980, reivindicando con su voz melódica y cadenciosa la autonomía para Andalucía en los sones de aquella ‘Balada del que nunca fue a Granada’.
Desde hace un tiempo me asalta una duda acerca de la imagen que Antonio Muñoz Molina nos ha trasladado de Rafael Alberti en su novela La noche de los tiempos.
Muñoz Molina hace en la novela una incursión en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura cuando Ignacio Abel, el protagonista, emprende la desesperada búsqueda del profesor Roosman por el Madrid turbulento y enloquecido de los primeros días de la guerra civil. En esa búsqueda del viejo profesor alemán, que le había dado clase al arquitecto Abel en la Alemania de Weimar, acude a la Alianza de Intelectuales para que le ayudaran a encontrar a Roosman.
En las veces que va al encuentro con José Bergamín en el palacio Heredia Spínola, sede de la Alianza, se encontrará con Rafael Alberti.
En el primer encuentro, Ignacio Abel, entre el ajetreo de personas que cargan unos bultos, observa la figura de un “hombre rubio y algo carnoso, muy sonriente, que le era familiar, aunque no llegaba a identificarlo, quizás porque ahora iba vestido de miliciano, con un mono azul impoluto y un correaje brillante, con una cámara fotográfica en bandolera en vez de fusil”. Y cuando acompañado por Bergamín llega a su altura el texto dice: “Al pasar a su lado olió a brillantina y colonia”.
Muñoz Molina en todo este pasaje de la novela nos ha estado haciendo una cruda descripción de ese Madrid plagado de miedo y ejecuciones sumarias, de ciudadanos amedrentados por la arbitrariedad de quienes se arrogan el control de los individuos, la limpieza de los elementos enemigos y la defensa de la República: los milicianos que brotan de todas la organizaciones políticas y sindicales leales al orden democrático establecido.
En otro momento de su entrada en el palacio le alcanza una visión: “En un salón cercano ya estaba ensayando la orquestina para el baile de disfraces que el poeta Alberti y su mujer llevaban organizando varios días, en homenaje a los escritores franceses de visita en Madrid, aprovechando la abundancia innumerable de trajes de gala y de carnaval hallados en los armarios de los marqueses fugitivos”.
En estas dos aproximaciones a la imagen de Alberti aflora una percepción del poeta que contrasta con la atmósfera que el novelista nos hace sentir de un Madrid tumultuoso, de delaciones y personas sacadas de sus casas a horas intempestivas de la noche para darles el ‘último paseo’.
Madrid se presenta oscuro y con la pesadumbre del miedo y la angustia de sus gentes. Una ciudad que empieza a dejarse a su suerte como la vida de sus ciudadanos a la que le deparan las acciones arbitrarias y violentas de los grupos de milicianos y las sucesivas agresiones aéreas de las tropas sublevadas.
¿A qué obedece esta imagen de frivolidad que Muñoz Molina parece plasmar en su novela acerca de Rafael Alberti?
Imagen que no es compensada en toda la novela con valor alguno que resalte al poeta.

lunes, 18 de octubre de 2010

EL NOBEL MARIO VARGAS LLOSA

Pocas veces tiene uno la sensación de que la entrega de un galardón o un premio hace honor a los méritos y merecimientos del premiado. Pues bien, una de ellas es ésta en la que se ha concedido el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. Su obra literaria simplemente lo avala.
La capacidad narrativa, la capacidad de imaginar y la riqueza en el uso del lenguaje son elementos que caracterizan su obra. Una obra extensa como corresponde a alguien que ha disfrutado, como bien ha reconocido, con el oficio de escritor.
Algo que se percibe cuando se le oye hablar. Lo hace con tanta pasión y prodigalidad en el verbo, enmarcado todo por esa sonrisa natural que le acompaña, que hasta entusiasma escucharlo.
La densa narrativa que escarba en el primitivismo de la naturaleza humana de La guerra del fin del mundo, la filigrana magistral que pasea con vértigo en el despertar a la vida de Los cachorros o el retrato sórdido de una sociedad que la dictadura es capaz de resquebrajar de Conversación en la catedral, no son más que tres botones de muestra de una fecunda obra. Porque hay más y más obras donde Vargas Llosa se mueve como un maestro de la palabra y de la recreación para poner a prueba la inteligencia del lector.
La fiesta del Chivo me sirvió para captar las sensaciones que a su regreso le provocaban la antigua casa, los espacios y lugares urbanos, y la ciudad entera a Urania Cabral. Conocer la visión de esta mujer que regresaba tras años de ausencia es lo que necesitaba para saber y para determinar cuáles podrían haber sido las emociones que sentiría Matilde Santos cuando se encontrara con Granada, tras un exilio de treinta años, en La renta del dolor.
Necesitaba captar las emociones que se despiertan en una persona cuando una larga ausencia te hace recobrar el contacto con tantas experiencias vividas, casi todas engarzadas en la niñez y la juventud. Las etapas de la vida en que los espacios urbanos alcanzan toda su viveza, marcando nuestra personalidad, al tiempo que transmiten y modelan nuestras percepciones.
Él ha sabido retratar mejor que nadie (excúseme el autor de El otoño del patriarca, García Márquez) el poder despótico y tiránico que ha subyugado a América Latina durante décadas. Hasta el punto de haber llegado al compromiso personal contra estos regímenes que han masacrado a pueblos enteros.
Después de tanta espera le ha llegado un reconocimiento que probablemente no hacía falta para valorar su obra, pero que una vez llegado no está de más.
La larga espera no le ha privado seguir exhibiendo y prodigándose no sólo en su obra narrativa sino en una presencia permanente en la prensa diaria, como buen hombre de su tiempo que sigue y siente los acontecimientos de la actualidad.
Enhorabuena al maestro del que a buen seguro seguiré aprendiendo en este oficio de escribidor.

sábado, 16 de octubre de 2010

LA CLASE POLÍTICA, ¿UN PROBLEMA PARA LOS CIUDADANOS?

El barómetro de septiembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha mostrado unos datos preocupantes: la clase política y los partidos políticos siguen siendo parte del problema que tiene España en este momento. Al menos, ésa es la percepción de los ciudadanos entrevistados por el CIS, que sitúan a ambos como el tercer problema más importante en nuestro país, después del desempleo y la crisis económica.
Esto tiene muchas interpretaciones, pero hay una que a mí personalmente me preocupa sobremanera: la imagen que se está trasladando desde el interior de los partidos políticos a la sociedad.
Esa imagen se construye cada día y en absoluto le benefician conductas poco éticas y maniobras que la ciudadanía no termina de comprender, más allá de la corrupción, la mentira o los bochornosos espectáculos que se derivan de la crispación. Me refiero al uso de la política en provecho propio, a hacer de ella una profesión, a pulular de puesto en puesto como si para todo se sirviera…
Todo esto es lo que al ciudadano le sonroja, siente vergüenza ajena y cuando puede muestra su malestar.
Vivimos un tiempo en que las historias o los relatos establecen las coordenadas para el éxito o el fracaso. Construir una ‘verdad’, construir una ‘historia’, reforzada por la imagen, puede resultar a corto plazo muy rentable políticamente. Pero habremos engañado al ciudadano porque le habremos hecho creer en una historia carente de principios éticos y morales. Ése camino no me gusta porque se inicia con la mentira.
El desaliento del ciudadano ante los asuntos públicos es un síntoma de la sociedad actual. Ante ellos adopta dos actitudes: el distanciamiento o la rebelión. La primera es la más frecuente (dejar hacer a los otros), la segunda se produce casi siempre como una reacción ante lo imperdonable (pero ocurre muy poco).
Desde la política se ha acostumbrado al ciudadano a dárselo todo hecho: ‘no es necesario que pienses para eso estamos los demás’, es como si lo sumergiéramos en el ‘mundo feliz’ de Aldous Huxley. Pero a diferencia de los ‘alfa-más’ o las ‘beta-más’ cuando las cosas van mal el ciudadano de hoy, que no tiene subyugada aún su libertad, se rebela.
Prodigar desde la política decisiones que son incomprensibles para la opinión pública resulta contraproducente. Que se pueda hacer no significa que la ciudadanía lo acepte. Me preocupa enormemente esa opinión ciudadana que dice que la clase política y los partidos políticos son un problema para esta sociedad. La fractura que se está abriendo entre la clase política y la ciudadanía, entre los partidos políticos y los ciudadanos, es de consecuencias imprevisibles.
Y me preocupa más porque este malestar es fácil que se traslade al Estado y a las instituciones donde están los políticos gobernando, y éstas ya no serán vistas por la población de la misma manera. Es posible hasta que se desacrediten porque se confundan con los que están al frente de ellas. Pero las instituciones no son patrimonio de ningún partido político.
Si a esto no ponen remedio los partidos políticos, si no penen más decencia en sus formas de proceder internamente, es probable que terminemos lamentándolo todos.

domingo, 10 de octubre de 2010

A RASTRAS CON LA DIGNIDAD HUMANA

Los historiadores solemos pasar de puntillas por acontecimientos de la vida diaria como si obsesionados por la mejor y más certera explicación de los hechos quisiéramos encontrar las razones que los explican en reflexivos y complejos análisis.
La fotografía que encabeza esta entrada me impactó cuando la vi en EL País (6/10/2010), no porque se trate de una imagen que muestra una escena espeluznante a las que ya estamos habituados, sino porque en mi caso coincidió con la lectura de las últimas páginas de La noche de los tiempos, la novela de Antonio Muñoz Molina ya aludida en una entrada anterior.
La imagen testimonia un hecho macabro: un grupo de jóvenes y de niños somalíes arrastran el cadáver de un casco azul de la Unión Africana. En Somalia las tropas de la ONU tratan de ‘poner orden’ en el caos dominado por la lucha entre las tropas gubernamentales y los grupos islamistas.
Muñoz Molina nos relata en su novela cómo los niños solían jugar por las mañanas con los cadáveres que los milicianos habían fusilado por la noche junto a la Residencia de Estudiantes, en las proximidades de la Ciudad Universitaria o en cualquier otro ‘paredón de la muerte’ improvisado que las milicias madrileñas tenían a bien utilizar en sus arbitrarias y e injustas ejecuciones.
Era corriente que los niños y los menos niños profanasen los cadáveres de los desgraciados que habían sido presa de la irracionalidad y el desatino de quienes provistos de una pistola o un fusil, en una situación de paranoia generalizada, se creían los salvadores de la República.
Jugaban con ellos como si de monigotes de trapo se trataran: les ponían cigarrillos en la boca, los disfrazaban con atuendos o marcaban sus rostros. En actos más inhumanos les cortaban las orejas o los testículos para metérselos en la boca, y arrastraban sus cuerpos inertes. Un testimonio de las bajas pasiones que ‘atesora’ el hombre y que la guerra es capaz de desatar en su manifestación más cruel.
Éste es el valor que a veces representa el ser humano para otros humanos. Esas bajas pasiones que anidan en cada uno de nosotros es la medida exacta que sirve para igualarnos unos a otros. Hasta donde seamos capaces de controlarlas será el punto donde podamos establecer la diferencia. Hasta donde alcance nuestra condición ética estará el límite que marque el respeto por la dignidad de los demás, aunque estén muertos.
Y no sólo en este extremo del mundo que es para nosotros Somalia.
Los que creen que los hombres somos tan diferentes, que existen las razas, que las culturas nos distinguen, que la educación nos diferencia… Denme una guerra y demostré lo contrario.
Es posible que arrastrar el cadáver del enemigo sea suficiente para explicar hasta dónde somos capaces de llegar.
Hasta es probable que con ello encontremos razones de peso que expliquen mejor cómo discurren los acontecimientos en las sociedades humanas que un sesudo análisis que se debate entre las causas políticas, ideológicas, económicas y sociales, o las razones estructurales o coyunturales. La naturaleza humana es capaz de mover montañas, más que las razones geoestratégicas que fundamentan el estallido de un conflicto bélico.
Instantáneas como ésta no sólo muestran las consecuencias que se derivan de los conflictos bélicos, sino que son parte de las causas que los generan.
Es como si no hubiera pasado el tiempo desde aquel otro donde los niños jugaban con los cadáveres, aún no retirados por el camión del Ayuntamiento, que amanecían por los rincones de un Madrid en guerra. Es como si el hombre fuera el mismo en cualquier tiempo y en cualquier parte del planeta.