En estos días hemos sabido que la Fundación Rafael Alberti, justo al cumplirse el undécimo aniversario de la muerte del poeta (28/10/1999), ha sido clausurada. Quizá sea una más de las consecuencias de esta crisis económica que se está llevando sueños e ilusiones.
Todavía tengo el recuerdo del poeta de la Generación del 27 subido en la tribuna de la plaza Bibarrambla, en Granada, acompañado entre otros por Matilde Cantos, aquel domingo 24 de febrero de 1980, reivindicando con su voz melódica y cadenciosa la autonomía para Andalucía en los sones de aquella ‘Balada del que nunca fue a Granada’.
Desde hace un tiempo me asalta una duda acerca de la imagen que Antonio Muñoz Molina nos ha trasladado de Rafael Alberti en su novela La noche de los tiempos.
Muñoz Molina hace en la novela una incursión en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura cuando Ignacio Abel, el protagonista, emprende la desesperada búsqueda del profesor Roosman por el Madrid turbulento y enloquecido de los primeros días de la guerra civil. En esa búsqueda del viejo profesor alemán, que le había dado clase al arquitecto Abel en la Alemania de Weimar, acude a la Alianza de Intelectuales para que le ayudaran a encontrar a Roosman.
En las veces que va al encuentro con José Bergamín en el palacio Heredia Spínola, sede de la Alianza, se encontrará con Rafael Alberti.
En el primer encuentro, Ignacio Abel, entre el ajetreo de personas que cargan unos bultos, observa la figura de un “hombre rubio y algo carnoso, muy sonriente, que le era familiar, aunque no llegaba a identificarlo, quizás porque ahora iba vestido de miliciano, con un mono azul impoluto y un correaje brillante, con una cámara fotográfica en bandolera en vez de fusil”. Y cuando acompañado por Bergamín llega a su altura el texto dice: “Al pasar a su lado olió a brillantina y colonia”.
Muñoz Molina en todo este pasaje de la novela nos ha estado haciendo una cruda descripción de ese Madrid plagado de miedo y ejecuciones sumarias, de ciudadanos amedrentados por la arbitrariedad de quienes se arrogan el control de los individuos, la limpieza de los elementos enemigos y la defensa de la República: los milicianos que brotan de todas la organizaciones políticas y sindicales leales al orden democrático establecido.
En otro momento de su entrada en el palacio le alcanza una visión: “En un salón cercano ya estaba ensayando la orquestina para el baile de disfraces que el poeta Alberti y su mujer llevaban organizando varios días, en homenaje a los escritores franceses de visita en Madrid, aprovechando la abundancia innumerable de trajes de gala y de carnaval hallados en los armarios de los marqueses fugitivos”.
En estas dos aproximaciones a la imagen de Alberti aflora una percepción del poeta que contrasta con la atmósfera que el novelista nos hace sentir de un Madrid tumultuoso, de delaciones y personas sacadas de sus casas a horas intempestivas de la noche para darles el ‘último paseo’.
Madrid se presenta oscuro y con la pesadumbre del miedo y la angustia de sus gentes. Una ciudad que empieza a dejarse a su suerte como la vida de sus ciudadanos a la que le deparan las acciones arbitrarias y violentas de los grupos de milicianos y las sucesivas agresiones aéreas de las tropas sublevadas.
¿A qué obedece esta imagen de frivolidad que Muñoz Molina parece plasmar en su novela acerca de Rafael Alberti?
Imagen que no es compensada en toda la novela con valor alguno que resalte al poeta.
Todavía tengo el recuerdo del poeta de la Generación del 27 subido en la tribuna de la plaza Bibarrambla, en Granada, acompañado entre otros por Matilde Cantos, aquel domingo 24 de febrero de 1980, reivindicando con su voz melódica y cadenciosa la autonomía para Andalucía en los sones de aquella ‘Balada del que nunca fue a Granada’.
Desde hace un tiempo me asalta una duda acerca de la imagen que Antonio Muñoz Molina nos ha trasladado de Rafael Alberti en su novela La noche de los tiempos.
Muñoz Molina hace en la novela una incursión en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura cuando Ignacio Abel, el protagonista, emprende la desesperada búsqueda del profesor Roosman por el Madrid turbulento y enloquecido de los primeros días de la guerra civil. En esa búsqueda del viejo profesor alemán, que le había dado clase al arquitecto Abel en la Alemania de Weimar, acude a la Alianza de Intelectuales para que le ayudaran a encontrar a Roosman.
En las veces que va al encuentro con José Bergamín en el palacio Heredia Spínola, sede de la Alianza, se encontrará con Rafael Alberti.
En el primer encuentro, Ignacio Abel, entre el ajetreo de personas que cargan unos bultos, observa la figura de un “hombre rubio y algo carnoso, muy sonriente, que le era familiar, aunque no llegaba a identificarlo, quizás porque ahora iba vestido de miliciano, con un mono azul impoluto y un correaje brillante, con una cámara fotográfica en bandolera en vez de fusil”. Y cuando acompañado por Bergamín llega a su altura el texto dice: “Al pasar a su lado olió a brillantina y colonia”.
Muñoz Molina en todo este pasaje de la novela nos ha estado haciendo una cruda descripción de ese Madrid plagado de miedo y ejecuciones sumarias, de ciudadanos amedrentados por la arbitrariedad de quienes se arrogan el control de los individuos, la limpieza de los elementos enemigos y la defensa de la República: los milicianos que brotan de todas la organizaciones políticas y sindicales leales al orden democrático establecido.
En otro momento de su entrada en el palacio le alcanza una visión: “En un salón cercano ya estaba ensayando la orquestina para el baile de disfraces que el poeta Alberti y su mujer llevaban organizando varios días, en homenaje a los escritores franceses de visita en Madrid, aprovechando la abundancia innumerable de trajes de gala y de carnaval hallados en los armarios de los marqueses fugitivos”.
En estas dos aproximaciones a la imagen de Alberti aflora una percepción del poeta que contrasta con la atmósfera que el novelista nos hace sentir de un Madrid tumultuoso, de delaciones y personas sacadas de sus casas a horas intempestivas de la noche para darles el ‘último paseo’.
Madrid se presenta oscuro y con la pesadumbre del miedo y la angustia de sus gentes. Una ciudad que empieza a dejarse a su suerte como la vida de sus ciudadanos a la que le deparan las acciones arbitrarias y violentas de los grupos de milicianos y las sucesivas agresiones aéreas de las tropas sublevadas.
¿A qué obedece esta imagen de frivolidad que Muñoz Molina parece plasmar en su novela acerca de Rafael Alberti?
Imagen que no es compensada en toda la novela con valor alguno que resalte al poeta.