Hace algunos años cualquier celebración en una ciudad dejaba un reguero de huellas que recordaban la naturaleza de la misma, en una especie de epílogo con regusto a nostalgia. Cuando finalizaban los días de feria los niños nos quedábamos varios días saboreando los buenos momentos vividos con los restos de casetas, columpios, puestos de turrón y barretas o alguna tómbola remolona que no habían sido aún retirados.
Hoy todo vestigio de celebración se limpia con una rapidez inusitada. No sé si es mejor o peor, sinceramente (supongo que dependerá del evento, porque imaginen lo que es dejar la basura generada por el botellón), pero lo cierto es que se acomete con la diligencia que impone la gestión eficaz que se exige ahora.
No obstante, también quisiéramos la misma celeridad para que desaparezcan carteles, pegatinas y otras muestras de las campañas electorales. ¿Quién no ha visto en su ciudad esos carteles que perduran días y días hasta que los agentes atmosféricos destiñen la cara del candidato u ondulan inevitablemente el papel?
La patrona de Granada es la Virgen de las Angustias y el último domingo de septiembre ‘procesiona’ por las calles más céntricas de la ciudad. Este último también lo ha hecho y, como cualquier año, dejando el asfalto salpicado de la cera de los cirios que portan los que componen la comitiva.
En los últimos años el Ayuntamiento de Granada se ha apresurado a eliminar la cera para el día siguiente. Este año eran las seis de la madrugada del lunes y un ejército de operarios se afanaban porque no quedara rastro alguno del evento del día anterior. Y en este caso con una razón de peso: la cera es un mal aliado para el tráfico rodado.
Pero ese mismo lunes el autobús que habitualmente tomo para desplazarme al trabajo llegó a la parada con notable retraso. Después vino una vuelta interminable, casi un paseo turístico por la ciudad (que la verdad, lo merece). El centro de la ciudad estaba cerrado a la circulación rodada por mor de las tareas de limpieza de la cera. Y como consecuencia: el resto de la ciudad sumida en un monumental caos circulatorio. Fue un lunes donde mucha gente llegó tarde al trabajo, a la cita con el médico o con el notario, y hasta con el amigo por no llegar a la hora acordada para tomar el café.
No sabría qué es mejor, si que se suspendan las procesiones, o que no se enciendan cirios en ellas o que después de los domingos de procesión las empresas, comercios y oficinas retrasen el horario de entrada al trabajo el lunes.
Al día siguiente, la festividad de la patrona de la ciudad sólo era un fervoroso recuerdo para los que la habían acompañado por sus calles, pero un incordio mañanero para todos los que habían de moverse en transporte público o vehículo propio.
Aunque acaso lo que lamento es que con la limpieza de la cera también haya desparecido esa otra gran fiesta que acompaña a esta festividad: la de los frutos del otoño y los dulces típicos para la ocasión. Acerolas, azufaifas, nueces, avellanas o tortas de cabello de ángel tuvieron en los tenderetes una exposición tan efímera como la de la cera en el asfalto. Quizá los hubiéramos disfrutado más si se hubieran ofrecido durante dos o tres días en los atractivos puestos de venta que ocupaban en la Fuente de las Batallas.
Por cierto, ahora que somos tan aficionados a ponerle precio a todo, ¿se ha calculado el coste en horas de trabajo, productividad y desgaste de nervios que sumó el caos circulatorio de la ciudad por mor de la dichosa cera?
Hoy todo vestigio de celebración se limpia con una rapidez inusitada. No sé si es mejor o peor, sinceramente (supongo que dependerá del evento, porque imaginen lo que es dejar la basura generada por el botellón), pero lo cierto es que se acomete con la diligencia que impone la gestión eficaz que se exige ahora.
No obstante, también quisiéramos la misma celeridad para que desaparezcan carteles, pegatinas y otras muestras de las campañas electorales. ¿Quién no ha visto en su ciudad esos carteles que perduran días y días hasta que los agentes atmosféricos destiñen la cara del candidato u ondulan inevitablemente el papel?
La patrona de Granada es la Virgen de las Angustias y el último domingo de septiembre ‘procesiona’ por las calles más céntricas de la ciudad. Este último también lo ha hecho y, como cualquier año, dejando el asfalto salpicado de la cera de los cirios que portan los que componen la comitiva.
En los últimos años el Ayuntamiento de Granada se ha apresurado a eliminar la cera para el día siguiente. Este año eran las seis de la madrugada del lunes y un ejército de operarios se afanaban porque no quedara rastro alguno del evento del día anterior. Y en este caso con una razón de peso: la cera es un mal aliado para el tráfico rodado.
Pero ese mismo lunes el autobús que habitualmente tomo para desplazarme al trabajo llegó a la parada con notable retraso. Después vino una vuelta interminable, casi un paseo turístico por la ciudad (que la verdad, lo merece). El centro de la ciudad estaba cerrado a la circulación rodada por mor de las tareas de limpieza de la cera. Y como consecuencia: el resto de la ciudad sumida en un monumental caos circulatorio. Fue un lunes donde mucha gente llegó tarde al trabajo, a la cita con el médico o con el notario, y hasta con el amigo por no llegar a la hora acordada para tomar el café.
No sabría qué es mejor, si que se suspendan las procesiones, o que no se enciendan cirios en ellas o que después de los domingos de procesión las empresas, comercios y oficinas retrasen el horario de entrada al trabajo el lunes.
Al día siguiente, la festividad de la patrona de la ciudad sólo era un fervoroso recuerdo para los que la habían acompañado por sus calles, pero un incordio mañanero para todos los que habían de moverse en transporte público o vehículo propio.
Aunque acaso lo que lamento es que con la limpieza de la cera también haya desparecido esa otra gran fiesta que acompaña a esta festividad: la de los frutos del otoño y los dulces típicos para la ocasión. Acerolas, azufaifas, nueces, avellanas o tortas de cabello de ángel tuvieron en los tenderetes una exposición tan efímera como la de la cera en el asfalto. Quizá los hubiéramos disfrutado más si se hubieran ofrecido durante dos o tres días en los atractivos puestos de venta que ocupaban en la Fuente de las Batallas.
Por cierto, ahora que somos tan aficionados a ponerle precio a todo, ¿se ha calculado el coste en horas de trabajo, productividad y desgaste de nervios que sumó el caos circulatorio de la ciudad por mor de la dichosa cera?