Hace unos años fui testigo de la exhumación de los restos de Pedro Antonio de Alarcón en el madrileño cementerio de San Justo y su traslado al de Guadix. Con la perspectiva de los años, ahora me pregunto si aquello realmente mereció la pena, si aportó algo a la grandeza histórica del escritor. Aquel acto significó un momento de emoción, pero sólo eso. Más importante fue, y sigue siendo, conservar sus pertenencias y mantener vivo el legado de su obra. Llegar hasta los restos óseos de un mito es más la verificación de una prueba que un descubrimiento que ayude a engrandecer su figura. Si me apuran, hasta es posible que ocurra lo contrario. Los mitos, al fin y al cabo, son constructos humanos que nos sirven
para mitigar angustias y encontrar respuestas a muchas de las cosas cotidianas que nos preocupan, es decir, provistos de ese componente existencial que les atribuyó el antropólogo Claude Lévi-Strauss, recientemente fallecido.
La excavación en busca de los restos de algunos fusilados de la guerra civil en el paraje de Alfacar, entre ellos los de Federico García Lorca, han concluido sin la aparición de restos humanos. ¿Era necesario hacerla?, probablemente sí, porque ese derecho no se le puede negar a nadie que tenga un desgarro en el sentimiento. No obstante, agotado este primer envite, sólo nos queda estar muy seguros de donde clavar la picota si es que hubiera próxima vez. No sabría decir si la recuperación de unos restos óseos reporta otro beneficio que no sea el de dignificar la memoria de quien fue mancillado y asesinado con vileza. Y esto, tal vez, sea suficiente.
Situados en esta reflexión, me asalta la duda de si quizá lo menos importante sea averiguar dónde se encuentran los restos de García Lorca y de los demás fusilados, aunque para un historiador se trate de un dato irrenunciable. Ni creo que sea bueno obsesionarse con una búsqueda que sólo aspire a satisfacer curiosidades de vecindario. Aunque mucho me temo que el deseo no cumplido va a acrecentar la necesidad de búsqueda, disparándose la variedad de hipótesis por muy disparatadas que nos parezcan. Y advierto a los amantes de la especulación que, el día que se encuentren los restos del poeta, si llega el caso, sentirán el vacío que deje la curiosidad que ahora les invade. Quizá sería mejor dejar las cosas como están y concentrar las energías en redoblar esfuerzos para dignificar aún más todo aquel amplio paraje hasta le barranco de Viznar, que alberga no sólo a estos cinco o seis represaliados sino a los cientos que se vislumbra acogen aquellas tierras.
En la fosa más reputada, entre las miles que sembró la tragedia de la guerra civil en España, sólo se han encontrado tierra y rocas. La montaña de leyendas a que ha dado pie dicho paraje se ha derrumbado como un castillo de naipes. Mas así es la investigación histórica, que tras mover montañas de legajos en un archivo es probable que se encuentre, o no, el documento o el dato que se necesita para afianzar una hipótesis y reconstruir un argumento. Nadie que lo haya experimentado podrá decir que la investigación histórica es una tarea fácil. Y la búsqueda de restos en la tierra no va a ser menos.
La constatación de que no existen restos humanos en este paraje, señalado por algunos con atrevida certeza, viene a mostrarnos que entre lo mucho que se ha escrito sobre el poeta se han expresado pensamientos con demasiada ligereza intelectual y escaso rigor científico e histórico. Sobre el poeta ha caído en los últimos decenios una caterva de ‘historiadores’ aficionados que buscaban ofrecer el dato más espectacular o la idea de mayor impacto mediático. Son muchos los ‘opinadores’ acerca de la figura de Lorca y pocos los que han fundamentado lo que dicen.
En muchas de las obras publicadas sobre el poeta ha primado la suposición, la especulación o el argumento imaginado. Muchas de las fuentes utilizadas se han basado casi exclusivamente en informaciones orales, sin mucha base científica, y en ocasiones vivamente interesadas. Es por ello que algunos han asumido datos poco contrastados y opiniones que sonaban bien al oído, con más intención de rellenar páginas que escribir una rigurosa biografía sobre Lorca.
Nuestra joven democracia trajo consigo, entre otras cosas, una justificada avidez por recuperar personajes que el régimen franquista había exiliado, masacrado o eclipsado. Hubo quien se lanzó a escribir sobre Lorca, Machado, María Lejárraga y otras muchas mujeres arrinconadas en la historia. Bastantes de las incursiones en estas vidas se hicieron por parte de advenedizos ‘escribidores’, que se sumaron al fenómeno de biografiar a hombres y mujeres sin más base histórica que algunas notas sueltas de archivo, fuentes orales de dudosa credibilidad y unas ganas tremendas de alcanzar popularidad a costa de fantasear e inventar ‘historias’ de impacto en tales personajes históricos. Hasta el punto, diríamos, que probablemente muchas de esas biografías no serían capaces de aguantar un mínimo cotejo de su base histórica y documental.
Esta reconstrucción histórica de la figura de Lorca ha adolecido del concurso de los historiadores. La biografía sobre el poeta se ha visto resentida por la ausencia de un enfoque más historiográfico. Es por esta razón que algunas aseveraciones habidas sobre Lorca y sus circunstancias cabría ponerlas bajo la etiqueta de ‘susceptible de verificación’. El historiador que ejerce con honradez este oficio no proporciona más datos que aquellos que han sido corroborados por el mayor número de testimonios y han pasado por el tamiz de su comprobación, acaso siguiendo una de las enseñanzas del insigne historiador francés Marc Bloch en esa joya que es ‘Introducción a la historia’. Suposiciones y conjeturas difícilmente construyen la historia.
Se dice ahora, al hilo de la ausencia de los restos de García Lorca y sus compañeros de tragedia, que hay que reescribir la historia. Más bien habría que decir: reescribirla si se hubiera escrito antes. Porque es más que probable que la verdadera historia no se haya escrito aún, y sí: relatos imaginarios que quedan muy bien para foros de tertulianos.
La Historia es otra cosa, y se escribe con otro fundamento que nada tiene que ver con la pantomima.