La literatura tiene la virtud de mostrarnos la realidad, ese espacio lleno de vida, como la entendía Borges, capaz de reflejar todas las pasiones humanas, pero al mismo tiempo construir otras realidades alternativas. Entre sus líneas se esconde todo el universo humano, tanto que es capaz de entresacar las debilidades, los secretos o las villanías que de otra manera sería imposible conocer. Hasta el punto de que sirve, como escribía Luis García Montero, “para distinguir entre las verdades mentirosas y las mentiras verdaderas.”
Muchas veces hemos pensado en cómo sería nuestra vida si hubiéramos tomado otra decisión cuando tuvimos la oportunidad de elegir. Lo mismo que cómo sería el mundo si la historia se hubiera visto alterada con acontecimientos muy distintos a los que conocemos. Una derrota militar, el triunfo de una ideología, la ascensión de otra religión, nos hubieran configurado un mundo diferente al vivido. Imaginemos: Cartago en lugar de Roma, los árabes derrotando a Carlos Martel en Poitiers, Viena sucumbiendo a uno de los asedios otomanos o un nazismo triunfante tras la Segunda Guerra Mundial.
La ucronía encuentra en la literatura el mejor aliado para narrar historias que reconstruyen lo que pudo haber sido si los acontecimientos históricos hubieran cambiado de signo. La literatura está llena de títulos ucrónicos que desvelan mundos imaginados, sustentados en hechos ahistóricos, distintos de los relatos distópicos que nos llevan a sociedades futuras ‘ficcionadas’, donde el ser humano pierde parte de su conciencia para convertirse en un producto alienado. Lo ucrónico se ha podido vivir antes en episodios de la historia que trajeron sociedades más justas y de mayor bienestar o, por el contrario, los horrores de muchas guerras, la colonización de los pueblos o regímenes autoritarios. La literatura ucrónica no tiene más que proyectarlos hacia un futuro para recobrarlos en una realidad ficticia.
Vladimir Nabokov, en Ada o el ardor, recrea a EE UU conquistado por la Rusia zarista; Robert Harris escenifica en Patria otra Guerra Fría donde los nazis habrían derrotado a la URSS y Gran Bretaña y, como superpotencia, se enfrentarían a EE UU; o Philip K. Dick que, en El hombre en el castillo, nos muestra a EE UU ocupado por la Alemania nazi y el Japón imperial, triunfantes en la Segunda Guerra Mundial. La literatura ucrónica presenta escenarios distintos a los de la historia y los recrea con la verosimilitud suficiente para que los creamos. En estos casos, con el autoritarismo como fondo, sobre realidades morbosas basadas en el control de la población a favor de un poder omnímodo y represor, capaz de amputar cualquier conspiración emergente o imaginada.
Nunca ha dejado de existir el autoritarismo en el planeta. Aunque vencido el ‘nazifascismo’, se mantuvieron los totalitarismos nacidos en el periodo de entreguerras del siglo XX, emergieron otros regímenes autócratas e, incluso, algunas democracias derivaron hacia el despotismo o la teocracia.
La caída del muro de Berlín abrió un nuevo periodo histórico con el desmoronamiento del comunismo soviético y la aparición de múltiples repúblicas, algunas de ellas proclives al autoritarismo de sesgo plutocrático. África descolonizada vio cómo eran muy escasos los regímenes democráticos y muchas las autocracias. En Asia se mantenía el poder totalitario en la China comunista y la irrupción de otros regímenes comunistas en la península de Indochina, además de las teocracias. América Latina cabalgó entre la democracia y los golpes de Estado, y la aparición de regímenes ‘izquierdosos’ que se tornaron en autoritarios (Venezuela o Nicaragua). A la Europa democrática, triunfante en la gran guerra, se asoman en el siglo XXI insidiosos partidos autoritarios, cuando no, neofascistas.
El autoritarismo está pasando de la ucronía a la realidad histórica. Hoy día vuelve a ser una amenaza para la democracia. La guerra de Ucrania no ha hecho más que corroborarlo. El régimen ruso, con su voracidad expansiva y su carácter belicista, ha cambiado el panorama mundial geoestratégico y económico.
Sus triunfos por el mundo no deben despistarnos de su presencia en EE UU, ahora que está más rebelde que nunca, con un resabio propio de las peores fieras de la naturaleza. La vuelta de Trump sería el punto de inflexión para una catástrofe mundial. No le salió bien la estratagema de alterar los resultados electorales, ni el asalto al Capitolio, pero sus partidarios siguen siendo fuertes, los grupos neofascistas están integrados en esferas influyentes de la sociedad norteamericana, con intereses ideológicos y económicos, y su objetivo: un Trump presidenciable para 2024, ganando, por supuesto. El triunfo de la democracia en EE UU es el triunfo de la democracia en el resto del planeta. Si resiste EE UU, resistirá la débil Europa a este empuje. Tal vez estemos escribiendo, sin saberlo, una novela ucrónica sobre una realidad que ya hemos vivido.
La recordada Almudena Grandes, en su novela póstuma Todo va a mejorar, nos traslada a una España futura, donde un nuevo partido político, Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!, liderado por un empresario de éxito, gana las elecciones. Para los proyectos ambiciosos que pretende impulsar, la democracia le estorba, prefiere un Consejo de Ministros que funcione como un consejo de administración. El paradigma empresarial y burocrático impulsado por el neoliberalismo es eso: todo gestionado como una empresa, con parámetros de rendimiento, el mismo que se quiere imponer en la educación y la sanidad, servicios fundamentales para el bienestar de una sociedad democrática.
A veces he pensado en escribir esa novela ucrónica de una España en la que no hubiera triunfado el fascismo en la guerra civil.
* Artículo publicado en Ideal, 02/01/2023
** Ilustración: George Grosz, Dangerous street, 1918