martes, 16 de julio de 2019

EL TIEMPO POLÍTICO QUE NO QUERÍAMOS HA VUELTO*


Más de dos meses desde la celebración de las elecciones generales y aún no tenemos un nuevo gobierno. Si tuviéramos la experiencia de Italia, con su enorme fragmentación parlamentaria, tal vez podríamos estar tranquilos (sin mencionar el actual excurso de tinte ‘fascitoide’). Durante décadas la política italiana fue por un lado y el país y su economía por otro. Eso no le impidió ser una de las principales economías del mundo. Roto el bipartidismo en España, la fragmentación política es una realidad, pero a diferencia de Italia nuestra idiosincrasia y trayectoria histórica como país es distinta.
Vivimos en el país de las dos Españas machadianas, donde casi todos los conflictos los resolvemos parapetados en un enconamiento visceral, cuando no con conatos de choque violento y excluyente. Al otro, al que piensa distinto de nosotros, si hay que eliminarlo, no tenemos empacho en mandarlo al exilio sin más contemplaciones. La crispación es, o lo es para algunos, consustancial a nuestra forma de hacer política. La derecha, cuando no está en el poder, alienta la crispación sin cortapisas. Ejemplos hemos tenido. La democracia parece habernos enseñado poco en materia de convivencia política. Este es un país de herencias históricas.
El debate abierto en torno a la formación del nuevo gobierno, con el aderezo de los gobiernos autonómicos, ha desvelado que habiendo cambiado de actores las formas de hacer y de decir siguen siendo las mismas. La política española está enquistada en las posicionamientos que heredamos del franquismo: frentismo e intransigencia, izquierda y derecha, y el fusil siempre al hombro.
En Alemania la debacle del nazismo y la derrota en la Segunda Guerra Mundial les enseñó que si querían borrar aquella amarga experiencia y prosperar como país habían de proveerse de una nueva convivencia y de sentido de Estado. Durante décadas dieron ejemplo: si un partido no ganaba las elecciones, tampoco obstaculizaba la formación de gobierno al ganador, y en momentos puntuales hasta se coaligaron democristianos y socialdemócratas para formar gobierno. El país no se podía paralizar. En España esto es impensable. En la actual situación de fragmentación parlamentaria parece que ni nos sirve la fórmula italiana ni la alemana. El tema no está en que vuelva el bipartidismo, sino en saber hacer política.
Nosotros tuvimos nuestro fascismo, antes una guerra civil, y algo antes una república. ¿Sacamos alguna enseñanza de ello en la democracia? Los partidos políticos en España no saben construir la convivencia, ni saben estar a la altura del país. Demasiadas herencias y excesivo sentido fratricida que enturbia la convivencia.
Al final de la primera década del siglo XXI la crisis económica nos zarandeó hasta el punto de generar una gran crisis política y social. En la segunda década del siglo XXI creímos que saldríamos de ella con el suficiente aprendizaje para convertirnos en una sociedad mejor. La realidad de estos últimos meses lo desmiente. Seguimos con los mismos defectos y las mismas maneras hoscas en el decir, y un rencoroso posicionamiento frente al adversario, como hace quince o diez años. Los actores han cambiado, la diversidad de opciones políticas también, pero nuestro cainismo sigue presente.
Los nuevos partidos lo hacen tan mal como los viejos. Hubo un tiempo en que creímos que con la llegada de la nueva política las cosas serían distintas y que el zarandeo de las conciencias serviría para algo: acabar con la vieja política que nos había llevado a la crisis social, política y económica. Entonces pensamos también que los políticos serían distintos, con un sentido más colectivo de la decencia, incluso que los propios ciudadanos rechazaríamos formas barriobajeras de hacer política. Todo un espejismo: los nuevos líderes políticos acopian posiciones sectarias e intransigentes, en absoluto constructivas.
Uno de los partidos de la nueva política, Ciudadanos, se ha radicalizado, adoptando una deriva hacia la derecha que lo ha alejado del centro político que reivindicaba en exclusividad. Igual ocurre con Podemos, cuyo lamentable liderazgo no ha hecho más que restarle presencia política.
Al PSOE, ganador de las elecciones generales, a pesar de su exigua mayoría, se le está torpedeando la posibilidad de formar gobierno. Para ello se han utilizado argumentos que rayan la infamia: ser socio del independentismo o aliado de terroristas. La veracidad o mentira de estas afirmaciones no es lo importante, que se repitan machaconamente para que  parezcan verdad, sí. Con esto PP y Ciudadanos están alentando el protagonismo de quien no debería tenerlo: independentismo e izquierda abertzale. Y con relatos plagados de mentiras están demostrando que España les importa poco. Su fariseísmo es obsceno: hablan de los otros enemigos de España y, sin embargo, se alían con VOX, quien precisamente maneja unas ideas poco recomendables para la construcción de la convivencia nacional y de una sociedad más justa e igualitaria.
España necesita formar pronto un nuevo gobierno. El país y las necesidades de la ciudadanía lo demandan. La celebración de unas nuevas elecciones sería un fracaso general achacable a la clase política. Obstaculizar la formación de un gobierno es una deslealtad con España, y si viene de la mano de aquellos que hacen del patriotismo su bandera, una traición. Los partidos de la derecha no tienen la aritmética parlamentaria que les permita formarlo, como sí hicieron en Andalucía; sin embargo, están haciendo todo lo posible para dificultar que lo haga el PSOE. Tampoco Podemos está ayudando mucho, la obsesión por entrar en el gobierno no me parece la mejor opción. Con ellos el nuevo gobierno estaría más preocupado por su coordinación interna que en trabajar por el país.
El tiempo político que no quisimos que regresara, ahora nos aplasta como una apisonadora.
* Artículo publicado en Ideal el 15/07/2019