Hay tantas inteligencias como aptitudes posee la persona. Howard Gardner habló de las inteligencias múltiples y las clasificó en ocho: lingüística-verbal, visual-espacial, lógico-matemática, corporal-cenestésica, musical, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Aunque, acaso, podríamos hablar de algunas más, el cerebro humano, con una mente en expansión sin límites, da mucho de sí.
Al observar la evolución de la mente de un niño vemos lo que es capaz de desarrollar, cuando no se le encorseta su proceso creativo, lejos de las ataduras que luego la condicionarán de adulto. Su inteligencia puede desarrollarse con un sentido enormemente proactivo, como señala José Antonio Marina, al afirmar que las funciones ejecutivas (de hasta once habla en La inteligencia que aprende) se pueden mejorar mediante distintos tipos de entrenamiento. Funciones desplegadas en la formación del niño mediante una buena educación y adecuada interacción con el entorno.
Hoy, a las posibilidades de expansión de las inteligencias que pululan por el cerebro humano, se ha unido la inteligencia artificial (IA), que parece caminar ya por su cuenta. Sin embargo, no olvidemos que se trata de una creación de la inteligencia humana y que, por mucho que dotemos a las máquinas, estas no alcanzarán la capacidad de razonamiento humano en la toma de decisiones.
El filósofo Daniel Innerarity, director de la cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia, que no hace tanto estuvo en Granada impartiendo la lección inaugural en un congreso de la Sociedad Académica de Filosofía, afirma que la IA tiene un problema de inicio: su propio nombre genera más equívocos que claridad, pues “ni es tan inteligente como se suele pensar, ni tan artificial”. En una entrevista en IDEAL (26/10/2023) nos tranquilizaba al expresar: “La imaginación, la poética, la ficción, son actividades en las que las máquinas no nos pueden sustituir”. Los avances en IA, a su juicio, han generado un ambiente de ‘histeria digital’, suscitadas por la vorágine de noticias, desde la exageración, generando demasiados miedos.
La Unesco, en su Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial, definía la IA como una herramienta de enorme potencial, no exenta de “riesgos y preocupaciones éticas”, recomendando “atenuar los riesgos de información errónea, desinformación y discurso de odio, así como los daños causados por el uso indebido de los datos personales”.
ChatGPT o Bard son herramientas digitales que nuestros estudiantes utilizan ya para la elaboración de sus trabajos. Hay quien equipara este nuevo acceso al ‘conocimiento’ con el ‘Rincón del vago’, esa web que facilita el intercambio de apuntes y trabajos. La IA ha venido para quedarse, los móviles y el resto de artefactos tecnológicos y cibernéticos, también. El mundo de la educación debe de estar abierto a su utilización didáctica, sin convertir los nuevos avances digitales en un enemigo al que hay que erradicar, más bien es su uso el que hay que preservar y reconducir.
El debate está abierto. Una de sus variables: el uso de los móviles en los centros escolares y universitarios. Sabemos que las jóvenes generaciones están expuestas y desprotegidas (las adultas, igualmente) a un universo digital del que desconocemos sus intenciones y límites. El acceso sin control de los móviles expone a niños y adolescentes a la violencia, el abuso, la pornografía, noticias falsas y, lo que es más contradictorio, a la desconexión con los entornos próximos y la incomunicación.
Cada día son más los colectivos sociales que se pronuncian al respecto. Percibidos los peligros que entraña el abuso de estos artilugios, cargados por el ‘diablo’ y como enorme puerta abierta para manipular mentes en proceso de formación, ha auspiciado una creciente resistencia por distintos grupos sociales tendente a controlar el uso de los móviles en edades tempranas. Familias que se unen para que la prohibición sea efectiva o profesorado que muestra su hartazgo en los institutos ante la presencia generalizada de móviles en las aulas. La desatención, las distracciones, la dispersión, las adicciones, el ciberacoso o conductas y situaciones tóxicas observadas cada día en los centros educativos. Sin mencionar los conflictos con otras familias que protestan por la retira o confiscación del móvil a su hijo.
Quizá la prohibición del móvil en los centros escolares no sea la solución, sin más. Expertos (pedagogos o psicólogos) no la ven como medida efectiva para paliar el problema. ¿A qué edad sería recomendable que un joven pudiera hacer un uso autónomo del móvil? Quizá sea difícil establecer una cifra. Pero no cabe duda de que a edades tempranas, por debajo de los 16 años, debemos racionalizar su uso, regular espacios, tiempos y aplicaciones, además de acompañar a los jóvenes en la interpretación de los contenidos visualizados.
Es difícil cambiar determinados tics en los adultos, como es difícil aprender un idioma cuando la permeabilidad para la recepción lingüística se ha endurecido en el aprendizaje de las lenguas extranjeras, pero no lo es tanto en cerebros en construcción, mentes que aún poseen una capacidad de aceptación de estímulos, como las de los niños y jóvenes.
Los límites a la inteligencia los impone el hombre sobre otros hombres, cuando los objetivos se dirigen a controlar, oprimir o manipular. La escuela tiene que desaprender de esta perversión, le corresponde asumir un papel transformador de la sociedad basado en los valores más nobles.
La inteligencia humana ha de hacer frente a la inteligencia artificial, evitando una IA sin control. Entretanto, la inteligencia humana debe fortalecerse con habilidades de pensamiento crítico y capacidad de resolución de problemas, facultades tan importantes para desenvolverse en la vida.
*Artículo publicado en Ideal, 26/11/2023