lunes, 27 de noviembre de 2023

INTELIGENCIAS*

 


Hay tantas inteligencias como aptitudes posee la persona. Howard Gardner habló de las inteligencias múltiples y las clasificó en ocho: lingüística-verbal, visual-espacial, lógico-matemática, corporal-cenestésica, musical, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Aunque, acaso, podríamos hablar de algunas más, el cerebro humano, con una mente en expansión sin límites, da mucho de sí.

Al observar la evolución de la mente de un niño vemos lo que es capaz de desarrollar, cuando no se le encorseta su proceso creativo, lejos de las ataduras que luego la condicionarán de adulto. Su inteligencia puede desarrollarse con un sentido enormemente proactivo, como señala José Antonio Marina, al afirmar que las funciones ejecutivas (de hasta once habla en La inteligencia que aprende) se pueden mejorar mediante distintos tipos de entrenamiento. Funciones desplegadas en la formación del niño mediante una buena educación y adecuada interacción con el entorno.

Hoy, a las posibilidades de expansión de las inteligencias que pululan por el cerebro humano, se ha unido la inteligencia artificial (IA), que parece caminar ya por su cuenta. Sin embargo, no olvidemos que se trata de una creación de la inteligencia humana y que, por mucho que dotemos a las máquinas, estas no alcanzarán la capacidad de razonamiento humano en la toma de decisiones.

El filósofo Daniel Innerarity, director de la cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia, que no hace tanto estuvo en Granada impartiendo la lección inaugural en un congreso de la Sociedad Académica de Filosofía, afirma que la IA tiene un problema de inicio: su propio nombre genera más equívocos que claridad, pues “ni es tan inteligente como se suele pensar, ni tan artificial”. En una entrevista en IDEAL (26/10/2023) nos tranquilizaba al expresar: “La imaginación, la poética, la ficción, son actividades en las que las máquinas no nos pueden sustituir”. Los avances en IA, a su juicio, han generado un ambiente de ‘histeria digital’, suscitadas por la vorágine de noticias, desde la exageración, generando demasiados miedos.

La Unesco, en su Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial, definía la IA como una herramienta de enorme potencial, no exenta de “riesgos y preocupaciones éticas”, recomendando “atenuar los riesgos de información errónea, desinformación y discurso de odio, así como los daños causados por el uso indebido de los datos personales”.

ChatGPT o Bard son herramientas digitales que nuestros estudiantes utilizan ya para la elaboración de sus trabajos. Hay quien equipara este nuevo acceso al ‘conocimiento’ con el ‘Rincón del vago’, esa web que facilita el intercambio de apuntes y trabajos. La IA ha venido para quedarse, los móviles y el resto de artefactos tecnológicos y cibernéticos, también. El mundo de la educación debe de estar abierto a su utilización didáctica, sin convertir los nuevos avances digitales en un enemigo al que hay que erradicar, más bien es su uso el que hay que preservar y reconducir.

El debate está abierto. Una de sus variables: el uso de los móviles en los centros escolares y universitarios. Sabemos que las jóvenes generaciones están expuestas y desprotegidas (las adultas, igualmente) a un universo digital del que desconocemos sus intenciones y límites. El acceso sin control de los móviles expone a niños y adolescentes a la violencia, el abuso, la pornografía, noticias falsas y, lo que es más contradictorio, a la desconexión con los entornos próximos y la incomunicación.

Cada día son más los colectivos sociales que se pronuncian al respecto. Percibidos los peligros que entraña el abuso de estos artilugios, cargados por el ‘diablo’ y como enorme puerta abierta para manipular mentes en proceso de formación, ha auspiciado una creciente resistencia por distintos grupos sociales tendente a controlar el uso de los móviles en edades tempranas. Familias que se unen para que la prohibición sea efectiva o profesorado que muestra su hartazgo en los institutos ante la presencia generalizada de móviles en las aulas. La desatención, las distracciones, la dispersión, las adicciones, el ciberacoso o conductas y situaciones tóxicas observadas cada día en los centros educativos. Sin mencionar los conflictos con otras familias que protestan por la retira o confiscación del móvil a su hijo.

Quizá la prohibición del móvil en los centros escolares no sea la solución, sin más. Expertos (pedagogos o psicólogos) no la ven como medida efectiva para paliar el problema. ¿A qué edad sería recomendable que un joven pudiera hacer un uso autónomo del móvil? Quizá sea difícil establecer una cifra. Pero no cabe duda de que a edades tempranas, por debajo de los 16 años, debemos racionalizar su uso, regular espacios, tiempos y aplicaciones, además de acompañar a los jóvenes en la interpretación de los contenidos visualizados.

Es difícil cambiar determinados tics en los adultos, como es difícil aprender un idioma cuando la permeabilidad para la recepción lingüística se ha endurecido en el aprendizaje de las lenguas extranjeras, pero no lo es tanto en cerebros en construcción, mentes que aún poseen una capacidad de aceptación de estímulos, como las de los niños y jóvenes.

Los límites a la inteligencia los impone el hombre sobre otros hombres, cuando los objetivos se dirigen a controlar, oprimir o manipular. La escuela tiene que desaprender de esta perversión, le corresponde asumir un papel transformador de la sociedad basado en los valores más nobles.

La inteligencia humana ha de hacer frente a la inteligencia artificial, evitando una IA sin control. Entretanto, la inteligencia humana debe fortalecerse con habilidades de pensamiento crítico y capacidad de resolución de problemas, facultades tan importantes para desenvolverse en la vida.

 *Artículo publicado en Ideal, 26/11/2023

domingo, 12 de noviembre de 2023

LA CUESTIÓN NACIONAL*

 


No me gusta que me estrechen el objetivo de la cámara cuando miro al horizonte de la vida y la historia, y más si los que enfocan pretenden manipularlo y dirigirlo solo hacia donde les interesa en asuntos que a todos nos conciernen. Nunca la mirada al analizar temas de enjundia puede ser sesgada, parcial o miope.

En política es fácil que esto ocurra. La acción política que se ejerce en nuestros días suele ser pobre y ‘tacticista’, contagiada por el principio de inmediatez y rédito rápido, propio de las sociedades posmodernas. Hoy día es fácil que se imponga el relato al argumento, el eslogan al análisis. La sociedad de usar y tirar ha invadido el discurso político, se ajusta a consignas y lemas que propagan mensajes vacuos para receptores que solo se detienen en la espuma de los hechos o el titular de prensa. El relato combina ideas fáciles de entrelazar para remover las entrañas, nunca el intelecto, dirigidas a ese despistado receptor que le cuesta introducir variables discursivas que rompan el hilo argumental hábilmente pergeñado en gabinetes de comunicación.

El 31 de octubre se debatió en el Ateneo de Granada el tema “Visiones políticas y jurídicas sobre la amnistía”, relativa al ‘procés’, cuyo acuerdo indica que facilitará la investidura de Pedro Sánchez. Participaron representantes de PP y PSOE, y el catedrático de Derecho Constitucional Agustín Ruiz Robledo. El debate alcanzó un excelente nivel argumental por parte de los intervinientes y asistentes participantes. Cuando se debate en foros extraparlamentarios, como el Ateneo, mejora sustancialmente el análisis. No obstante, quizá faltó la visión histórica del conflicto independentista, que no se completa sin una mirada a la historia de España. Para comprender el presente, el pasado nunca se puede olvidar.

Aquel terremoto político que tambaleó el país hace seis años no se explicaría sin algo que parece fundamental en el análisis de la realidad histórica de España: la cuestión nacional. Nuestro país es fruto de un proceso histórico de siglos, cargado de no pocas tensiones territoriales, desde aquella ‘unificación’ de los reinos peninsulares con los Reyes Católicos. El devenir histórico ha estado salpicado de no pocos momentos conflictivos de corte nacionalista, algo que nunca se ha solventado definitivamente, aunque sí se hayan sucedido períodos de relativa calma. Centralismo, federalismo, foralismo, autonomismo, cantonalismo, nacionalismo, independentismo…, han sido conceptos presentes en la historia y han generado controversias y tensiones en este país. Mucho se ha escrito sobre qué es España. Ahí están Ortega, Machado, Madariaga, Albornoz o Laín Entralgo.

Siempre he abominado del sustrato ideológico que sustenta el nacionalismo, como se abominó en el debate del Ateneo, llámese vasco, catalán, gallego o español. Todos propugnan ideas de exclusión y criminalización del que no piensa como ellos. Así lo vivimos hace seis años con los que deseaban una Cataluña independiente, excluyendo a cientos de miles o millones de personas; o durante cuarenta años en el País Vasco con el terrorismo de ETA, llenando de dolor, muerte y silencios tantas vidas.

Los países europeos que hoy conocemos son el producto de una evolución histórica sostenida en procesos de unificación y fragmentación, siempre bajo la impronta de generar conflictos nacionales e internacionales, algunos de una violencia extrema, como la disgregación de Yugoslavia. Francia con corsos o alsacianos, Gran Bretaña con escoceses o galeses, o Italia con sardos o sicilianos. La estabilidad de los países europeos para mantener sus territorios unidos ha dependido siempre de altas dosis de negociación política. El uso de la fuerza, salvo en contadas ocasiones por motivos de terrorismo, ha sido menos frecuente. El diálogo es un elemento fundamental para alcanzar una convivencia colectiva, respetuosa con las diferencias, frente a la intransigencia y la imposición. Dialogar no es claudicar, que conste.

España no es una excepción, la cuestión nacional está presente en su historia, nunca ha desaparecido. Las diferencias territoriales en el Estado español quedaron reflejadas en la Constitución con los conceptos de nación y nacionalidades, reconociendo en el artículo segundo no solo las nacionalidades, también la solidaridad que ha de primar entre ellas. Esa otra parte de España que ha estallado en la democracia: Cataluña y Euskadi, no se va a disipar para nunca volver. Habrá brotes independentistas en tres o cuatro décadas, y será parte de nuestra ‘historia futura’. Creer que esto no volverá a suceder es una entelequia. Todo lo que podamos construir ahora para que no vuelva, será útil.

No sé si todavía nos sentiremos ciudadanos del mundo y con capacidad para detectar las diferencias que impiden sentirnos iguales. No sé si la idea de ‘nación española’ es compartida en todos los territorios. Tampoco si nos une o nos separa, o si ciudadanos de de otras nacionalidades están dispuestos a compartir el sentimiento de ser ‘español’. No sé si sentirse español impide sentirse catalán, vasco o gallego, desterrando cualquier sentimiento excluyente, impositivo o represivo. Ser español debería basarse en el respeto a todas las sensibilidades existentes en España, lo que no significa que aceptemos la segregación de determinados territorios.

Los nacionalismos se reavivan de cuando en cuando, nunca se van, los activan las crisis ideológicas, económicas o políticas, cuando decae el pensamiento que sustenta una visión universal y planetaria de la humanidad. Actualmente el nacionalismo ha rebrotado en el mundo, la insolidaridad, también. Lo vemos en Rusia, lo vimos en el America first de Trump, lo advertimos en tantos países donde priman solo sus intereses. Solo la Unión Europea, único organismo supranacional, resiste este embate, no sin fisuras internas.

 *Artículo publicado en Ideal, 12/11/2023