Según se dice, Franco nunca
manifestó que lo enterraran en el Valle de los Caídos. Si allí reposan sus
restos, lo traicionaron los que tanto lo querían. Es lo habitual cuando uno se
muere, por muy poderoso que se haya sido, los familiares luego hacen lo que les
viene en gana. ¡Pobres muertos! Y es que después de muertos, mandamos poco.
Salvo que nos encontremos una
sorpresa al levantar la lápida de tonelada y media, la estancia de Franco
embalsamado tiene los días contados en ese adefesio constructivo que se levantó
sobre la roca del valle de Cuelgamuros en la sierra de Guadarrama con el sudor, la sangre y la vida de miles de
prisioneros de la dictadura. Pero, por un instante, pensemos: ¿y si Franco no
estuviera enterrado allí?, ¿y si el féretro que descendieron con gruesas cuerdas
apareciese vacío? ¡Menudo lío! Parece que estoy viendo a Berlanga tomando nota
desde el cielo de todo esto, por si acaso es verdad lo de la resurrección de
los muertos y puede rodar una nueva película titulada: “Tribulaciones de un
dictador en su sepultura”.
Tiempo hemos tenido de mirar
bajo la lápida, pero la cosas no ocurren cuando uno quiere, sino cuando llega
su momento. Que la exhumación de los restos de Franco no se hiciera antes, tal
vez sea porque ahora han llegado unos valientes o es cuando nos hemos liberado
de los últimos miedos que propiciaban tantos silencios urdidos en el fantasma
de aquella recordada represión, y hayamos superado ese miedo a la libertad al
que aludía Erich From. Porque para mí que ha durado su tiempo. Consciente o
inconscientemente, sospecho, que ese miedo sigue presente en un puñado de nuestras
neuronas, de esas que andan perdidas por nuestro cerebro.
Hace unos días, el padre de
un conocido mío, tocado por algún grado de demencia senil, decía que no se
puede hablar mal de Franco, que manda mucho. Su mente ha debido quedar anclada
en aquellos días revueltos de 1976 ó 77, recién muerto el dictador, cuando la
gente se echada a la calle para clamar libertad. En aquellos días, en muchas
casas se mandaba callar si alguien osaba alzar con cualquier grito que hablara
de liberación. No estaban las cosas claras todavía. Como no lo estuvieron
durante algunos años más. Los más viejos decían que las paredes seguían
escuchando. ¡Y vaya que si escuchaban! La ultraderecha anduvo revuelta, incluso
asesinando, más tiempo del que quisimos, y en los cuarteles el retrato de
Franco ha presidido hasta no hace mucho tiempo algunas estancias.
Ese miedo a la libertad ha
debido quedar larvado en nuestras neuronas en estos cuarenta años de democracia.
Por eso ahora se va a sacar al dictador del Valle de los Caídos y no antes, porque las
cosas pasan cuando pasan, y ha llegado el momento de exhumar sus restos y que
vayan a parar a otro lugar, lejos de ese monumento donde su presencia machaca
día a día a miles de muertos que hay allí, sepultados por obra y gracia de la
represión que ese general ejerció durante su vida como mandamás.
Y llegado este momento
histórico, época de tantos desahucios por mor de la crisis económica, digamos que ¡ya le tocaba a este inquilino sin contrato ni nada! y que no hay mejor lugar para erigir un centro de la memoria colectiva reciente que el Valle de los Caídos.