lunes, 19 de agosto de 2013

REPRESIÓN EN EGIPTO: NO, NO Y MIL VECES NO

A mí no me gustaría que los islamistas me impusieran sus doctrinas y sus normas, que me hicieran un molde para mi manera de vivir y de pensar. La deriva del gobierno de Morsi parece que iba por ese camino: la de abortar las posibilidades democráticas de Egipto, la de extender, no sin imposiciones, el modo islámico de entender la vida hasta acabar generalizando la sharía. A mí no me gustaría vivir en un país donde no se puedan mostrar los pensamientos y la opinión de lo que acontece a mi alrededor. Como me pasaría en Cuba o Corea del Norte, como ocurre en China. Todo indica que esto es lo que estaba pasando en Egipto, a pesar de estar gobernando un partido que había ganado unas elecciones democráticas.

Va a hacer tres años en que se produjo el estallido del fenómeno de la ‘primavera árabe’. Obama pensó que había llegado la hora de hacer un lifting en todas las dictaduras de países árabes que, aun siendo un bastión aliado, afeaban la imagen por su falta de democracia. Entonces se dio el ‘impulso’ necesario para que se produjera el desalojo de esos incómodos dictadores: Gadafi, Mubarak, Ben Alí… En algunos casos la cosa fue rápida, pero en otros se ha enquistado de manera que no trae más que muerte y destrucción (fijémonos en Siria). Había que dar una mano de barniz democrático a todo ese mundo que provocaba repelús en Occidente, para que todo pareciera pasado por el tamiz de la noble democracia en países de cultura musulmana, sin necesidad de invadir un país (como lo hizo el torpe de Bush en Irak, entre otras razones).

Pero no se contó (supongo que sí, tan torpes no son, debieron calibrar el riesgo) con ese factor extremista al que se refería Vargas Llosa en su artículo de El País, “La quinta columna” (11/08/2013), representado por la creciente presencia en los movimientos revolucionarios de un sector islamista radical.

El caso más paradigmático, por su evolución, fue el de Egipto. Se derroca a un gran aliado, Mubarak, utilizando la impasibilidad de los generales de su Ejército, cuyo derrocamiento no hubiera ocurrido sin su consentimiento. Y llegaron las elecciones democráticas. Y ganó el partido de los Hermanos Musulmanes. Entonces Morsi formó gobierno y pasó lo que hemos apuntado al principio, generándose un molestar hacia este gobernante y la posterior posibilidad de apartarlo del poder. Para ello se recurre a una solución bastante común: un golpe de Estado por parte de los militares. Una solución más vieja que la peste.

No sé quien habrá instigado el golpe de Estado en Egipto. Si habrán sido sólo los militares, o habrá alguien que les haya empujado, ¿EEUU, tal vez? Pero lo cierto es que esta solución nunca es buena, porque el Ejército no es precisamente un poder demasiado democrático. Y ha pasado lo que tenía que pasar: una dura represión que está causando destrucción y centenares de muertos. Algo que nunca tiene justificación.

No, no y mil veces no al camino de la represión y la crueldad como modo de acallar las protestas. Es el recurso de los tiranos y de los que piensan que con el terror, al más puro estilo del fascismo, van a doblegar a los pueblos. Acaso los callen momentáneamente, pero no doblegarán sus sentimientos ni sus deseos. Y lo peor: crearán un sentimiento de resistencia que no sabemos hacia donde nos llevará en Egipto. Si a una guerra civil o a generar una dinámica terrorista que derive en continuas masacres de inocentes.

domingo, 11 de agosto de 2013

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN Y LA CONJURACIÓN DEL SILENCIO

Hace unas semanas estuve en Guadix impartiendo una ponencia sobre Pedro Antonio de Alarcón en un curso de verano del Centro Mediterráneo de la Universidad de Granada, en calidad de biógrafo del personaje. El lugar de la celebración del curso es uno de esos rincones que atesora la ciudad de Guadix: la sede de la Fundación del Pintor Julio Visconti. Recomiendo la visita a esta ciudad, nadie saldrá defraudado.

El título de mi conferencia: “Pedro Antonio de Alarcón: una personalidad entre la controversia y la genialidad” me hizo adentrarme en la personalidad de este accitano ilustre que tan significado protagonismo tuvo en la España del siglo XIX. La vida intensa, apasionada y azarosa de Alarcón estuvo trazada en un decurso continuo entre aquel niño que se embelesaba con los secretos que escondía su ciudad natal y, en especial, la catedral y las bibliotecas de la ciudad; el adolescente que hizo sus primeros pinitos literarios en el Guadix melancólico y de paso vacilante que había dejado la guerra contra los franceses; y el impetuoso y arrogante provinciano que con firme convicción se trasladó a Madrid para ser periodista primero, político después y notable novelista más tarde. Aunque, para ser más exactos, siempre fue las tres cosas al mismo tiempo.

Entre todas las decisiones que tomó en su vida, quizá la que adopta al final de ella, y que le lleva a dejar de escribir, es la menos explicable. La madurez de ese tiempo debería haberle dado el necesario equilibrio para no adoptar semejante decisión ante la adversa crítica literaria hacia sus obras. Es posible que podamos explicar algunos episodios de su juventud por la propia inmadurez y la vehemencia en el modo de actuar de Alarcón, pero lo del final de su vida es un misterio que, sin desligarlo de la personalidad que exhibió en sus cincuenta y nueve años de existencia, sí sería una buena excusa para realizar un profundo estudio psicológico del personaje. Pensó que contra la publicación de La Pródiga (octubre de 1881), y las críticas anteriores a sus otras novelas, se orquestaba una total injusticia. Esto le llevó, cuando apenas contaba con cincuenta años, con inusitada exasperación y certeza a afirmar que contra sus obras existía la que denominó como ‘conjuración del silencio’.

Fuera esto cierto o no, o respondiera a una realidad imaginada por Alarcón, lo que sí es indiscutible es que aquel momento marcó un punto y final en su trayectoria literaria. ¿Quién lo diría?, él, que había sido azote de reyes, presidentes, ministros, políticos y literatos, sucumbía ahora ante un montón de palabras en su contra.

Es cierto que nuevas figuras empezaban a copar el panorama literario español de su tiempo (Galdós, “Clarín”, Pardo Bazán...), y que aportaban una visión nueva de la vida española trasladada a sus obras, pero el abandono de la pluma fue una postura excesivamente drástica y desmesurada para responder a esas críticas, cuando sabemos que su aceptación entre los lectores se mantenía en cotas muy elevadas (vendía más libros que nadie). Sin embargo, muchos de los que él consideraba enemigos ensalzaban sus dotes literarias y reconocían su mérito. Emilia Pardo Bazán se dirigía a él en 1882 para suplicarle que no dejara de escribir. Le decía: “¿Querrá usted que le rueguen? Pues véame ya con las manos juntas y suplicando no nos deje en tal desamparo [...] No tiene usted derecho para desertar”.

Pero Alarcón se veía a sí mismo ya bastante gastado: “Estoy viejo y enfermo —escribía el 8 de mayo de 1886— y, además, me he aplastado en mi casa, al lado de mi mujer y de mis hijos, y con media docena de amigos en prosa, jugadores de tresillo o de dominó, que ponen el grito en el cielo cuando les falto”.

¡Qué actitud más apática!, difícil de entender en un hombre que había derrochado vitalidad durante toda su vida.

domingo, 4 de agosto de 2013

LECTURAS PARA EL VERANO

Ahora que el calor del verano marca los ritmos de nuestra existencia, y la gente que puede escapa a la playa o a la montaña, mientras otros muchos se quedan en casa porque su economía no se lo permite, vemos que los periódicos suelen incluir esos relatos breves encargados ex profeso a escritores que despuntan. Se trata, según se dice, de relatos apropiados para una lectura rápida en verano sin muchas exigencias. Pero hay otra manera de llamar la atención sobre la lectura en verano, son las recomendaciones de las llamadas lecturas ‘refrescantes’ o de entretenimiento: historias de novela negra, de aventuras o de evasión. Hay tras ello, entre otras razones, una sana pretensión de estimular la afición a la lectura en esas personas que leen poco o, simplemente, no leen. Es como si se trasladara en verano una imagen de la lectura diferente a la de otras estaciones del año, como si en estas la literatura a leer fuese la más seria y en el estío no.

No sé por qué (o sí sé por qué) pero estoy en desacuerdo con esta visión ‘refrescante’ de la lectura justo en la época en que, tal vez, tenemos más tiempo para leer. El calor del verano también se combate con buenas lecturas. Alguna vez recuerdo haber preparado mis libros para el verano y no se me ocurría hacer distinciones entre lecturas de evasión y lecturas sesudas. Para mí todas las lecturas te evaden, te trasladan a realidades conocidas o desconocidas, y una vez sumergido en ellas carece de importancia la época del año en la que estés. En todas las lecturas hay una aventura por vivir, la que mejor se acomoda al gusto de uno mismo. ¿Por qué no se puede leer algo de lo recomendado en verano en invierno o primavera?

Este verano lo he comenzado con Rabos de lagartija de Juan Marsé, pospuesta su lectura tantas veces que me asombra ver cómo han pasado treces años desde su publicación. Nunca es tarde. Hace algunos días, en un curso de verano de la Universidad de Granada, estuve hablando de Pedro Antonio de Alarcón y me refería a su capacidad narrativa, a la intensidad de la narración en Alarcón, a su juego con el tiempo de la historia, a cómo desnuda a los personajes o al arte que exhibe en el uso de las palabras, y entonces de continuo me acordaba de Marsé. El arte narrativo de Juan Marsé es sublime. La facilidad para jugar con el tiempo y los personajes, sencillamente genial.

Rabos de lagartija es la novela con la que ganó en 2001 el premio Nacional de Narrativa. En ella la atmósfera está dominada por la tristeza y el desaliento de unos personajes atrapados por un tiempo gris y apático. La pelirroja, David, el desdichado Paulino o el inspector Galván son fiel ejemplo de ello. Y este último, especialmente, en una continua contradicción en la que parece pretender de modo incansable la búsqueda de su propia redención en un régimen policial brutal, del que es parte ejecutora, a través de un amor imposible. Y David o Pauli, dos aspirantes a adolescentes, despistados en la vida que les ha tocado vivir, que ven cómo han de madurar más rápido que lo hace su cuerpo. ¡Qué jodida realidad más triste vive esa gente!

Ahora me toca algo de ensayo: Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina y Los pilares de la ciencia de Miguel Artola (un historiador que ha sido clave en mi formación) y José Manuel Sánchez Ron. Después, o casi al mismo tiempo, según me pida el cuerpo, seguiré con Marsé. Sin olvidar ese otro tiempo que dedique a escribir, pues la novela que me ha llevado varias veces a tierras de Euskadi está cogiendo ya cuerpo, disipando las primeras dudas.