Aquel verano del 73 cada mañana me levantaba a las siete para estar antes de las ocho enfrentándome a integrales, derivadas, trigonometría y otras lindezas matemáticas. Nunca había sentido el peso que un examen en septiembre tiene en los ardores del verano, por eso lo mejor era aprovechar el frescor matutino antes de que la calina se adueñara de mis fuerzas.
Unos meses de adolescente avidez por descubrir nuevas sensaciones de la vida adulta me habían despistado lo suficiente como para tener mi primera experiencia de un examen en los primeros días de septiembre.
Cuando ajusté cuentas con mi vida académica, aproveché para recobrar todas aquellas actividades que el verano me había privado: alargar el tiempo metido en la cama o frecuentar más tiempo la piscina Miami.
La normalidad que había recuperado en mi vida personal contrastaba con la agitación que se vivía en Chile desde hacía unos meses. Y que se intensificó en los días posteriores a mi examen de matemáticas con el asedio sanguinario que un general golpista, Augusto Pinochet, sometía al palacio de la Moneda, la residencia del presidente Salvador Allende.
Uno a veces siente la enorme impotencia de ver cómo en la historia se comenten grandes tropelías y la impunidad se impone. Es un sentimiento de impotencia comparable al que te provoca la visión del deslizamiento de tierra de una ladera henchida por el agua de la lluvia sin que nada puedas hacer.
La descarada intervención de EEUU en el Chile de Allende, bajo la instigadora sombra de Henry Kissinger, dio alas para acabar con la vida del presidente. La imagen que corona esta entrada, en la que el presidente Allende sale del palacio de la Moneda ataviado con un casco desabrochado, es la metáfora del valiente que no teme por su vida sino por sus principios. Poco después moriría y su crimen velado por las versiones de su muerte: ¿asesinado o suicidio?
Ahora conocemos la noticia de que la Justicia chilena investigará por primera vez la muerte de Salvador Allende. Han transcurrido casi cuatro décadas y se da el paso que debió darse hace mucho tiempo. Son de esas pocas ventanas que andando el tiempo se abren a la esperanza.
A las impunidades habidas en la historia algunas veces les llega la hora de ajustar cuentas. Muchos dictadores y crueles mandatarios se van de rositas eludiendo responsabilidades de sus crímenes durante su vida, pero a veces ocurre que aunque la historia siempre los juzga puede que también lo haga la Justicia.
La imagen que corona esta entrada me trae el recuerdo de las canciones de Víctor Jara, una de las víctimas inmediatas de la represión que desató el golpe de Estado. Las canciones que en los años siguientes inundaron mis oídos y mi conciencia.
Todavía faltaba casi un mes para que volviéramos al instituto de aquel verano interminable del 73, ocupado de matemáticas, partidas de ping-pong al salir de las madrugadoras clases matutinas y de calores que aletargaban el ánimo.
En octubre volví a mis clases con el propósito de no repetir la experiencia de septiembre. Chile sucumbió en el miedo, la represión y la tortura durante muchos años.
Ahora, si se esclarecen las circunstancias de la muerte de Salvador Allende, al menos nos quedará el consuelo de esclarecer y dignificar el tributo que tuvo que pagar por defender sus principios y la democracia que las fuerzas de la sinrazón estaban a punto de violentar.
Y entre tanto Víctor Jara antes de morir dejó testimonio del horror que se desató:
Unos meses de adolescente avidez por descubrir nuevas sensaciones de la vida adulta me habían despistado lo suficiente como para tener mi primera experiencia de un examen en los primeros días de septiembre.
Cuando ajusté cuentas con mi vida académica, aproveché para recobrar todas aquellas actividades que el verano me había privado: alargar el tiempo metido en la cama o frecuentar más tiempo la piscina Miami.
La normalidad que había recuperado en mi vida personal contrastaba con la agitación que se vivía en Chile desde hacía unos meses. Y que se intensificó en los días posteriores a mi examen de matemáticas con el asedio sanguinario que un general golpista, Augusto Pinochet, sometía al palacio de la Moneda, la residencia del presidente Salvador Allende.
Uno a veces siente la enorme impotencia de ver cómo en la historia se comenten grandes tropelías y la impunidad se impone. Es un sentimiento de impotencia comparable al que te provoca la visión del deslizamiento de tierra de una ladera henchida por el agua de la lluvia sin que nada puedas hacer.
La descarada intervención de EEUU en el Chile de Allende, bajo la instigadora sombra de Henry Kissinger, dio alas para acabar con la vida del presidente. La imagen que corona esta entrada, en la que el presidente Allende sale del palacio de la Moneda ataviado con un casco desabrochado, es la metáfora del valiente que no teme por su vida sino por sus principios. Poco después moriría y su crimen velado por las versiones de su muerte: ¿asesinado o suicidio?
Ahora conocemos la noticia de que la Justicia chilena investigará por primera vez la muerte de Salvador Allende. Han transcurrido casi cuatro décadas y se da el paso que debió darse hace mucho tiempo. Son de esas pocas ventanas que andando el tiempo se abren a la esperanza.
A las impunidades habidas en la historia algunas veces les llega la hora de ajustar cuentas. Muchos dictadores y crueles mandatarios se van de rositas eludiendo responsabilidades de sus crímenes durante su vida, pero a veces ocurre que aunque la historia siempre los juzga puede que también lo haga la Justicia.
La imagen que corona esta entrada me trae el recuerdo de las canciones de Víctor Jara, una de las víctimas inmediatas de la represión que desató el golpe de Estado. Las canciones que en los años siguientes inundaron mis oídos y mi conciencia.
Todavía faltaba casi un mes para que volviéramos al instituto de aquel verano interminable del 73, ocupado de matemáticas, partidas de ping-pong al salir de las madrugadoras clases matutinas y de calores que aletargaban el ánimo.
En octubre volví a mis clases con el propósito de no repetir la experiencia de septiembre. Chile sucumbió en el miedo, la represión y la tortura durante muchos años.
Ahora, si se esclarecen las circunstancias de la muerte de Salvador Allende, al menos nos quedará el consuelo de esclarecer y dignificar el tributo que tuvo que pagar por defender sus principios y la democracia que las fuerzas de la sinrazón estaban a punto de violentar.
Y entre tanto Víctor Jara antes de morir dejó testimonio del horror que se desató:
Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en totalen las ciudades y en todo el país?
…...
¡Cuánta humanidad
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en totalen las ciudades y en todo el país?
…...
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!