El pasado día de Nochebuena murió el politólogo Samuel Huntington, el artífice de la célebre ‘teoría del choque de civilizaciones’, y bien parece que hay quien se ha empeñado en tributarle un homenaje y hacer cumplir su teoría con la irrupción del conflicto que Israel ha generado en Gaza.
En estos días se escuchan voces que hablan de que esta ya larga, por más de cuarenta años, y abominable presión bélica que Israel está infligiendo al pueblo palestino, y que el episodio que nos ha animado estas navidades no es más que un botón de muestra, pudiera constituir una tentativa de limpieza étnica. Lo cierto es que los hechos en ocasiones parecen darle la razón a los que sostienen esta tesis, pues a veces Israel ha actuado practicando auténticas razzias con un sentido de eliminación del contrario. No olvidemos, a modo de ejemplo, la ignominia de Sabra y Chatila de 1982.
No sé si cabría calificar esta desproporcionada y vergonzante actuación militar de Israel en Gaza sobre civiles -víctimas inocentes de una sinrazón más- de limpieza étnica, genocidio u otro término similar que estableciera la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 260 A (III), de 9 de diciembre de 1948. Pero de lo que estoy seguro es que la obsesión por eliminar al enemigo colectivo en toda su extensión no es la solución, por mucho que forme parte de la lógica macabra y paranoica de algunos dirigentes. No funcionó en el genocidio armenio de 1915, ni en la limpieza étnica en Bosnia o en Kosovo, ni la intentona de la Rusia de Putin en Chechenia, ni siquiera la carnicería del sonrojante episodio de hutus contra tutsis de 1993 en Ruanda, ni el holocausto hitleriano con los judíos, ni lo hará en Sudán o el Congo. Esta fórmula, aun cuando causa enorme dolor, nunca ha funcionado más que en un tiempo histórico concreto, sencillamente porque los pueblos son más poderosos que los verdugos que idean su exterminio y consiguen renacer desde el sentimiento, las ideas y la historia que los une.
Durante siglos, distintos Estados han intentado acabar con el pueblo judío, el pueblo de la diáspora, y ninguno lo ha conseguido. Pero lo más lamentable es que este mismo pueblo, el Estado de Israel, aquello que ha sufrido históricamente se lo está causando al pueblo palestino. Y como coartada, esgrime el terrorismo. Primero fue la OLP de Arafat la razón de todos sus males, y no se quisieron entender con ella, después Fatad con quien no han buscado soluciones (¿o quizá no interesa encontrarlas?) y ahora es Hamás, que acaso sea la consecuencia de la política de prepotencia, de hostigamiento continuo e intransigencia acometida por Israel en la zona.
Seguramente habrá razones políticas, económicas y geoestratégicas que se esgrimirán en debates de salón para justificar la agresión israelí, pero la realidad es que cada golpe, cada castigo, cada bomba o cada misil que se lance contra los palestinos causará víctimas inocentes. Y ante esta razón huelga cualquier otra de alta política, más próxima a las ambiciones personales y políticas de un partido y lejana, a todas luces, de las razones humanitarias que son las que tienen que prevalecer en la política del siglo XXI. Pues las que dominaron el siglo XX fueron las otras, las que esgrime Israel y las que blandió el trío de las Azores en su aventura iraquí.
Para nuestro recuerdo, tras la guerra civil, el régimen triunfante comulgó de estas prácticas genocidas. En un tétrico ejercicio de limpieza étnica el régimen franquista obligó a centenares de miles de españoles a salir al exilio, pues en su defecto los que quedaron lo hicieron para padecer o morir. Ni rojos ni masones, ni ateos ni homosexuales, a ninguno se les permitió formar parte de la ‘sociedad inmaculada’ que nacía con el nuevo régimen. Muchos hubieron de irse, tuvieron que salir como hoy asistimos a la vergonzosa trashumancia de miles de refugiados en el mundo, ya que los que se quedaron sufrieron cárcel, trabajos forzados o la muerte en un paredón o en una cuneta.
La limpieza étnica nunca ha funcionado. A lo largo de la Historia ha causado mucho dolor pero no se ha logrado en su totalidad. Aquellos que han hecho de ella su bandera política jamás han conseguido el principal objetivo que pretendían: el exterminio de todos y cada uno de los destinatarios de la acción. Por el contrario, lo que sí han conseguido las más de las veces es la germinación de la semilla del odio, del rencor y del ansia de venganza. Y esto es lo que está sembrando Israel en estos momentos en Gaza.
La Historia ha desmentido a los mandatarios afectados por esta obsesión freudiana de devorar al enemigo, de aniquilar a pueblos enteros y con ellos el componente étnico, racial o religioso que les molestaba. Algunos no llegaron a corroborarlo, la muerte los liberó, otros lo ven desde la cárcel y, quizás, algunos lleguen también a verlo en un futuro desde este mismo lugar. El genocidio ni siquiera ha funcionado con el pueblo más perseguido de la Historia: el pueblo judío. Y este pueblo lo sabe, aunque muchos de sus dirigentes por lo visto parece que no o, tal vez, no les interesa saberlo porque les acucian otros afanes políticos o, más bien, ciertos intereses espurios.
Hoy Israel quiere acabar con Hamás matando uno por uno a sus miembros como si de espigas se tratara. Para ello utiliza todo su poder militar, y en su avance mueren niños y mujeres indefensos, se prohíbe la ayuda humanitaria y se coarta la libertad de prensa no dejando a los periodistas acceder a la zona de conflicto. Entretanto, su ministra de Exteriores, Tzipi Livni, sale por las cancillerías europeas de gira justificando estos daños como parte del juego. Y, en su afán de justificar, no se le cae la cara de vergüenza porque a buen seguro piensa que pronto habrá elecciones en Israel, y ella se juega demasiado.
*(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 12 de enero de 2009)