Dos años de enfrentamientos dialécticos, movilizaciones, mareas verdes por las calles de España, huelgas, manifestaciones, riadas de tinta en los periódicos, reportajes de televisión, discusiones en programas de radio, sesiones parlamentarias… Dos años hablando de un proyecto de ley de reforma educativa que el PP promovió por medio de su ministro de Educación, José Ignacio Wert. Dos años que han concluido con enconadas defensas de postulados, de defensa de intereses de grupo, con mil argumentos a favor o en contra del contenido de esta ley. Pero también dos años en los que nadie se ha atrevido a mencionar que la solución a todo esto era, antes que cualquier otra cosa, un pacto por la educación.
Desde que se dieron los primeros pasos por el ministro Wert para poner en marcha una reforma educativa en este país las ideologías dominantes se pusieron en guardia para dirimir una guerra en torno a la educación, pero no mirando a la educación. Los partidos políticos, asociaciones o sindicatos se alinearon, y los medios de comunicación igual. Todos tomaron partido por un puñado de ideas que cada cual pensaba defendían honestamente su visión de la educación, pero ninguno, a pesar de cacarear tanta defensa de la educación, tomó partido por ella. Todos miraron sus intereses haciéndonos ver que defendían la libertad, el derecho a la educación o la escuela pública, pero ninguno defendía la educación.
El establishment de una tendencia u otra, a favor o en contra de la ley, marcaron las directrices, señalaron el camino, cuál debía ser el argumentario adecuado en cada caso, por dónde habían de ir las posturas, los pensamientos expresados, los debates, las ideas…, pero se silenció hablar de un pacto por la educación.
A la ideología dominante, a los grupos fácticos, a los ‘pergeñadores’ de ideas y de opinión, a los que establecen los relatos que interesan en cada momento, llámese gobierno, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, parecía que no les gustaba que se hablara de pacto por la educación. Era como si antepusieran la convenida polémica generada en torno a la LOMCE para polemizar, no en beneficio de la educación sino en beneficio de la renta política que se pudiera sacar en el envite.
El discurso a favor de un pacto por la educación no ha sido aceptado como aportación al debate. Y no ha sido aceptado porque quizá hubiera significado dejar yermo el interés por la batalla y hubiera obligado a buscar consenso y acuerdos. Hablar de un pacto por la educación no ha entrado dentro del pensamiento dominante que había decidido cuál debía ser la hoja de ruta de este esperpento nacional en que se ha convertido la tragicomedia sobre una ley educativa sinsentido. Entre tanto, todos diciendo que defendían la educación, y la educación sin que nadie la defendiera.
La polémica en torno a la educación suscitada por la ley Wert hubiera tenido una tercera vía: la que propugnaba un pacto por la educación, pero a lo que se ve a ninguno de los contendientes (partidos, sindicatos, patronales, medios de comunicación) les interesaba que pudiera haberse instalado en el debate nacional.
En todo este asunto la única que ha perdido ha sido la educación en España, que de haber tenido un pacto para que nadie la manosee, ha vuelto a ser utilizada como un títere para intereses oportunistas y desaprensivos.
Ya tenemos la LOMCE, ¿por qué nadie ha hablado de un pacto por la educación?