lunes, 6 de abril de 2020

UN RESPIRO PARA EL PLANETA, UNA EXCUSA PARA MEDITAR*


La calamidad se ha posado sobre nuestro mundo de confort. Un mundo que explota a este planeta hasta llevarlo al límite, que lo agrede sin remisión, que alardea de una suficiencia y prepotencia incuestionables, que criminaliza el discurso de quien disiente y al que disiente, que se regodea en la ignorancia. Es el camino de la posmodernidad que alienta el individualismo, privándonos de mirar hacia los que caminan junto a nosotros. La calamidad ha hecho que ese camino se haya desviado repentinamente hacia otro sendero: el valor de la colectividad, sin la cual es imposible afrontar los retos. Es la distopía que hasta ahora no habíamos conocido.
Esta pandemia es como si la naturaleza se hubiese rebelado contra nosotros. Como si un castigo bíblico pretendiera darnos una lección por nuestros desvaríos, como cuando en el Génesis la corrupción y la violencia en la Tierra ofendió tanto a Dios, que le dijo a Noé: “…está llena de violencia a causa de los hombres, y he aquí que yo los destruiré con la Tierra”. Eso de que nos comamos cualquier bicho que se mueva o destruyamos el medioambiente ha debido ponernos un límite. No somos propietarios de la naturaleza. La Tierra se hartó de los dinosaurios, y los exterminó. A lo mejor está más que harta de los humanos, la especie que más la ha agredido.
Con este Covid-19 la realidad nos ha dado un bofetón en toda regla. De este aprendizaje quizás lleguemos a una nueva realidad. El parón forzado de la actividad humana y económica acaso le sirva al planeta para recuperarse algo, y a nosotros para reflexionar. Aunque no seremos todos, los arrogantes y los prepotentes no están a favor de este parón, desdeñan la peligrosidad del coronavirus.
Hace unos días el republicano Dan Patrick, vicegobernador de Texas, en una entrevista en Fox News, el canal que apoya la reelección de Donald Trump, se despachaba diciendo: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía en bien de sus nietos y no paralizar el país”. EEUU ya estaba siendo acorralado por la pandemia, pero más importante que la vida de los seres humanos era salvar la economía. El neoliberalismo más salvaje se mostraba con descaro, sin pudor. Una respuesta propia del ideario de Trump o de Bolsonaro, partidarios de no paralizar su país, minusvalorando el drama humano de esta pandemia. La distopía es estado puro, el mundo feliz de Huxley, la vida en una burbuja de cristal, fuera de la cual no se valora la vida del ser humano. La voz de los lunáticos imponiéndose al criterio científico, negando el cambio climático y sin importarles la explotación al límite de los recursos del planeta. Igual que las insensatas proclamas del presidente mexicano López Obrador, quien alentaba a que la gente siguiera paseando.
Después de escuchar a Dan Patrick me acordé de Naomi Klein y su teoría del capitalismo del desastre que desarrolla en La doctrina del shock. El neoliberalismo quizás esté buscando una nueva oportunidad en esta pandemia, como la encontró con el 11-S para imponer sus reglas o con la crisis económica de 2008. El gurú del neoliberalismo, Milton Friedman, había diseñado la táctica triunfal del capitalismo contemporáneo: aprovechar una crisis —real o percibida— o un estado de shock de la sociedad para encontrar la oportunidad donde “desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”.
Las continuas informaciones que llegan a la opinión pública sobre la pandemia comparten el daño que está ocasionando a la economía y a la Bolsa, con los estragos producidos en la población: miles de muertos y apuros de la sanidad para atender a cientos de miles de contagiados en crecimiento y la falta de medios para su atención.
Cuando termine esta pandemia se habrá perdido empleo, se habrán producido retrasos en el pago de hipotecas y alquileres, y habrá quien haya perdido parte de su vida. La cobertura social de la población más desfavorecida será una prioridad. Pero, paralelamente, los grandes emporios económicos y financieros demandarán activar cuanto antes el balance positivo de su cuenta de resultados, y mirarán también al Estado.
Los Estados van a salir muy tocados de esta crisis sanitaria, que derivará en crisis económica. El neoliberalismo los ha convertido en un cliente más del mercado (en él compiten por comprar mascarillas). Su misión de protector de la colectividad, no cuenta. El interés público queda al mismo nivel que lo privado. Por lo pronto, nada más desatarse la pandemia, es el Estado quien está dando una respuesta a la misma, y no el gran capital, ni la Bolsa, ni el Ibex-35. No obstante, un acontecimiento catastrófico como éste puede ser una atractiva oportunidad para el mercado neoliberal. Atentos.
La pandemia ha radiografiado lo frágiles que somos. Los deseos de que todo cambie no serán suficientes. Ya pasaron otros cantos al sol, como en la crisis de 2008. Entonces la oportunidad fue para el neoliberalismo, no para nosotros. No tuvo más que introducir sus mecanismos de terror, de miedo a la hecatombe porque el sistema financiero se desmoronaba, y con él la sociedad, para que el poder político lo socorriese en detrimento de la vida de los ciudadanos, mermada por los recortes.
Mucho me temo que cuando la pandemia pase no hayamos aprendido nada, y el capital vuelva a mostrarse insaciable, y las ilusiones del cambio al que aspirábamos nos deje como estábamos, o peor. Y que la naturaleza se enfade otra vez.
* Artículo publicado en Ideal, 05/04/2020.