Este verano, ya finiquitado, no pretendía ofuscarme con los espectáculos que tienen a los animales como objeto de maltrato a lo largo y ancho del territorio nacional. Esa estúpida forma de entender la tradición.
Pero el Parlamento de Cataluña me ha encendido la mecha. En una votación ‘gloriosa’ sus señorías (último pleno de la legislatura) han blindado una fiesta ‘popular’ donde es flagrante el maltrato animal: el ‘correbous’.
En semejantes fiestas, un toro tiene que sufrir el acoso del fuego en la punta de su cornamenta, al tiempo que el acoso de una turba de individuos enloquecidos por la euforia y el divertimento. Según los lugares, incluso puede terminar en el mar.
A finales de julio este mismo Parlamento prohibía las corridas de toros en Cataluña por su crueldad y maltrato de estos animales.
Hay quienes han interpretado ambas votaciones como un ejercicio de doble moral. Al referirse a esta última piensan que está mediatizada por la inminencia de dos procesos electorales: autonómicos y municipales. En la prohibición de las corridas de toros consideran que se hizo por su connotación españolista. Pero esto se lo dejo a otros que juzgarán esta doble moral e hipocresía.
Es posible que sus señorías se hayan amparado para la votación del ‘correbous’ en la razón práctica.
La incongruencia de los que han votado de manera distinta en una y otra votación los desacredita como representantes de la ciudadanía, porque con su actitud demuestran (había libertad de voto) una variabilidad de criterio alarmante. Y eso en un representante político demuestra su poca fiabilidad.
Es probable que estos señores parlamentarios con las corridas de toros quisieran subirse al ‘olimpo’ de lo civilizado. Ahora con esto del ‘correbous’ se han dado un batacazo en el lodazal de la barbarie.
Algunos lo justifican diciendo que en estas fiestas el toro no muere, como si las villanías a que lo someten no contaran. Esto demuestra que la España supersticiosa y primitiva todavía no la hemos desterrado del todo.
Me gustaría rematar estas palabras como lo hiciera en una ocasión el genial José Antonio Labordeta (fallecido el domingo 19), siendo diputado en el Congreso.
Este insigne personaje, ejemplo de coherencia e integridad en su vida, durante una intervención en el Congreso, en la que algunas voces interrumpían su discurso, recriminó la actitud de los presentes y, ante la persistencia de éstos, concluyó, haciendo honor a su estilo directo y sin ambages, con un genial: ¡A la mierda!
Pero el Parlamento de Cataluña me ha encendido la mecha. En una votación ‘gloriosa’ sus señorías (último pleno de la legislatura) han blindado una fiesta ‘popular’ donde es flagrante el maltrato animal: el ‘correbous’.
En semejantes fiestas, un toro tiene que sufrir el acoso del fuego en la punta de su cornamenta, al tiempo que el acoso de una turba de individuos enloquecidos por la euforia y el divertimento. Según los lugares, incluso puede terminar en el mar.
A finales de julio este mismo Parlamento prohibía las corridas de toros en Cataluña por su crueldad y maltrato de estos animales.
Hay quienes han interpretado ambas votaciones como un ejercicio de doble moral. Al referirse a esta última piensan que está mediatizada por la inminencia de dos procesos electorales: autonómicos y municipales. En la prohibición de las corridas de toros consideran que se hizo por su connotación españolista. Pero esto se lo dejo a otros que juzgarán esta doble moral e hipocresía.
Es posible que sus señorías se hayan amparado para la votación del ‘correbous’ en la razón práctica.
La incongruencia de los que han votado de manera distinta en una y otra votación los desacredita como representantes de la ciudadanía, porque con su actitud demuestran (había libertad de voto) una variabilidad de criterio alarmante. Y eso en un representante político demuestra su poca fiabilidad.
Es probable que estos señores parlamentarios con las corridas de toros quisieran subirse al ‘olimpo’ de lo civilizado. Ahora con esto del ‘correbous’ se han dado un batacazo en el lodazal de la barbarie.
Algunos lo justifican diciendo que en estas fiestas el toro no muere, como si las villanías a que lo someten no contaran. Esto demuestra que la España supersticiosa y primitiva todavía no la hemos desterrado del todo.
Me gustaría rematar estas palabras como lo hiciera en una ocasión el genial José Antonio Labordeta (fallecido el domingo 19), siendo diputado en el Congreso.
Este insigne personaje, ejemplo de coherencia e integridad en su vida, durante una intervención en el Congreso, en la que algunas voces interrumpían su discurso, recriminó la actitud de los presentes y, ante la persistencia de éstos, concluyó, haciendo honor a su estilo directo y sin ambages, con un genial: ¡A la mierda!