lunes, 22 de julio de 2024

¡GRANADA, MÍRATE UN POQUITO!*

 


Contábale don Quijote a Sancho las admirables visiones que había tenido en la profunda cueva de Montesinos, a lo que Sancho, alarmado e incrédulo, dijo: “¡Oh, santo Dios!, ¿es posible que tal hay en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor..., que vuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!”. A lo que Quijano respondió: “Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera… y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado” (El Quijote, segunda parte, capítulo XXIII). Y así es como le hizo saber que confiara en el tiempo, que este suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.

Granada siempre espera encontrar, con el tiempo, lo que siempre ansía: el paso definitivo hacia un futuro mejor. La gran dificultad es que siempre ha esperado que sean los de fuera los que vengan a encaminarla al ansiado progreso. La mentalidad es una cosa harto difícil de cambiar de la noche a la mañana, la sopa boba tiene mucho gancho y, si se fomenta para que la gente no dé ruido, mucho más, si cabe. Es posible que los demás no nos valoren, si antes no lo hacemos nosotros primero.

El verano, tiempo propenso a aletargarnos y dispuesto a aparcar proyectos e ideas que antes han soliviantado todo el año, tiene el don de paralizarnos haciéndonos pensar, como cantaba nuestra Gelu: “¡Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso! No quisiera que este verano ocurriera esto, no están los tiempos para posponerlo todo. Granada no puede relajarse.

El periódico Ideal lleva tiempo apostando por que Granada se desprenda del lamento y del ‘quejío’ y que pase a la acción. El conformismo granadino es duro de pelar, secularmente ha mermado aspiraciones y apuestas, a veces despreciando lo valioso para calificarlo de obsoleto, aspirando a una modernidad mal entendida. Recuerdo decir en otro artículo (“Llorando por Granada”, Ideal, 27/06/2019): “Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla: Madrid o Sevilla”. Hay un sesgo en la mentalidad granadina que la proyecta hacia la resignación. Las acciones políticas coordinadas no existen, cualquier proyecto, o se agota en sí mismo o las disputas políticas lo asfixian en la cuna.

Ahora andamos todos revueltos con la inteligencia artificial, y no nos faltan motivos: la Universidad de Granada tiene un potente equipo en este campo con los Herrera, Enrique y Paco, cuyo trabajo difunden por medio mundo, igual que hicieron en una mesa redonda en el Ateneo de Granada: “La Ley Europea de Inteligencia Artificial: fortalezas y debilidades”, celebrada el 29 de febrero en la Sala de Vistas de la Facultad de Derecho. Toda una premonición: las vistas de la IA en Granada deben mirar muy lejos.

Si el conocimiento es la gran apuesta de Granada habremos de aunar esfuerzos en ese sentido, no ponernos zancadillas ni palos en la rueda. Esto que ha sido la tónica en nuestro devenir histórico, no puede volver a repetirse. Quizás haya llegado el momento para postularse: “Hasta en el infierno, si fuera menester, habría que defender a Granada”.

La candidatura de Granada a ‘Capitalidad Cultural Europea 2031’ es uno de esos proyectos que tiene que servir a las instituciones, a la clase política y a la sociedad civil para cambiar inercias históricas y apostar por un cambio de mentalidad en el ser granadino. Los proyectos no hacen milagros, nuestro esfuerzo por congregarnos en su apoyo, seguro que sí.

Sin embargo, embriagados por este futuro que estamos dibujando con la IA y el conocimiento, no podemos olvidar que las carencias de esta tierra en otros ámbitos también son a considerar: infraestructuras, tejido industrial, defensa del medio ambiente, articulación y equilibrio territorial... Sin estas cosas es difícil consolidar el día a día de los ciudadanos y sus posibilidades de vida. La defensa de la Vega, por ejemplo, la historia de esta cenicienta del patrimonio natural e histórico está plagada de cicatrices, como espacio natural y agrícola, y también como víctima de la ampliación de la trama urbana de Granada marcada por cinturones viarios no siempre respetados.

La mentalidad ‘desarrollista’ que nos asaltó en los años sesenta y setenta trajo la destrucción de espacios urbanos que ahora se añoran: el bulevar de la avenida de las estaciones, desmantelado en el arranque de los setenta para construir en su lugar un entramado viario de ridículo diseño y colmatado de asfalto; los tranvías, considerados entonces un medio de transporte urbano obsoleto, desaparecieron. El que subía a Sierra Nevada aguantó como pudo, hasta que lo despeñaron. Y unos lustros después, el desmantelamiento natural del río Genil a su paso por la ciudad. Mirar al pasado en Granada reporta una triste visión de destrucción, el futuro se componía de hormigón y asfalto.

No quisiera que aquel ‘desarrollismo’ de antaño, convertido en ‘futurismo’ de ahora, nos enturbiara nuestra mirada, que ha de empezar por mirarnos y valorarnos a nosotros primero.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2024.

** Juan Vida, collage sobre una Alhambra alcanzada por el futurismo.

viernes, 5 de julio de 2024

EUROPA Y EL AUGE DE LA ULTRADERECHA*

 


La ola fascista que se propagó por Europa en el periodo de entreguerras del siglo XX marcó una ruptura con el devenir histórico del régimen liberal en las democracias occidentales. Los resultados de las elecciones europeas del pasado 9 de junio propiciaron el auge de la ultraderecha, algo que deberíamos tomar muy en serio, más de cómo lo hicieron entonces los países europeos. La versión 2.0 del fascismo está aquí. Francia, que ha marcado históricamente el pulso de la evolución política en Europa (Revolución Francesa y revoluciones liberales del XIX), alarmada, convocó elecciones legislativas, que han corroborado el triunfo del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen.

En aquellos tumultuosos años treinta, el escritor austriaco Stefan Zweig, como cientos de miles de europeos, sintió que el mundo y la civilización se desmoronaban ante el fascismo. En su obra Diarios, Zweig nos muestra la angustia vivida ante el oscuro panorama y el miedo provocado por el avance del nazismo en la Alemania hitleriana. Pesimista, pensaba que nada se podía hacer para impedir que este monstruo se apoderara de Europa. Afortunadamente no fue así, aunque para vencerlo se pagara el alto precio de millones de muertes. Esta claudicación llevó al escritor, imbuido por la idea: “La vida ya no merece la pena”, tras un periplo por Gran Bretaña, Nueva York y Brasil, al suicidio por envenenamiento en 1942, junto a su esposa Lotte Altmann.

Aquella Europa, invadida por el pensamiento fascista, buscaba el resurgir de una nueva civilización siguiendo la teoría biológica y determinista de la Historia que Oswald Spengler desarrolló en La decadencia de Occidente. El fascismo se propagó de manera insultante bajo la idea de que las democracias burguesas y parlamentarias eran regímenes corrompidos por su propia dinámica política. Se aspiraba a un nuevo tiempo, al renacer de valores olvidados. El triunfo de Mussolini en Italia y el nazismo en Alemania fueron los referentes para que esta ideología germinara en muchos países europeos. Como hoy, con Meloni, Italia fue la primera en instaurar un régimen fascista en 1922. En Alemania, la República de Weimar no pudo contener la expansión en 1920 del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, ni los resultados en las elecciones de 1930, apoyado en la violencia callejera de los camisas pardas del Sturmabteilung (SA) y los camisas negras de los Escuadrones de Protección (SS). En las de 1932, Hitler se aupó al poder.

Los partidos nacionalsocialistas, con unas u otras denominaciones, fueron emergiendo de este a oeste del territorio europeo. En España tuvimos nuestra propia experiencia: las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, fundadas por Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, la Falange Española de José Antonio y el régimen dictatorial de Franco tras la Guerra Civil.

Cien años después vuelven a soplar vientos de incertidumbre, que presagian con arrasar el mundo que conocemos. La imprevisibilidad de la Historia, como la del ser humano, su protagonista, no descarta nunca las añoradas miradas al pasado, como si pretendiera recuperar otros sueños nunca disipados. El panorama se asemeja a aquella Europa en descomposición. Las democracias han perdido credibilidad, los problemas las acucian (crisis económica, inestabilidad política, inmigración…), y todo utilizado por los detractores del proyecto europeo. La ultraderecha es el caballo de Troya de Putin para minar la Europa democrática.

Las elecciones al Parlamento Europeo derechizaron la UE y algo más peligroso: la consolidación de la extrema derecha (25% de escaños) con 178 eurodiputadosconcentrados en dos grandes grupos: Identidad y Democracia, liderado por Le Pen, donde se integran el neerlandés Geert Wilders, la alemana Alice Weidel o el italiano Salvini; y Conservadores y Reformistas Europeos, liderado por Meloni, con el polaco Duda, el sueco Akesson, la finlandesa Riikka Purra, el checo Fiala, los españoles de Vox, la Alianza Flamenca belga o el francés Zemmour. En solitario, el húngaro Viktor Orbán. El proyecto europeo no va con ellos. Putin los adora, Trump es su referente.

Puede que las democracias occidentales estén en crisis, han cometido tantos errores que el descreimiento de la ciudadanía es un hecho. Los habitantes del mundo occidental viven una crisis de pensamiento: andan confundidos con el Estado del bienestar, el panorama de vida propuesto es decepcionante, se acumulan las falsas expectativas, la insatisfacción es permanente, las condiciones de vida se deterioran, las crisis económicas, auspiciadas por el capitalismo salvaje, generan malestar y descontento (‘todo el mundo anda cabreado’). Caldo de cultivo para que populistas, racistas, homófobos o xenófobos encuentren el discurso fácil. Demasiados descontentos, desencantados, detractores del sistema… Las ideologías se han devaluado, la izquierda y la derecha, permeabilizadas con ideas antes antagonistas, parecen ser lo mismo. Ante ello afloran los discursos de un ‘nuevo amanecer’, la vuelta a tiempos ‘gloriosos’, posturas de odio y xenofobia: negros, magrebíes, árabes, sudacas que nos invaden. Salvo que vengan forrados de dinero. A estos, alfombra roja.

Cada vez más países están gobernados por fuerzas ultraconservadoras y euroescépticas, o gobiernan en coalición: Italia, Países Bajos, Hungría, Finlandia… La ultraderecha es igual en todas partes: desprecia al ser humano, como hace el capitalismo más cruel utilizándolo como mercancía, sin compasión. Como hace la ultraderecha israelí, ensañándose con la población gazatí, o la europea, justificando el aumento de la delincuencia por la inmigración.

Entretanto, la inestabilidad política y ‘geoestratégica’ se agita bajo la amenaza de guerra mundial. A Putin no le importaría; a Netanyahu, tampoco; a China, puede que le guste. ¿EE UU?, Biden en la inopia y Trump con sed de venganza. Europa, en la encrucijada: de haber guerra, será en su territorio.

Artículo publicado en Ideal, 04/07/2024.

** Umberto Boccioni, Tumulto en la galería, 1910

domingo, 23 de junio de 2024

LA EDUCACIÓN, BÁLSAMO DE FIERABRÁS*

 


A veces se tiene la sensación de que la educación ha perdido el valor supremo que la convirtió durante mucho tiempo en el mejor tesoro para transformar la sociedad y cambiar la vida de las personas. Nunca como hasta ahora la influencia social de los valores emanados de la escuela ha estado tan mermada.

A las nuevas generaciones les estamos dejando una sociedad devastada por la estulticia y sumida en la superficialidad y la insatisfacción, cuando no dominada por el hábito de la discordia y la bajeza moral. Los valores cívicos y éticos, capaces de poner en marcha proyectos que llamen a un futuro esperanzador, viven tiempos de agotamiento. ¿Quién educa a nuestros niños y jóvenes en las sociedades posmodernas?

A los jóvenes les prometemos futuros que la mayor parte de las veces son futuribles: la llegada de una nueva era o ese mañana donde alcanzaremos la felicidad. José Antonio Marina, en El deseo interminable. Las claves emocionales de la historia, nos dice que “la búsqueda humana de la felicidad se convierte en un deseo interminable: porque ninguna satisfacción agota el deseo y porque la esperanza de la Felicidad es muy resiliente”. Este autor cree que es una palabra que se ha puesto de moda, “un concepto tan equívoco que podemos considerarlo un fake concept, o un significante vacío a la espera de significado”.

Y qué decir del hiperindividualismo que fomentan las sociedades ultramodernas al que se refiere Gilles Lipovetsky en Los tiempos hipermodernos. Eso de tener y acaparar muchos bienes y objetos como camino hacia la felicidad. La felicidad ‘enlatada’, como si se pudiera comprar y vender, y no respondiera a un íntimo estado emocional. La búsqueda de la ‘prosperidad’ genera insatisfacción y frustración, nunca se alcanza el grado de complacencia capaz de sentir la felicidad. Decía Zygmunt Bauman, en Los retos de la educación en la modernidad líquida, que en nuestro mundo todas las ideas de felicidad acaban en una tienda, envasada, igual que una lata de tomate, de atún o de fabada.

Vender felicidad y acomodar la vida al ‘patrón de ser feliz’, a veces a toda costa, es parte del proyecto inoculado de la nueva normalidad. Una de las muchas industrias diseñadas al efecto por esa visión neoliberal de las sociedades modernas consistente en vender cualquier cosa, lo que sea, incluso ‘humo’ para ser felices.

No es de extrañar que para los jóvenes el mundo esté lleno de sueños frustrados, y no los eduquemos para comprender que todo lo que anhelan es probable que ya lo tengan y tan solo les quede reconocerlo, valorarlo y cuidarlo. Que no llegará ninguna nueva era, porque todo lo que ahora les vale e ilusiona es ya la nueva era. Quisiéramos, no obstante, que aquellos sueños que la vida aún no ha corrompido propusieran, como escribía Luis Cernuda, un “futuro que espera como página blanca”.

Cuando pienso en educación, recuerdo siempre dos aforismos de las Luciérnagas de Carmen Canet: “La vida es un recorrido en que florecen los sentimientos y debemos de procurar no pisarlos” y “A veces la vida se descose, y hay que darle unas puntadas con hilos de colores fuertes y vainicas dobles”. Si la esperanza en la educación vive un tiempo de crisis, el retorno a ella se hace imprescindible, por que la educación representa la esperanza, ¿pero a costa de qué?

En este inicio del siglo XXI la sociedad se caracteriza por ser cortoplacista, trivial, fatua y estar sumida en el entretenimiento, muchas veces burdo, como horizonte vital. Lejos queda el respeto, la tolerancia y la solidaridad. No es que hayan desaparecido estos valores, solo que han perdido notoriedad frente a los atributos anteriores. En una sociedad así, la escuela tiene muy difícil su labor educativa. Sí, pensamos que la educación es la esperanza, pero en un mundo en continuo naufragio no sabría decir si tiene la dosis de credibilidad suficiente para frenar el hundimiento.

Quizás el mundo no se hunda, tan solo se transforme, y los que venimos de otro tiempo nos cueste creer en esta transformación. Hemos vivido demasiadas veces con la ilusión de que la educación fuera realmente la esperanza, tantas como se ha hecho añicos. No obstante, no creer en la educación no es la solución, en quien acaso no habría que creer es en los entes sociales y humanos que destruyen continuamente la obra de la educación. En los ochenta y noventa del pasado siglo la educación se concebía como la fortaleza donde sentar las bases para cumplir una misión liberadora y emancipadora de la sociedad. Creíamos en la persona, en el mundo que íbamos a construir: la aldea global regida por valores que nos harían más libres. Pasadas varias décadas, entristece ver que ni el ser humano, ni el mundo en que vivimos, son más libres y solidarios.

El descreimiento anula los sueños del futuro. El reto de la educación ahora es luchar contra molinos gigantescos, asentados en una nueva dimensión de la vida: la que persuade fácilmente a los jóvenes con el ‘parque de atracciones’ del universo sin límites de las redes sociales o la venidera inteligencia artificial, un mundo con el que la escuela tiene serias dificultades para competir. ¿Es este nuevo universo quien educa hoy a nuestros niños y jóvenes?

La educación, lamento decirlo, ha dejado de ser la plataforma liberadora y emancipadora, en este instante se ha convertido en bálsamo de Fierabrás: útil para todo pero de escaso remedio para nada.

*Artículo publicado en Ideal, 22/06/2024

**Colección postales El Quijote, nº 6, bálsamo de Fierabrás. Años 30

domingo, 9 de junio de 2024

PULIR EL PASADO*

 


Hemos entrado en un puritanismo sin cuartel cuando del pasado se trata. No hace mucho alguien le dio una vuelta de tuerca a la película Mary Poppis. ¡Pobrecita!, tan cándida la institutriz, de modales depurados, tan femenina y pura. El Reino Unido había elevado la clasificación por edades de la película por su “lenguaje discriminatorio”. Los que la vimos en nuestro tiempo solo nos fijábamos en el espléndido colorido y en esa brujita-maga que todo lo hacía con tanta gracia. El gran pecado: la Junta Británica de Clasificación de Películas subrayaba que el filme (1964), utilizaba dos veces la palabra hottentot para referirse despectivamente a personas negras. Es verdad, no se puede ir por el mundo diciendo esas cosas, pero entonces se decía.

Los de nuestra edad estamos entre la generación X y la Y, sensible y de cristal, con la mentalidad arropada entre derechos humanos y ‘medioambientalismo’, obligados a pedir perdón por los errores y desafueros cometidos por nuestros antepasados en América, Oceanía o África. Cuestionamos el saqueo, como imperialistas y colonizadores, de riquezas y patrimonio de culturas clásica, mesopotámica o egipcia y, siendo coherentes, deberíamos devolver los tesoros arqueológicos y artísticos expoliados, y acaso, con intereses, las riquezas obtenidas con las materias primas usurpadas. Aunque si hubiera que reclamar, me pediría la devolución del patio central del palacio de los Vélez reconstruido pieza a pieza en el ‘Metropolitan’ de Nueva York, cuya visión me produjo admiración al tiempo que un agrio impacto, recordando la imagen fría y desnuda del patio palaciego en la localidad almeriense.

Es posible que el pasado demande un resarcimiento por tantos desmanes, pero la Historia, no. Analizar el pasado bajo nuestra visión del mundo es un dislate. Tendríamos que borrar gran parte de la historia de la humanidad. Hemos caído en el fundamentalismo revisionista de la Historia, pretendiendo reescribirla y ponerla a nuestro gusto, tergiversando los hechos acaecidos en su contexto.

Habría que cuestionar, asimismo, multitud de películas que nos deleitaron en tardes de cine. Tardes compartidas con la pandilla o las primeras novietas, y parejas acurrucadas en las últimas filas metiéndose mano o haciéndose una paja. Películas que bien pudieron forjar nuestro carácter, no solo modelando una suerte de alienación, que también, sino estimulando nuestra capacidad crítica para desmotar argumentos y mensajes perniciosos de tipos machistas, chicas serviles o justificación de un modelo social y político que nos adoctrinaba con ‘sociedades perfectas’.

Esto de pulir el pasado, y que quede limpio como una patena, arregladito para no herir nuestra sensibilidad, pudiera impulsarnos a no escuchar más a Sabina, porque eso de cantar sobre su amante, en Diecinueve días y quinientas noches, “en lo que duran dos peces de hielo en un wiskhy on the rocks”, diciendo que “siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”; o aquello del “putón de mi prima Carlota y su perro salchicha” en La canción más hermosa del mundo, sería suficiente para destruir sus discos en una plaza pública, como anatemizan libros en EE UU esas hordas ultras, salvaguarda de la moral y la literatura pulcra y biensonante, o se incineraron en el pasado libros peligrosos en la plaza Bibarrambla o en la Openrplatz de Berlín de la Alemania nazi.

No sé cómo acabará esta revisión de nuestro pasado. Lo mismo se inventa un arco de detección, no de metales, sino de malas conductas, por el que nos hagan pasar a diario para depurar pecados de antepasados, controlando nuestro nivel de pureza individual. Tendrían que darnos una puntuación negativa nada más nacer, que rebajaríamos poco a poco hasta llegar al ‘gran cero’, la gran meta de nuestra pureza puritana.

Nos falta pasar por el psiquiatra para poner en orden nuestros pensamientos perturbados por haber visto películas de antaño, como El tercer hombre, El apartamento. El verdugo o Días de vino y rosas, donde hay ramalazos de machismo, lenguaje malsonante, borrachos, infidelidades, crimines horrendos, guerras, y cosas así.

Prefiero que eduquemos a los niños y jóvenes en una actitud crítica para analizar y comprender, fortalecer sus mentes, sin que se sientan trastornados emocional y psicológicamente, no sea que queden tarados para siempre. Y, entretanto, no reparamos en que nuestro presente ya los aliena con multitud de mensajes ‘reconstituyentes’ para su transformación en simples consumidores obedientes, tenga o no valor lo comprado, inductores de ‘felicidad enlatada’, sumiendo su sociabilidad a consignas y temerosos de hacer valer su personalidad frente a tanta mediocridad como les rodea. No pensemos que los estamos educando en un crisol de valores eternos, más bien en un crisol de escaparate y fantasía de un mundo diseñado por un constructo mentiroso que modela mentes para ganarlos a la causa: consumismo deshumanizado.

El pasado está ahí: en la Historia, para que veamos las barbaridades pasadas y no caigamos en la tentación de repetirlas. También nosotros seremos juzgados por el futuro que vendrá, cuestionando todo lo que permitimos ahora: racismo, guerras, conductas perversas, corrupción, política espuria… Nuestro puritanismo con el pasado no combate las ruines prácticas que ensombrecen nuestro presente, con abominar de las pasadas no es suficiente, seguimos cometiendo los mismos desmanes perpetrados en el pasado.

Nosotros, los depuradores de valores transaccionados a un pasado que queremos pulir, estaremos al albur de la crítica despiadada de los que vendrán, quizás de un puritanismo superior al nuestro. Aunque acaso eso no ocurra y puedan pasar de las ñoñerías que ahora ocupan nuestros debates.

*Artículo publicado en Ideal, 08/06/2024.

** Cristina Bernazzani, Te veo

lunes, 27 de mayo de 2024

NUEVA YORK INSIDE. TRAS LOS PASOS DE FEDERICO*

 


Nueva York, inside. Tras los pasos de Federico representa un juego entre la literatura de viajes y la inmersión en la realidad de la gran metrópoli del mundo, con Federico García Lorca en el horizonte. Aspira a ser un diálogo con el rumor de sus calles, la enormidad de sus edificios, las maneras de vivir de sus gentes o las múltiples realidades que nos evoca la singularidad de esta enorme urbe, en una conversación alejada del asombro y la admiración que impone al visitante. Algo que resulta difícil en una ciudad construida para la seducción y la prestidigitación, con una escenografía teatral única. Es así como las crónicas que contiene este libro tratan de alejarse de la fascinación y de la mera contemplación de sus beldades.

Siguiendo la tradición de tantos viajeros que visitaron España en los siglos XIX y XX, los recorridos por la Gran Manzana tienen a sus propios cicerones: los ‘sabios’ que se mueven con desparpajo en el interlineado de la vida neoyorkina, a modo de improvisados guías, representantes de visiones tan distintas de una misma ciudad. Edgardo, Shannong, Guadalupe o Wendy son algunos de ellos, capaces de aproximarnos a las otras señas de identidad que evidencian que Nueva York es mucho más que la atracción y la sorpresa que genera a simple vista.

Antonio Lara Ramos nos introduce en esta aventura de la mano de viajeros que lo precedieron: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Julio Camba, Javier Reverte o Antonio Muñoz Molina, pero sobre todo la evocación de aquel viaje que emprendiera Federico en 1929, y que le inspirara la gran historia contenida en Poeta en Nueva York

* La obra está ilustrada con dibujos a lápiz de Juan Vida.

Para más información sobre Nueva York inside:

https://esdrujula.es/libro/new-york-inside/#


viernes, 24 de mayo de 2024

35.000*


Sobre Gaza caen ‘bombas tontas’ en los refugios, en los hospitales, en las escuelas, en la campos de refugiados, sobre las cabezas de niños, mujeres, ancianos y civiles indefensos. Los que no estamos acostumbrados a la jerga bélica nos ha sorprendido esta denominación para un arma que destruye vidas y hogares, caminos y carreteras. Ignorante de mí, rápido he acudido a buscar información en el oráculo universal de internet, donde Wikipedia dice sobre ellas: “Una bomba no guiada, también conocida como bomba de caída libre, bomba de gravedad, bomba tonta o bomba de hierro, es una bomba aérea lanzada desde un avión (convencional o nuclear) que no contiene un sistema de guía y, por lo tanto, simplemente sigue una trayectoria balística”. Hasta la Segunda Guerra Mundial, incluso hasta finales de los años ochenta, la denominación más común a este tipo de artefactos era la de bombas. Habiéndome ilustrado, sigo sin salir de mi asombro. Menos mal que no han sido lanzadas desde un avión nuclear, porque a lo mejor Israel, que cuenta con arsenal de este tipo, hubiera sembrado de ‘hongos’, al estilo de Hiroshima y Nagasaki, el territorio gazatí. Pero no le interesa, los efectos le hubieran alcanzado.

Ahora proliferan las ‘bombas inteligentes’, lanzadas y guiadas hacia objetivos a destruir. La industria armamentística y los países que la fomentan han de probar sobre el terreno, no en la ficción, cómo se comportan tan honorables inventos. Son muchos los ensayos armamentísticos que se están llevando a cabo en guerras como Ucrania y Gaza, como se hizo antes en Siria y otros confines del mundo. Seguramente ya se tendrán amplios y detallados dossieres técnicos sobre el comportamiento de las sofisticadas e innovadoras armas, en su capacidad de destrucción de vidas, edificios e infraestructuras. Y se habrá acumulado una ingente cantidad de información top secret para cuando estalle la tercera guerra mundial que muchos buscan.

En Gaza se tiran ‘bombas tontas’, seguramente pensando que los que las sufren son ‘tontos’ o seres humanos de un nivel inferior: ‘animales’, como calificó a los gazatíes el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant: “Estamos luchando contra animales y actuaremos de manera acorde”, aseveración que comportaba asimismo el bloqueo total de la Franja, con corte de suministro eléctrico, entrega de alimentos o combustible. En Gaza ocurre lo que escribía la poeta rusa Anna Ajmátova en aquel 1914, cuando ya azotaba la Primera Guerra Mundial: “Huele a quemado. Durante cuatro semanas ya / Ha estado ardiendo el pozo seco de la huerta. / Los pájaros ni siquiera han cantado hoy / Y el álamo ha dejado de crujir y silbar”.

Bombas tontas, dirigentes tontos, política tonta, venganza tonta, entrañas tontas, perversidad tonta, todo formando parte de un mundo tonto. Quizás vivamos en el mundo más tonto desde que la humanidad existe, cuando hemos dictado cartas universales de los derechos humanos, incluido en constituciones derechos fundamentales de los ciudadanos, fomentado la cultura para que sea un bien común y nos haga más civilizados, en un mundo en el que, contradictoriamente, nos duele la boca de pronunciar las palabras paz, solidaridad, convivencia, mundo mejor.

Las democracias occidentales han fracasado en Gaza. EE UU alienta con sus votos en contra en la ONU y el envío de armas (decenas de miles de millones de dólares en armamento) el genocidio que se está produciendo, a pesar de las torpes palabras que su presidente utiliza para enmascarar esta connivencia con una democracia, la israelí, que se está comportando como una autocracia de crueldad sin límites. Ninguneando a la ONU, desoyendo y reprimiendo las voces estudiantiles en las universidades estadounidenses que claman el fin de este oprobio a la memoria de la humanidad perpetrado por democracias occidentales. He visto la acampanada en el campus de la Universidad de Columbia, por el que deambuló durante algunos meses de 1929 Federico García Lorca en busca de una libertad que a fe terminó alcanzando, y he visto cómo era desmantelada y reprimidos los estudiantes. Y cómo se ha extendido el fenómeno por todas las universidades estadounidenses y europeas, incluida la de Granada. Y escuchado, en una ofensa a la razón, cómo se les ha calificado de antisemitas, con la desfachatez más grosera del mundo.

35.000 gazatíes asesinados, incluso puede que más cuando usted lea este artículo. El número no debiera ser lo relevante, que lo es, también sería una atrocidad aunque solo fuera un tercio o la mitad o la quinta parte; las vidas segadas de tantos inocentes, incluidos miles de niños, a quienes se les ha truncado su derecho a vivir, a ser respetados como seres humanos, sí lo es.

Hay ambiciones sin límite y objetivos sobrevenidos y ruines, aprovechando la inmensa superioridad de la fuerza: la ocupación israelí de más territorios en Cisjordania, con la impunidad y monopolio de poseer ‘bombas tontas’ y un moderno armamento, y el execrable respaldo de las democracias occidentales. Estas están perdiendo el prestigio como adalides de la libertad y el respeto a los derechos humanos frente a la ola autocrática y neofascita que se extiende, no solo internamente, también por el resto del planeta. Algún día, países como EE UU o Alemania tendrán que rendir cuentas por su permisividad con la acción vengativa y cruel de Israel.

Mucho por hacer todavía hasta parar esta guerra. La condena internacional no cesa, la indignidad y la barbarie de los principales actores, tampoco. En mi caso, por el momento, “pido la paz y la palabra”, como mi admirado Blas de Otero.

 *Artículo publicado en Ideal, 23/05/2024.

** Amal Abu Al-Sabah_Tragedia en la Franja palestina_EFE_Anas Baba


miércoles, 8 de mayo de 2024

ENTRE NACIONALISMOS E INDEPENDENCIAS*

España es tierra de nacionalismos, la historia ha dado buena cuenta de ello. El más poderoso es el español, pero no por eso es el que aúna todos los sentimientos de pertenencia, algo no habrá hecho bien en los siglos de la historia. Por el momento, bajo su vitola constitucional, mantiene la unión del territorio nacional geográfico, lo venidero ya lo escribirá el futuro. Los nacionalismos periféricos no dejan de hurgar en la conciencia del ser español, para que nadie se olvide de que existen. Si nos vale, en la ‘piel de toro’ el único nacionalismo que triunfó fue el lusitano.

Dos citas electorales en los últimos meses han marcado el estado de la cuestión entre estos nacionalismos periféricos, todavía nos queda el que más quebraderos de cabeza ha dado en los últimos años: la cita electoral de Cataluña del 12-M. Ante ella el panorama político vive algo alterado, si no fuera por la no dimisión de Pedro Sánchez.

Los nacionalismos están trasnochados pero no muertos. En el siglo XX ya nos dieron demasiados quebraderos de cabeza y conflictos sangrientos. Hoy, este constructo gregario de pertenencia a una tribu, vive un momento de agitación, relanzado por la ultraderecha y sus sentimientos de exclusión, defensa de ‘su país’ y carencia de dimensión global. Lo vimos en el primer mandato de Trump, de Bolsonaro…; lo vemos en la Rusia de Putin, en la Argentina de Milei, en las nuevas proclamas de Trump en su aspiración a un segundo mandato. España no es ajena a la tendencia, no ha faltado un rearme nacionalista en las dos décadas pasadas, según glosa el ensayo Los nuevos odres del nacionalismo español de Pablo Batalla, plagado por doquier de signos y símbolos rebuscados en hechos, mensajes o proclamas propagandísticas.

En las elecciones gallegas de febrero el nacionalismo del BNG se mostró pujante. En las elecciones vascas el debate independentista pasó de puntillas, por no decir que quedó excluido. Los traumas vividos con ETA pesan mucho, aunque se despertara la polémica por la tibieza del candidato de Bildu, Pello Otxandiano, al liarse en cómo calificar el terrorismo. Las opciones nacionalistas ganaron en votos. Algún día volverá la fiebre independentista a Euskadi, cuando un ciclo político y generacional haya pasado. Esperemos que nunca como en esos largos cuarenta años de violencia y terror. Ahora existe una tregua que ha llevado al independentismo vasco de derechas y de izquierdas a hablar de lo que más le interesa a la gente: su vida. Fabular sobre el futuro no siempre es una buena estrategia, aunque los partidos políticos lo hagan muchas veces con demasiada frivolidad.

El 12 de mayo se verá en Cataluña cuánto apoyo tiene la opción nacionalista, todavía atada, demasiado, a la opción independentista, pervivencia de las secuelas de la declaración de 2017. Entonces, la fiebre independentista venía potenciada desde 2014 por un ‘procés’ muy activo, el gobierno de Rajoy algo despistado y el referéndum escocés como ejemplo. Muchos de los actores de aquello siguen removiendo tales fantasías en esta cita electoral. El caso más paradigmático: Puigdemon, que tiene secuestrada a gran parte de la derecha catalana con su órdago independentista que ni él mismo se cree. Acaso poco le importe el futuro de Cataluña, más bien su exculpación de los delitos imputados y la vuelta a España. La amnistía es una medida de gracia que anhela aunque no piense agradecer.

En el imaginario catalán el autogobierno siempre ha sido sinónimo de una insaciable necesidad por acaparar competencias y poder. Durante la etapa del ‘pujolismo’ fue así, mediaban las inversiones, lo que ayudó bastante. Con Artur Mas el asunto se disparató, surgieron los escándalos de corrupción. La apuesta por la independencia se hizo ‘necesaria’, y estalló, alentada asimismo por la ‘gasolina’ que Rajoy echó con su errónea política de no entender eso del autogobierno catalán. Lo del ‘procés’ ya sabemos por dónde derivó y por dónde anda ahora: con un candidato de la derecha catalana haciendo campaña en el sur de Francia.

La izquierda independentista vio hace tiempo que la independencia tenía que esperar por ahora. Ha sufrido la pena de banquillo y de cárcel, no tanto la derecha en significados jerarcas. Una notable diferencia de matices, de agravios y de visión de cómo ver las cosas. No obstante, a esta izquierda le gusta lanzar sus órdagos: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado independiente?”, el ‘president’ Pere Aragonès preguntando en su propuesta de referéndum. Es posible que al independentismo catalán le interese más una España ingobernable, la España de la cólera y el furor, la de las noticias falsas y la mentira, que no hace política sino ‘antipolítica’ plena de falsedades e insinuaciones destructivas de la convivencia. El mejor aliado del independentismo es esta política destructiva y excluyente del rancio nacionalismo español que enarbola la bandera con el único afán de imponerla.

La realidad actual: el independentismo, que no nacionalismo, ha perdido apoyos. En el caso catalán la frustración generada por elprocéses una razón de peso. Provocó tanta inestabilidad social y política, que el ciudadano común no está dispuesto a repetir tanta fractura social. La sociedades normalizadas miran más al bienestar que a entelequias de futuros incomprensibles. Solo la desesperación social, la frustración de los deseos, las crisis económicas, alientan aventuras plagadas de incertidumbres.

Mi visión universalista va más allá de las fronteras, por eso no entiendo los nacionalismos, casi siempre egoístas, xenófobos y antidemocráticos. Volver al nacionalismo en el mundo es retroceder peligrosamente en la historia.

Artículo publicado en IDEAL, 07/05/2024

** La República Universal. Litografía de Frédéric Sorrieu. (1848).


lunes, 22 de abril de 2024

ABRIL SE VISTE CON LIBROS*

 


Para algunos, entre los que me cuento, el otoño es tiempo de introspección, mirada interior y lectura de libros a la caída de la hoja. Pero, sin duda, abril es un mes especial para estos artefactos que encierran mundos y embelesan el universo infinito de la mente. Aunque solo sea por la celebración del Día del Libro, abril es el mes del libro. Ni siquiera cuando “Abril florecía / frente a mi ventana” o “La lluvia da en la ventana / y el cristal repiquetea”, como escribiera Machado, abril es mucho más: ataviado con los libros adquiere un atuendo superior.

La celebración se remonta a 1926 y, su dimensión internacional, en homenaje a Cervantes y Shakespeare, fallecidos el 23/abril/1616. En 1988 la UNESCO fijó este día en honor del libro y sus autores, dándole oficialidad en la Conferencia General de París de 1995 como Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.

En el devenir de la historia los libros han sido perseguidos por la intransigencia y la intolerancia. Los regímenes autoritarios los han tachado de peligrosos: provocadores del pensamiento y la conciencia libres. La visión distópica de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, o el nazismo los combatieron, recordemos la quema de libros (mayo/1933) en la Openrplatz de Berlín presidida por Joseph Goebblels. En nuestros días siguen prohibiéndose y condenando a muerte a sus autores: Salman Rushdie o Roberto Saviano, por citar dos casos paradigmáticos.

La ola de intolerancia y conservadurismo que invade nuestro planeta ha elevado la lista de libros prohibidos, incluso en algunas democracias occidentales. En abril de 2023 numerosos estudiantes estadounidenses protestaron contra las políticas educativas del gobernador Ron DeSantis en Florida, quien aprobó leyes que prohibían tratar temas de sexualidad, orientación sexual y raza en las escuelas, incluso bajo pena de prisión. Otros estados (Texas, Illinois, Misuri) amenazaron con cerrar bibliotecas o restringir la venta de determinados libros ‘peligrosos’ contra la moral. La ola de prohibiciones (retirada de casi 3.000 libros en escuelas públicas) ha llegado a más de 40 estados. Obras de autores como Margaret Atwood (El cuento de la criada), Stephen King (IT o Carrie), Toni Morrison (Ojos azules), Aldous Huxley (Un mundo feliz) o Diana Gabaldon (Outlander) han sido estigmatizadas.

Los libros resistirán, como lo hicieron en otras épocas, frente a autócratas, supremacistas e intolerantes, son más poderosos que las prohibiciones de mentes atrofiadas. Los libros nos evocan a los maestros que nos los ofrecían de clase en clase, como bibliotecas andantes, para satisfacer los deseos de sus alumnos por descubrir nuevos mundos. Un maestro siempre está al cuidado de sus alumnos, se desvive, les ofrece lecturas para cultivar intelecto y alma. El libro es una extensión de la imaginación y la memoria, decía Borges. Eso es lo que un maestro pretende: nutrir ambas cosas.

Lo mejor para los libros es que sean usados como tesoros compartidos: el tacto de las manos que los han acunado, la devoción de cientos de ojos al leerlos, la ternura de las sensaciones transmitidas, la libertad acendrada en tantas páginas acaricidas. Un libro, al tocarlo, transmite un mensaje para cada lector, desprendiéndose pronto de los jirones impersonales salidos de las entrañas de la máquina que lo imprimió.

“Se lee para vivir”, sentenciaba Gustave Flaubert. Una biblioteca alienta la vida como acto de generosidad, alejada de la soledad, en un ejercicio solidario de compartir. A través de los libros vivimos, las historias contenidas son universos que nos trasladan al hondo sentir del ser humano, a las vibraciones que han estimulado la memoria de quienes los escribieron, o leído antes, provocando un diálogo con la vida de nuestros semejantes. La cubierta o las hojas que los enloman albergan millares de huellas imperecederas de otras tantas historias atesoradas.

Mirarlos en nuestra biblioteca, o en cualquier otra, ofrece un testimonio vivo de intercambio de sensaciones a través del aire resoplado en el papel por cada lector, sus páginas son depositarias de infinitas miradas, quizás también de alguna lágrima, capaces de enhebrar redes invisibles y enigmáticas entre lectores anónimos que han navegado por el fluir de sus hojas. Puedes no estar leyendo un libro, pero tenerlo cerca o que forme parte de un pequeño montón que aguarda su lectura, es como no sentirse solo. A veces, con estar simplemente sentado, con la vista puesta en los anaqueles de tu biblioteca, en una contemplación reflexiva, te catapulta a la descripción mental de un mapa de recuerdos y pequeños hitos que cada ejemplar representa: tiempo pasado, vivencias olvidadas, notas al margen, subrayados… De historias así se compone una biblioteca.

Muñoz Molina (Ventanas de Manhattan) escribió: “Cada libro es una excitante invitación y también un principio anticipado de remordimiento, una promesa de sensaciones, palabras, saberes y mundos”. Restregar la mirada por los libros es la mejor manera de revivir quienes somos.

El futuro de nuestros jóvenes está en los libros. La tolerancia en el mundo, que ellos acaso heredarán, está en la libertad con que se expresen los autores y los jóvenes que los lean. Las perniciosas olas retrógradas se combaten con la lectura. A los jóvenes tenemos que ayudarles a descubrir el placer por la lectura y a respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural.

No son pocas las citas que tenemos con los libros en abril. Dejemos que este se vista con libros, que lo arropen frente a la desgracia o el desvalimiento, que impulse el sentimiento de compartir sensaciones y miradas envueltas de esperanza.

 *Artículo publicado en Ideal, 21/04/2024.

** Escaparate dedicado a Nueva York inside en librería Picasso de Granada.

sábado, 6 de abril de 2024

EL MUNDO EN QUE VIVIMOS*

 


Comprender la naturaleza humana es complicado, así que pasen cien años o la analicemos en cualquier periodo de la historia. Ni siquiera la filosofía se ha puesto de acuerdo para definirla. Cuando el homo sapiens se impuso sobre el neandertal y dejó atrás otras posibles ramas de la evolución humana, se configuró un ser al que han movido los mismos intereses y las mismas pasiones en su devenir histórico. Preferiría, como Cernuda, soñar: “Si el hombre pudiera decir lo que ama” y “pudiera levantar su amor por el cielo”, mejor que dejara “la verdad de sí mismo”.

Anthony Trollope, finalizando el siglo XIX, escribió la novela El mundo en que vivimos, en ella retrataba la corrupción y la codicia de la sociedad de ese tiempo a través del banquero sin escrúpulos, Augustus Melmotte, que creó una burbuja financiera con la venta de productos sin valor, aunque subieron el precio de las acciones hasta un enriquecimiento sin límites. Nada de esto nos extraña, pasado un siglo hemos conocido estafas piramidales de todo tipo, invención de criptomonedas o fraudes filatélicos. Si la novela de Trollope delataba la volatilidad de un mundo creado sobre los pilares de la quimera, no nos sorprende el de la política sostenida en la perversión de la ética y la moralidad.

Iniciábamos el presente año con la noticia de alcance de que la mitad de la población mundial acudiría a elecciones. Unos 70 países, entre ellos Rusia, casi al inicio del año, y Estados Unidos, finalizando. Por el camino, India, un tercio de países africanos o la incierta e inestable Latinoamérica, con el populismo triunfando (El Salvador o Argentina) y los regímenes autocráticos aferrados a la tiranía del poder (Venezuela o Nicaragua).

En Rusia se impuso Putin, más del 87% de votos, después de eliminar a la oposición con ‘discretos métodos’ de envenenamiento, encarcelamiento o muerte. En julio Venezuela aupará de nuevo al autócrata Maduro, parapetado en el eufemismo del Partido Socialista Unido e impidiendo inscribirse a la oposición con sucias maniobras, ni Corina Yoris, académica de 80 años, ni la inhabitada Corina Machado. En noviembre EE UU decidirá hacia dónde camina el futuro del mundo y de su democracia, con un Trump, candidato a pesar de las imputaciones penales y de instigar el asalto al Capitolio (6/enero/2021), que augura un “baño de sangre” si pierde las elecciones, como niega la naturaleza humana de los migrantes latinoamericanos.

Muchas elecciones en una época marcada por la convulsión económica, la creciente desigualdad social, las tensiones geoestratégicas (China, Rusia, EE UU o la Unión Europea midiendo fuerzas), la inquietante inestabilidad de la región africana del Sahel (Europa abandonando el territorio y dejando cancha libre a Rusia, al autoritarismo y al yihadismo terrorista) o la persistencia de dos guerras que marcan el devenir actual de la política internacional: Ucrania y Gaza. A ello se suma otro vector de influencia incuestionable: el crecimiento de los avances tecnológicos y las nuevas propuestas de dinamización del conocimiento con la inteligencia artificial. Más combustible para la expansión de las fake news, la guerra cibernética de los ‘Estados-hackers’, como la Rusia manipuladora de procesos electores, o la creciente desinformación como estrategia de confusión.

La democracia se juega mucho este año. A la desconfianza ciudadana en las instituciones se añade el desprestigio de los modelos democráticos occidentales, y como alternativa: el nacionalismo y la ultraderecha plagada de ideas autocráticas, xenófobas e insolidarias. Los organismos internacionales han perdido, si acaso la tenían, influencia en la resolución de conflictos. La ONU y su Consejo de Seguridad fracasando en el conflicto de Gaza e ignorando los desesperados llamamientos del secretario general, António Guterres, por alcanzar un alto el fuero y frenar el genocidio cometido por Israel (la relatora de la ONU para Palestina, Francesca Albanese, lo califica así, tras 33.000 muertos civiles y el bloqueo de la ayuda humanitaria). Alto el fuego vetado por EE UU en varias ocasiones, no lo olvidemos, hasta su abstención en la votación del 25 de marzo.

El mundo en que vivimos es un mundo donde la escalada bélica va en progresión, las amenazas de conflicto mundial no cesan y las crisis humanitarias tampoco. El principal déficit de la naturaleza humana sigue incólume: la codicia, capaz de invisibilizar el dolor, utilizar el abuso sexual como arma de guerra, arrasar un hospital o una escuela, o generar una hambruna. No faltan los Melmotte del siglo XXI en la política como en los negocios, algunos montando chiringuitos para aprovechar las oportunidades que brindan las pandemias o las necesidades de los desheredados.

Si Trollope volviera a la Inglaterra del siglo XXI, como cuando regresó de las colonias a Londres en 1872, igualmente quedaría horrorizado por la inmoralidad e impudicia, vería que la vida y la dignidad, en una época en que los derechos humanos debieran haber triunfado, siguen teniendo el mismo valor de entonces: ninguno. Trollope, indignado, retrató en su novela a políticos, banqueros, literatos… La misma indignación que nos provoca nuestro mundo, dominado por la corrupción, la venganza, la deslealtad y la estulticia.

Los científicos hablan de la nueva era geológica en que ha entrado la Tierra: el Antropoceno, superando el Holoceno. La huella de la actividad humana ha modificado el ciclo vital del planeta, quedando grabada como un estrato geológico más, identificable dentro de miles o millones de años por los científicos del futuro. Aunque para entonces quizás no exista la humanidad o, a lo mejor, perviva su rescoldo en la Luna o en Marte.

 *Artículo publicado en Ideal, 05/04/2024.

**  Leonora Carrington, 'Artes, 110' (1944)