Me he sentado a su lado en el autobús y observo que sobre su regazo hay una carpeta que sostiene varios folios cuya primera línea resalta en letra grande la alusión al juzgado de primera instancia número tres.
Su oficio tiene que ser el de procuradora, pienso al ver la soltura con que los manipula. Me dispongo a seguir un ritual ya practicado muchas veces: saco mi libro de la pequeña bolsa donde lo llevo, lo abro por la página donde está el separador y me pongo a leer.
Al rato veo que la chica guarda los papeles del juzgado en la carpeta. Interpreto su acción como el paso previo que prepara el inminente abandono del autobús. Insinúo dejarle paso. No me bajo todavía, me dice.
Vuelvo a fijar la mirada en la página de mi libro y continúo con la lectura. Unos segundos después la escucho preguntarme: ¿Le está gustando?
Al reclamo de su voz vuelvo a levantar la vista y observo que su mirada se dirige al libro que tengo entre las manos, Inés y la alegría. Le hago una ligera insinuación de que por el momento no me está convenciendo del todo. Voy por la mitad, acaso sea precipitada mi valoración.
Lo he leído recientemente, me confiesa.
¿Y a ti te gusto?, le pregunto para ocultar mi inseguridad inicial en la respuesta.
Me gustó más El corazón helado, se sincera. Son demasiados personajes, y eso te lía un poco, y luego esperaba saber más de la historia que se narra… se dice poco de ella, me había despertado tanta curiosidad…
El diálogo se anima con esta desconocida.
Hablamos de esta novela y de lecturas pasadas en la fugacidad del recorrido del autobús de la línea 33.
La literatura termina creando un microespacio que nos aísla a dos desconocidos en la densidad de las voces entrecruzadas en que se convierte un autobús a mediodía.
Le confieso que me estoy sintiendo contrariado con el personaje de Inés. Que no entiendo cómo una mujer comprometida con las ideas de la izquierda en la República, que busca su liberación como persona, que parece tener conciencia del papel que tendría que jugar en la nueva sociedad alguien de su sexo, que escapa con entusiasmo de la asfixiante realidad que han construido los vencedores de la guerra para dirigirse al encuentro de ese ejército de liberación que ha penetrado por el valle de Arán, termine jugando el papel de cocinera de un grupo de soldados y que su única preocupación sea cómo le salen unas rosquillas o la sopa de ajo.
Sólo leo por la noche, me dice con resignación. Seguro que esos papeles del juzgado no le dejan otro tiempo para leer durante el día.
Ahora sí se levanta con la determinación de bajarse del autobús. Entonces me aparto hacia el pasillo, le dejo el paso libre y abandona su asiento junto a la ventanilla. Nos despedimos con una sonrisa.
Desde hacía tiempo no me había sentido tan bien hablando de libros. Los minutos se me han antojado como una tarde ocupada por una conversación con la literatura como fondo.
Cuando la veo en la acera me viene a la mente que no le he preguntado su nombre. Tampoco sabré nunca si realmente es una procuradora.