“Me fui aquella mañana hasta la Universidad de Columbia, ronroneaba por mi cabeza qué sentiría Lorca en aquel espacio dominado por el conocimiento. ¿Cómo pudo aquella estancia renovarle las energías que se le habían agotado en los últimos tiempos en España? Entre el ambiente universitario y lo que representaba la propia ciudad, en nuestro poeta se alentaron las emociones suficientes para impulsar lo mejor de su creatividad. Iniciaba la redacción de Poeta en Nueva York”.
“Paseo por el campus…, imagino a un hombre joven de treinta y un años… acostumbrado a una ciudad pequeña, a historias de mujeres, a hechos dramáticos por disputas de odios y amores, que había vivido la experiencia de la Residencia de Estudiantes de Madrid, no siempre gratificante”. (Nueva York inside. Tras los pasos de Federico).
Federico residió en Nueva York desde junio del 29 a marzo del 30. Aquel viaje supuso un punto de inflexión en su vida y en su obra. Desde ese momento escribió lo mejor de su literatura: La casa de Bernarda Alba, Yerma o Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
Aún persisten en mi memoria y en mi retina algunas de esas sensaciones, que guardaré para siempre, así, como escribiera García Márquez en ‘Vivir para contarlo’: “La vida de uno no es lo que sucedió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda”.
Una madrugada de agosto del 36 Lorca era asesinado entre Víznar y Alfacar. Terrible suceso que, junto a la publicación póstuma de Poeta en Nueva York, lo convertirán en un poeta más universal, más reconocido, más ciudadano del mundo. Su figura literaria no dejaría de crecer. El mito, tampoco. Localizar sus restos es una cuestión menor, Lorca está en tantos lugares, tan intangibles, tan íntimos: nuestro pensamiento, el deseo de libertad y esperanza, nuestra memoria histórica, a la que un aspirante a dirigir el Patronato de Fuente Vaqueros denominó, no sé, ¿de modo ‘ignorante’?: “memez histérica”.
Esta fallida toma de posesión ha vuelto a suscitar, de nuevo, viejas polémicas en torno a lo que representa Lorca en su tierra. Algo no estaremos haciendo bien para que las controversias no cesen, ni siquiera con la ansiada llegada de su legado al Centro Federico García Lorca, no exento de tardanza y discrepancias. Granada, una ciudad capaz de rasgarse las vestiduras ante cualquier ataque contra su poeta preferido, se muestra incapaz de evitar estas disputas. Y queriendo tantas cosas para él: premios con su nombre, representaciones teatrales y musicales en su honor; no obstante, deja otras en manos de la desidia.
Lorca no puede seguir diseminado, inconexo entre la ciudad y la Vega. Él es mucho más que un patronato o una casa museo o un lugar lorquiano o una huerta de verano o un espacio con su legado en el centro de la ciudad, Lorca es sentimiento, sensación imperecedera, universo infinito, recuerdo compartido, referente de libertad. Demasiadas administraciones públicas (ayuntamientos, Diputación, consorcios…), cada una con su ‘parcelita’ de gestión para engolarse como adalid de la causa lorquiana. Una muestra de la ausencia de perspectiva: mirar hacia el terruño, no darnos cuenta de lo que representa Federico allende nuestra mirada provincial.
Observamos a Lorca entre visillos, como si nos vigiláramos unos a otros, como si permaneciéramos anclados en mentalidades retrógradas y rancias. Cuando Bernarda le reclama a su hija Martirio dónde está el abanico que sofoque el calor del día en que se inicia el luto por la muerte del padre, le contesta: “Yo no tengo calor”; a lo cual Bernarda responde, insolente y dominadora: “Pues busca otro, que te hará falta”, hasta sentenciar: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo.” Aquí no se mueve nada, por encima están los prejuicios, las apariencias, ‘nosotros’, ‘nosotras’. ¿Es así cómo queremos seguir actuando con Federico?
Dublín tiene bien reconocibles los lugares de James Joyce y de su gran obra: Ulises. Salzburgo gira en torno a Mozart, hasta convertirse en la ciudad de la música. Pues bien: Granada, siendo referencia mundial por dos emblemas: la Alhambra y Lorca, tiene que apostar por este con una visión más universal y globalizada, con un ente director que aglutine y gestione su memoria, su legado, por encima de particularismos, localismos, culturillas de mirada corta. Que proyecte su figura de modo coordinado en todas las dimensiones que representa como ciudadano, poeta y mito.
Granada aspira a la capitalidad cultural 2031. Ya sabemos cómo somos aquí: capaces de destruirnos a nosotros mismos con tal de salvar nuestro ombligo. Los proyectos comunes o compartidos difícilmente nos ponen de acuerdo. No basta con un consejo rector del Patronato García Lorca (¿se reúne?), acaso muy politizado, incapaz de tomar decisiones conjuntas. La dimensión de la obra y la figura de Lorca es de un calibre tal, que Granada tiene que ponerse a la altura de Lorca, no que Federico quede a la altura de una Granada ruin, localista y poco ambiciosa.
Paseando por la Gran Manzana, a más de seis mil kilómetros, me resultó fácil encontrar al Lorca más universal, visualizando versos de Poeta en Nueva York: sentí la soledad en Columbia University, reconocí ese Senegal con máquinas, escuché los sones de los negros, encontré al rey de Harlem, a Walt Whitman… ¿No vamos a ser capaces de encontrarlo en su tierra, en Granada, en su vega?
*Artículo publicado en Ideal, 29/03/2024. En sección Culturas
** Imagen tomada HJCK