sábado, 31 de octubre de 2020

EEUU EN CAMPAÑA ELECTORAL, LA DEMOCRACIA, TAMBIÉN*


Estaba redactando una cita para el ensayo sobre educación que estoy terminando, al citar el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, equivoqué el año de su publicación: en vez de 2018 puse 2081. Así permaneció bastante rato hasta que advertí el error. Entonces me asaltó un pensamiento apocalíptico: cómo sería la educación si las democracias hubieran muerto. Se me sobrecogió el alma, aunque para ese tiempo yo ya no existiera, pero sí mis nietos.

Vivimos en los años veinte del siglo XXI, el mismo donde se incluye 2081. La democracia en el mundo, ese concepto burgués de organización de la sociedad, está seriamente atacada por próceres que pertenecen a la burguesía más antediluviana, los mismos que en los albores de la revolución liberal pretendían restringirla al máximo y no creían en los derechos que hoy disfrutamos los que configuramos la ciudadanía, burgueses o no, de las democracias occidentales. Por eso me preocupé tanto al ver esa fecha, imaginé con horror cómo sería el futuro de mis nietos, igual que estoy preocupado por nuestro futuro ahora, después de ver cómo ha empezado este siglo emulando al que dejamos atrás, tan terrible para la historia de la humanidad.

Corren malos tiempos para la democracia en el planeta. Seguramente la pandemia del coronavirus ha venido a alimentar la crisis de la democracia, aunque antes de ella viniera dando señales de debilitamiento y destrucción. En su concepto más formal solo se mantiene en EEUU y la vieja Europa, si bien no le faltan los salpullidos de la ultraderecha de tintes fascistas. El triunfo de Donald Trump, que abrió en Estados Unidos la espita para el desmoronamiento democrático de ese país, parece que contagió al resto de América, donde ya se vislumbraba un proceso de involución preocupante: Venezuela, Nicaragua, Brasil… En el resto del mundo las cosas van mucho peor: regímenes autoritarios o seudodemocráticos se extienden por ambos hemisferios, y dos de los gigantes mundiales se posicionan lejos de la democracia: Rusia y China, donde ni siquiera existe.

La campaña electoral en EEUU toca a su fin, mientras, todos los ojos del planeta no apartan la vista. Si la democracia está en peligro en países considerados democracias estables y consolidadas, el futuro no se presenta muy halagüeño. Que esto ocurra en EEUU, la democracia más antigua del mundo, preocupa más. La influencia de los sectores negacionistas, terraplanistas o supremacistas está minándola, proyectando sobre el modelo de vida democrático mentiras y medias verdades, generando confusión y dudas fácilmente aceptadas por la población. Las redes sociales se inundan de mensajes de este tipo y la debilidad de pensamiento de las sociedades posmodernas, producto de una educación deficitaria, hacen el resto. En EEUU ha crecido exponencialmente la influencia de los sectores más retrógrados y negacionistas desde que Trump llegara al poder.

El recordado José Luis Sampedro decía en una entrevista de 2009: “El sistema de vida occidental se acaba”, y añadía que el sistema capitalista que había pasado por tantas fases (mercantilismo, industrial, financiero, globalización) estaba agotado. ¿Puede la deriva política de EEUU ser un síntoma de ello? Crisis y debilitamiento de la democracia que nos recuerda al declive de las democracias occidentales del primer tercio del siglo XX. Aquello no trajo nada bueno, la Historia lo deja claro: fascismos y totalitarismos, los que vemos resurgir hoy en forma de populismos.

Adela Cortina señalaba que las democracias funcionan mejor allí donde se refuerzan con códigos de conducta que la comunidad asume. Que en las democracias actuales se confunda la mano invisible de la economía de mercado y la mano visible del Estado es un peligro, pero más lo es que la mano intangible de los valores, las normas y las virtudes cívicas no exista. No es extraño que Levitsky y Ziblatt apunten como una de las causas del declive de la democracia en su país a la erosión de creencias y prácticas asumidas por el conjunto de la población. Las democracias necesitan normas legales, pero se refuerzan con códigos de conducta y valores de tolerancia respetados por la ciudadanía y el convencimiento de que las conductas sectarias la ponen en peligro.

EEUU está en campaña electoral, el mundo entero estamos en campaña electoral, la democracia, también. Nos jugamos mucho: frenar a la ultraderecha que ha asomado las narices como presagiando el peligro que no queremos que se reproduzca un siglo después. Esa ultraderecha que siempre estuvo ahí, entreverada en poderes fácticos, económicos y políticos, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Las dudas que Donald Trump ha sembrado en su campaña sobre la fiabilidad del propio sistema democrático o de los resultados electorales (dudando del voto por correo o animando a votar dos veces) es un ataque frontal a la democracia. Gradualmente ha estado subvirtiendo el régimen democrático con prácticas tóxicas y alentando un peligroso autoritarismo, si consiguiera revalidar un segundo mandato el futuro sería impredecible.

El peligro para la democracia en EEUU se inició hace cuatro años: alteración caprichosa de las relaciones internacionales, proteccionismo económico, incremento del racismo, política migratoria degradante, división interna del país, controversia con la OMS y otras instituciones supranacionales, menosprecio a la prensa libre… Sin desdeñar, no obstante su carácter coyuntural, la actitud imprudente de Trump frente a la pandemia que ha causado millones de contagios y cientos de miles de muertes.

Como yo, Trump no vivirá en 2081, y espero que su influencia para el futuro tampoco. La democracia y la educación, los mejores constructores de futuro, espero que sí.

* Artículo publicado en Ideal, 30/10/2020.