jueves, 13 de agosto de 2020

¿QUÉ ES UN REY PARA TI?*

Era un día de septiembre de 2007 cuando tuve al Rey Juan Carlos I a pocos centímetros durante minutos en una charla de corrillo. Aquel hombre alto de aspecto esclarecido y mirada mortecina mostraba un semblante entre complaciente y distraído. Se paseaba con una gran copa de vino guiado por una improvisada maestra de ceremonias con aire de súbdita. El rey se dejaba llevar. Asistíamos en Estepa, bajo una carpa instalada al efecto, a una recepción con motivo de la inauguración del curso escolar. La reina doña Sofía, entretanto,  amparada en su discreción, permanecía en un rincón acompañada por la ministra Mercedes Cabrera.
Lo miraba e imaginaba qué habría escrito si fuese uno de los escolares que durante treinta años habían participado en el concurso escolar: ¿Qué es un Rey para ti? En 1976 se creó ex profeso la Fundación Institucional Española para “hacer presente en la sociedad el valor de la Corona como institución integradora e impulsora de la convivencia”. Nunca escribí nada, hasta hoy.
El reinado de Juan Carlos I comenzó bajo el estigma de su designación por un dictador. Franco pensó en el hijo de quien hubiera sucedido al anterior monarca, Alfonso XIII, acaso para darle continuidad a la Monarquía y de camino deslegitimar un poco más a la República que había derrocado con las armas.
Jamás pensé que a este rey le ocurriría como a sus antepasados: exiliarse. El juicio de la Historia es implacable, como lo ha sido con las felonías de Fernando VII, las inconsistencias de Isabel II o el escaso y arbitrario criterio de su abuelo, Alfonso XIII. Se habla mucho de la relajada conducta del rey emérito y de su salida del país en esa mezcla de explicaciones interesadas y juicios intempestivos y poco serenos. Corresponderá a la Historia el análisis de su aportación a la recuperación de la democracia en España, sus debilidades como individuo o si tuvo pocas o muchas prebendas, dádivas y concesiones.
Recuerdo que visitó muchas veces Sierra Nevada y su estación de esquí. En ella se accedió a sus deseos, también los menos confesables, como lo hacen los súbditos: con servidumbre, rendición y pleitesía. A muchos les pareció normal, excepto a quienes veíamos en aquello una ordinariez propia de alcahuetes. Pero hubo quien se plegó a semejante servidumbre con tal de disfrutar del trato campechano del monarca, que decían tenía.
En la hora escasa que anduvo por aquella carpa de Estepa daba frecuentes tragos a la copa de vino tinto, acompañados con finas lonchas de jamón. Se asemejaba a un niño en su fiesta de cumpleaños: sonriente y desvalido, sin emitir palabra alguna, con aire de inconsciencia,. Parecía gustarle aquel juego entre lisonjero y protagonista, como si fuera la primera vez. Halagos y adulaciones no le han faltado y acaso, como niño mimado, haya confundido las alabanzas con un plácet para hacer lo que quisiera.
Durante años algunos poderes fácticos actuaron haciendo uso de un trasnochado vasallaje. Si pretendían defender la Monarquía, se equivocaron. En una monarquía constitucional existe una sola ciudadanía, sin privilegios. Algunos no han querido verlo, confundiendo la defensa de la Monarquía con inviolabilidad o prebendas sin contrapartida. A este rey se le ha permitido demasiado, alguien tendría que haberle dicho que la monarquía actualmente no solo tiene que ser honesta, también parecerlo. Su posición en la estructura del Estado no ha sido bien gestionada en el curso democrático de nuestro país. La izquierda ha gobernado durante bastante tiempo en la etapa democrática, y su talante proclive al republicanismo ha estado suspendido. Los votantes transigían con una monarquía constitucional, pero no con una monarquía que ha dejado de ser leal con el pueblo y que ha utilizado sus prerrogativas constitucionales en beneficio propio.
Los pasos en falso que conocemos del rey emérito han debilitado la institución. Los antecedentes históricos aconsejaban mayor cautela en el ejercicio de sus funciones. Isabel II o Alfonso XIII hubieron de salir de España al exilio. Sus errores como monarcas propiciaron en su tiempo el rechazo a esta forma de gobierno, la revolución y la proclamación de dos repúblicas. Si bien no creo que haya llegado el momento de cambiar de una monarquía a una república, la institución debe andarse con ojo avizor si quiere sobrevivir.
La corrupción que se adueñó de España en los años de la golfería generó un clima de relajación ética y moral, y la Corona no estuvo a su altura. Los escándalos del rey (cacería de elefantes en Bostwana, escarceos con Corinna, cobro de comisiones, tenencia de cuentas bancarias ocultas al fisco…) han enmarañado un reinado que partió con un apoyo generalizado, sobre todo tras el golpe de Estado del 81, aunque haya historiadores que piensen que el reconocimiento fue más una campaña de marketing que de méritos propios.
Se habla de la monarquía como reliquia del pasado incompatible con las sociedades modernas democráticas. En España hemos conjugado ambas concepciones, democracia y monarquía, con cierta dignidad. Pero la debilidad de Juan Carlos I, sus regalías y placeres sin comedimiento, abusando de su inviolabilidad, han traído actos reprobables. El factor humano, esa condición ineludible. La degradación ética y moral de la conducta del rey emérito ha sido consustancial a la que ha sufrido la democracia española. Habría sido un acierto que cuando más se elevaba la corrupción, la institución monárquica hubiera dado hubiera dado otro ejemplo.

No sé qué escribirán ahora los escolares en el próximo concurso sobre qué es un rey para ellos, aunque se trate de Felipe VI. La figura de un rey ya no será la misma para ellos, probablemente también se sientan defraudados. 
*Artículo publicado en Ideal, 12/08/2020
*Ilustración: Claude Vignon_Creso recibe tributo de un campesino de Lidia_1629_detalle

lunes, 3 de agosto de 2020

EUROPA SIGUE ESTANDO MÁS ALLÁ DE LOS PIRINEOS*

Temíamos una debacle, pero al final se han salvado los muebles en Europa. Se dice que el fondo de recuperación europeo es la decisión más importante desde la creación del euro, y debe serlo por el montante económico y la recuperación de principios básicos para el proyecto europeo: cooperación y solidaridad.
Es mucho lo que se juega Europa en esta crisis pandémica donde llueve sobre mojado. Hasta Merkel, la gran recortadora de la crisis de 2008, se ha dado cuenta. Europa es el espacio geoestratégico mundial donde mejor se ha preservado la civilización del bienestar desde que se fundara el Mercado Común. Salir de la crisis del Covid-19 necesitará mucha cabeza y mucha solidaridad, nadie saldrá solo. Estos tiempos son otros: la ruptura en la esfera internacional ha hecho tambalear el concepto de globalización. La inestabilidad mundial generada por la errática política de EEUU en su guerra contra China ha dejado a Europa fuera de juego. Si la Unión Europea quiere sobrevivir tendrá que desechar postulados nacionalistas y apostar por la colaboración interna. Por separado, cada país europeo no deja de ser un pollo con aspiraciones a ocupar un rincón del corral, pero supeditado a los dos gallos predominantes (EEUU y China) y a otro (Rusia) que se dedica al hostigamiento en espera de ver lo que pilla.
En esta incierta desazón de las relaciones internacionales me temo que pierde la democracia. Si desaparece el sentido de comunidad, la democracia se debilita hasta el punto premonitorio que defienden Levitsky y Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias. Ellos hablan de EEUU, pero Europa tiene ya sus amenazas: el auge de populismos y extrema derecha.
El fondo de recuperación supondrá una probable salvación de las economías europeas, sobre todo las del sur. Europa no es EEUU ni China, su potencial económico y de innovación está lejos de lo que representan ambas superpotencias. Si no se anda lista y unida perderá un tren que la alejará de muchas transformaciones que se están produciendo en el mundo, incluso cederá en su papel de estabilizador mundial.
Los estandartes europeos, Alemania y Francia, han facilitado la creación del fondo cediendo ante los llamados ‘frugales’: la Europa luterana, dispuesta a imponer ajustes monetarios e impositivos, reformas laborales y de pensiones a cambio de las ayudas. Capitaneados por Holanda se mostraban insensibles ante quienes sufrieron las duras restricciones de 2008 para agravio de la población más desfavorecida.
En la negociación del fondo de recuperación hemos ‘descubierto’ que aún persisten las dos Europas. La de la austeridad económica de mentalidad calvinista y la tachada de frívola y poco ahorradora. Asimismo hemos ‘redescubierto’ que Europa sigue estando más allá de los Pirineos, no solo geográfica, también mentalmente, y que España despierta los mismos recelos y tópicos a los que secularmente estábamos ‘acostumbrados’.
Nuestra imagen en Europa, a pesar de la modernización impulsada durante la democracia por otros fondos europeos, no es para tirar cohetes. Los eslóganes de la Marca España se antojan ridículos ante los ojos con que nos miran. Nos ven como un país despilfarrador, corrupto y con escaso miramiento por las cuentas públicas, la letra menuda de las negociaciones del Consejo Europeo lo ha evidenciado. Llevamos años convertidos en el botellón europeo, el lugar de desahogo de los borrachos que vienen a atiborrarse de cerveza y a lanzarse desde un balcón a la piscina del hotel. Las imágenes de estas zonas turísticas han llegado a los televisores de Europa: jóvenes británicos, franceses, holandeses o alemanes emborrachándose, meándose, desnudándose y fornicando en plena calle, desmadrándose de la manera más burda y soez, tan solo para dejar unos millones de euros en nuestra principal y traicionera industria: el turismo. Así nos ven y así nos juzgan los que con una mentalidad austera nos mandan a sus jóvenes a que se desahoguen y solacen en nuestras Lloret de Mar, Magaluf o Benidorm. La moral puritana no deja de tener su lado hipócrita.
La pureza del norte de Europa frente al degradado y corrupto catolicismo romano que sirvió de base a la reforma protestante del siglo XVI, y que no ha dejado de perdurar. La prosperidad económica que impulsó aquel protestantismo en el comercio y la industria frente a una economía que a duras penas salía del mercantilismo manufacturero.
No obstante del acuerdo, los ‘frugales’ han demostrado su insolidaridad con el sur de Europa en una crisis no provocada por sus pecados, sino por una especie de ‘maldición bíblica’. Para España los Pirineos han vuelto a ser esa barrera infranqueable que de manera autoimpuesta nos aisló por ferrocarril con un ancho de vía diferente desde el siglo XIX, o que nos ninguneó por méritos propios en el concierto internacional cuando aquel Congreso de Viena de 1815, tras la derrota de Napoleón y el reparto de su botín. Con el siglo XXI a cuestas debiéramos asumir también nuestras responsabilidades (derecha e izquierda) de aquellos años de la opulencia del desmadre económico con Aznar y Zapatero. No sea que ahora algunos quieran sacudirse las solapas como diciendo que aquello no va con ellos o no vean la viga en el ojo propio. En esos años hemos fraguado nuestra nefasta imagen más reciente.
Si queremos recuperar crédito habremos de dar una lección en la gestión del fondo europeo. Y a ser posible que esa imagen de país frívolo en lo económico que nos persigue sea desterrada de manera permanente. Aunque mal hemos empezado tirándonos los trastos a la cabeza, cuando deberíamos haber puesto en valor lo conseguido. No sé a qué juega la oposición en algo que va a ser beneficio para todos los ciudadanos.
* Artículo publicado en Ideal, 02/08/2020