sábado, 29 de junio de 2019

LLORANDO POR GRANADA*


De mi paso por la política aprendí varias cosas. La que más me dolió, aparte de la falta de ética y lealtad exhibida por algunos políticos compañeros, fue el menosprecio con que se trataba a las instituciones. Pude comprobar que para muchos las instituciones no son más que otro medio donde sustentar intereses personales o de partido. Las manipula el independentismo catalán de la manera más obscena que cabe, y se manipulan en el Estado, las autonomías y los ayuntamientos. No les importa utilizarlas como moneda de cambio o para colocar, aun sin competencia, a los adictos. Las instituciones, el verdadero sostén de la democracia, casi lo único que nos queda cuando se desborda la corrupción y la infamia.
Por Granada lloraron ilustres antepasados granadinos. “Tu elegía, Granada, es silencio herrumbroso / un silencio ya muerto a fuerza de soñar”, decía García Lorca en su Granada. Elegía humilde. Como antes lo había hecho Ganivet. Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla: Madrid o Sevilla.
La historia de Granada es la historia de una decadencia, con sus salvedades, arrastrada desde el siglo XVI y sumida en un estado de parálisis que nunca supimos revertir, ni siquiera en el primer tercio del siglo XX con la industria azucarera, ni en nuestra etapa democrática.
Granada, ciudad de botellones, de despedidas de soltero, de turistas atiborrando las calles, de bares de copas. Solo la Alhambra y Sierra Nevada como grandes reclamos turísticos y motores económicos (aunque en su gestión no falten los lamentos). La etiqueta de ciudad de servicios no es suficiente para espabilarla. Demasiado lastre para una ciudad y provincia con datos socioeconómicos siempre a la cola del país, y con una dispersión demográfica y un raquítico desarrollo rural que la despuebla.
No es necesario que rememoremos las lágrimas de Boabdil al alejarse de Granada para seguir llorando por ella. Nuestras lágrimas son de ahora: pérdida de patrimonio artístico y monumental, de espacios verdes en la vega ante la especulación urbanística, descapitalización y casi desaparición del sistema financiero, olvido frente al retraso secular en las comunicaciones o en la economía.
El espectáculo ofrecido por los partidos políticos en la reciente constitución del Ayuntamiento de Granada no se disculpa porque haya sido la tónica general en todo el territorio nacional. Demasiado cambalache para ofensa de las instituciones y de la inteligencia de los granadinos. Granada, desgraciadamente, también presente en este escaparate nacional, mientras los ciudadanos  asistimos incrédulos a un espectáculo político deplorable. Espero que cuando volvamos a las urnas nuestra memoria sea la de un elefante y no la de un pez.
Los candidatos a la Alcaldía de Granada de los tres primeros partidos ya estaban en política cuando hace diez años finalicé mi incursión transitoria en la vida pública. Y seguían estando cuando en 2012 puse fin a mi actividad política después de haber asistido a un vergonzoso espectáculo de presiones y ofrecimientos por quienes aspiraban a mantenerse aferrados al poder orgánico del PSOE. Vi que no estaba hecho para aquello, solo quería trabajar, no estar a cada rato a la gresca interna. En aquel entonces mi único pecado fue postularme a favor de la democratización del partido socialista, extremo que al final ha llegado y que aquel poder orgánico se resistía a aceptarlo. Luego, aquella disidencia, si es que se puede calificar así trabajar por un partido más democrático, me ha servido para recibir algunas represalias políticas cuando he acudido en contadas ocasiones a presentar mis proyectos culturales (hablar de mis libros, solo eso) a alguna institución granadina. Un modo de proceder mezquino de quienes nos representan en las instituciones, y una prueba del uso partidista de las mismas. ¡Profunda decepción!
Los tres candidatos (Cuenca, Pérez y Salvador, este entonces como socialista) ya hablaban de proyectos y de futuro para Granada. Pasado el tiempo, y ocupando cargos, nada se ha materializado (algunas migajas, sí). Granada sigue estando donde me la dejé, o algo peor por el zarandeo de la crisis. Tan solo miremos la tardanza del metro, el déficit en infraestructuras viarias, la deplorable situación del ferrocarril, el eterno retraso de las conducciones de la presa de Rules, el adiós a Caja Granada, la conversión de la ciudad y la provincia en mero espacio de servicios.
Granada, ciudad y provincia, se debaten en una indefinición constante. Han pasado gobiernos municipales y provinciales en lo que llevamos de siglo, y la indefinición continúa. Y lo que nos faltaba ahora era este espectáculo político que hemos mostrado al resto de España en la disputa del sillón municipal. Nuestra imagen hundida  un poco más. Que gobierne una opción política con cuatro concejales de veintisiete es cuanto menos extraño. El voto mayoritario de los granadinos no se ha respetado.
Hemos aprendido poco en política, o acaso la política sea esto: un ejercicio obsceno donde los intereses generales es lo menos que cuentan. Con espectáculos como el vivido en Granada lo más fácil es que cunda el desánimo y la política siga bajo el descrédito.
 “Tú que antaño tuviste los torrentes de rosas… / Tú que antaño tuviste manantiales de aroma”, escribía Lorca sobre Granada desde la añoranza para describir el presente de su tiempo: “Tus torres son ya sombras. Cenizas tus granitos, / pues te destruye el tiempo… / Hoy, ciudad melancólica del ciprés y del agua”. El presente de mi tiempo, a pesar de la distancia histórica y los nuevos tiempos, no es más alentador.
 * Artículo publicado en el periódico Ideal, 27/06/2019