Sobre
Gaza caen ‘bombas tontas’ en los refugios, en los hospitales, en
las escuelas, en la campos de refugiados, sobre las cabezas de niños,
mujeres, ancianos y civiles indefensos. Los que no estamos
acostumbrados a la jerga bélica nos ha sorprendido esta denominación
para un arma que destruye vidas y hogares, caminos y carreteras.
Ignorante de mí, rápido he acudido a buscar información en el
oráculo universal de internet, donde Wikipedia dice sobre ellas:
“Una bomba
no guiada, también conocida como bomba de caída libre, bomba
de gravedad, bomba tonta o bomba de hierro,
es una bomba
aérea lanzada
desde un avión (convencional o nuclear) que no contiene un sistema
de guía y, por lo tanto, simplemente sigue una trayectoria
balística”.
Hasta la Segunda
Guerra Mundial, incluso hasta
finales de los años ochenta, la denominación más común a este
tipo de artefactos era la de bombas. Habiéndome ilustrado, sigo sin
salir de mi asombro. Menos mal que no han sido lanzadas desde un
avión nuclear, porque a lo mejor Israel, que cuenta con arsenal de
este tipo, hubiera sembrado de ‘hongos’, al estilo de Hiroshima y
Nagasaki, el territorio gazatí. Pero no le interesa, los efectos le
hubieran alcanzado.
Ahora
proliferan las ‘bombas inteligentes’, lanzadas y guiadas hacia
objetivos a destruir. La industria armamentística y los países que
la fomentan han de probar sobre el terreno, no en la ficción, cómo
se comportan tan honorables inventos. Son muchos los ensayos
armamentísticos que se están llevando a cabo en guerras como
Ucrania y Gaza, como se hizo antes en Siria y otros confines del
mundo. Seguramente ya se tendrán amplios y detallados dossieres
técnicos sobre el comportamiento de las sofisticadas e innovadoras
armas, en su capacidad de destrucción de vidas, edificios e
infraestructuras. Y se habrá acumulado una ingente cantidad de
información top
secret
para cuando estalle la tercera guerra mundial que muchos buscan.
En
Gaza se tiran ‘bombas tontas’, seguramente pensando que los que
las sufren son ‘tontos’ o seres humanos de un nivel inferior:
‘animales’, como calificó a los gazatíes el ministro de Defensa
de Israel, Yoav Gallant: “Estamos
luchando contra animales y actuaremos de manera acorde”,
aseveración que comportaba asimismo el bloqueo total de la Franja,
con corte de suministro eléctrico, entrega de alimentos o
combustible. En
Gaza ocurre lo que escribía la poeta rusa Anna
Ajmátova en aquel 1914, cuando ya azotaba la Primera Guerra Mundial:
“Huele
a quemado. Durante cuatro semanas ya /
Ha
estado ardiendo el pozo seco de la huerta. /
Los
pájaros ni siquiera han cantado hoy /
Y
el álamo ha dejado de crujir y silbar”.
Bombas
tontas, dirigentes tontos, política tonta, venganza tonta, entrañas
tontas, perversidad tonta, todo formando parte de un mundo tonto.
Quizás vivamos en el mundo más tonto desde que la humanidad existe,
cuando hemos dictado cartas universales de los derechos humanos,
incluido en constituciones derechos fundamentales de los ciudadanos,
fomentado la cultura para que sea un bien común y nos haga más
civilizados, en un mundo en el que, contradictoriamente, nos duele la
boca de pronunciar las palabras paz, solidaridad, convivencia, mundo
mejor.
Las
democracias occidentales han fracasado en Gaza. EE UU alienta con sus
votos en contra en la ONU y el envío de armas (decenas de miles de
millones de dólares en armamento) el genocidio que se está
produciendo, a pesar de las torpes palabras que su presidente utiliza
para enmascarar esta connivencia con una democracia, la israelí, que
se está comportando como una autocracia de crueldad sin límites.
Ninguneando a la ONU, desoyendo y reprimiendo las voces estudiantiles
en las universidades estadounidenses que claman el fin de este
oprobio a la memoria de la humanidad perpetrado por democracias
occidentales. He visto la acampanada en el campus de la Universidad
de Columbia, por el que deambuló durante algunos meses de 1929
Federico García Lorca en busca de una libertad que a fe terminó
alcanzando, y he visto cómo era desmantelada y reprimidos los
estudiantes. Y cómo se ha extendido el fenómeno por todas las
universidades estadounidenses y europeas, incluida la de Granada. Y
escuchado, en una ofensa a la razón, cómo se les ha calificado de
antisemitas, con la desfachatez más grosera del mundo.
35.000
gazatíes asesinados, incluso puede que más cuando usted lea este
artículo. El número no debiera ser lo relevante, que lo es, también
sería una atrocidad aunque solo fuera un tercio o la mitad o la
quinta parte; las vidas segadas de tantos inocentes, incluidos miles
de niños, a quienes se les ha truncado su derecho a vivir, a ser
respetados como seres humanos, sí lo es.
Hay
ambiciones sin límite y objetivos sobrevenidos y ruines,
aprovechando la inmensa superioridad de la fuerza: la ocupación
israelí de más territorios en Cisjordania, con la impunidad y
monopolio de poseer ‘bombas tontas’ y un moderno armamento, y el
execrable respaldo de las democracias occidentales. Estas están
perdiendo el prestigio como adalides de la libertad y el respeto a
los derechos humanos frente a la ola autocrática y neofascita que se
extiende, no solo internamente, también por el resto del planeta.
Algún día, países como EE UU o Alemania tendrán que rendir
cuentas por su permisividad con la acción vengativa y cruel de
Israel.
Mucho
por hacer todavía hasta parar esta guerra. La condena internacional
no cesa, la indignidad y la barbarie de los principales actores,
tampoco. En mi caso, por el momento, “pido la paz y la palabra”,
como mi admirado Blas de Otero.
*Artículo publicado en Ideal, 23/05/2024.
** Amal Abu Al-Sabah_Tragedia en la Franja palestina_EFE_Anas Baba