La crisis económica
que nos azota se ha cruzado de lleno en el camino de la educación. ¡Y de qué
manera! Anhelábamos que esta parcela social hubiera quedado al margen de los
vaivenes económicos y los ajustes presupuestarios, pero a lo que se ve hay
determinadas fuerzas que han puesto sus ojos en ella. El presente curso escolar
ya comenzó instalado en la polémica con las medidas que adoptaron algunas
comunidades autónomas con recortes
presupuestarios y laborales. Luego
vinieron las elecciones generales, y la educación fue incluida en la campaña.
Ahora el Gobierno de España se plantea el recorte de tres mil millones de euros
a costa de la educación. Para ello propone subir la ratio, aumentar el horario
lectivo del profesorado o subir las tasas académicas. Es obvio que la
consecuencia más inmediata, entre otras, de estas medidas tiene que ver con el
despido de profesorado.
Nunca le ha venido
bien a la educación la polémica, y menos en estos tiempos en que soplan vientos
neoliberales que andan justos de escrúpulos a la hora de limitar derechos.
Mejor hubiera sido no ver la educación metida en este embrollo, pero parece que
es 'inevitable', habida cuenta de la incompetencia de la clase política
(arremetida por organizaciones empresario-educativas pendientes sólo de sus
intereses) incapaz de llegar a un pacto educativo en más de treinta años de
democracia. Haber dejado a la escuela alejada, en muchas cuestiones básicas,
del debate político y, si me apuran, sindical, a buen seguro la hubiera hecho
crecer. A cuenta de ello, siempre ha resultado fácil liarla en problemas de
identidad nacional, de reivindicación de lenguas maternas o su utilización como
arma arrojadiza en el debate político. Es una muestra palpable del fracaso de
esa inteligencia colectiva que definiera José A. Marina en su esclarecedor ensayo La
inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez. Como asimismo
lo es la falta absoluta de desarrollo de la inteligencia emocional en muchos dirigentes políticos.
Un sistema educativo
que está en continua construcción no se puede permitir un ajuste presupuestario
de esta magnitud sin caer en un preocupante retroceso. En principio por dos
razones: una, porque provocará un grave perjuicio en esta parcela de los
servicios básicos de una sociedad avanzada; y dos, porque irá en contra de la
formación de nuestras generaciones jóvenes. Y la educación de estas no puede
ser hipotecada por la insaciable codicia de los mercados y la torpeza de un
Gobierno que está mirando en sentido equivocado. Pongamos sólo un ejemplo. El
gran fracaso de nuestro sistema no es ese tan cacareado ‘fracaso escolar’,
difícil de definir y de fácil
utilización para hacer demagogia a costa de la educación, el gran fracaso de
nuestro sistema educativo en los últimos veinte años es el déficit en el
aprendizaje de idiomas. Pues bien, este se verá restringido por las decisiones
del Ministerio de Educación acerca de recortar el presupuesto de las becas de estancia en el
extranjero. Es una manera de ponérselo difícil a los españoles que quieran
aprender un idioma, sobre todo en un país donde sabemos que es uno de los
lastres de nuestra formación personal. Pero no sólo de nosotros, sino también
de nuestros representantes políticos (desde presidentes de Gobierno hasta
consejeros de Comunidades) que cuando salen a reuniones internacionales, o
mantienen contactos con gobernantes extranjeros, tienen que ir con las orejas
de burro puestas y tirando de traductores.
En España es fácil que articulemos los debates
como ‘bocanadas de humo’: fáciles de ver pero difíciles de atrapar, medir o
calibrar en sus consecuencias. Este recorte presupuestario en torno a la
educación se me antoja algo así. Mientras se nos llena la boca de calidad de la
educación somos incapaces de mirar hacia donde realmente se encuentran los
graves problemas de nuestro sistema educativo. Y para colmo ahora se le hace pagar a la educación las consecuencias
negativas de la crisis económica. El sistema educativo es tan sumamente frágil
que cualquier incursión poco meditada puede desestabilizarlo con facilidad. El
trabajo en la escuela es una labor de artesanía, y todo lo que venga a
distorsionarla acabará por afectar el equilibrio existente. La educación no es
una cadena de montaje que ajustándola con patrones definidos en un despacho se
pone en funcionamiento con precisión. Es algo más complejo que todo eso, en
ella no valen las decisiones desde arriba, aunque puedan coadyuvar a mejorar,
valen las que se toman abajo, en el día a día, en el trato entre personas:
profesores, alumnos y familias. Y en esa relación, que suele ser muy frágil,
todo lo que venga a incomodarla debe ser rechazado.
Lo verdaderamente
indignante es que la imposición de estas medidas presupuestarias viene a hurgar
en una de las parcelas de la vida pública que debería estar al margen de
cualquier interés político o económico. Tantear en la educación para alcanzar
un ahorro presupuestario, y el consiguiente recorte de recursos humanos, eleva
la medida al menos a la categoría de dislate. Es lamentable que se utilice la
educación, y en este caso un pilar básico de mejora de la misma como es el
profesorado, como herramienta contable para equilibrar unas cuentas
deficitarias. La dimensión social de la educación debe estar por encima de
ello.
Por el contrario,
entristece ver que teniendo la escuela otros problemas más profundos que están
diezmando la calidad educativa, que están deteriorando los niveles de
enseñanza, o provocando retrocesos en los niveles de aprendizaje de nuestros alumnos,
algunos gobernantes dirijan su mirada hacendística a la escuela para generar en
ella un desasosiego innecesario. Sólo pediría, si es que hay sensatez, que hagamos
realmente política educativa, y dejemos de hacer política con la educación.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 3/05/2012.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 3/05/2012.
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