Han pasado varios días desde la muerte de Carlos Fuentes. Días que han servido para macerar el impacto de la noticia y reflexionar sobre el personaje y su obra. Siempre me ha parecido un ejemplo de equilibrio en el decir, tanto en su obra literaria como asumiendo su condición de ciudadano, no siempre apreciada en muchos intelectuales, para hablar de las cosas de la vida, de esas que acontecen cada día. Admiro cuando el intelectual se compromete con su tiempo, que es lo mismo que cultivar la sensibilidad ante los acontecimientos de un mundo imperfecto, modelado por manos ostentosas y egoístas, rayando algunas veces la crueldad. Hechos que no nos gustan y ante los cuales no podemos exhibir nuestra impasibilidad, ni mucho menos adormecer nuestra voz. Lo leía, por ejemplo, cuando calificaba las Olimpiadas de Pekín como la gran tentación para Occidente, y cuando se nos torcía el gesto ante la obscena claudicación del capital frente a la violación de los derechos humanos en China. Así como cuando abominaba de un Blair sonriente dispuesto a no arrepentirse de sus correrías en Irak de la mano de Bush, o a ganar dinero con sus memorias, intencionadamente desmemoriadas.
Carlos Fuentes, el de porte diplomático, ha muerto, pero antes de esto nos has dejado una inmensa obra en la que ha sido capaz de interpretar la vida contemporánea como pocos, y nos la ha hecho ver contenida en múltiples historias plagadas de voces y palabras. Se ha dicho que es el más cervantino de los escritores hispanoamericanos, que ha cuajado una manera de hacer narrativa donde el hombre busca una esencia que está tanto en el pasado como en los acontecimientos que le rodean. Ahí tenemos La muerte de Artemio Cruz, Cambio de piel o Terra nostra como testimonio de ello.
A Carlos Fuentes quizá deba uno agradecerle haber servido de modelo para que, los que como yo nos ejercitamos en el oficio de escritor, hayamos encontrado la luz de una creación que de otro modo se nos hubiera resistido. Quedará la huella del gran maestro que con sus novelas nos ha enseñado a todos a ser lectores, y a algunos a intentar ser escritores.
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