Hace unos días una visita a la población de Paiporta, con motivo de los estragos provocados por la DANA, los Reyes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, fueron objeto de insultos, lanzamiento de piedras y barro. El presidente del Gobierno fue atacado con un palo por la espalda y, temiéndose lo peor, fue retirado al coche por la escolta de seguridad. Una vez dentro, varios individuos golpearon cristales, dieron patadas y lanzaron más barro y palos. El objetivo de reventar la visita, conseguido. El señalamiento de Pedro Sánchez, también.
“Nuestra obligación… es echar a Sánchez del Gobierno… lo antes posible… con todos los medios…”, dijo Miguel Tellado, portavoz popular en el Congreso. Igual que hay ultras que apalean un muñeco representando a Sánchez en las puertas de Ferraz, algo que no es delito para un juez. Siguiendo con la DANA, una concejala de Santa Elena, Ana Bernardino, llamó a Sánchez “maricón de mierda” e “hijo de puta”, menos comedida que Ayuso con su “Me gusta la fruta”. Dimitió por ello, la concejala, digo. En Vegas del Genil, otra concejala, Almudena Estévez, publicó un comentario en redes sociales, que luego borró: “¿Alguien tiene el número del hombre del palo? Me gustaría hacerle un bizum”. El Rey recordó en Paiporta que estamos en una democracia.
Los efectos de la DANA han sido devastadores para todo el mundo. El paisaje caótico que nos ofrecen las imágenes de televisión no deja lugar a dudas. Es evidente que algo así nos llena de pesar. La primera defensa ante esta depresión meteorológica debió ser más eficiente, si la alerta se hubiera activado antes. Paliar las terribles consecuencias, también, si se hubiera actuado de manera más diligente.
No obstante, quisiera detenerme en los niños y los jóvenes. Algunos han muerto, otros muchos comparten la tragedia y la pérdida de sus hogares, o la no asistencia al colegio durante muchos días. Hubo quienes tuvieron a un palmo el ruido de la corriente torrencial enlodazada, el miedo de ver el agua desatada arrastrando todo a su paso. Viven en calles atoradas de coches, maleza y restos múltiples. Su vida: alejada de la normalidad bruscamente, el sueño soliviantado y la traumática experiencia, acaso, forjándoles la amargura en el carácter. Como fortuna, frente a tanta desolación, una corriente de solidaridad llegada para recomponer sus vidas y su hábitat.
El impacto psicológico de todo lo que están experimentando no lo sabemos aún, aunque lo intuimos. Su propia visión, las familias, los vecinos, la televisión, las redes sociales, les están mostrando un panorama caótico, al que su inmadurez puede restarles capacidad de interpretación: incapacidad para asumir esta realidad sobrevenida, miedos incontrolados, dificultad para exteriorizar sentimientos negativos... Reconducir esta situación adecuadamente es la siguiente tarea. Racionalizar una catástrofe que ha estallado repentinamente en sus vidas requiere hacerlo de modo equilibrado, evitando que los traumas se enquisten. Hacerles partícipes de las soluciones, de la limpieza, del trabajo compartido, de la solidaridad desplegada, es la mejor terapia, reforzando valores como colaboración y labor en equipo. Siempre hay un componente formativo en toda situación caótica.
Nuestra sociedad es víctima de la difusión de infinidad de mentiras intencionadas, noticias falsas, opiniones engañosas, bulos, todo difundido por tierra, mar y aire. La (des)información es campo encenagado: saña contra el adversario, negacionismo climático, maniobras antipolíticas…; ‘influencers’ convertidos en propagadores de mentiras; seudoperiodistas montando el espectáculo mediático, cacareando el morbo y las informaciones no contrastadas: noticias falaces que hablan de cientos de muertos en parking, falta de efectivos de ayuda, culpabilizando a la administración no afín, hablando de Estado fallido... Falacias tendentes a provocar alarmismo, como si no hubiera poco dolor con la realidad circundante, generando crispación y odio, auspiciando la violencia. Todo esto presente en la ya traumática vida de estos jóvenes. Enmarañando un paisaje de por sí desolado, creando más caos sobre el ya existente.
Este es el panorama donde se desenvuelve la vida de los niños y jóvenes afectados por la DANA. La miseria humana sin miramientos, lanzando mensajes que los traumatizan aún más, los confunden, proporcionado visiones distorsionadas de la realidad. La violencia y el odio no son la mejor receta; la crítica razonada, sí. Un palo o una bala no hacen justicia; la democracia, sí.
¿Veríamos bien que cuando un estudiante se siente injustamente suspendido en un examen o reprendido por un acto de indisciplina aporrease el coche del profesor? ¿Alguien cree educativo que las palabras y expresiones soeces e injuriosas expresadas por gente pública deban ser reproducidas por nuestros jóvenes en sus relaciones?
La escuela se empeña en transmitir pautas a niños y jóvenes de respeto, de expresar ideas sin llevarlas al insulto, de relacionarse en un clima de convivencia dentro de la discrepancia. La escuela promueve mensajes en pro de educar y formar ciudadanos al servicio de la sociedad. Fuera queda el insulto, la injuria o la ofensa.
El odio en nuestra sociedad va en aumento. Darles lecciones de ‘odio’ a ellos es marcarles caminos violentos equivocados para resolver los conflictos, como si la violencia verbal y física fuera la solución, ni siquiera para rechazar la actuación negligente de los políticos.
*Artículo publicado en Ideal, 18/11/2024
** En medio de la riada de Paiporta. Carlos García Pozo_ El Mundo