La salud mental es una cosa muy seria. En los adolescentes proliferan conductas suicidas y autolesivas, en los adultos otro tanto. Si miramos hacia nuestra sociedad, a sus altavoces mediáticos, nos alarmaremos del nivel de crispación a que la somete la política, menospreciando el estado de una ciudadanía sumida en las ingratitudes de la carestía de la vida, la violencia imbricada en sociedades cada vez más esquizofrénicas, las guerras repartidas por medio mundo o esa sensación continua de insatisfacción y soledad que nos embarga.
Pasado casi medio siglo de la llegada de la democracia, tenemos la percepción de no haberla cuidado suficientemente. No basta con tener una Constitución, una declaración de derechos y libertades, e instituciones concebidas para un modelo de Estado con separación de poderes, hay cosas que no funcionan en la vida democrática. Hemos herido la democracia demasiadas veces, y la corrupción ha provocado un efecto desmoralizador.
Pido la palabra, como hizo Carmen Martín Gaite en aquel libro —‘Pido la palabra’—donde reunía veinticinco conferencias versadas sobre temas diversos, y la pido como si fuera el último patrimonio que me quedara en la defensa de mi dignidad como ciudadano, mientras la mezo en los versos de Blas de Otero: “Si abrí los ojos para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra”.
Pido la palabra porque la democracia está en peligro frente a una ola de líderes ultras de corte fascista que quieren acabar con ella, y porque no quiero sentirme un mindundi manipulado por una pléyade de políticos que creen sentar cátedra con discursos estúpidos y sentencias dialécticas idiotas, y también para que no me cierren la boca, o peor, mi intelecto, con eslóganes banales que rayan la manipulación. Quiero la palabra para rebatir argumentos fútiles de arrogantes politicastros, oradores sin formación ni cultura, solo dispuestos a trasladar odio y bronca.
No hay derecho, ni motivos, para tener a la gente atada al solivianto. Tenemos derecho a ser felices, no a la felicidad prometida desde la política, sino la emanada de la cordialidad, el respeto o la convivencia pacífica, lejos de la puñalada traicionera, dañina y perniciosa al vecino o al prójimo diferente, con otro color de piel, que ha venido a darle una oportunidad a su subsistencia. Tantas décadas soportando que la política encanalle a la sociedad. “Ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero”, afirmaba Eduardo Galeano. A los mezquinos que emponzoñan la vida pública les diría que sean honestos, aprendan de la historia y no crispen la convivencia generando tanto descontento ciudadano.
Mirando a la historia, o a la hemeroteca, recordemos que durante la democracia la corrupción no ha dejado de perseguirnos. Ese mal que nunca intentamos combatir, o quizás no nos interesó. A Felipe González le llovieron los casos: Filesa, Roldán, GAL, Mariano Rubio, Juan Guerra, etc. Negó su implicación y nunca dimitió, fue a despedir a su ministro Barrionuevo y al secretario de Estado de Interior, Rafael Vera, a la cárcel de Guadalajara. Aznar nos metió en una guerra ilegal, indultó a 1.441 presos con pecados de prevaricación y corrupción, promulgó una ley del suelo para abrir la espita de la especulación, y muchos de sus ministros terminaron imputados o en la cárcel, como el superministro Rodrigo Rato. José María se puso de perfil, y en la boda de su hija hicieron el paseíllo todos ellos.
El Partido Popular con Mariano Rajoy fue condenado como partícipe a título lucrativo por beneficiarse del dinero de la corrupción de la trama Gürtel, entretanto circulaban sobres con dinero y martilleaban discos duros en su sede, o robaban pruebas en casa de Bárcenas. “Luis, sé fuerte”, “hacemos lo que podemos, !ánimo¡”. ¡Cuánto dio de sí aquella contabilidad B y cuántas obras financió! Aún recordamos los miles de millones destinados a bancos para salvarlos de la crisis financiera propiciada por ellos mismos, todavía no recuperados. O la corrupción repartida por el país: Cataluña con su 3%, Andalucía con los EREs, Valencia y Madrid con la Gürtel, etc.
Y ahora llega el turno a Pedro Sánchez con el salpullido corrupto de dos secretarios de organización: Ábalos y Cerdán, y un subalterno: Koldo, para rematar el asedio a que está sometido por tierra, mar y aire. Y nuestra democracia padeciendo una corrupción sistémica, la vida pública enlodazada y carente de mecanismos y controles eficientes para atajar cualquier atisbo de depravación.
La democracia en peligro y la política cada día más cutre, maliciosa y ruin. En tiempo de bulos, medias verdades, desinformación, políticas rastreras, solo se alimenta la queja y el descontento ciudadano. Los que antes fueron corruptos vienen de salvadores, queriendo implicarnos en su relato malicioso, tomar partido como si fuéramos estúpidos, pretendiendo convertirnos en vasallos serviles sin pensamiento propio. No debiéramos consentirlo, ni convertirnos en cómplices de estrategias de confrontación, de contiendas interesadas. Al contrario, debiéramos exigirles que adecenten la democracia dando ejemplo, que no defiendan a los amigos y allegados corruptos, y arbitren medidas eficaces que acaben con la degradación.
Por esto pido la palabra, sin partidismo alguno, para denunciar a la clase política de mi país —sin eludir la responsabilidad que tenemos como ciudadanos— por no haber luchado contra la corrupción y haber sembrado odio, tensiones, angustia, zozobra, inquietud, desconfianza democrática…, y permitir que la vida pública se haya sumido en las cloacas putrefactas de la ignominia y la degeneración.
*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2025.
**Edwaert Collier, Naturaleza muerta con instrumentos de escritura, s. XVII.