martes, 20 de agosto de 2024

NI SIQUIERA EL ‘ESTABLISHMENT’ PUEDE FRENAR LA INDECENCIA*

 


Destruir una escuela, un hospital, matanza de civiles indefensos, la vida despreciada… lo que cada día perpetra el ejército de Israel en Gaza. La insaciable sed de venganza bíblica, y no bíblica. El sábado día 10 Israel bombardeó, en el barrio de Al Daraj de Gaza capital, otra escuela más repleta de desplazados, con la excusa de que había milicianos de Hamás. Un centenar de asesinados, incluidos niños y ancianos. Una responsabilidad compartida por Estados Unidos, el gran valedor de Netanyahu. No hay mentira que cien años dure, mas esperemos que la desgracia tampoco.

Las elecciones presidenciales de EE UU calientan motores. El escenario ha cambiado con la designación de Kamala Harris como candidata del partido demócrata. Biden naufragó en la confusión en el debate celebrado en Atlanta (finales de junio), como desvaría con su apoyo al Israel de las continuas masacres. Imaginamos los múltiples intereses que están detrás de este apoyo, pero la vida de las personas es mucho más valiosa.

Las elecciones de noviembre se presentan, al igual que en 2016, con dos formas dispares de entender el mundo, ahora, si cabe, más extremas que nunca en la historia de Estados Unidos. Siempre rivalizaron dos posiciones —republicana y demócrata— pero en una línea liberal, con posicionamientos desiguales en cuanto a coberturas sociales o política exterior —configuración de su supremacía internacional y geoestratégica—. Desde 2016 el modelo republicano de la derecha clásica se ha roto, una ola ultraderechista lo está sepultando. El partido republicano ha sido devorado por la denominada derecha reptiliana liderada por Donald Trump, quien, sin complejos, llena su discurso de teorías conspirativas y postulados generadores de una ‘nueva cultura’ defensora del ‘acientifismo’ y ‘terraplanismo’, censuradora de millares de libros, utilizando la mentira y la posverdad, la que es aceptada como dogma del líder —utilizada ya por la estrategia hitleriana—, o señalando chivos expiatorios, enemigos de la nación a quienes perseguir.

Medio mundo vive con el corazón encogido ante esta cita electoral. Razones no faltan. Los demócratas, como su líder Biden, han mostrado durante su mandato excesiva debilidad o escasa definición de sus políticas; por su parte, los republicanos han pasado a convertirse en un partido ultra, sin principios, sometido a un magnate que como presidente casi acaba con la democracia más sólida del planeta y que como candidato no ceja en su empeño de amoldarla a su estrambótica y esperpéntica imagen, tildándola de constructo político obsoleto, elitista e incompetente, un individuo al que no le preocupan los demás, solo su ego. El futuro inmediato no se presenta muy esperanzador, a los tambores de guerra generalizada se suma el deterioro de las democracias occidentales, el sistema político-social que ha dado estabilidad al mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Si Kamala Harris y la justicia no lo remedian, Trump amenaza con volver a la Casa Blanca. Nuevamente la ordinariez, el disparate y la inmoralidad aposentados en el poder, pero ahora con el resabio de quien regurgita constantemente su ‘injusto’ desalojo de 2020. La política excéntrica convertida en pesadilla en la primera potencia del planeta. Un enemigo de la democracia, como lo demostró negando los resultados electorales y azuzando el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. La tesis del libro Cómo mueren las democracias (2018), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sigue vigente: una de las causas del declive de la democracia se vincula al acceso al poder de quienes no creen en ella, erosionan sus prácticas y las creencias y valores que la sustentan, hasta reducirla a lo accesorio, a lo no relevante, a desprestigiarla instalando el virus antidemocrático en ese elenco de seguidores desencantados, deseosos de que llegue un Mesías que acabe con el establishment. El populismo neofascista de Trump es un peligro para la democracia, como la motosierra de Milei, no será el salvador que traerá la moralidad y la ética que supuestamente ha devaluado la élite a la que critica.

El triunfo de Biden en 2020 fue acogido como la salvación de una democracia amenazada. Sin embargo, su debilidad en la toma de decisiones políticas problemas migratorios, deterioro económico, política exterior errática... ha sido patente: manteniendo las lamentables persecuciones de inmigrantes en la frontera mexicana, fracasando en el apoyo a Ucrania, apoyando la ignominiosa represalia de Israel contra Gaza, permitiendo el flagrante genocidio cometido o reprimiendo las protestas estudiantiles contra las masacres cometidas, como la de la Universidad de Columbia, la que acogió a Federico García Lorca en 1929.

Seguimos hablando de elecciones, naciones, gobiernos, ciudadanía y, acaso, tendríamos que hablar de emporios económicos, marcas registradas o multinacionales que tanto influyen, incluso en nosotros, haciéndonos fieles servidores y fuerza viva del neoliberalismo que los guía. Quizás el poder no esté en esos líderes o sus discursos amañados con relatos interesados que luego votamos.

Las autarquías que ahora conocemos: Rusia, Israel, Venezuela, Nicaragua... provienen de procesos electorales que las auparon al poder antes de desvelar su auténtica cara. Si Trump ganara las próximas elecciones presidenciales, ¿estaría tentado a modificar la XXII Enmienda de la Constitución de EE UU, que limita los mandatos del presidente a solo dos, para mantenerse en el poder?

El freno a la indecencia que nos rodea, acaso no pueda ponerlo la política tradicional, pero quien seguro no lo hará es la marabunta de populismo, fascistoide o no, que nos asola. Esperemos que Kamala Harris contenga a Trump, porque a este césar se lo tragarán todos, incluidos nosotros, los europeos.

*Artículo publicado en Ideal, 19/08/2024.

** Gaza, Banksy

martes, 6 de agosto de 2024

¿VÍCTIMAS DE LA DESINFORMACIÓN?; TODOS, TAMBIÉN LOS JÓVENES*

 


¿Seremos capaces de ponerle puertas al campo? Los bulos son parte de la idiosincrasia de la especie humana que, cuando quiere alcanzar sus fines, no se priva en utilizar todo tipo de artimañas, por medios lícitos o ilícitos, para ofrecer la información que más le conviene mentiras o medias verdades sin importarle la honra o el prestigio del adversario, del amigo o del inocente. La Roma republicana con sus intrigas, las cortes reales con sus dimes y diretes…, o el caso Dreyfus de la Francia decimonónica. El uso de la desinformación o los bulos en la historia son incontables.

En las sociedades democráticas, la ciudadanía, por su capacidad de voto, es el principal objetivo y víctima de la manipulación informativa. En la era digital, la barbarie digitalizada la ha hecho más vulnerable y moldeable, la realidad y el reality show se entremezclan, justificando casi siempre el autoritarismo como solución práctica. Sociedades que deberían estar más y mejor informadas, con mayor acceso a versiones distintas sobre un mismo tema; sin embargo, son fácilmente pastoreadas, convertidas en una masa informe fácil de manejar, supuestamente cuando los niveles culturales son mayores. Hoy nos engañan desde la vida política como en nuestros gustos literarios, estéticos o gastronómicos. Nos hemos convertido en víctimas de la desinformación.

Manejamos unas tecnologías y espacios virtuales que potencian sin límites nunca visto toda clase de información: verdadera, falsa, insidiosa, malintencionada, con el propósito de que llegue, no a unos cuantos del entorno próximo, ni siquiera a los miles que en otro tiempo accedían a la prensa, sino a millones o cientos de millones de personas. Información bien organizada y presentada, difundida al mismo tiempo y por una gran variedad de canales digitales.

Llevamos tiempo asistiendo no solo a la guerra convencional, también a la guerra híbrida. En los procesos electorales del siglo XXI han sido frecuentes los ciberataques o las campañas de manipulación y propaganda. Las de mayor intromisión: las acciones ejecutadas por la Rusia de Putin contra las democracias occidentales. Las hemos sufrido, como aquella campaña contra Hillary Clinton que abrió las puertas de la Presidencia de EE UU a Donald Trump en 2016. El objetivo de este y otros ataques es obvio: desvirtuar el sentido de la democracia y sus instituciones, hasta desestabilizarla.

Nos enfrentamos a un problema que, por su magnitud, es casi imposible de combatir, con potentes aliados: el universo digital y la inteligencia artificial. El asunto está alarmando tanto a la clase política que, por fin, se pone manos a la obra. Los gobiernos han visto la necesidad de regular la ingente desinformación, las fake news. Ponerle puertas a este cosmos será una labor ímproba, pero no podemos cruzarnos de brazos. El periodismo, también víctima de ello, tiene sus ‘alter ego' perniciosos en la intromisión de pseudo-medios digitales que, frente a la información rigurosa, compiten por la audiencia ofreciendo informaciones tergiversadas, falsas y sesgadas, donde la verdad no cuenta, tampoco la democracia.

La Comisión Europea prepara un proyecto para poner en marcha una red de verificadores de información siguiendo los modelos ya existentes en Francia y Suecia. Este asunto también fue tratado en el Parlamento Europeo (2020) y dio pie a un informe que abordaba la necesidad de reforzar la libertad de los medios de comunicación, la protección del periodismo, evitando el discurso del odio, la desinformación y el papel de determinadas plataformas digitales de extrema derecha y populistas que contribuían a atacar a grupos minoritarios, con una retórica que criminalizaba la inmigración y fomentaba la homofobia, el odio, el sesgo ideológico, el racismo o la xenofobia. Hace unos días el Congreso de los diputados debatía un plan de regeneración democrática, donde se incluía la desinformación como factor debilitante de la calidad democrática en España.

A este tema no son ajenos niños y jóvenes. Son muchos años siendo el punto de mira de la publicidad y de no pocas desinformaciones, bulos, mensajes-trampa, manipulaciones, hasta el punto de distorsionar su modo de vida y su visión del mundo y la realidad. Hasta ahora parece que esto preocupaba menos, pero el grado de (des)educación a que están sometidos hace peligrar su futuro. La toxicidad de los mensajes que les llegan en redes sociales, alimenta, lamentablemente, su intelecto con modelos y estereotipos infectos de machismo, lenguaje soez, expresiones chabacanas, denigración de la mujer o de conjeturas y opiniones de aficionados, y menos de hechos contrastados, de saber y conocimiento. Los jóvenes se alejan del análisis de la realidad, tanto histórica como presente, ofrecida por la escuela, la familia u otros agentes sociales educativos.

Se habla de la necesidad de la alfabetización digital, de enseñar a la ciudadanía a identificar contenidos tramposos, tergiversadores, adulterados, que le dé pautas y  criterios para discernir, examinar, diferenciar y valorar toda la información que recibe a través de plataformas que basan su negocio en la interacción con millones de clientes nada de amigos, utilizando contenidos falsos, amañados, trucados o de odio.

Es la dignidad de las personas la que está en juego y la salud de la democracia que nos permite expresarnos con la libertad que muchos de los manipuladores de la información no nos permitirían si tuvieran el poder. La denuncia y la educación críticas son el principal recurso para defender la dignidad humana.

Todos somos víctimas de la desinformación, unos más y otros menos, los que la promueven también: su miseria humana queda patente, aunque nos les quede una pizca de vergüenza para asumirlo.

*Artículo publicado en Ideal, 05/08/2024.

** Salvador Dalí: La mano. Los remordimientos de conciencia,1930.