lunes, 9 de octubre de 2017

LA CATALUÑA DE LAS PERSONAS*


Me pregunto si la crisis nacionalista de Cataluña no será otro paso más en la descomposición de una democracia española, removida por la crisis económica, tan necesitada de una reforma constitucional. Una década después vemos que la crisis no fue sólo económica, sino también política, social, de moralidad pública y, si me apuran, sistémica. Igual que en Europa: con el avance de un sentimiento nacionalista, capitaneado por la ultraderecha, y la devaluación de las instituciones.
Cataluña es el territorio más próspero, desarrollado, de enorme impronta cultural y cohesionado socialmente (a pesar de la heterogeneidad y procedencia de su población) de España. Y, sin embargo, en este tiempo convulso, una parte de sus élites políticas han escogido el camino de una deriva atemporal, sin calibrar las nefastas consecuencias que puedan ocasionarse para Cataluña.
Mi concepción del mundo se aleja tanto de las fronteras, de las naciones, del ‘nosotros’, de las patrias, que veo ridículo tanto afán nacionalista. Una concepción que está sostenida en el ser humano: los que sufren en España, en Cataluña, en América o en los rincones abandonados de África; o los que son golpeados por el terrorismo en Europa, en África o en Oriente.
Lo ocurrido estos días en Cataluña nos ha servido para conocer mejor a Cataluña, al menos a mí. Valorada por su riqueza natural y patrimonial, por su proyección cultural, por su relevante presencia en el mundo desarrollado, la sorpresa ha sido, si cabe mayor, al apreciar como se ha desbordado tanto odio en el seno de esa sociedad culta y moderna. Un odio exacerbado hacia el que piensa diferente o al que tiene carné de español. Todos tenemos en mente el conflicto vasco y las proclamas contra España, pues ahora parece que Cataluña ha recogido el testigo.
El conflicto catalán sabemos de qué va, o a lo mejor no, pero es mucho más que una declaración unilateral de independencia. No me voy a detener en la ilegalidad de las actuaciones del Govert y del Parlament, ni en los instrumentos que tiene el Estado de derecho para hacer frente a semejante reto. Ni voy a hablar si existen el derecho de los pueblos o razones históricas para demandar la independencia. Más allá de ello, lo que me preocupa sobremanera es la fractura social que el 'procés' ha provocado en la sociedad catalana y la falta de respeto hacia las personas, a las que considero que están por encima de todas las patrias.
Cataluña es un territorio de libertades, lejos de estar sometido a un poder autoritario, y sin embargo la fractura social ha irrumpido con una fuerza inusitada. Ha bastado con hurgar en el independentismo para despertar comportamientos violentos e intimidatorios. La estigmatización del otro, el acoso, el uso obsceno de palabras, como ‘fascista’, por pensar de manera diferente, está eclipsando a aquella sociedad basada en el respeto. La bestia y lo irracional ha salido a la luz en una sociedad culta, moderna y educada. Algo que parecía solamente privativo de los conflictos raciales o religiosos que conocemos de zonas de Asia o África.
Vivimos un momento crítico de nuestra historia presente. Los historiadores la escribiremos pasadas unas décadas, pero ahora nos toca escribirla con los acontecimientos en marcha. El riesgo: escribir desde la pasión y la visión sesgada y partidista. Como la historia no se puede redactar desde las trincheras es por lo que, siguiendo las enseñanzas de los grandes historiadores, como Lucien Febvre, debemos poner el foco en el hombre, en la persona, en la ciudadanía. Las razones y los porqués del conflicto catalán habremos de estudiarlos con más perspectiva temporal, el gran aliado del historiador.
En este conflicto me resisto a hacer concesiones a quienes lo han generado, prefiero empatizar con las personas, con los ciudadanos. Una gran parte de los catalanes son, como en otras disputas del planeta, los grandes olvidados. Lo han sido por el Gobierno de España, con su dejación de años y la torpeza del uno de octubre, y por el Govert y la mayoría parlamentaria que lo respalda, empecinados en una independencia que no respeta a esa masa de población también catalana que no la desea.
El 'procés' está atravesado por un componente radicalizado que se ha ido imponiendo en la toma de decisiones. Las asociaciones ANC y Òmnium Cultural, líderes en las protestas de la calle, han actuado plegadas a la hoja de ruta marcada por el Govert. Se han envuelto en una bandera pacifista que no es tal, porque están manipulando los deseos de muchos crédulos del relato independentista y estigmatizando a los que no lo comparten. Hablan de democracia y no respetan la ley.
ETA también quería la independencia y se revistió de violencia. El Govert quiere la independencia y se reviste de actitudes sibilinas y de un falso pacifismo, aunque a la vez va en contra de millones de personas. Ha estado alimentando la fractura social, utilizando la ANC y Omnium para ganar la calle y como estilete para enmudecer a los que no estaban de acuerdo.
En los años noventa llenamos las escuelas de valores universales que abrían la mente de los alumnos hacia una dimensión planetaria, lejos de reduccionismo nacionalista que tanto sufrimiento trajo a Europa. Las mentalidades excluyentes y las patrias quedaban como un vestigio retrógrado del pasado. Hoy esto mismo lo tenemos en Cataluña y apunta por toda Europa con la ultraderecha.
Hace tres años manifesté estar de acuerdo con un referéndum en Cataluña en términos parecidos al que se había llevado a cabo en Escocia. Había que dar voz y voto a la población. Sigo pensando lo mismo. Pero a sabiendas que ningún supuesto derecho de autodeterminación está por encima del derecho de las personas: primero a su vida y segundo a que nadie le destroce su modo de existencia.
*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 08/9/2017