jueves, 21 de agosto de 2025

LA HISTORIA NO MIENTE*

 


Asistimos a un cambio de orden mundial de recorrido impredecible. El que trajo fascismos y totalitarismos en los años treinta del pasado siglo terminó en una enorme guerra. Hoy contemplamos la reconversión de los valores de la razón que propició la Ilustración, asentados tras la Segunda Guerra Mundial, a pesar de tantas convulsiones y catástrofes humanas acontecidas en los últimos dos siglos: ignominiosa esclavitud, colonialismos e imperialismos, guerras mundiales y otras muchas definitorias del discurrir de la Historia.

No seré yo, como historiador, quien construya el análisis de nuestra época, se encargarán quienes acceden a universidades para formarse como futuros historiadores, o alumnos de la escuela o, acaso, historiadores no nacidos. Los que vivimos el mundo de hoy somos espectadores y protagonistas de la Historia, como definía hace un siglo Lucien Fevbre al hombre. Nosotros, experimentadores de los hechos, quizás nos dejemos llevar por el corazón.

La verdad en la Historia no existe, pero se aproxima cuando recurre a fuentes contrastadas y visiones interdisciplinares. En la investigación histórica no caben la opinión ni conjeturas o suposiciones, estas y el intrusismo la han dañado. En el tráfago de la búsqueda de la verdad histórica estamos mediatizados por la subjetividad, como expresaba Paul Ricoeur en su Historia y verdad: “Existe una subjetividad buena y una mala, y esperamos distinción de la buena y la mala subjetividad por el ejercicio mismo del oficio de historiador”.

En nuestro tiempo las relaciones internacionales han cambiado de paradigma o están en crisis: Derecho y tribunales internacionales saltando por los aires, igual que el ordenamiento humanitario —Declaración de Derechos Humanos—, organizaciones supranacionales en crisis —ONU, Unión Europea, etc.— o la economía globalizada colapsada frente a la sacudida de los aranceles impuestos por Estados Unidos. Mientras, el mundo rigiéndose por la ley del más fuerte, sin normas de Derecho, ni equilibrios multilaterales, solo imponiéndose con descaro violencia, guerra y explotación.

Antes también ocurría, pero percibimos nuevas crónicas basadas en variables ideológicas segregacionistas y autoritarias conectadas a ambiciones personales e intereses geoestratégicos, políticos y económicos. Solo la Historia arrojará luz pasado el tiempo. Ahora, en el fragor de tantas batallas, cuando se entrecruzan discursos, soflamas o quimeras en este tiempo de bulos, desinformación, mentiras elevadas a categoría de ‘verdades’, de negacionismo climático, racismo o xenofobia, se imponen narrativas que tergiversan la realidad para acabar con el Estado del bienestar, la multiculturalidad o los derechos humanos, ajenas a cualquier análisis histórico sustentado en la razón.

Hiroshima y Nagasaki forman parte de la barbarie humana que atraviesa la Historia. Se ha cumplido el octogésimo aniversario del lanzamiento de aquellas dos bombas atómicas que fulminaron la vida de más de doscientos mil inocentes: ‘Little Boy’ —6/agosto/1945 desde el bombardero Enola Gay, 16 kilotones de potencia— y ‘Fat Man’ —desde el Bockscar, tres días después, 21 kilotones—. El promotor: el deshonrado presidente Harry Truman de EE UU, quien quiso justificar su infamia: “La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses”, en una supuesta invasión terrestre. Y añado: acaso fue para realizar la prueba definitiva, sin ensayos, con ‘cobayas’ humanas. Eisenhower, siguiente inquilino de la Casa Blanca, años después diría: “Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible”. Más tarde, historiadores como Mark Selden —La bomba atómica: voces de Hiroshima y Nagasaki—, señalaría que las bombas no fueron determinantes para la rendición, Japón había sufrido bombardeos, destrucción de ciudades y la pérdida de casi medio millón de vidas, solo demoraba esa claudicación —buscando la intermediación de la Unión Soviética— para obtener, no una rendición incondicional, sino algunas concesiones, como protección al emperador.

Después la guerra de Vietnam estuvo sometida a una sesgada propaganda para suavizar la masacre y el uso de bombas químicas empleadas indiscriminadamente contra población indefensa. Al presidente Nixon, un tipo sin escrúpulos, de nada le sirvió la propaganda frente al posterior dictamen de la Historia. Esto le ocurrirá a Netanyahu, será recordado como criminal de guerra, de nada le valdrán las acusaciones de antisemitismo a quienes critican el genocidio que perpetra en Gaza. Tampoco salvó la Historia a Hitler del holocausto del pueblo judío, y explicará lo que ocurre en Ucrania o Gaza, pero también en el Sahel o la deriva dictatorial en Latinoamérica —acaso extendida a EE UU—, frente a los relatos construidos por tiranos para justificar sus acciones.

La Historia no miente si se escribe con perspectiva, investigación y análisis histórico global, como apuntaba Febvre en Combates por la Historia, por historiadores honestos, sujetos a una deontología profesional que les haga basarse en las fuentes historiográficas. Mienten, en todo caso, los aficionados, los sediciosos que buscan tergiversar el discurso histórico para confundir al lector y construir relatos tendenciosos, parciales y orientados a la especulación y la confusión del hecho histórico.

Algún día los libros de Historia hablarán de genocidio en Gaza como hablan del holocausto judío perpetrado por los nazis. Y algún día compararán a Netanyahu con Hitler, o a Putin con el serbio Slobodan Milosevic. De nada valdrán las palabras de Netanyahu comparando el grito de ‘Palestina libre’ con el ‘Heil Hitler’, ni justificando la ocupación como liberación o los asesinatos a manos de soldados israelíes de diplomáticos, periodistas, voluntarios de ONGs, de niños en hospitales o en las colas del hambre, de indefensos ciudadanos sin rumbo, cargados de escasos enseres y montando burros o carros, como ‘accidentes de guerra’.

*Artículo publicado en Ideal, 20/08/2025.

** Psblo Pivsddo, Guernica, 1937


lunes, 4 de agosto de 2025

VINCENT TRUMP, ALIAS ‘ALLIGATOR’*

En el capítulo anterior Donald Vincent Trump había conseguido la presidencia de su país, Estados Unidos. Desde esta atalaya combatiría a los invasores alienígenas de países en extinción, culpables de tantos males: seres extraños y hambrientos, propensos a delinquir, ladrones de lo nuestro, asaltantes de mascotas, comedores de gatos y perros. Su único propósito: adueñarse de EE UU. Vincent Trump lo supo desde aquella noche que se adentró en Central Park llamado por una luz intensa. Desde entonces los perseguía sin desmayo. Era el único héroe que podría salvar a su amado país.

EE UU iba a la ruina, tenía que tomar medidas drásticas para acabar con ellos, debía recobrar nuevamente la gran América: “Make America Great Again”. Esa que añoraba: de personas honestas y piadosas, libre de tiroteos, con menores felices protegidos de abusos sexuales, sin especulación financiera ni urbanística, donde los ricos podían hacerse más ricos y los pobres comer de la abundante comida sobrante que recalada en los cubos de basura. Un país sin guerras ni excombatientes abandonados a su suerte, sufridores de problemas mentales.

Con la sutileza que le caracterizaba puso en marcha un plan para eliminar tantos invasores: detenciones arbitrarias, deportaciones masivas a cárceles de países colaboradores, redadas en centros de trabajo, dispersión de familias, niños separados de sus padres, persecuciones de estudiantes en campus universitarios, imposición de medidas coercitivas a universidades ‘antisemitas’, clausura de subvenciones para programas de investigación. La resistencia iba venciéndola piadosamente: eliminación de ayudas sociales internas y programas humanitarios, recortes en atención sanitaria, despido de funcionarios, envío de la Guardia Nacional para frenar los disturbios.

En su cruzada estaba dispuesto a descubrir el complot de estos alienígenas. Aún tenía que vencer la resistencia de los que no le creían y defenderse de los muchos infundios lanzados hacia su honesta, ejemplar y ética persona. Uno de ellos: el urdido por maléficos enemigos, también invasores, acusándole de que su nombre apareciera en los archivos del perverso pederasta Jeffrey Epstein. Una cacería de brujas, decía, una persecución en toda regla. Y luego estaba el expresidente Barack Obama, pérfido invasor que se merecía ir a la cárcel. Recordaba sus acusaciones de 2016, asegurando que Rusia manipuló a la opinión pública a su favor en la victoria de las elecciones presidenciales. “Un intento de golpe de Estado perpetrado por el traidor Obama el Africano —proclamaba Vincent—, utilizando a otra alienígena: Hillary Clinton”.

¿Cómo combatir a tantos invasores? —meditaba, al tiempo que se contestaba—: “Hay que adoptar una medida excepcional, nada de disparar con un arma y que sus cuerpos se volatilicen, hay que encerrarlos en establecimientos especiales de por vida para que su sufrimiento sirva de escarmiento a otros”.

Medianoche, su mente, un volcán pensante. Melania aguardando a que apagara la luz y se durmiera. Él, viendo dibujos animados en su móvil. Casi madrugada, cuando apareció ‘El Lagarto Juancho’. Se le iluminó el tupé naranja envuelto en la redecilla. Dio un respingo, abrazó a su mujer, aprentándola como si quisiera estrujarla, y le espetó: “Un antídoto natural, para que vean que no uso armas ni bombas, ¡caimanes, querida, caimanes!”. Y aflojó sus brazos para resuello de ella. “¡Un mérito más para conseguir el premio Nobel de la Paz, Melania!”.

Caimanes, vigilantes gratuitos y rentables reproduciéndose como los hipopótamos de Pablo Escobar, bien alimentados, se podrían construir muchas fábricas de zapatos y bolsos con su piel”. Y se sintió como un genio de la paz y la economía. Pero no olvidaba las espinas clavadas por el ingrato Putin —“con tanta paciencia que he tenido con él en Ucrania, es capaz de bombardear las tierras raras”—, ni del somormujo Netanyahu asesinando niños en Gaza: “Estos cabrones me chafan el Nobel y la Riviera de Oriente”.

Melania en duermevela, y él: “El centro de detención de invasores Alligator Alcatraz en Florida, ¿qué te parece?, ¿te imaginas a Obama intentando escapar nadando, y a Michelle desde la otra orilla vociferando: ‘Cariño, hacia la derecha; no, hacia la izquierda’? Les daremos un curso de cómo huir de un cocodrilo —voz gangosa, ojos atónitos de Melania, y Vincent moviendo sus grasas bajo el pijama de raso dorado—: ¡No corran en línea recta, háganlo así, en zigzag!”.

Alligator Alcatraz tendría cabida para miles de invasores, pero también para unos cuantos a quienes había echado el ojo. Como esa relatora de la ONU, Francesca Albanese, “que va diciendo que en EE UU usamos técnicas de intimidación mafiosas y que en Palestina permitimos un apartheid. Menuda tipeja que apoya el terrorismo, una antisemitista descarada”. O al ingrato Rupert Murdoch, “que ha publicado en su The Wall Street Journal aquella carta de felicitación que le escribí a Jeffrey por su 50 cumpleaños, acusándome de haber tenido sexo con menores de edad”. Y luego estaba “ese comunista de Zohran Mamdani —ganador en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York— que como se le ocurra desafiar al Servicio de Inmigración tendremos que arrestarlo”.

Tras un breve silencio, continuó: “Melania, sospecho que Elon Musk es otro de ellos, he pensado deportarlo si sigue pasándose de la raya, o encerrarlo también. Es un tipo amenazador, después de haberle abierto las puertas de nuestra casa. Hasta ha amenazado con fundar el ‘Partido de Estados Unidos’, menudo desagradecido. Alligator Alcatraz va a ser un espectáculo, todos revueltos, estos estirados con hispanos, chicanos y demás estirpe”.

Melania, a quien un dolor de cabeza horrible la invadía, suspiró. (A lo mejor continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 03/07/2025.