Para abordar cualquier actividad compleja se necesita, al menos, madurez, habilidad y conocimiento.
En el reino animal todas las especies tienen sus tiempos para afrontar los retos que les presenta la naturaleza. Los humanos podemos alterar esos tiempos, porque nuestro proceso madurativo, aunque más lento, es mucho más complejo. No obstante, aunque dispongamos de algunas facultades que nos diferencian de los animales, no podemos tampoco eludir la necesidad de estar preparados fisiológica e intelectualmente para afrontar un reto.
En estos días vivimos el posible ascenso de Jean Sarkozy, hijo del presidente de Francia, que con sólo 23 años podría convertirse en el presidente del EPAD, un organismo público que administra La Défense, uno de los mayores distritos de negocios de Europa.
La sombra del nepotismo planea sobre esta decisión de Nicolás Sarkozy.
Pero ahora no me interesa tanto esta práctica de favoritismo como la sorpresa que me ha producido la edad del candidato. Porque si fuera para jugar al fútbol diríamos que está en la edad perfecta.
No conozco las capacidades de este muchacho. Quizá sea un superdotado, con una consagrada experiencia en este ámbito de la actividad económica y unas dotes de gestión innatas. Pero me sorprende que ni siquiera haya concluido sus estudios de Derecho. No por los estudios, ni por el Derecho, sino porque es una persona que se presupone a medio hacer. A lo mejor para vender palomitas a la entrada de un cine no le hace falta el Derecho o lo que estudie, pero para desenvolverse en ámbitos profesionales exigentes la formación de la persona es fundamental. Salvo que el chico se hubiera saltado la adolescencia, como etapa de desarrollo humano, y desde los doce años hubiera estado trabajando duro en altas responsabilidades.
¡Amigos, qué está cursando segundo año de Derecho! Y ya desde junio de 2008 es consejero general por Neuilly sur Seine, adinerado distrito del oeste de París.
¡Por favor, señor Sarkozy no me toque las pelotas! Y perdón por la expresión.
Con esto quizás intente prestar veracidad a aquel slogan, que por ciento venía también de Francia, de hace unos años –mediados de los noventa– en aquella campaña publicitaria del Renault Clio, y que asumimos como dogma: JASP (jóvenes, aunque sobradamente preparados). Con ella se sintetizaba una idea que estaba circulando desde hacía tiempo por las arterias que riegan las mentalidades de una sociedad: el valor de ser joven y el grado de inviolabilidad que se le atribuía.
Y ahí se posaron algunos polvos que nos han traído lodos incómodos: desmanes del botellón, poco interés y relajación en los estudios, actitudes irrespetuosas…
La necesaria madurez para abordar cualquier responsabilidad no se puede obviar alegremente. Ni con eslóganes ni si ellos. A los 23 años habitualmente uno ‘está por hacer’, necesita todavía algunos hervores y esto no es ningún impedimento para coartar aspiraciones de nadie. Sino la constatación de muchas realidades que observados cada día a nuestro alrededor.
Lo peor es que este discurso fácil se lo hemos hecho creer a los jóvenes, distorsionando la realidad que viven. Les hemos transmitido la idea de que por el mero hecho ser ‘sólo jóvenes’ lo tienen que tener todo. Y no les hemos dicho que para alcanzar un objetivo hay que trabajar y formarse. En todo este discurso, seguro que subyacen mezquinos intereses espurios que viene de la publicidad, del fomento de prácticas consumistas o de las debilidades políticas cuando desde ésta se propalan ideas equivocadas a los jóvenes.
¿Han observado como cuando hay una comparecencia pública de tinte ‘mitinero’ de un líder político le colocan un fondo de escritorio casi siempre plagado de jóvenes?
¿Y no han visto con qué facilidad algunos jóvenes acceden a cargos de responsabilidad política, como si la etiqueta de joven fuera suficiente?
La necesaria madurez se está obviando. Y no es que aquí queramos poner una barrera infranqueable a los jóvenes por el hecho de serlo, pero los logros tienen que llegar cuando están precedidos de una carrera abundada en esfuerzo y preparación. El valor de la experiencia no es tanto que te sucedan muchas cosas, o que hayas vivido mucho, sino que esas vivencias te ayuden para guiar los pasos y las decisiones que se habrán de tomar.
En nuestra sociedad ya no hay ‘consejos de ancianos’ como en sociedades primitivas. Tal vez porque no sean necesarios, ya que el conocimiento y las tradiciones no dependen del tiempo vivido, pero de ahí a que sean relegados porque está de moda el valor de ser joven me parece una abominación social que algún día habremos de corregir.
En el reino animal todas las especies tienen sus tiempos para afrontar los retos que les presenta la naturaleza. Los humanos podemos alterar esos tiempos, porque nuestro proceso madurativo, aunque más lento, es mucho más complejo. No obstante, aunque dispongamos de algunas facultades que nos diferencian de los animales, no podemos tampoco eludir la necesidad de estar preparados fisiológica e intelectualmente para afrontar un reto.
En estos días vivimos el posible ascenso de Jean Sarkozy, hijo del presidente de Francia, que con sólo 23 años podría convertirse en el presidente del EPAD, un organismo público que administra La Défense, uno de los mayores distritos de negocios de Europa.
La sombra del nepotismo planea sobre esta decisión de Nicolás Sarkozy.
Pero ahora no me interesa tanto esta práctica de favoritismo como la sorpresa que me ha producido la edad del candidato. Porque si fuera para jugar al fútbol diríamos que está en la edad perfecta.
No conozco las capacidades de este muchacho. Quizá sea un superdotado, con una consagrada experiencia en este ámbito de la actividad económica y unas dotes de gestión innatas. Pero me sorprende que ni siquiera haya concluido sus estudios de Derecho. No por los estudios, ni por el Derecho, sino porque es una persona que se presupone a medio hacer. A lo mejor para vender palomitas a la entrada de un cine no le hace falta el Derecho o lo que estudie, pero para desenvolverse en ámbitos profesionales exigentes la formación de la persona es fundamental. Salvo que el chico se hubiera saltado la adolescencia, como etapa de desarrollo humano, y desde los doce años hubiera estado trabajando duro en altas responsabilidades.
¡Amigos, qué está cursando segundo año de Derecho! Y ya desde junio de 2008 es consejero general por Neuilly sur Seine, adinerado distrito del oeste de París.
¡Por favor, señor Sarkozy no me toque las pelotas! Y perdón por la expresión.
Con esto quizás intente prestar veracidad a aquel slogan, que por ciento venía también de Francia, de hace unos años –mediados de los noventa– en aquella campaña publicitaria del Renault Clio, y que asumimos como dogma: JASP (jóvenes, aunque sobradamente preparados). Con ella se sintetizaba una idea que estaba circulando desde hacía tiempo por las arterias que riegan las mentalidades de una sociedad: el valor de ser joven y el grado de inviolabilidad que se le atribuía.
Y ahí se posaron algunos polvos que nos han traído lodos incómodos: desmanes del botellón, poco interés y relajación en los estudios, actitudes irrespetuosas…
La necesaria madurez para abordar cualquier responsabilidad no se puede obviar alegremente. Ni con eslóganes ni si ellos. A los 23 años habitualmente uno ‘está por hacer’, necesita todavía algunos hervores y esto no es ningún impedimento para coartar aspiraciones de nadie. Sino la constatación de muchas realidades que observados cada día a nuestro alrededor.
Lo peor es que este discurso fácil se lo hemos hecho creer a los jóvenes, distorsionando la realidad que viven. Les hemos transmitido la idea de que por el mero hecho ser ‘sólo jóvenes’ lo tienen que tener todo. Y no les hemos dicho que para alcanzar un objetivo hay que trabajar y formarse. En todo este discurso, seguro que subyacen mezquinos intereses espurios que viene de la publicidad, del fomento de prácticas consumistas o de las debilidades políticas cuando desde ésta se propalan ideas equivocadas a los jóvenes.
¿Han observado como cuando hay una comparecencia pública de tinte ‘mitinero’ de un líder político le colocan un fondo de escritorio casi siempre plagado de jóvenes?
¿Y no han visto con qué facilidad algunos jóvenes acceden a cargos de responsabilidad política, como si la etiqueta de joven fuera suficiente?
La necesaria madurez se está obviando. Y no es que aquí queramos poner una barrera infranqueable a los jóvenes por el hecho de serlo, pero los logros tienen que llegar cuando están precedidos de una carrera abundada en esfuerzo y preparación. El valor de la experiencia no es tanto que te sucedan muchas cosas, o que hayas vivido mucho, sino que esas vivencias te ayuden para guiar los pasos y las decisiones que se habrán de tomar.
En nuestra sociedad ya no hay ‘consejos de ancianos’ como en sociedades primitivas. Tal vez porque no sean necesarios, ya que el conocimiento y las tradiciones no dependen del tiempo vivido, pero de ahí a que sean relegados porque está de moda el valor de ser joven me parece una abominación social que algún día habremos de corregir.
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* Esta entrada, ampliada, ha sido publicada en Ideal el 24-10-2009.
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