La escuela otra vez en el punto de mira de la polémica. Habitualmente es noticia para lo malo, y menos para las muchas cosas buenas que ocurren en el interior de ella.
En estos días estamos asistiendo al conflicto generado en el instituto ‘Camilo José Cela’ de Pozuelo de Alarcón por el uso del ‘hiyab’ por parte de una de sus alumnas, Najwa Malha.
Me apena que la escuela se tenga que ver inmersa en situaciones de este tipo que no favorecen ni su imagen ni la labor que se hace en ella. Como cuando se produce una agresión o cualquier otro incidente que pronto gana espacio en los medios de comunicación. Pero ésta es la realidad que nos ha tocado vivir.
La negativa del Consejo Escolar de este instituto ha abierto un debate sobre el derecho a la educación y la libertad religiosa. Ya hay quien se ha posicionado en este asunto: los que piensan que debe prevalecer la norma dictada en el centro y los que consideran que el derecho a la educación y la escolarización debe primar sobre la anterior.
El respeto a las creencias personales es un principio básico de convivencia y democracia. Sin el respeto a las formas de pensar y de creer de los demás romperíamos una de las reglas básicas de la democracia.
Por otra parte, el ejercicio de la autonomía organizativa de los centros no es una carta blanca para determinar lo que se antoje. La autonomía de los centros educativos, que es un derecho regulado en las leyes de nuestro sistema educativo, no les arroga la potestad de dictar cualquier norma. Las que se dicten en los reglamentos no pueden entrar en contradicción con las normas de rango superior.
La libertad religiosa y el derecho a la educación, que pudieran estar infringiéndose con dicha norma en este instituto, tienen rango constitucional y están reconocidos en nuestro ordenamiento legislativo.
No siempre ponemos la suficiente reflexión y sensatez en nuestras decisiones. ¿Qué ocurriría si un chico o una chica, por mor de los tratamientos de quimioterapia, pierden su pelo y necesitan cubrir su cabeza con una gorra o un pañuelo? Me parece correcto que se cuiden las formas de estar, de vestimenta y decoro en un centro educativo. No obstante, existen salvedades, y el pañuelo de la chica que ha sufrido un tratamiento de quimioterapia o la chica que usa el ‘hiyab’ son la excepción que confirma la regla.
Diferente es que tratándose de un centro público, éste manifestara en su reglamento o mediante la exhibición pública de símbolos religiosos, su confesionalidad o hiciera propaganda de una determinada confesión religiosa.
Y después de todo esto no nos faltan las contradicciones. En una sociedad laica como la nuestra abrimos las puertas de la escuela para impartir clases de religión y, sin embargo, entramos en discordia con una chica que pudiera llevar un velo en la cabeza o un chico que llevara un crucifijo colgado al cuello.
Este asunto, que está despertando tanta curiosidad, no debería ser la ‘guerra’ de la escuela en España. Hay otras cuestiones en la educación sobre las que deberíamos emplear mejor nuestras energías.
En estos días estamos asistiendo al conflicto generado en el instituto ‘Camilo José Cela’ de Pozuelo de Alarcón por el uso del ‘hiyab’ por parte de una de sus alumnas, Najwa Malha.
Me apena que la escuela se tenga que ver inmersa en situaciones de este tipo que no favorecen ni su imagen ni la labor que se hace en ella. Como cuando se produce una agresión o cualquier otro incidente que pronto gana espacio en los medios de comunicación. Pero ésta es la realidad que nos ha tocado vivir.
La negativa del Consejo Escolar de este instituto ha abierto un debate sobre el derecho a la educación y la libertad religiosa. Ya hay quien se ha posicionado en este asunto: los que piensan que debe prevalecer la norma dictada en el centro y los que consideran que el derecho a la educación y la escolarización debe primar sobre la anterior.
El respeto a las creencias personales es un principio básico de convivencia y democracia. Sin el respeto a las formas de pensar y de creer de los demás romperíamos una de las reglas básicas de la democracia.
Por otra parte, el ejercicio de la autonomía organizativa de los centros no es una carta blanca para determinar lo que se antoje. La autonomía de los centros educativos, que es un derecho regulado en las leyes de nuestro sistema educativo, no les arroga la potestad de dictar cualquier norma. Las que se dicten en los reglamentos no pueden entrar en contradicción con las normas de rango superior.
La libertad religiosa y el derecho a la educación, que pudieran estar infringiéndose con dicha norma en este instituto, tienen rango constitucional y están reconocidos en nuestro ordenamiento legislativo.
No siempre ponemos la suficiente reflexión y sensatez en nuestras decisiones. ¿Qué ocurriría si un chico o una chica, por mor de los tratamientos de quimioterapia, pierden su pelo y necesitan cubrir su cabeza con una gorra o un pañuelo? Me parece correcto que se cuiden las formas de estar, de vestimenta y decoro en un centro educativo. No obstante, existen salvedades, y el pañuelo de la chica que ha sufrido un tratamiento de quimioterapia o la chica que usa el ‘hiyab’ son la excepción que confirma la regla.
Diferente es que tratándose de un centro público, éste manifestara en su reglamento o mediante la exhibición pública de símbolos religiosos, su confesionalidad o hiciera propaganda de una determinada confesión religiosa.
Y después de todo esto no nos faltan las contradicciones. En una sociedad laica como la nuestra abrimos las puertas de la escuela para impartir clases de religión y, sin embargo, entramos en discordia con una chica que pudiera llevar un velo en la cabeza o un chico que llevara un crucifijo colgado al cuello.
Este asunto, que está despertando tanta curiosidad, no debería ser la ‘guerra’ de la escuela en España. Hay otras cuestiones en la educación sobre las que deberíamos emplear mejor nuestras energías.
* Este texto ha servido de base para un artículo publicado, con el mismo título, en Ideal, 27/04/2010