En cierta ocasión un dirigente político me dijo: “Antonio, ahora nos toca a nosotros”, refiriéndose a la ocupación de los altos cargos públicos. Me quedé con la duda del verdadero alcance de aquellas palabras. Nunca se lo pregunté, aunque lo intuyo.
Estos días los representantes económicos de la Unión Europea están como locos buscando una salida al problema de Grecia. Se habla de muchos millones de euros para salvar una posible bancarrota griega.
Es una prueba palpable de la sumisión del poder político al ‘invisible’ poder económico. Quizá siempre fue así, cuando no se confundió.
Entretanto, entregado en esta ardua tarea, el poder político se despreocupa de los ciudadanos. Hace oídos sordos a los clamores que están acallando los discursos hueros que tanto se prodigan.
Todo lo que está ocurriendo en estos años de crisis ha dejado a la clase política a altura del siglo XIX. El poder político no ejerce el poder político, como nunca había pasado.
El poder político tiene miedo a los mercados. Está convencido de que estos lo pueden derribar. Sin embargo, no tiene conciencia de que el poder de la ciudadanía pueda apartarlos del poder.
Durante años la política se ha dirigido no a hacer ciudadanos críticos, pensantes por sí mismos, sino a convertirlos en un rebaño fácilmente manipulable, les ha educado para ser consumidores de eslóganes e ideas absurdas: ‘deja que yo haga el trabajo por ti, no tienes por qué preocuparte’, ‘ya me ocupo yo, tú sólo disfruta’, ‘la vida es para vivirla, nosotros te la facilitamos’.
Pero ahora esa ciudadanía se ha sublevado, piensa por ella misma. Lo único que me preocupa es que sólo lo haga porque le aprieta la soga de la crisis, únicamente porque la situación actual le ha restado o ha puesto en peligro parte de su bienestar. No quiero pensar que obedece tan sólo a la queja estridente del niño malcriado al que le han quitado de la estantería uno de sus decenas de juguetes.
En las pasadas elecciones celebradas en España se escuchaba decir que frente a los postulados de los indignados la verdadera democracia consistía en que había que ir a votar. Y yo me pregunto: ¿votar a quién?, ¿a los que con sus actuaciones en política llevan el desaliento cada día a la sociedad española?, ¿a las mismas personas que transmiten ese desamparo a los ciudadanos?
El poder político tiembla ante los mercados, ¿tiembla lo mismo ante una ciudadanía crítica, o está esperando que pase el chaparrón?
¿Cuál es la verdadera preocupación de la clase política ahora que las cosas no van tan bien?
Estos días los representantes económicos de la Unión Europea están como locos buscando una salida al problema de Grecia. Se habla de muchos millones de euros para salvar una posible bancarrota griega.
Es una prueba palpable de la sumisión del poder político al ‘invisible’ poder económico. Quizá siempre fue así, cuando no se confundió.
Entretanto, entregado en esta ardua tarea, el poder político se despreocupa de los ciudadanos. Hace oídos sordos a los clamores que están acallando los discursos hueros que tanto se prodigan.
Todo lo que está ocurriendo en estos años de crisis ha dejado a la clase política a altura del siglo XIX. El poder político no ejerce el poder político, como nunca había pasado.
El poder político tiene miedo a los mercados. Está convencido de que estos lo pueden derribar. Sin embargo, no tiene conciencia de que el poder de la ciudadanía pueda apartarlos del poder.
Durante años la política se ha dirigido no a hacer ciudadanos críticos, pensantes por sí mismos, sino a convertirlos en un rebaño fácilmente manipulable, les ha educado para ser consumidores de eslóganes e ideas absurdas: ‘deja que yo haga el trabajo por ti, no tienes por qué preocuparte’, ‘ya me ocupo yo, tú sólo disfruta’, ‘la vida es para vivirla, nosotros te la facilitamos’.
Pero ahora esa ciudadanía se ha sublevado, piensa por ella misma. Lo único que me preocupa es que sólo lo haga porque le aprieta la soga de la crisis, únicamente porque la situación actual le ha restado o ha puesto en peligro parte de su bienestar. No quiero pensar que obedece tan sólo a la queja estridente del niño malcriado al que le han quitado de la estantería uno de sus decenas de juguetes.
En las pasadas elecciones celebradas en España se escuchaba decir que frente a los postulados de los indignados la verdadera democracia consistía en que había que ir a votar. Y yo me pregunto: ¿votar a quién?, ¿a los que con sus actuaciones en política llevan el desaliento cada día a la sociedad española?, ¿a las mismas personas que transmiten ese desamparo a los ciudadanos?
El poder político tiembla ante los mercados, ¿tiembla lo mismo ante una ciudadanía crítica, o está esperando que pase el chaparrón?
¿Cuál es la verdadera preocupación de la clase política ahora que las cosas no van tan bien?