A mí no me gustaría que los islamistas me impusieran sus doctrinas y sus normas, que me hicieran un molde para mi manera de vivir y de pensar. La deriva del gobierno de Morsi parece que iba por ese camino: la de abortar las posibilidades democráticas de Egipto, la de extender, no sin imposiciones, el modo islámico de entender la vida hasta acabar generalizando la sharía. A mí no me gustaría vivir en un país donde no se puedan mostrar los pensamientos y la opinión de lo que acontece a mi alrededor. Como me pasaría en Cuba o Corea del Norte, como ocurre en China. Todo indica que esto es lo que estaba pasando en Egipto, a pesar de estar gobernando un partido que había ganado unas elecciones democráticas.
Va a hacer tres años en que se produjo el estallido del fenómeno de la ‘primavera árabe’. Obama pensó que había llegado la hora de hacer un lifting en todas las dictaduras de países árabes que, aun siendo un bastión aliado, afeaban la imagen por su falta de democracia. Entonces se dio el ‘impulso’ necesario para que se produjera el desalojo de esos incómodos dictadores: Gadafi, Mubarak, Ben Alí… En algunos casos la cosa fue rápida, pero en otros se ha enquistado de manera que no trae más que muerte y destrucción (fijémonos en Siria). Había que dar una mano de barniz democrático a todo ese mundo que provocaba repelús en Occidente, para que todo pareciera pasado por el tamiz de la noble democracia en países de cultura musulmana, sin necesidad de invadir un país (como lo hizo el torpe de Bush en Irak, entre otras razones).
Pero no se contó (supongo que sí, tan torpes no son, debieron calibrar el riesgo) con ese factor extremista al que se refería Vargas Llosa en su artículo de El País, “La quinta columna” (11/08/2013), representado por la creciente presencia en los movimientos revolucionarios de un sector islamista radical.
El caso más paradigmático, por su evolución, fue el de Egipto. Se derroca a un gran aliado, Mubarak, utilizando la impasibilidad de los generales de su Ejército, cuyo derrocamiento no hubiera ocurrido sin su consentimiento. Y llegaron las elecciones democráticas. Y ganó el partido de los Hermanos Musulmanes. Entonces Morsi formó gobierno y pasó lo que hemos apuntado al principio, generándose un molestar hacia este gobernante y la posterior posibilidad de apartarlo del poder. Para ello se recurre a una solución bastante común: un golpe de Estado por parte de los militares. Una solución más vieja que la peste.
No sé quien habrá instigado el golpe de Estado en Egipto. Si habrán sido sólo los militares, o habrá alguien que les haya empujado, ¿EEUU, tal vez? Pero lo cierto es que esta solución nunca es buena, porque el Ejército no es precisamente un poder demasiado democrático. Y ha pasado lo que tenía que pasar: una dura represión que está causando destrucción y centenares de muertos. Algo que nunca tiene justificación.
No, no y mil veces no al camino de la represión y la crueldad como modo de acallar las protestas. Es el recurso de los tiranos y de los que piensan que con el terror, al más puro estilo del fascismo, van a doblegar a los pueblos. Acaso los callen momentáneamente, pero no doblegarán sus sentimientos ni sus deseos. Y lo peor: crearán un sentimiento de resistencia que no sabemos hacia donde nos llevará en Egipto. Si a una guerra civil o a generar una dinámica terrorista que derive en continuas masacres de inocentes.
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