Un libro representa la síntesis sublime de un pensamiento que pretendemos compartir. Pero detrás de él, antes de que el lector lo tenga en sus manos y se entre en ese diálogo cómplice de ideas y pensamiento, existe una tarea empresarial regulada por la ley de la oferta y la demanda, sin la cual ese diálogo sería imposible, al menos en tales términos.
Si digo que el mundo editorial es un negocio, creo que no estoy descubriendo nada que todos no sepamos. Nada se sostiene sin dinero y una editorial lo necesita para dedicarse a su tarea de publicar libros. Son pocos los editores, por no decir ninguno, que están en la industria editorial por el amor a los libros (que alguno habrá, sobre todo en las editoriales pequeñas, tampoco quiero ser tan tajante). Los editores es obvio que están para ganar dinero, pues esta es la manera más sencilla de mantener la vida de una editorial.
Como casi todo lo que se mueve en el mundo actual de la globalización la creación de grandes emporios económicos es la mejor manera, no sólo de sobrevivir, sino de dominar el mercado. El mundo editorial también está en ese proceso de concentración empresarial que vemos en la industria del automóvil, en la de las nuevas tecnologías o en la de los productos destinados a la alimentación. No estar ahí dentro, en un gran grupo, es quedarse en un estado de precariedad que te arrastra a sobrevivir con dificultades en un país de gigantes.
El proceso de concentración de la industria editorial no tiene marcha atrás. Y frente a ello, el responsable de una modesta editorial me hablaba, no sin cierto laconismo, de lo complicado que es mantenerse en el mercado. Las grandes marcas editoriales dominan el mercado del libro imponiendo su tiranía en precios, en medios y en presencia en las librerías, dejando a las modestas editoriales en la misma tesitura de debilidad que las grandes superficies y supermercados a las tiendas de barrio. No puedes conseguir que tu libro, me confesaba, esté en el escaparate o en lugar de privilegio de las librerías si los grandes editoriales exigen que los suyos se coloquen mucho más tiempo y en el lugar más visible. En tan difíciles circunstancias, el pequeño editor puede terminar por desaparecer.
Yo sé lo que es publicar en editoriales modestas que luego quiebran y desaparecen. Y que te dejan tu libro en la más absoluta orfandad empresarial, que no paternal, porque el autor, que es uno, sigue velando por él aunque sea en la intimidad.
Mi novela La renta del dolor a poco de publicarse (siete u ocho meses) se quedó sin editorial. Y otro tanto me ha ocurrido con La educación que pudo ser. Cerraron RD Editores y Editorial Zumaya. El nivel de decepción que uno alcanza cuando se entera de que ello ha ocurrido es tan grande que te deja fuera de juego durante algún tiempo. En mi caso me enteré de que ambas editoriales habían desaparecido bastantes meses después de que ello ocurriera. Y cómo es posible eso…, porque tienen la fea costumbre de comunicar poco con los autores, ni siquiera para decirles cómo van las ventas o felicitarlos por Navidad. Nadie de ninguna de las dos editoriales se dignó en comunicarme la circunstancia de su cierre al poco de producirse.
Ahora, repuesto del golpe, me he puesto manos a la obra en la reedición de La renta del dolor, y tengo la misma ilusión que cuando se publicó por primera vez. Pronto la tendremos publicada con aires renovados.
2 comentarios:
Hace tiempo leí La renta del dolor y me pareció una muy buena novela. Esos aires de renovación me hacen pensar que se convertirá en una excelente lectura. Te deseo toda la suerte.
Así lo espero. Muchas gracias
Publicar un comentario