La especulación urbanística ha sido uno de los cánceres de un tiempo en que se alentaba sin escrúpulos desde despachos empresariales en connivencia con el poder político, cuando no promovida directamente desde la arrogancia de un poder político que se creía omnímodo. En el barrio burgalés de Gamonal se quiere promover uno de estos proyectos que, a tenor de la crisis que nos asola, parecían olvidados. Frente ello, los vecinos se han plantado en contra del Ayuntamiento de Burgos para decirle que antes que ejecutar esta burda especulación hay necesidades sociales que atender. Acaso sea por la conciencia despertada que nos han traído los tiempos, pues en aquellos tiempos en se especulaba sin ton ni son eran pocas las voces que se alarmaban por ello.
No sé si toda esta contestación de los últimos días, y la que se prevé continuará, de los vecinos de este barrio de Gamonal es producto del hartazgo que concluye reventando en un episodio a lo Fuenteovejuna o, tal vez, el síntoma de una sociedad que ha despertado del letargo y el adormecimiento para instalarse en la revolución, como han querido ver algunos. Mucho me temo que estos, que han hablado incluso de conato revolucionario, confunden la realidad con el deseo.
En España somos propensos a respuestas viscerales bastante aligeradas de una conciencia revolucionaria. Una sentida afrenta puede provocar una respuesta de firme contestación, pero una vez que vemos que se ha solucionado el problema, aunque sea a medias, cada cual retornamos a nuestro fuero. En este país nos falta la vocación revolucionaria de otros pueblos, por ejemplo, como la demostrada por Francia. No la tenemos y nunca la tuvimos. Nos levantamos contra el invasor francés en 1808 y a duras penas insuflamos en las revueltas conciencia de cambio liberal. Hicimos algunos amagos de cambio hacia el liberalismo en 1854 y 1868, pero pronto dimos pasos hacia atrás. El mundo se movió en el siglo XX hacia cotas democráticas y nosotros retrocedimos mil años enzarzados en una guerra civil de nefastas consecuencias. Hicimos una transición a la democracia desde 1978 y para ello echamos toneladas de discursos sobre el patético pasado anterior.
En España pedimos que se nos solucione el pavimento de la acera de nuestra calle, pero no que esa acera sea un espacio por el que pueda transitar la libertad o la dignidad de cualquier ciudadano en cualquier ciudad española. En Francia piden que les cambien las baldosas de una plaza, no por las baldosas sólo, sino para que las plazas de su país sean lugares donde caminar, conversar y sentirse libres.
La revolución que teníamos que hacer nos la están haciendo otros para su provecho delante de nuestras narices. Una revolución que está tintada con un tono de involución: la que está llevando a cabo, con trazos de bisturí, un poder invisible que nos deslumbra a diario para confundirnos, pero que está encajando las piezas de nuestras vidas para limitar derechos ciudadanos, hacernos un poco más pobres o pobres de solemnidad y construirnos otro presente y otro futuro, el que les interesa, y en el cual nosotros hemos perdido todo protagonismo.
La revolución que nos tocaba hacer a nosotros hace tiempo que muchos se encargaron de adormecerla, haciéndonos sujetos pasivos, aptos sólo para el consumo de una política que se nos servían enlatada.
Y que conste que desde aquí apoyamos a los vecinos de Gamonal ante la barrabasada que quiere cometer el Ayuntamiento con el bulevar. En Granada sabemos algo de esto, pero aquí cuando se construyó hace una década el bulevar de la avenida de la Constitución, con un parking bajo su suelo, a nadie se le ocurrió paralizarlo. Eran otros tiempos. Si hubiera sido ahora, con la crisis y las necesidades sociales que crecen cada día, quizá hubiéramos hecho como los vecinos de Gamonal.