lunes, 13 de octubre de 2014

LA ESCRITURA Y SUS PARONES

Hace unas cuantas noches estuve viendo la tan celebrada película de Emilio Martínez Lázaro, Ocho apellidos vascos. Casi siempre veo las películas o leo las novelas cuando ya ha pasado el fulgor del momento en que todo el mundo está hablando de ellas. No lo hago con ninguna intención, sólo que tengo mis tiempos, cuando toca, toca, no me dejo llevar por las modas ni las tertulias de salón. Viendo la película (me reí bastante, todo hay que decirlo) no tuve por menos que pensar en una novela que tengo en proceso de gestación, la que me hará entrar en contacto con la realidad vasca que acompaña al encuentro con el Euskadi profundo.

Para los que no somos de allí, el encuentro con estas tierras provoca cuando las pisas una especie de hormigueo en la barriga. Confieso que es la sensación que he sentido las varias veces en que he estado por allí. Puede que en ello haya mucho de tópicos y absurdos prejuicios, como suele ocurrir con otros muchos lugares, pero el fenómeno de ETA y sus derivaciones los hemos tenido, si no lo están todavía, circulando por los circuitos y enlaces de nuestras neuronas.

Por estos derroteros anda esa historia que llevo macerando desde hace más de tres años, aunque ya quisiera yo que anduviera con más diligencia. Sin embargo, se han cruzado otros proyectos, haciendo bueno eso de que los planes no salen siempre como uno los ha previsto, y desde hace más de un año duerme en el archivo del ordenador. Primero fue la preparación de la edición de La renta del dolor, y últimamente la revisión de la otra historia que tengo concluida, la que se desarrolla en el trascurso de una noche. Con el trasfondo sórdido de la trata de blancas, la novela nos traslada a ese precipicio que se abre cuando todo nuestro mundo, plagado de referencias estables, se derrumba por una quiebra interior o una situación límite que nos descubre el lado de lo desconocido. En una época en que las incertidumbres nos acucian, en que la desvergüenza política y la corrupción nos desmontan el artificio de vida y de valores que creíamos consistentes, la mirada inocente de un joven en el trasiego de esa noche convulsa quizá nos aporte un rayo de luz ante el abismo que se nos abre cada día en este país.

Escribir es ese ejercicio mágico donde uno se aísla y quiere quedarse consigo mismo. Quizá los parones en la escritura formen parte del mismo proceso creativo.

3 comentarios:

María Dolores Romero Palomo dijo...

Parar no siempre es malo. Somos fruto de lo que nos rodea. Serenidad ante todo.

María Dolores Romero Palomo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
IRIS dijo...

Creo q el estado principal de un escritor es 'la esperanza'. Parar y en la soledad buscada, encontar de nuevo el camino.