miércoles, 5 de septiembre de 2018

LA MEMORIA HISTÓRICA NO ES LO MISMO QUE LA HISTORIA*


La Historia, como la definía Marc Bloch, es la ciencia de los hombres en el tiempo, que va más allá de lo humano para adentrarse en la atmósfera en que su pensamiento respira y se conecta a la complejidad de los fenómenos. Echar la mirada hacia ella nunca es remover el pasado. La Historia estudia, analiza, constata, reflexiona... De ella podemos aprender lo suficiente para evitar lanzar proclamas sin mucho fundamento y poco reflexionadas.
La dictadura franquista fue lo que fue: un régimen represor que provocó dolor y muerte. La historiografía de este periodo histórico, basada en estudios y análisis documentales, es abundante. Los hechos históricos no se pueden ocultar o manipular a nuestro antojo. Por eso resultan tan inconsistentes los comentarios políticos que tratan de obviar, cuando no tergiversar, el drama de la guerra civil y la posterior dictadura. No son “cosas del pasado”. El pasado somos nosotros.
La exhumación de los restos de Franco ha reactivado el debate en torno a la memoria histórica. El debate siempre existió, antes y después de Franco y durante la democracia. Memoria histórica es un concepto próximo a la dimensión individual de la persona, parte de lo vivido e interiorizado por los sujetos de la Historia. Las guerras carlistas del siglo XIX serían objeto de estudio para la Historia, pero la guerra civil y la posguerra, vinculadas a la experiencia vital de millones de españoles vivos, son memoria histórica. La memoria histórica no es lo mismo que la Historia, pero se entrecruzan.
España no ha superado el trauma de la guerra civil y los años de la dictadura. Algo lógico: ésta no permitió reconciliación alguna y la ley de amnistía del 77, incluso la Constitución, no fueron suficientes para restañar tanta herida. Demasiado dolor para pretender eliminarlo de un plumazo legislativo. Durante la democracia tampoco se facilitó esa reconciliación. Poderes fácticos herederos del franquismo (sectores del Ejército, parte de la Iglesia...) no colaboraron en revertir esta situación; ni la derecha política, donde se acrisoló la herencia ideológica franquista. Quien se sintió agraviado con la injusticia de la dictadura, no vio reparado el daño recibido. La paz nunca alcanzó a miles de represaliados; al contrario, se les pidió que olvidasen, que hicieran desaparecer de su mente cualquier atisbo de memoria histórica.
La Historia ya ha analizado esta parte de nuestro pasado, y lo seguirá haciendo desde la distancia del tiempo, pero las sensibilidades y los sentimientos son de este momento, de los que sufrieron las consecuencias de la represión. Y muchos de ellos están vivos.
La Ley de la Memoria Histórica, tildada de romper el consenso de la Transición y generar una causa contra el pasado, ha sido calificada de reabrir viejas heridas. Una falacia. En nuestro país, la guerra civil y la posguerra siempre han estado presentes, antes y después de estas leyes, en las conversaciones, en las preocupaciones de la gente, casi siempre de tapadillo y en la intimidad. El dolor sentido por las víctimas no se apacigua con unas palmadas en la espalda, más hubiera hecho la condena del régimen franquista por la derecha social y política.
Una guerra nunca se olvida. Los agravios y dramas personales, tampoco. La Transición impuso de facto el olvido y la prohibición de manifestar los sentimientos, como si los que padecieron represalias y exilio quedaran obligados a callar para siempre. Bastante generosidad mostraron con ceder en sus pretensiones de reparación por los daños sufridos y en reclamar la búsqueda de restos de seres queridos asesinados, para que encima tuvieran que callar para siempre. No obstante, callaron, y contribuyeron a la llegada a la democracia. Ellos fueron generosos; los que utilizaron la dictadura para satisfacer sus deseos de venganza, no.
El olvido, del que Cicerón decía: “recuerdo incluso lo que no quiero”, no es voluntario. En todo caso depende de distintos factores: el paso del tiempo, el contexto donde nos desenvolvamos o el mantenimiento de la razón del perjuicio. Éste se mantuvo, de modo que a los que sufrieron los traumas de la dictadura les resultó difícil olvidar.
Una guerra es lo que es: una guerra. En ella se busca aniquilar al enemigo. Desatada nuestra guerra, se hizo el caos, camparon la ira, la venganza y la sinrazón. La crueldad se extendió a todos los rincones de España. Soldados y civiles del bando nacional fusilaron a miles de personas. Milicianos republicanos hicieron lo mismo. Emergió la barbarie. Se persiguieron inocentes, intelectuales, curas, monjas o se quemaron iglesias. ¿Qué otra cosa se podía esperar de una guerra civil?, ¿alguien conoce alguna guerra en que se respeten los derechos humanos? A los que se sublevaron en el 36 es a quienes hay que exigir responsabilidades históricas como instigadores de la tragedia, no a las víctimas.
La guerra civil no terminó el primero de abril de 1939, como podría haber ocurrido en un enfrentamiento entre dos países. Los españoles siguieron conviviendo en pueblos y ciudades, cultivando los campos en común, paseando en la misma plaza, comprando en las mismas tiendas, bebiendo vino en las tabernas… Y en esa convivencia, durante cuarenta años de dictadura, los vencedores practicaron represalias contra los vencidos. Si el bando ganador no hubiera desatado aquella horda de venganza, si hubiera intentando un proceso de reconciliación nacional, no estaríamos ahora hablando de memoria histórica.
La dignidad de millones de personas fue mancillada durante la dictadura franquista. Y la dignidad es el mayor patrimonio que tiene el ser humano. La memoria histórica busca restablecer esa dignidad mancillada.
* Publicado en el periódico Ideal de Granada, 04/9/2018

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