lunes, 21 de septiembre de 2020

LA ESCUELA, UN EJEMPLO PARA TODOS*

 

Del confinamiento aprendimos muchas lecciones, pero no tantas como debiéramos haber aprendido para mantener a raya el coronavirus. Llegó el verano y todo empezó a torcerse: nuestra indisciplina social avivó los contagios en una nueva escalada. La modernidad líquida que calificaba Zygmunt Bauman, ese “volátil mundo de cambio instantáneo y errático”, donde “las costumbres establecidas, los marcos cognitivos sólidos y las preferencias por los valores estables” parecen que no cuentan. Nuestra inconsciencia es parte del tributo que pagamos a una sociedad posmoderna donde se valora poco el civismo, la responsabilidad o la convivencia.

La escuela también estuvo confinada. Entonces se puso en marcha aquella educación a distancia que funcionó con la precariedad de medios e inexperiencia que ya sabemos. Una gran lección que espero aprendiéramos. Sería imperdonable, si acaso volviera otro confinamiento, que la escuela no se hubiera preparado para afrontar algo así. No obstante, la mejor lección que aprendimos fue que sin escuela no se podía completar, más allá del mero aprendizaje de conocimientos, la educación de nuestros niños y jóvenes en sus aspectos más esenciales: valores del contacto social, la convivencia y la interrelación humana.

Este inicio del curso escolar ya no huele a lapicero, a ceras o lápices de colores bañados en pintura, ni a libros recién estrenados, ni a goma ‘milán’ o de nata. Ya no existen esos olores que quedaron atrapados en recuerdos imperecederos. En este inicio de curso huele a hidrogel y mascarillas, así como a muchas incertidumbres y miedos a lo desconocido. Es el curso de las mascarillas y lo recordaremos también por nuestro propio olor, ni siquiera el olor a colonia de baño o a galleta mojada en cacao, sino el olor persistente y húmedo retenido al respirar nuestro aire en las tupidas fibras de una protectora e incómoda mascarilla.

Hace unos días, al abrir la página web de este periódico, apareció la fotografía de un aula con varios alumnos sentados en sus mesas y una maestra dispensando hidrogel a una niña que se disponía a acceder a ella. Me suscitó una primera impresión: ¡qué ejemplo, qué bien hacen los docentes las cosas en la escuela! Conozco la realidad de la escuela y el trabajo realizado en ella y, aunque no he tenido oportunidad aún de visitarlas por precaución, he seguido muy de cerca la organización de la vuelta al cole.

Un nuevo curso iniciado, no sin vacilaciones y dificultades suplidas en parte por el excelente y comprometido trabajo realizado por los docentes que no debería quedar sepultado por el ruido mediático desatado por protestas, justificadas en bastantes casos, y disputas políticas aferradas al oportunismo ‘mágico’ para montar una bronca, siempre utilizando la educación como arma política arrojadiza. No obstante de tanto desatino, la escuela ha vuelto a dar una lección a ese incivismo de parte de la sociedad que no ha sabido comportarse durante la desescalada.

Dentro de lo antipedagógicos que pudieran resultar los protocolos establecidos para la vuelta a las aulas, por ese batiburrillo de normas y rutinas, en la escuela no se desperdicia ocasión para sacar enseñanzas y educar a nuestros estudiantes. La escuela siempre forma y educa con el compromiso social que la caracteriza. Con la puesta en práctica del protocolo de actuación covid-19 también lo está haciendo, formando a ciudadanos en la responsabilidad y el respeto para la convivencia con sus congéneres. Rutinas tan estrictas, con normas que limitan la movilidad y el contacto, implican una labor de reflexión a favor de comportamientos responsables en una convivencia en libertad.

Durante los meses de verano, y aún ahora, asistimos a situaciones bochornosas: familias, eventos y jóvenes sin cumplir las pautas marcadas por las autoridades, para evitar contagios, han elevado alarmantemente la expansión del coronavirus que el confinamiento había frenado. La falta de disciplina, conciencia y actitudes cívicas se ha evidenciado, sin pensar en consecuencias fatales para padres, abuelos o tantas personas vulnerables que nos rodean. Locales de ocio nocturno con aforo masivo, bodas con una concurrencia inexplicable, reuniones familiares más allá de lo recomendado, conciertos de música masificados, ‘disjokey’ espurreando un trago de bebida sobre acalorados fans sin protección, botellones desmadrados sin pudor, fiestas despendoladas en la playa o aglomeraciones en bares y restaurantes son algunas de esas prácticas sociales irresponsables. Estamos volviendo de nuevo a fracasar como sociedad. Sin mencionar a los negacionistas del virus y uso de mascarillas que se han convertido en los nuevos iluminados. 

El valor de la escuela y su capacidad de transmisión de valores cívicos es todo un ejemplo del que la sociedad debería tomar nota. Las imágenes de centros escolares vistas en televisión me producen satisfacción al observar la disciplina y responsabilidad con que se conducen nuestros escolares. Todo un ejemplo social. El protocolo diseñado, aunque no se trate de una actividad estrictamente escolar (si bien cualquier faceta humana diría que sí lo es), y los valores de responsabilidad y respeto que se derivan de su implementación constituyen el ejemplo donde deberían fijarse esos que frecuentan playas, parques, salones o espacios de ocio nocturno.

La escuela demuestra una vez más cuánto puede aportar a la sociedad en la educación de las generaciones jóvenes, un motivo más para creer en ella, como diría Victoria Camps. Otra cosa es que la dejen hacer y se valore su trabajo. Desgraciadamente la experiencia dice que la labor de la escuela se estropea fácilmente por otros mensajes que provienen de entornos sociales donde conviven nuestros alumnos.

Si me permiten el juego de palabras: el ejemplo de la escuela espero que contagie a esa parte de la sociedad que tanto provoca con su irresponsabilidad el contagio del coronavirus.

 * Artículo publicado en Ideal, 20/09/2020