A Federico García Lorca se le ha buscado de todas las maneras que imaginar se pueda. Desde que quedó sepultado en el barranco entre Víznar y Alfacar, Granada, el mundo, no ha cejado en el empeño de encontrarlo. La búsqueda de sus restos óseos quizá sea lo menos importante; el universo lorquiano, su legado, su obra, compuesta de mil constelaciones, es lo fundamental.
Biografiar a Lorca, zambullirse en tantos rincones de su vida, secretos o furtivos, ha sido una constante en los últimos ochenta años. Es otra de manera de que perviva su memoria. En ese seguir las huellas que fue dejando por tantos lugares que alguna vez lo vieron deambular, los amores que marcaron su vida, la relación de amistad y correspondencia con personas queridas, nos ofrecen otra visión para hallar al Lorca más íntimo, más humano, el que construyera el universo de emociones capaz de subyugarnos. Aquellas amistades con Pepín Bello, Dalí, Buñuel, o las de mayor pasión amorosa con el propio Dalí, Emilio Aladrén, Philips Cummings, Rafael Rodríguez Rapún, Eduardo Rodríguez Valdivieso, hombres amados más jóvenes que él, nos dan el pulso de su perfil más humano. Como la colaboración artística y de acerada amistad con Manuel de Falla, o los innumerables viajes por el mundo, que ensancharon su horizonte vital, ansioso de huir de tantos espacios minúsculos y asfixiantes.
En esa constante búsqueda de Federico es donde podemos inscribir Los mundos infinitos de Lorca (Tintablanca, 2023), una nueva biografía del poeta que pretende acariciar su vida con la ternura que hasta ahora parecía no haberse producido. Al texto de Luis Antonio de Villena, le acompañan los dibujos de Juan Vida, para acompasar la prosa suave, cómplice y serena de Villena con un enorme catálogo de ilustraciones del pintor granadino.
Quedémonos, por lo pronto, con las palabras de Luis Antonio, al referirse a Lorca: “Este libro recorre su vida y su obra, desde su nacimiento en Fuente Vaqueros, su infancia en la vecina Valderrubio, el contacto con la Vega y las desigualdades sociales, antes de su estancia posterior en Granada, al amparo de la Huerta de San Vicente. Sus años en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, le hicieron conocer a los grandes nombres de la España de entonces.”
Es difícil aportar algo nuevo a la semblanza biográfica del mito de García Lorca. Tantos ríos de tinta que han emanado mirando su vida, su obra, su memoria, las azacanas que siempre se cruzaron en su camino, las incomprensiones, las envidias, el odio que inundó los ojos de siniestros desaprensivos que lo llevaron hasta Víznar, harían casi imposible escribir otra biografía que diga algo distinto, que despierte nuestras emociones. Pero acaso esto es lo que han conseguido Villena y Vida en una deslumbrante propuesta literaria, no exenta de simbolismo, donde impera la narración primorosa de bellos pasajes de la vida de Federico, con una mirada limpia y transparente que, sin duda, no dejará impasible al lector.
Los mundos infinitos de Lorca está editado con la exquisitez que Lorca se merece. Porque ya no se trata de aportar un dato nuevo sobre su vida, que también, sino de escribirlo de otro modo hasta soliviantar nuestra alma, de alcanzar que la vida del poeta sea sentida con igual pasión que la puesta en esta edición tan sumamente cuidada. Algo así como el amor y el deseo, referido por Villena, cuando habla de esta biografía: ‘Carnalidad, presagio y dolor’, para definir el perfil más delicado del poeta de Fuente Vaqueros.
Los mundos infinitos de Federico se extienden por La Vega, Granada, Valderrubio, Cadaqués, Nueva York, Cuba, Buenos Aires o el Madrid de la Residencia de Estudiantes, donde se acendraba aquella idea de transformación que aspiraba a hacer de este país algo más moderno y sacarlo del ostracismo en que había caído desde hacía tanto tiempo. Madrid fue el epicentro del amor de Lorca, donde pudo liberarse de la angostura y la mentalidad de su Granada, tan querida, pero al tiempo tan capaz de maniatar su deseo de ser, de crear, de vivir. Esa Granada que terminaría apagando su llama.
El libro abunda en amistades, encuentros, confesiones, alegrías, vida literaria, amores, tragedia, ese cosmos donde las relaciones de Federico fueron tan ricas, tan expresivas y confesionales, y no menos cómplices con tantas personas amigas que fue atesorando a lo largo de su vida. Así descubrimos en sus páginas los instantes del amor, los de las dudas e incertidumbres, los de la desesperación por los derroteros que había cogido una España que se fragmentaba y abocaba al enfrentamiento y el derrumbamiento, los mismos en los que él “pasa del miedo a la angustia. O ambos.” Una premoción aquel 12 de julio del 36, entre los asesinatos de Castillo y Calvo Sotelo, que lo aproximará tanto al día 19.
Villena y Vida nos acercan al Lorca más íntimo, capaz de desnudarse en los juegos infantiles de sus poemas, porque al poder de la palabra se suma la fuerza de la imagen.
La pasión de Lorca por la vida y el amor no pasa desapercibida en las páginas de este libro. Como en Sonetos del amor oscuro, donde es capaz de expresarla Lorca con igual sencillez que sentimiento: “Que no se acabe nunca la madeja / del te quiero me quieres, siempre ardida / con decrépito sol y luna vieja.”
La grandeza de la figura de Federico: crear tantos universos paralelos, aunque algunos fueran desde la inconsciencia, para dejarnos su mejor legado.
* Artículo publicado en Ideal, 09/07/2023
** Ilustración: Dibujo de Juan Vida, incluido en el libro-
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