viernes, 20 de diciembre de 2024

EL PLANETA NOS INTERPELA*

 


La tergiversación de la palabra libertad, su significado, ha provocado un relativismo en las formas y los hechos que no ha beneficiado, entre otras cosas, a nuestra conducta cívica. Hacernos creer que tenemos derecho a todo, incluso a diezmar los recursos del planeta, nos ha llevado a sucumbir en una espiral de desastres naturales y desigualdades cuyas consecuencias las estamos pagando cada día.

Se nos pide que seamos ciudadanos militantes de ideas magníficas, pero con trampa. El cambio climático es una realidad, a pesar de los negacionistas, terraplanistas y otras estirpes sumidas en la ignorancia, esos que a cada giro del planeta redondo y achatado por los polos van ganando espacio, control y poder, incluido el político. Salen con descaro de las sombras de la superstición para mostrarse como adalides de ideas acientíficas, amorales, xenófobas, que, sin rubor ni crítica, son votadas por millones de personas. Como se votó a Hitler y su supremacía aria. Ellos serán los que nos gobiernen en los próximos años, quizás decenios, si antes no nos llevan a la destrucción de la especie.

Nuestra ejemplaridad ciudadana nos impele a discriminar los residuos que generamos y depositarlos en coloridos contenedores. Llevamos a cabo no pocos gestos nobles y cívicos, incluidos no desperdiciar comida, mirar por el medio ambiente y ser fervientes defensores del planeta. Ciudadanos ejemplares, porque así nos lo pide nuestra conciencia ante el deterioro del planeta. Y transmitimos a nuestros hijos, alumnos, familiares y amigos que pequeños gestos suman mucho hasta convertirse en un gesto inmenso, capaz de cambiar la deriva negativa de la Tierra. A lo que sumamos otros hábitos particulares: gestionar bien nuestros gastos, consumir con responsabilidad, practicar hábitos de vida saludable, no despilfarrar recursos, ni ensuciar las calles y tirar los papeles a una papelera y no al suelo. Nos han bombardeado con tantos mensajes nobles en pro del civismo y nuevos valores culturales de siglo veintiuno, y todo para luchar contra la barbarie del siglo veintiuno. Sin embargo, frente a nosotros, ciudadanos ejemplares, hay otros muchos que no tan ejemplares, como existen grandes potencias y corporaciones que siguen contaminando por encima de sus posibilidades.

Las cumbres del clima terminan sin grandes acuerdos, ni compromisos firmes que no enojen al clima de este planeta que nos cobija. Por eso no es posible frenar el deshielo del Ártico, los efectos perniciosos de huracanes que asolan islas y costas orientales del Caribe o América del Norte, el ensañamiento de gotas frías en regiones mediterráneas, ni veranos e inviernos cada vez más calurosos, y permitimos que el calentamiento global deje a los osos polares sin su hábitat o que muchas especies animales desaparezcan. Nuestra civilización está sostenida en el consumo de combustibles fósiles, el vertido de residuos industriales a ríos y océanos, la generación de enormes cantidades de residuos urbanos o el deterioro del medioambiente.

La sexta extinción. Una historia nada natural de Elisabeth Kolbert, el libro que alertó de la venidera sexta extinción de vida terrestre —tras las cinco grandes extinciones anteriores—, señala que en esta hay un factor nuevo: la intervención y responsabilidad de los humanos. En las anteriores, ni existíamos. Nosotros, los humanos, recién aterrizados en este planeta, le hemos causado más daño que cualquier otra especie en sus casi cinco mil millones de años de existencia.

En noviembre se celebró la 29ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Bakú (Azerbaiyán). El lema: “Solidaridad por un Mundo Verde”, todo un dechado de intenciones, como todos los lemas que congregan las mejores intenciones y porfían por esa palabra clave: sostenibilidad. Todo ha de ser sostenible en nuestro tiempo. Es obvio. Ahora bien, despilfarrar, no cuidar nuestro entorno, abusar del consumo de recursos o creer en un modelo económico y social basado en el crecimiento acelerado y continuo, no puede sostenerse sin hacer daño. A su manera lo decían también nuestros padres, cuando nos educaban en que había que mirar por lo que teníamos y gestionar bien y no gastar más de lo necesario, en aquella época de precariedad y limitación de recursos. Lo mismo que transmitimos a nuestros hijos en esta época de abundancia, pero con múltiples enemigos de estas convicciones. Otro mundo anegado de mensajes que hablan de que como somos libre podemos consumir sin límites, que todo es inagotable y que obvian que los recursos naturales son limitados y, muchos, irreemplazables.

Hacer creer que nuestra libertad consiste en tener todo lo que deseemos, a través de una publicidad y propaganda tóxicas, o que es posible un crecimiento económico ilimitado, es hacernos trampas al solitario.

En Bakú se habló de un mundo verde, de la urgente necesidad de caminar hacia la transición energética y el multilateralismo entre países para alcanzarla.  Se acordó una financiación climática, donde los países desarrollados aportaran 300.000 mil millones de dólares hasta 2035. Pero a los grandes contaminadores del planeta: China, EE UU, India y Rusia, esto no les interesa y caminan por senderos opuestos.

Las energías renovables quisieran sustituir a los contaminantes combustibles fósiles, pero quizás estemos aún ante la gran mentira del trilero. No sabemos si la civilización de los combustibles fósiles colapsará en 2028, como vislumbra Jeremy Rifkin en El Green New Deal global, y si la vida en la Tierra se salvará, pero mientras las grandes corporaciones petroleras y gasísticas sigan dominando las políticas de los países, influyendo en gobiernos, aupando a negacionistas del cambio climático al poder, el planeta estará en peligro.

*Publicado en Ideal, 19/12/2024

**Tierra, naturaleza, medioambiente_Tomado de México social. La cuestión social en México

martes, 3 de diciembre de 2024

TAMBIÉN EL CONSUMISMO*

 


Dicen que Nueva York adelanta el futuro que nos llegará una o dos décadas después. En un mundo globalizado, el plazo quizás se acorte hasta la simultaneidad. Los cambios de vida, las tendencias y las nuevas prácticas capitalistas las vemos reproducidas en nuestra vida diaria cuando allí triunfaron hace tiempo.

Estamos en la época del año donde el consumo se dispara de manera desorbitada y hasta obscena. EE UU es la cuna del consumismo, eso comentan. En nuestro calendario se han aposentado fiestas invasoras: Hallowenn, Black Friday o la de Santa Claus, el gordito de cara beoda. Consumismo voraz, bucle de la economía capitalista: producir para consumir, consumir para producir.

Visité Nueva York un mes de noviembre. Pasadas dos semanas de Hallowenn, las huellas de su celebración permanecían: infinidad de calabazas aposentadas en escaleras de las brownstones, derroche de frutos cucurbitáceos. En el horizonte, el Black Friday; entre ambos: día de Acción de Gracias; a la vista: la explosiva Navidad neoyorquina. Mucho para festejar; también el consumismo.

El Black Friday también se ha instalado en España, lo hemos adoptado. No es una fiesta religiosa ni familiar, ni nada por el estilo. El Viernes Negro es una fiesta montada para consumir, sin tapujos, sin eufemismos, ahora dirigida a toda clase de bienes y servicios, proyectada con la fuerza incuestionable de las estrategias comerciales y el marketing, capaz de influir poderosamente incitando y torciendo la voluntad del individuo, debilitándola, trasteando en el rincón de las emociones.

No se hubiera entendido mi visita a Nueva York en esas fechas y perderme el Black Friday, si quería escudriñar como viajero curioso en el conocimiento de la metrópoli. Para ello, una visita de campo a almacenes como Saks o Macy’s, o a un shopping malls. Entre Nueva York y Nueva Yersey, como en otras rutas, proliferan como setas. Da igual al que vayas, son todos iguales. El elegido se llamaba Mall Jersey Garden’, donde se reunían grandes marcas, franquicias, juguetería, restauración, joyería, náutica, decoración, electrónica, perfumería… en un espectáculo comercial en estado puro. El acceso: miles de coches dibujando colas serpenteantes, kilométricas, ocupando dos y tres carriles, de todas clases, modelos y tamaños. Era el Black Friday, el gran día, nadie podía perderse la gran fiesta en aquel enorme complejo construido expresamente para consumir lo necesario, y lo que no.

Limpio, amplio, ampuloso, de grandes espacios: largos, anchos y altos. Los nuevos bazares del siglo XXI, que nada tienen que ver con los de una calle de Bagdad, El Cairo o Marraquech, salvo que tienen la misma finalidad: vender y comprar. Estos, en la calle, en una relación directa comprador-vendedor; los otros, impersonales, diseñados para atrapar, no por la persuasión que ofrecen las excelencias del producto, sino mediante el impacto neurológico de una estrategia diseñada para manipular los sentidos y las emociones. La vista, el oído, el tacto, el olfato y hasta el gusto atacados para generar una necesidad que acaso nunca tuvimos.

En el Mall Jersey Garden, compuesto de grandes espacios interiores, mastodónticas escaleras y una descomunal plaza central, desde el mirador corrido de la planta superior, las personas se apreciaban como hormigas que supieran a qué agujero-tienda entrar o a qué cola interminable agregarse. La paciencia no tenida para otras cosas, aquí afloraba como un valor que esperaba recompensa. Pantalones, camisas, camisetas, cinturones, sudaderas, chaquetas, jersey, zapatillas, faldas, blusas…, objetivos deseados. Solo había que esperar, tener aguante, para tocar decenas de prendas, acercarlas al cuerpo, comprobar la talla o el color más favorecedor. Centenares de piezas de ropa amontonada, acumulada en estanterías, caída al suelo, u ordenada sobre anaqueles. Infinidad en perchas, aguardando la mano generosa para tocarla, desplegarla, desearla. El espectáculo: una escena sembrada de caos.

En la puerta de una tienda de ropa vaquera, gentes de edades variadas aguardaban media hora, una hora, para acceder al interior. En ella las ofertas llegaban al sesenta por ciento. Merecía la pena el sacrificio, a decir de la sonrisa exhibida al palparla. Fuera, en un gran cartel, rezaba: 60 % off everything. Al lado, varios chicos haciendo un receso en la aventura del día, agolpados junto a grandes maletas y bolsas, extraían de sus mochilas refrescos y sándwich. Había que reponer fuerzas. Sus rostros denotaban alegría, intercambiaban comentarios e ilusión por lo depositado en las maletas y por lo que aún les esperaba.

Era mi rostro el que reflejaba cansancio y hastío. Más de cuatro horas, acaso cinco, dentro de aquel enorme templo del mercadeo más soez y descarado, con humanos convertidos en piezas de un gran juego. Tomaba notas como observador participante. Me veía ridículo, sin interés alguno en comprar, pero atrapado en un aquelarre dominado por muchos machos cabríos de la magia tecnologizada, aferrada igualmente a la superstición y al delirio.

Jóvenes y mayores con el deseo intacto de atrapar lo que les hiciera sentirse bien: esa ropa que modelará su imagen, la estética para presentarse ante los demás, producto no de un ejercicio de libertad sino de mimetismo con los modelos o estereotipos sugeridos, cuando no impuestos. Entendido todo desde mi óptica: un insulto a mis convicciones, contrarias a dejarse atrapar por lo insustancial y lo superfluo. Debo estar viejo.

Abajo, en la plaza central, el rumor no cesaba. La gente caminaba en todas direcciones, como si practicaran un juego para reconocerse. Mis fuerzas se agotaban. La mirada, agostada. Era noche cuando salimos del Mall Jersey Garden. Como podríamos estar saliendo del Nevada Shopping.

*Publicado en Ideal, 02/12/2024

**La realidad te ciega, Carlos Saura Riaza


martes, 19 de noviembre de 2024

DANA: LA OTRA TORMENTA PARA LOS MÁS JÓVENES*


No quiero hablar de Trump, tiempo habrá. Aunque sí recordar que durante la campaña electoral de las presidenciales de EE UU en dos ocasiones fue objeto de un atentado para asesinarlo. Ese no era el camino para derrotarlo. En democracia el camino son las urnas, y en estas triunfó.

Hace unos días una visita a la población de Paiporta, con motivo de los estragos provocados por la DANA, los Reyes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, fueron objeto de insultos, lanzamiento de piedras y barro. El presidente del Gobierno fue atacado con un palo por la espalda y, temiéndose lo peor, fue retirado al coche por la escolta de seguridad. Una vez dentro, varios individuos golpearon cristales, dieron patadas y lanzaron más barro y palos. El objetivo de reventar la visita, conseguido. El señalamiento de Pedro Sánchez, también.

Nuestra obligación… es echar a Sánchez del Gobierno… lo antes posible… con todos los medios…”, dijo Miguel Tellado, portavoz popular en el Congreso. Igual que hay ultras que apalean un muñeco representando a Sánchez en las puertas de Ferraz, algo que no es delito para un juez. Siguiendo con la DANA, una concejala de Santa Elena, Ana Bernardino, llamó a Sánchez “maricón de mierda” e “hijo de puta”, menos comedida que Ayuso con su “Me gusta la fruta”. Dimitió por ello, la concejala, digo. En Vegas del Genil, otra concejala, Almudena Estévez, publicó un comentario en redes sociales, que luego borró: “¿Alguien tiene el número del hombre del palo? Me gustaría hacerle un bizum”. El Rey recordó en Paiporta que estamos en una democracia.

Los efectos de la DANA han sido devastadores para todo el mundo. El paisaje caótico que nos ofrecen las imágenes de televisión no deja lugar a dudas. Es evidente que algo así nos llena de pesar. La primera defensa ante esta depresión meteorológica debió ser más eficiente, si la alerta se hubiera activado antes. Paliar las terribles consecuencias, también, si se hubiera actuado de manera más diligente.

No obstante, quisiera detenerme en los niños y los jóvenes. Algunos han muerto, otros muchos comparten la tragedia y la pérdida de sus hogares, o la no asistencia al colegio durante muchos días. Hubo quienes tuvieron a un palmo el ruido de la corriente torrencial enlodazada, el miedo de ver el agua desatada arrastrando todo a su paso. Viven en calles atoradas de coches, maleza y restos múltiples. Su vida: alejada de la normalidad bruscamente, el sueño soliviantado y la traumática experiencia, acaso, forjándoles la amargura en el carácter. Como fortuna, frente a tanta desolación, una corriente de solidaridad llegada para recomponer sus vidas y su hábitat.

El impacto psicológico de todo lo que están experimentando no lo sabemos aún, aunque lo intuimos. Su propia visión, las familias, los vecinos, la televisión, las redes sociales, les están mostrando un panorama caótico, al que su inmadurez puede restarles capacidad de interpretación: incapacidad para asumir esta realidad sobrevenida, miedos incontrolados, dificultad para exteriorizar sentimientos negativos... Reconducir esta situación adecuadamente es la siguiente tarea. Racionalizar una catástrofe que ha estallado repentinamente en sus vidas requiere hacerlo de modo equilibrado, evitando que los traumas se enquisten. Hacerles partícipes de las soluciones, de la limpieza, del trabajo compartido, de la solidaridad desplegada, es la mejor terapia, reforzando valores como colaboración y labor en equipo. Siempre hay un componente formativo en toda situación caótica.

Nuestra sociedad es víctima de la difusión de infinidad de mentiras intencionadas, noticias falsas, opiniones engañosas, bulos, todo difundido por tierra, mar y aire. La (des)información es campo encenagado: saña contra el adversario, negacionismo climático, maniobras antipolíticas…; ‘influencers’ convertidos en propagadores de mentiras; seudoperiodistas montando el espectáculo mediático, cacareando el morbo y las informaciones no contrastadas: noticias falaces que hablan de cientos de muertos en parking, falta de efectivos de ayuda, culpabilizando a la administración no afín, hablando de Estado fallido... Falacias tendentes a provocar alarmismo, como si no hubiera poco dolor con la realidad circundante, generando crispación y odio, auspiciando la violencia. Todo esto presente en la ya traumática vida de estos jóvenes. Enmarañando un paisaje de por sí desolado, creando más caos sobre el ya existente.

Este es el panorama donde se desenvuelve la vida de los niños y jóvenes afectados por la DANA. La miseria humana sin miramientos, lanzando mensajes que los traumatizan aún más, los confunden, proporcionado visiones distorsionadas de la realidad. La violencia y el odio no son la mejor receta; la crítica razonada, sí. Un palo o una bala no hacen justicia; la democracia, sí.

¿Veríamos bien que cuando un estudiante se siente injustamente suspendido en un examen o reprendido por un acto de indisciplina aporrease el coche del profesor? ¿Alguien cree educativo que las palabras y expresiones soeces e injuriosas expresadas por gente pública deban ser reproducidas por nuestros jóvenes en sus relaciones?

La escuela se empeña en transmitir pautas a niños y jóvenes de respeto, de expresar ideas sin llevarlas al insulto, de relacionarse en un clima de convivencia dentro de la discrepancia. La escuela promueve mensajes en pro de educar y formar ciudadanos al servicio de la sociedad. Fuera queda el insulto, la injuria o la ofensa.

El odio en nuestra sociedad va en aumento. Darles lecciones de ‘odio’ a ellos es marcarles caminos violentos equivocados para resolver los conflictos, como si la violencia verbal y física fuera la solución, ni siquiera para rechazar la actuación negligente de los políticos.

*Artículo publicado en Ideal, 18/11/2024

** En medio de la riada de Paiporta. Carlos García Pozo_ El Mundo

 

jueves, 31 de octubre de 2024

NI PARA LA PAZ NI PARA LA DIGNIDAD HUMANA ESTAMOS*



¡Cuánta desgracia nos aturde en tiempos tan groseros y cómo nos estamos acostumbrando a ella! La solidaridad, el compromiso y el interés por los problemas que nos rodean fluctúan al ritmo de un mundo cada vez más ‘empequeñecido’ por la vertiginosidad con que viajan la verdad y la mentira, así como nuestra propia movilidad física.

Nuestra conciencia ciudadana —y colectiva— es producto de un conjunto de valores interiorizados en los que hemos sido educados y con los que nos identificamos. Sin embargo, la conciencia depositada en las mentes de quienes lideran la política o la economía global se rige de otro modo: vaciada de los valores que como ciudadanos posiblemente asumirían. Un contrasentido, parte de una realidad que nos abruma, en la que se prescinde de la dignidad del ser humano para dejar paso a la ley del más fuerte.

Somos presa de la desinformación y los bulos, esa potente maquinaria que genera malestar, opiniones tendenciosas, ‘deshabilitación’ del pensamiento libre, ‘embarramiento’ de la convivencia o atracción hacia las posiciones del manipulador: ‘verdades’ construidas sobre mentiras, sin sentido ético ni moral. El proceder da igual, con tal de conseguir lo que se pretende. ¿El adversario?, enemigo antes que oponente. El mundo, nuestro país, pueden estar desangrándose, solo importa el objetivo pretendido a toda costa. La política española ha caído en este cenagal: relatos de buenos y malos, de odio y destrucción del otro, del diferente.

Mientras discutimos cómo vamos a rescatar y prestar ayuda a los que ponen en peligro su vida en una patera o cruzando el desierto, el naufragio y la vileza humana ya han engullido bajo las siniestras aguas de la perversión a cientos de vidas que una vez se ilusionaron con un rayo de luz que calmara el hambre y la indignidad de una vida miserable. Cuando una madrugada de invierno (febrero, 2023) —las cinco en el reloj de un guardacostas—, tras cuatro días y cuatro noches de travesía desde Turquía, se avistaron luces lejanas en la costa de Cutro (Italia), la última esperanza de salvación, una embarcación de madera naufragó: doscientas personas hacinadas —la mayoría afganos huyendo de la intolerancia talibán, habiendo pagado nueve mil euros—, de las que noventa y cuatro pisaron la tierra prometida, Europa, como cadáveres. A cuarenta metros estaban, y nadie activó una operación de rescate. Fue la tarjeta de visita de Georgia Meloni, la que hoy quiere a los inmigrantes lejos, encapsulados en otro país.

Entretanto no está lista la paz, y foros internacionales y ‘lobby’ que mueven entramados políticos y armamentísticos maquinan, las personas mueren bajo las bombas en Ucrania, Gaza o Líbano. El conflicto ucranio se alarga, mientras la figura siniestra de Putin aguanta. Y dejamos a un país, Israel, con un tipo sanguinario al frente, Netanyahu, arropado por una banda de secuaces y sicarios, masacrar hasta el genocidio a decenas de miles de personas inocentes porque dicen defenderse de los terroristas que un 7 de octubre de hace un año cometieron una atrocidad. Y se vengan perpetrando las mismas atrocidades que denuncian en esos terroristas de Hamás: asesinando con toda impunidad, creyendo que con la violencia llegarán a alcanzar la paz, porque los que pueden frenar esta barbarie no están para nada. Empezando por EE UU de Biden, que se marchará de la Presidencia de la manera más vil que uno pueda imaginar: protegiendo un genocidio. Si ejerciera solo de ciudadano y cristiano de a pie —él lo es— seguramente estaría clamando por la ignominia que está cometiendo Israel.

Hay muchas maneras de matar, como escribiera Bertolt Brecht, y todas ellas las practica Israel, además de otras inventadas para la ocasión. “Pueden meterte un cuchillo en el vientre. / Quitarte el pan. / No curarte de una enfermedad... / Llevarte a la guerra, etc…”, como también lanzar bombas contra inocentes, arrasar escuelas y hospitales y manipular ‘buscas’ o móviles para que exploten.

Llevo en este mundo más de seis décadas y me hubiera gustado que en alguna de ellas hubiera llegado la paz a Oriente Próximo y Medio. Que se cumplieran los mandatos de las Naciones Unidas y se crearan dos Estados donde vivir en armonía. Que los problemas se resolvieran con el diálogo, que la sed de venganza quedara entumecida en las entrañas propias y no destruyendo las del otro. Que las potencias mundiales no alentaran las acciones bélicas de los desalmados. Más de seis décadas, sí, y ninguno de los malhechores que anteponen sus ambiciones a la vida de inocentes me va a engañar con sus relatos confusos, llenos de mentiras, entelequias y ‘verdades’ tendenciosas. Ninguno merece el perdón y sí comparecer ante un tribunal.

Nunca están para nada, mientras la hemorragia de indignidad que provocan sigue inundando el mundo. Son como el apéndice o las muelas del juicio, partes inservibles de un cuerpo que, sin embargo, pueden ocasionar severos problemas de salud. Los valores quedan muy bien para la gente corriente, en la paranoia del poder parecen no valer. Kant, en el imperativo moral categórico, afirmaba: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona del otro”.

No quisiera pensar, como Fernando Pessoa (Tabaquería’, que “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada”, y que no me queda más que tener “en mí todos los sueños del mundo”. Ni resignarme a que “El mundo es para los que nacieron para conquistarlo / no para los que sueñan que pueden conquistarlo”.

*Artículo publicado en Ideal, 31/10/2024 

**La danza, Henri Matisse, 1910

martes, 8 de octubre de 2024

TODOS VENIMOS DE ALGUNA PARTE*

 


Las ciudades españolas fueron testigos del éxodo rural en aquella España de blanco y negro de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Miles de familias se desplazaron del campo a la ciudad en un movimiento migratorio que puso a las ciudades patas arriba y activó un desarrollo económico acorde a los planes implementados por el régimen franquista. Era la época del desarrollismo, de la expansión del turismo y del crecimiento urbanístico con la construcción de nuevos barrios y la ocupación de viviendas deterioradas y en precarias condiciones de habitabilidad en los más antiguos.

La transformación agraria concentración de tierras y mecanización— y la puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1959, apoyado en la importante emigración dirigida a Europa y la recepción de cuantiosas remesas de dinero aportadas por los emigrantes, favoreció la absorción por la industria del excedente de mano de obra agrícola. Según datos del INE, se calcula que 3.100.000 españoles se trasladaron a las ciudades en la década de 1960. Las zonas industriales y el sector servicios de Madrid, Barcelona y País Vasco acapararon ese grueso de población rural. Otras ciudades, como Granada, se vieron también favorecidas por este éxodo. En esta recalamos no pocos habitantes de los pueblos. ‘Castrojas’ nos llamaban, no sin un cierto tono peyorativo, un parte de la población urbana que exhibía un torpe orgullo capitalino. Menos mal que no teníamos la piel negra, tan solo oscurecida por el implacable sol del medio rural.

He sentido vergüenza al ver que la inmigración aparece como la primera preocupación de los españoles en el barómetro de septiembre del Centro de Investigaciones Sociológicas. A la pregunta: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?”, casi un tercio (30,4%) contestaba: “La inmigración”. Este fenómeno social practicado por la humanidad desde su existencia ha pasado de ser la cuarta preocupación (16,9%) en julio —tras el paro, la economía y la política— al primero.

Las continuas noticias sobre la llegada de cayucos y pateras, el alarmismo por la saturación de los centros de acogida, el reparto fallido de menores acogidos, la asociación inmigrante-delincuente, la vergonzosa actitud de partidos políticos que, antes de unirse para buscar soluciones, utilizan el dolor de estos desheredados para hacer un uso perverso y espurio de la tragedia, ha calado en la percepción negativa de la sociedad española. Somos maleables e influenciables, y eso lo saben políticos y gentes sin escrúpulos que lanzan infundios, tergiversan la realidad y buscan chivos expiatorios. Alguien está empeñado en convertir a los inmigrantes en enemigos.

Y duele pensar lo fácil que es llegar a la conciencia de los demás y moldearla a nuestro antojo, extendiendo el mantra de que los inmigrantes son culpables de todo lo malo, que nos arrebatan nuestro trabajo y nuestro dinero, que ensucian nuestras calles y hacen aumentar la delincuencia, que se comen nuestras mascotas: gatos, perros, serpientes o cualquier otro bicho que nos haga compañía. Estos prejuicios siempre proceden de concepciones supremacistas: ese ‘nosotros perfectos’, de educación exquisita, de conductas cívicas inmejorables, que retiramos los desechos de un botellón para depositarlos en un contenedor o llevarlos a casa, que no tiramos bolsas ni vidrios ni latas en el campo ni en la ribera de un río, que no delinquimos ni estafamos. Nosotros. Ellos.

Siempre ha existido aversión al forastero, al diferente, a quien consideramos no encaja en nuestros cánones de ‘normalidad’, y lo miramos a través del visillo de los prejuicios. Como hacemos con nuestros vecinos, con los del otro barrio, con los del pueblo que rivalizamos, con los de otros territorios españoles, con los que no hablan nuestra lengua y les decimos que en ‘nuestra tierra’ se habla ‘mi idioma’. Repudio a lo de fuera, envuelto bajo la suspicacia del recelo y la sospecha.

Pero hay realidades que nos impactan en las narices para que espabilemos. El peligro que se cierne sobre las pensiones nos alcanzan de lleno: si no encontramos soluciones a los ritmos económicos actuales no están garantizadas para un futuro inmediato. Hace unos días el Banco de España, en su informe anual, se centró en este asunto, concluyendo que ni la llegada de inmigrantes, ni las subidas de cotizaciones, ni los incentivos para demorar la jubilación son suficientes para sostener el sistema de pensiones. Vaticinando que se trata de “uno de los mayores desafíos a los que se enfrentarán las principales economías en los próximos años”. En España, con el envejecimiento de la población, el aumento de las jubilaciones del llamado baby boom de los sesenta y la baja tasa de natalidad, el problema se acentuará más que otros países. Para paliar esto se estima que la población inmigrante trabajadora de nuestro país tendría que elevarse más allá de los 24 millones y llegar, al menos, a los 37 millones para 2053.

Todos venimos de alguna parte. Los ‘castrojas’ de aquellos años que coadyuvamos a levantar el nivel de vida de las ciudades españolas, sacándolas de la miseria heredada de la posguerra; los emigrantes españoles que potenciaron las economías europeas; y los inmigrantes latinoamericanos o africanos que sostienen la agricultura exportadora o los servicios de atención a dependientes. Todos somo migrantes.

No criminalicemos la inmigración. El deseo de buscar un lugar en el planeta donde mejorar las condiciones de vida es un derecho. Frenar los sueños es imposible. Las grandes migraciones son la seña de identidad en la historia de la humanidad y de la construcción de los países.

*Publicado en Ideal, 07/10/2024

**ACNUR_Roger Arnold


martes, 17 de septiembre de 2024

EDUCAR A LOS NIÑOS Y JÓVENES DE HOY*

La educación de niños y jóvenes es una preocupación creciente entre familias y educadores. Solemos escuchar que los jóvenes han perdido el respeto a sus mayores o que se desenvuelven en espacios públicos sin consideración a lo que les rodea. Las noticias de medios de comunicación y nuestra propia experiencia no desmienten que ello no ocurra entre las nuevas generaciones (‘millenials’, zeta o alfa), denominadas cada decena de años por diferencias de comportamiento, actitudes y pensamientos en este fluir vertiginoso de los días a que estamos sometidos. La tarea educativa de familias y escuela es bastante compleja, como lo es una sociedad diversa y con un horizonte inmenso hacia donde dirigir nuestros desvelos educativos.

¿Cómo afrontar hoy el reto de la educación de los hijos y alumnos? Los cambios sociales han provocado en el entorno familiar y escolar nuevas situaciones y experiencias. Desde hace tres o cuatro décadas se ha abierto un panorama de incertidumbre ante los nuevos modos de comportamiento de las jóvenes generaciones. La sensación de vértigo siempre ha existido, pero quizás en el momento presente esté más dimensionada.

Tras la infancia, los niños empiezan a desligarse del camino trazado por padres y educadores, van creando sus propias alternativas. No obstante, hasta ese momento de ‘separación’ también reciben otros estímulos, paralelamente les llegan miles de mensajes intencionados, tácitos o subliminales a través de otros medios de transmisión de conductas e ideas (entorno, televisión, grupo de iguales, redes sociales o plataformas digitales). Cuando los espacios de desarrollo personal trascienden del ámbito familiar se generan nuevos contactos y preferencias. En esta evolución, las redes sociales se han convertido en un universo donde explorar, tan sugerente como peligroso.

Cada generación es educada en unos principios morales y valores diferentes o, acaso, transformados por el tiempo y las nuevas realidades impuestas. Pensar que nuestros hijos van a ser educados con los mismos patrones sociales que tuvimos en nuestra infancia es de ilusos. Las influencias recibidas en las sociedades actuales no lo permiten. Existen nuevos códigos de comunicación y conducta, otras interpretaciones del mundo exterior, que parecen dejar a padres y docentes al margen.

Nuestro tiempo es difícil que tenga vuelta atrás, ni que los niños y jóvenes de hoy se conformen con menos. Como consuelo y remedio de males nos queda la educación de aquellos egos insaciables, con la esperanza de que algunos de nuestros hijos o alumnos puedan convertirse en menos insaciables y más conscientes del abismo a que les conduce la publicidad, el mercado o un esnobismo desmesurado. Padres y docentes sabemos contra lo que luchamos: el individualismo egoísta o hedonista promovido por lo que Victoria Camps denominaba “soberanía del mercado, cuya oferta sin límites estimula la satisfacción inmediata de cualquier deseo”. Y que el profesor Enrique Gervilla lo resumía al decir que todo queda relativizado al sujeto y a cada momento, con una ausencia de sentimiento de culpa, donde es más importante la estética que la ética.

La sociedad posmoderna, que hace décadas se empeñó en convencernos de que era preferible mirar por nosotros mismos antes que por los demás, solo busca transformarnos en nuestra propia república a través de una publicidad samaritana: “Porque tú lo vales”, “Aquí eres el King”, “Destapa la felicidad” o “¡Red Bull te da alas!”. Creemos tener autonomía, pero no decidimos, somos números en la sociedad del hiperconsumo, la autoexplotación o la hispercomunicación, donde, como señala Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto, esta “expulsión de lo distinto genera un adiposo vacío de plenitud”.

Las influencias en la mente de los jóvenes se redefinen continuamente. La ventana al mundo de redes y plataformas, ofertantes de un universo imposible de gobernar, al que acceden de modo exponencial cada vez con menor edad, es inmensurable. Más agentes sociales, más influencias, más mensajes, más caminos con vericuetos que ignoran a padres y educadores, lanzan ofertas directas a esos jóvenes para que elijan en el extensísimo y variado escaparate puesto a su alcance. Un universo de influencias repleto de mensajes encriptados que solo ellos saben descifrar.

¿Quiénes educan a los niños y a los jóvenes en las sociedades posmodernas?

La acción intencionada o no intencionada de educar no es exclusiva de un solo agente, cada vez queda más desfasado el binomio familia-escuela. Para que ambas no pierdan el protagonismo que creemos han de tener, deben estar atentas a todo lo que circunda a hijos y alumnos. Pensar que, si van al cine, a actividades extraescolares, al parque, a divertirse en los artilugios electrónicos, se mueven como seres asépticos, envueltos en una burbuja de cristal, sin afectarles nada externo, es tener una visión miope del mundo actual.

La toxicidad en la información en redes y plataformas digitales es una cuestión tan peligrosa como abominable. Modelos tóxicos, estereotipos infectos, machismo, lenguaje soez, expresiones chabacanas o denigración de la mujer, es lo que ‘alimenta’ intelectualmente a gran parte de nuestra población joven, consumidora de entretenimiento basura, que va configurando su capacidad de decir y pensar, alejándose del conocimiento y el análisis de la realidad histórica y presente ofrecida por la escuela y otros agentes sociales educativos.

Nos ha engullido la trivialización del saber y la cultura, resultando más difícil separar hechos de fantasmagoría, conocimiento serio de rumores y extravagancias. Estos son los referentes de nuestros hijos y estudiantes, los que les educan, no sus padres ni la escuela. Los nuevos púlpitos, multitudinarios, donde se modelan personalidades, han cambiado de oficiantes y predicadores: ‘instagrames’, canciones con letras infames, ‘youtubers’, ‘tiktoker’. 

*Artículo publicado en Ideal, 16/09/2024

** Niño vomitando basura mediática, Banksy

miércoles, 4 de septiembre de 2024

EL DESPERTAR POÉTICO DEL OTOÑO GRANADINO*

 


Uno de los deseos que pediré a este otoño es que Granada vuelva a abrir sus brazos a la poesía, que anegue sus calles, plazas, escaparates y aceras de poemas de Soto de Rojas, Ángel Ganivet, Luis Rosales, Federico García Lorca, Elena Martín Vivaldi, Rafael Guillén, Javier Egea, Antonio Carvajal, Luis García Montero, Ángeles Mora… Que los granadinos y granadinas encuentren en cada recodo de la ciudad versos que les hagan soñar y elevar el ánimo maltrecho a que nos avocan las ingratitudes de la vida y, por qué no, que impulsen a los jóvenes a sumarse al amor y al disfrute de la palabra escrita.

El otoño despierta, septiembre se hace poesía. Y cuando cae la noche, “el corazón desciende / infinitos peldaños, / enormes galerías, / hasta encontrar la pena”, para “ascender de nuevo hacia la luz” y alzarnos a la “resurrección de cada día” a que nos impele José Ángel Valente, porque con la poesía izaremos muchas banderas, esas que nos hagan más humanos, más libres, mejores personas.

La cultura, como valor social, viene a sumar en el anhelado cambio que necesita esta ciudad y la provincia. Probablemente, la cultura y el conocimiento sean el mayor bien público que ofrecen los granadinos al mundo. Desterremos la pasividad, la espera a que sean otros los que nos traigan mejores infraestructuras, transformaciones industriales, inversiones en ciencia... La cultura, como valor propio, innata, cultivada desde el talento y creatividad de los pueblos que la hemos habitado, posee un valioso muestrario de vestigios y huellas históricas. En los próximos meses viviremos de modo especial la construcción de la Candidatura de Granada como Capital Europea de la Cultura 2031, nuestro acendrado tesoro cultural ha de jugar un papel esencial.

Llega septiembre, la poesía se hace viva, el cielo de Granada se abre al espectáculo universal de la palabra y la música, dispuesta a alentar nuestro compromiso más profano, ese que nos concierne como ciudadanos. La poesía es compromiso con el mundo y el ser humano. “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”. Gabriel Celaya nos brindaba estos versos en La poesía es una arma cargada de futuro. En estos tiempos de convulsión, de insolidaridad, de guerras, de inquina desatada, estos versos han de servirnos para no olvidar la obligación que tenemos con nuestro presente, porque las palabras hechas poesía “Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. / Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos”. Las palabras que nos han de servir para recordar siempre a Federico García Lorca, nuestro Federico.

El preludio poético del otoño granadino, que inaugura la temporada cultural de la ciudad, tiene como referente, desde hace catorce años, el ciclo ‘Poesía en el Jardín’, uno de los ciclos poéticos del Ateneo de Granada, en colaboración con el Centro Andaluz de las Letras. Esta XIV edición pretende llenar, nuevamente, las noches de cada martes de septiembre de la conjunción mágica de la poesía y la música, en un juego delirante para los oídos y las emociones. Los jardines del Cuarto Real de Santo Domingo serán el escenario de cuatro veladas, dispuestas a embaucar a los granadinos.

Los organizadores (Ateneo de Granada, Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Granada y Agencia Andaluza de Instituciones Culturales/Consejería de Turismo, Cultura y Deporte, a través del CAL) pergeñan “Poesía en el Jardín” con el deseo de acentuar la concordia y establecer sinergias entre las administraciones públicas, la sociedad civil y las asociaciones culturales. Asistimos a una nueva apuesta del Ateneo en su afán de seguir promoviendo la gestión y promoción de alianzas y convenios en materias creativas, como en este caso la poesía y la música. Sin duda, este es el camino si pretendemos impulsar la Candidatura de Granada para ser la capital cultural de Europa dentro de unos años. A este esfuerzo se suman la Residencia Universitaria La Corrala de Santiago, el Cuarto Real de la Fundación Albayzín y el Centro Lucini de la canción de autor.

En esta edición el ciclo lo inaugura Manuel Vilas (3 de septiembre), acompañado de Blanca Fernández al violín, con su poesía tan próxima a la vida como comprometida. El siguiente martes, día 10, a la poesía del cántabro Lorenzo Oliván le acompañará la guitarra de Nicolás Medina y el teclado de Walter Sabolo. El 17, Javier Bozalongo y Paula Bozalongo, padre e hija, acompañados del dúo El Oso de Benalúa, guitarra y Tony Molina Moya, guitarra. La última sesión (martes, 24) contará con Amalia Bautista y el dúo musical “Pensires”: Félix Sánchez Montesinos, guitarra y Lucía Manzanas, chelo.

La cultura es un acto de amor y, como escribiera Milan Kundera, “la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica”, eso que configura nuestro modo de pensar y vivir. Con este deseo, la cultura en Granada tiene que seguir creciendo en extensión y calidad, en una tarea que implique a toda la ciudadanía y que interpele a los agentes que intervienen en su promoción para remar en beneficio del interés general.

No pocos han de ser los esfuerzos colectivos que debamos hacer en este sentido. Este objetivo ha de guiarnos en esta apasionante aventura. El Ateneo de Granada, con su espíritu de colaboración intacto, mostrará siempre su disponibilidad para colaborar con las demás instituciones públicas y privadas.

Artículo publicado en Ideal, 03/09/2024

** Granada en otoño, foto de Fermín Rodríguez, Ideal

martes, 20 de agosto de 2024

NI SIQUIERA EL ‘ESTABLISHMENT’ PUEDE FRENAR LA INDECENCIA*

 


Destruir una escuela, un hospital, matanza de civiles indefensos, la vida despreciada… lo que cada día perpetra el ejército de Israel en Gaza. La insaciable sed de venganza bíblica, y no bíblica. El sábado día 10 Israel bombardeó, en el barrio de Al Daraj de Gaza capital, otra escuela más repleta de desplazados, con la excusa de que había milicianos de Hamás. Un centenar de asesinados, incluidos niños y ancianos. Una responsabilidad compartida por Estados Unidos, el gran valedor de Netanyahu. No hay mentira que cien años dure, mas esperemos que la desgracia tampoco.

Las elecciones presidenciales de EE UU calientan motores. El escenario ha cambiado con la designación de Kamala Harris como candidata del partido demócrata. Biden naufragó en la confusión en el debate celebrado en Atlanta (finales de junio), como desvaría con su apoyo al Israel de las continuas masacres. Imaginamos los múltiples intereses que están detrás de este apoyo, pero la vida de las personas es mucho más valiosa.

Las elecciones de noviembre se presentan, al igual que en 2016, con dos formas dispares de entender el mundo, ahora, si cabe, más extremas que nunca en la historia de Estados Unidos. Siempre rivalizaron dos posiciones —republicana y demócrata— pero en una línea liberal, con posicionamientos desiguales en cuanto a coberturas sociales o política exterior —configuración de su supremacía internacional y geoestratégica—. Desde 2016 el modelo republicano de la derecha clásica se ha roto, una ola ultraderechista lo está sepultando. El partido republicano ha sido devorado por la denominada derecha reptiliana liderada por Donald Trump, quien, sin complejos, llena su discurso de teorías conspirativas y postulados generadores de una ‘nueva cultura’ defensora del ‘acientifismo’ y ‘terraplanismo’, censuradora de millares de libros, utilizando la mentira y la posverdad, la que es aceptada como dogma del líder —utilizada ya por la estrategia hitleriana—, o señalando chivos expiatorios, enemigos de la nación a quienes perseguir.

Medio mundo vive con el corazón encogido ante esta cita electoral. Razones no faltan. Los demócratas, como su líder Biden, han mostrado durante su mandato excesiva debilidad o escasa definición de sus políticas; por su parte, los republicanos han pasado a convertirse en un partido ultra, sin principios, sometido a un magnate que como presidente casi acaba con la democracia más sólida del planeta y que como candidato no ceja en su empeño de amoldarla a su estrambótica y esperpéntica imagen, tildándola de constructo político obsoleto, elitista e incompetente, un individuo al que no le preocupan los demás, solo su ego. El futuro inmediato no se presenta muy esperanzador, a los tambores de guerra generalizada se suma el deterioro de las democracias occidentales, el sistema político-social que ha dado estabilidad al mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Si Kamala Harris y la justicia no lo remedian, Trump amenaza con volver a la Casa Blanca. Nuevamente la ordinariez, el disparate y la inmoralidad aposentados en el poder, pero ahora con el resabio de quien regurgita constantemente su ‘injusto’ desalojo de 2020. La política excéntrica convertida en pesadilla en la primera potencia del planeta. Un enemigo de la democracia, como lo demostró negando los resultados electorales y azuzando el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. La tesis del libro Cómo mueren las democracias (2018), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sigue vigente: una de las causas del declive de la democracia se vincula al acceso al poder de quienes no creen en ella, erosionan sus prácticas y las creencias y valores que la sustentan, hasta reducirla a lo accesorio, a lo no relevante, a desprestigiarla instalando el virus antidemocrático en ese elenco de seguidores desencantados, deseosos de que llegue un Mesías que acabe con el establishment. El populismo neofascista de Trump es un peligro para la democracia, como la motosierra de Milei, no será el salvador que traerá la moralidad y la ética que supuestamente ha devaluado la élite a la que critica.

El triunfo de Biden en 2020 fue acogido como la salvación de una democracia amenazada. Sin embargo, su debilidad en la toma de decisiones políticas problemas migratorios, deterioro económico, política exterior errática... ha sido patente: manteniendo las lamentables persecuciones de inmigrantes en la frontera mexicana, fracasando en el apoyo a Ucrania, apoyando la ignominiosa represalia de Israel contra Gaza, permitiendo el flagrante genocidio cometido o reprimiendo las protestas estudiantiles contra las masacres cometidas, como la de la Universidad de Columbia, la que acogió a Federico García Lorca en 1929.

Seguimos hablando de elecciones, naciones, gobiernos, ciudadanía y, acaso, tendríamos que hablar de emporios económicos, marcas registradas o multinacionales que tanto influyen, incluso en nosotros, haciéndonos fieles servidores y fuerza viva del neoliberalismo que los guía. Quizás el poder no esté en esos líderes o sus discursos amañados con relatos interesados que luego votamos.

Las autarquías que ahora conocemos: Rusia, Israel, Venezuela, Nicaragua... provienen de procesos electorales que las auparon al poder antes de desvelar su auténtica cara. Si Trump ganara las próximas elecciones presidenciales, ¿estaría tentado a modificar la XXII Enmienda de la Constitución de EE UU, que limita los mandatos del presidente a solo dos, para mantenerse en el poder?

El freno a la indecencia que nos rodea, acaso no pueda ponerlo la política tradicional, pero quien seguro no lo hará es la marabunta de populismo, fascistoide o no, que nos asola. Esperemos que Kamala Harris contenga a Trump, porque a este césar se lo tragarán todos, incluidos nosotros, los europeos.

*Artículo publicado en Ideal, 19/08/2024.

** Gaza, Banksy

martes, 6 de agosto de 2024

¿VÍCTIMAS DE LA DESINFORMACIÓN?; TODOS, TAMBIÉN LOS JÓVENES*

 


¿Seremos capaces de ponerle puertas al campo? Los bulos son parte de la idiosincrasia de la especie humana que, cuando quiere alcanzar sus fines, no se priva en utilizar todo tipo de artimañas, por medios lícitos o ilícitos, para ofrecer la información que más le conviene mentiras o medias verdades sin importarle la honra o el prestigio del adversario, del amigo o del inocente. La Roma republicana con sus intrigas, las cortes reales con sus dimes y diretes…, o el caso Dreyfus de la Francia decimonónica. El uso de la desinformación o los bulos en la historia son incontables.

En las sociedades democráticas, la ciudadanía, por su capacidad de voto, es el principal objetivo y víctima de la manipulación informativa. En la era digital, la barbarie digitalizada la ha hecho más vulnerable y moldeable, la realidad y el reality show se entremezclan, justificando casi siempre el autoritarismo como solución práctica. Sociedades que deberían estar más y mejor informadas, con mayor acceso a versiones distintas sobre un mismo tema; sin embargo, son fácilmente pastoreadas, convertidas en una masa informe fácil de manejar, supuestamente cuando los niveles culturales son mayores. Hoy nos engañan desde la vida política como en nuestros gustos literarios, estéticos o gastronómicos. Nos hemos convertido en víctimas de la desinformación.

Manejamos unas tecnologías y espacios virtuales que potencian sin límites nunca visto toda clase de información: verdadera, falsa, insidiosa, malintencionada, con el propósito de que llegue, no a unos cuantos del entorno próximo, ni siquiera a los miles que en otro tiempo accedían a la prensa, sino a millones o cientos de millones de personas. Información bien organizada y presentada, difundida al mismo tiempo y por una gran variedad de canales digitales.

Llevamos tiempo asistiendo no solo a la guerra convencional, también a la guerra híbrida. En los procesos electorales del siglo XXI han sido frecuentes los ciberataques o las campañas de manipulación y propaganda. Las de mayor intromisión: las acciones ejecutadas por la Rusia de Putin contra las democracias occidentales. Las hemos sufrido, como aquella campaña contra Hillary Clinton que abrió las puertas de la Presidencia de EE UU a Donald Trump en 2016. El objetivo de este y otros ataques es obvio: desvirtuar el sentido de la democracia y sus instituciones, hasta desestabilizarla.

Nos enfrentamos a un problema que, por su magnitud, es casi imposible de combatir, con potentes aliados: el universo digital y la inteligencia artificial. El asunto está alarmando tanto a la clase política que, por fin, se pone manos a la obra. Los gobiernos han visto la necesidad de regular la ingente desinformación, las fake news. Ponerle puertas a este cosmos será una labor ímproba, pero no podemos cruzarnos de brazos. El periodismo, también víctima de ello, tiene sus ‘alter ego' perniciosos en la intromisión de pseudo-medios digitales que, frente a la información rigurosa, compiten por la audiencia ofreciendo informaciones tergiversadas, falsas y sesgadas, donde la verdad no cuenta, tampoco la democracia.

La Comisión Europea prepara un proyecto para poner en marcha una red de verificadores de información siguiendo los modelos ya existentes en Francia y Suecia. Este asunto también fue tratado en el Parlamento Europeo (2020) y dio pie a un informe que abordaba la necesidad de reforzar la libertad de los medios de comunicación, la protección del periodismo, evitando el discurso del odio, la desinformación y el papel de determinadas plataformas digitales de extrema derecha y populistas que contribuían a atacar a grupos minoritarios, con una retórica que criminalizaba la inmigración y fomentaba la homofobia, el odio, el sesgo ideológico, el racismo o la xenofobia. Hace unos días el Congreso de los diputados debatía un plan de regeneración democrática, donde se incluía la desinformación como factor debilitante de la calidad democrática en España.

A este tema no son ajenos niños y jóvenes. Son muchos años siendo el punto de mira de la publicidad y de no pocas desinformaciones, bulos, mensajes-trampa, manipulaciones, hasta el punto de distorsionar su modo de vida y su visión del mundo y la realidad. Hasta ahora parece que esto preocupaba menos, pero el grado de (des)educación a que están sometidos hace peligrar su futuro. La toxicidad de los mensajes que les llegan en redes sociales, alimenta, lamentablemente, su intelecto con modelos y estereotipos infectos de machismo, lenguaje soez, expresiones chabacanas, denigración de la mujer o de conjeturas y opiniones de aficionados, y menos de hechos contrastados, de saber y conocimiento. Los jóvenes se alejan del análisis de la realidad, tanto histórica como presente, ofrecida por la escuela, la familia u otros agentes sociales educativos.

Se habla de la necesidad de la alfabetización digital, de enseñar a la ciudadanía a identificar contenidos tramposos, tergiversadores, adulterados, que le dé pautas y  criterios para discernir, examinar, diferenciar y valorar toda la información que recibe a través de plataformas que basan su negocio en la interacción con millones de clientes nada de amigos, utilizando contenidos falsos, amañados, trucados o de odio.

Es la dignidad de las personas la que está en juego y la salud de la democracia que nos permite expresarnos con la libertad que muchos de los manipuladores de la información no nos permitirían si tuvieran el poder. La denuncia y la educación críticas son el principal recurso para defender la dignidad humana.

Todos somos víctimas de la desinformación, unos más y otros menos, los que la promueven también: su miseria humana queda patente, aunque nos les quede una pizca de vergüenza para asumirlo.

*Artículo publicado en Ideal, 05/08/2024.

** Salvador Dalí: La mano. Los remordimientos de conciencia,1930.



lunes, 22 de julio de 2024

¡GRANADA, MÍRATE UN POQUITO!*

 


Contábale don Quijote a Sancho las admirables visiones que había tenido en la profunda cueva de Montesinos, a lo que Sancho, alarmado e incrédulo, dijo: “¡Oh, santo Dios!, ¿es posible que tal hay en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor..., que vuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!”. A lo que Quijano respondió: “Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera… y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado” (El Quijote, segunda parte, capítulo XXIII). Y así es como le hizo saber que confiara en el tiempo, que este suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.

Granada siempre espera encontrar, con el tiempo, lo que siempre ansía: el paso definitivo hacia un futuro mejor. La gran dificultad es que siempre ha esperado que sean los de fuera los que vengan a encaminarla al ansiado progreso. La mentalidad es una cosa harto difícil de cambiar de la noche a la mañana, la sopa boba tiene mucho gancho y, si se fomenta para que la gente no dé ruido, mucho más, si cabe. Es posible que los demás no nos valoren, si antes no lo hacemos nosotros primero.

El verano, tiempo propenso a aletargarnos y dispuesto a aparcar proyectos e ideas que antes han soliviantado todo el año, tiene el don de paralizarnos haciéndonos pensar, como cantaba nuestra Gelu: “¡Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso! No quisiera que este verano ocurriera esto, no están los tiempos para posponerlo todo. Granada no puede relajarse.

El periódico Ideal lleva tiempo apostando por que Granada se desprenda del lamento y del ‘quejío’ y que pase a la acción. El conformismo granadino es duro de pelar, secularmente ha mermado aspiraciones y apuestas, a veces despreciando lo valioso para calificarlo de obsoleto, aspirando a una modernidad mal entendida. Recuerdo decir en otro artículo (“Llorando por Granada”, Ideal, 27/06/2019): “Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla: Madrid o Sevilla”. Hay un sesgo en la mentalidad granadina que la proyecta hacia la resignación. Las acciones políticas coordinadas no existen, cualquier proyecto, o se agota en sí mismo o las disputas políticas lo asfixian en la cuna.

Ahora andamos todos revueltos con la inteligencia artificial, y no nos faltan motivos: la Universidad de Granada tiene un potente equipo en este campo con los Herrera, Enrique y Paco, cuyo trabajo difunden por medio mundo, igual que hicieron en una mesa redonda en el Ateneo de Granada: “La Ley Europea de Inteligencia Artificial: fortalezas y debilidades”, celebrada el 29 de febrero en la Sala de Vistas de la Facultad de Derecho. Toda una premonición: las vistas de la IA en Granada deben mirar muy lejos.

Si el conocimiento es la gran apuesta de Granada habremos de aunar esfuerzos en ese sentido, no ponernos zancadillas ni palos en la rueda. Esto que ha sido la tónica en nuestro devenir histórico, no puede volver a repetirse. Quizás haya llegado el momento para postularse: “Hasta en el infierno, si fuera menester, habría que defender a Granada”.

La candidatura de Granada a ‘Capitalidad Cultural Europea 2031’ es uno de esos proyectos que tiene que servir a las instituciones, a la clase política y a la sociedad civil para cambiar inercias históricas y apostar por un cambio de mentalidad en el ser granadino. Los proyectos no hacen milagros, nuestro esfuerzo por congregarnos en su apoyo, seguro que sí.

Sin embargo, embriagados por este futuro que estamos dibujando con la IA y el conocimiento, no podemos olvidar que las carencias de esta tierra en otros ámbitos también son a considerar: infraestructuras, tejido industrial, defensa del medio ambiente, articulación y equilibrio territorial... Sin estas cosas es difícil consolidar el día a día de los ciudadanos y sus posibilidades de vida. La defensa de la Vega, por ejemplo, la historia de esta cenicienta del patrimonio natural e histórico está plagada de cicatrices, como espacio natural y agrícola, y también como víctima de la ampliación de la trama urbana de Granada marcada por cinturones viarios no siempre respetados.

La mentalidad ‘desarrollista’ que nos asaltó en los años sesenta y setenta trajo la destrucción de espacios urbanos que ahora se añoran: el bulevar de la avenida de las estaciones, desmantelado en el arranque de los setenta para construir en su lugar un entramado viario de ridículo diseño y colmatado de asfalto; los tranvías, considerados entonces un medio de transporte urbano obsoleto, desaparecieron. El que subía a Sierra Nevada aguantó como pudo, hasta que lo despeñaron. Y unos lustros después, el desmantelamiento natural del río Genil a su paso por la ciudad. Mirar al pasado en Granada reporta una triste visión de destrucción, el futuro se componía de hormigón y asfalto.

No quisiera que aquel ‘desarrollismo’ de antaño, convertido en ‘futurismo’ de ahora, nos enturbiara nuestra mirada, que ha de empezar por mirarnos y valorarnos a nosotros primero.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2024.

** Juan Vida, collage sobre una Alhambra alcanzada por el futurismo.