miércoles, 3 de diciembre de 2025

VINCENT TRUMP Y SU MAGO PARTICULAR*

 


Aquella mañana el presidente Vincent Trump, en palabras de Marco Rubio, “amaneció con el moño virao”. Vociferaba por todos los rincones. Nadie se atrevía a interrumpirlo, ni siquiera el arquitecto que pretendía mostrarle los planos modificados para construir ese gran salón de baile en el ala este de la Casa Blanca. Su gran ilusión: Melania y él inaugurándolo al compás del ‘Danubio azul’ de Johann Strauss.

En el episodio anterior, Vincent, el guerrero del planeta contra los alienígenas invasores, necesitaba refuerzos. El elegido: el mago de las infalibles pócimas, Gargamel. Había encomendado a James Vance su búsqueda, “a la mayor brevedad”. En tan magna empresa colaboraba Rubio. El ultimátum presidencial, inapelable, no permitía demora. Impaciente como nadie, recordaban la patada en el culo dada al mismísimo ‘multimillonario’ Elon Musk.

Reunió a ambos en el Despacho Oval. “Demasiado retraso con Gargamel, ¡sois unos inútiles!”, espetó. Y la cara se les transformó. “Necesito un tipo como el consejero de la presidenta madrileña, ¡admiradora mía!, que manda mucho en España y que da caña al peligroso comunista Sánchez, tan ‘estirao’ como estuvo en la cumbre de Sharm el Sheij. Acabé con la guerra de Gaza y me negaron el Nobel de la Paz, ¡pandilla de desagradecidos!” —les reveló—. “Tienes toda la razón, presidente” —apostilló Vance—. “No me hagas la pelota, ¡so capullo!, tú eres otro igual. Han pasado semanas desde mi encargo de encontrar a Gargamel”. Y Rubio, entretanto, desviaba la mirada hacia el retrato de Benjamín Franklin, en el que intuía una ligera sonrisa.

Vincent siguió relatando atropelladamente que a Gargamel lo necesitaba ya, que era como ese que llaman MAR en España, un chamán que vaticina el futuro, que se cargó a un enemigo de su dueña, un tal Casado, presidente del partido, al que le inventó una historia de espías —la ‘gestapillo’, la llamaba el tío—, y todo porque ella favoreció a su hermano en un contrato de mascarillas. Y un día dijo que se cargaría al fiscal general por defender al novio de la niña, y se lo cargó. No tuvo más que pronunciar unas palabrillas mágicas a amigos periodistas: “Hacienda ha ofrecido un pacto al novio, así que ¡p’alante!”. Y todo resultó como a Vincent le gustan las cosas. Entonces fijó una mirada lacónica sobre sus interlocutores: “Pobre muchacho, mira que achacarle fraude y esas tonterías. Una víctima como yo, que me persiguen por fraude fiscal de mis empresas, de estar en los papeles de Epstein, de promover el asalto al Capitolio y de tantas mentiras. ¡Con ese MAR hubiera obtenido el Nobel!”.

Eran días convulsos, una epidemia de socialistas invadía Estados Unidos: Zohran Mamdani ganaba la alcaldía de Nueva York y Katie Wilson la de Seattle, ¡tremendo!; o ese contestatario Brandon Jhonson, alcalde de Chicago, o las manifestaciones ‘No Kings’. Todos detrás del decrépito senador Bernie Sanders. Vincent pagaba semejante desesperación con más redadas de indefensos inmigrantes o la gran idea del vídeo creado con IA contra esa gentuza: “Yo pilotando un avión, ‘Rey Trump’, ataviado con mi corona —ufano y sonrisa socarrona—: ¡y lanzando mierda a los manifestantes!”.

Vance y Rubio salieron del Despacho Oval apesadumbrados.

Nos jugamos el puesto, Marquito, me veo en Alcatraz o con Bukele.

Al presidente no se le olvida la chuscada de Gargamel —aseguraba Rubio.

Ni se le olvidará —respondió Vance—. Conozco sus resentimientos, si le gastas un faena, cuando pueda te devolverá el golpe. Reitero mi propuesta: tú puedes encontrar una solución, eres cubano y en tu país se arreglan estas cosas con la santería.

Jaimito, no seas ‘cablón’, no digas que soy cubano, ¿quieres que me ‘depolte’ el ‘pelopanocha’?”—le reprochó Rubio.

Y Marco pensó en un tío suyo de Cuba, un poco patituerto, con andares de pato, joroba de camello y una efigie con nariz larga y afilada por rostro. Tan moreno, ojos saltones y rodeados de marcadas circunvalaciones semejantes a la piel de un rinoceronte. Llamó a su primo Silverio, promentiéndole que le arreglaría los papeles para venir a Estados Unidos. “!Tráemelo como sea, mi alma!, es cuestión de vida o muerte. Le pones una saya de santero, yo haré el resto”, le ordenó.

Así fue cómo una mañana de finales de otoño, movida por viento gélido, llegó Rubio con su tío a la Casa Blanca. Le aguardaba Vance. El vicepresidente se quedó pasmado, era la viva imagen del mago que recordaba cuando pasaba las horas muertas ‘embobalicado’ viendo la serie de los pitufos. Los tres se dirigieron al Despacho Oval, aguardaba Vincent Trump. Nada más entrar, este apartó unos documentos que firmaba, soltó el enorme rotulador negro con aspecto de guadaña, se levantó y estupefacto fue hacia ellos, con cara desencajada, arreciando el tono marrón de su piel. Soltó un retumbado sonido que se asemejó a un graznido, espetando con voz gritona: “¡Por fin estás aquí, querido Gargamel, qué ganas tenía que verte…!”.

Se aproximó y lo apretó con abrazo de oso y, seguidamente, retrocediendo unos pasos, moviendo el cuerpo al ritmo marcado por el balanceo de sus brazos rematados por unas manitas redonditas y empuñadas, exhibiendo una chepa que obligaba a la enorme corbata roja casi a besar el suelo, mostró gran alegría. Rubio, mientras, desviaba la mirada a Benjamín Franklin.

Vincent, contemplando fijamente a tan ilustre visitante, con boquita de cuchicheo susurró: “Espero que hayas traído a Azrael, me hace una ilusión sideral verlo”. (Continuará)

*Artículo publicado en Ideal, 02/12/2025.

** Ilustración de Ideal.