miércoles, 24 de diciembre de 2025

CUANDO YO ME HAYA IDO*

 


Cuando el otoño de la vida me asalta y merma tantas energías para mover el cuerpo —y acaso la mente— con la agilidad y destreza que lo hacía en aquella primavera soñadora, capaz de volar escaleras arriba o abajo de dos en dos escalones o brincarlos agarrado al poste de la baranda hincada en el techo hasta aposentar los pies en el inmediato rellano, cuando el otoño de la vida lo tiñe todo de tintes ocres, me invade la pesadumbre y el desasosiego al pensar qué ocurrirá cuando yo me haya ido.

Putin cumplió 73 años en octubre, aferrado al poder desde 1999, ‘ganando’ elecciones y eliminando adversarios con métodos mafiosos, y sueña con vivir hasta los 150, imaginamos sujeto al poder. La longevidad es una de sus obsesiones —otras, criminales—. Para ello, junto a Xi Jinping, promueven estudios relacionados con tecnologías antienvejecimiento. Netanyahu, que ha sembrado Gaza de cadáveres, también estaría dispuesto a perpetuarse en el poder. Los gobiernos del mundo se pueblan de sátrapas, lunáticos y dementes peligrosos. Con el volátil de Trump prefiero tirar de sátira.

Hace casi treinta años apareció el ensayo de Carlo Cipolla, Las leyes fundamentales de la estupidez humana; la segunda decía: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Antes, Dietrich Bonhoeffer —Teoría de la estupidez— se preguntaba cómo fue posible que la estupidez se hubiera apoderado de Alemania, un pueblo amante de la cultura, la ciencia y el arte, tan civilizado; sin embargo, permitió que Hitler alcanzara el dominio sobre sus vidas. Afirmaba: “El poder de uno necesita de la estupidez del otro”.

Vivía en Gaza, al coche donde viajaba le alcanzaron 335 balas. Tenía 5 años, la asesinaron en enero de 2024. Se llamaba Hind Rajab. Un documental con los audios originales —La voz de Hind—, dirigido por Kaouther ben Hania, ganó el ‘León de oro’ de la Mostra de Venecia de 2025. Tres horas suplicando ayuda a los médicos de la Media Luna Roja en una llamada, los tanques israelíes inconmovibles allí delante, hasta que se hizo el silencio. Tres horas de pánico, rodeada de cadáveres de padres y tíos. El monstruo de la barbarie sin corazón la asesinó.

Observo vídeos y fotografías de Gaza, como podrían ser de Donetsk, Luhansk, Zaporiyia o Jersón, donde la ignominia hacinada en la naturaleza humana se transforma en crueldad. Me estremecen rostros famélicos de niños pidiendo comida, andando entre el agua de lluvia que inunda tiendas de campaña desvencijadas; o ese niño rebuscando en la basura del vertedero crecido al calor de un campamento improvisado; o esa niña que pasa sus dedos húmedos por el fondo de un barreño con la avidez del hambre, para rebañar briznas de comida olvidadas en el metal.

La desmemoria es uno de los lastres que arrastra la humanidad, acaso por ello se repitan rencillas, disputas y hasta guerras. La escritora Géraldine Schwarz —Los amnésicos, Historia de una familia europea descubre que su abuelo Karl compró en 1938, a precio de ganga, la empresa de los Löbmman, judíos asesinados después en Auschwitz. Lo califica de ‘mitläufer’: esos afectados por la ceguera y la cobardía que ‘se dejaron llevar por la corriente’ hitleriana. “Después de la derrota y durante largos años, a mis abuelos les faltó perspectiva… para darse cuenta de que, sin... los Mitläufer… Hitler no habría estado en condiciones de cometer crímenes de aquella magnitud”. Hoy los comenten Putin y Netanyahu. Demasiadas cegueras y cobardías lo permiten. Otra legión de ‘mitläufer’ se enriquecen en el río revuelto de la guerra.

La historiadora estadounidense Lauren Benton —Lo llamaron paz. La violencia de los imperios— sostiene la teoría de que los imperios en la historia han cimentado sus conquistas en saqueos, esclavitud y exterminios, definiendo la violencia ejercida la naturaleza de la guerra y la paz. En Gaza se llama paz a los pillajes y masacres que continúan y, pasado no mucho tiempo, al otro gran negocio que sustituirá al de las armas.

Israel respondió al terrorismo con terrorismo. No hablemos de guerra, hay un ejército moderno que ‘lucha’ contra niños, ancianos, mujeres y, si me lo permiten, matando las cabras del sustento familiar. Los asesinos israelíes —no los israelíes que abominan de las matanzas perpetradas por su país— les ha gustado decir que peleaban contra ‘animales’, como denominaron a los palestinos tras el atentado terrorista de Hamás —7/octubre/2023—. El periodista de EL PAÍS Carlos de Barrón, embarcado en la flotilla de Gaza, narraba humillaciones, maltrato psicológico, agresiones e intimidaciones que los tripulantes sufrieron durante su cautiverio de tres noches en una cárcel de Israel. “No hay médicos para animales como vosotros”, les dijeron los guardias israelíes.

La esperanza del mundo se vería recompensada si Netanyahu, Putin y algunos más pasaran por el banquillo del Tribunal Penal Internacional. Triunfantes y sonrientes, después de haber asesinado a cientos de miles de inocentes, la pena de cárcel debería ser el único destino donde disfrutar a perpetuidad esos 150 años de longevidad que ansían.

Antes que me haya ido quisiera que esto ocurriera y que la enfermedad de la estupidez quedara erradicada como la viruela. Pero mi pesimismo es inagotable: hace demasiado tiempo se terminó la colaboración y la sustituimos por la confrontación.

Poco o nada vivimos imbuidos por los versos de sor Juana Inés de la Cruz: “Yo no estimo tesoros ni riquezas; / y así, siempre me causa más contento / poner riquezas en mi entendimiento / que no mi entendimiento en las riquezas”.

*Artículo publicado en Ideal, 23/12/2025.

** Un mundo, 1929, Ángeles Santos.

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