Al enfermo imaginario de Molière, el hipocondriaco Argan, le gustaba escuchar en boca de los demás que sus enfermedades eran múltiples.
El elogio puede ser un arma de doble filo, todo depende cual sea su procedencia y el mensaje que encierra.
El presidente francés, Nicolás Sarkozy, en la visita que Zapatero le ha hecho en el Elíseo, ha animado a este a continuar con las ‘enérgicas’ medidas y las reformas ‘indispensables’ emprendidas por España ante la crisis. A modo de palmaditas en la espalda de las que acostumbra a dar el gabacho cuando pretende mostrar ese aire campechano que tanto molesta a la hierática Angela Merkel.
Elogia Sarkozy el ‘valor’ de Zapatero, incluso ofreciéndole la garantía del respaldo de Francia en su política de ajuste. Él dice que le presta su apoyo, ¿pero quién le presta el apoyo a Zapatero entre los que están dentro de su país?
Sarkozy alecciona a Zapatero para que prosiga el dictado de los mercados. Ese dulce canto quizá le impida oír los clamores que truenan en España reclamando que las políticas sociales y las conquistas de los trabajadores, ganadas a lo largo del tiempo, no se dilapiden en poco tiempo. Algo así como le ocurrió a Ulises en la Odisea, donde confundido por el canto de las sirenas se revolvía atado al mástil queriendo ir hacia ellas. Pero bien que le salvó el sabio consejo de Circe para que el resto de su tripulación sellara convenientemente sus oídos con cera y salvar así la confusa travesía.
Las voces de los sindicatos no se han escuchado en mucho tiempo. En el Gobierno, digo. Sin embargo, hemos seguido con urgencia los consejos que nos llegan desde fuera. Aquellos que dictan los mercados y sus portavoces: insignes mandatarios, organismos económicos o agencias de (im)precisa tasación. ¿Es una manera de claudicar? Si queremos estar en esta nueva economía, probablemente sí. Las reglas las dictan ellos, para eso estamos en la época hipermoderna de la ‘Gran Desorientación’.
Hace tiempo que esta política de los mercados del hipercapitalismo nos rompió los sueños. Acaso ahora los sueños se hayan cambiado por otros que se alimentan sólo con cuentas de resultados, y a los que algunos nos está costando la misma vida adaptarnos.
El diálogo social está roto en España, y esto no es bueno. No nos vale que Sarkozy aliente las medidas adoptadas por el Gobierno español. Es la felicitación de quien no le va nada en este asunto, o le va lo suficiente para que no le incomode a él.
Hay muchas voces en España eclipsadas por el ruido bronco de los mercados, por los cantos de sirena que anuncian felicitaciones allende nuestras fronteras. No nos dejemos embaucar por ellos hasta el punto de ensordecer los gritos desgarrados, casi ahogados en su propio clamor, que se oyen en España. Escuchémosles.
Llevamos tanto tiempo poniendo oído a lo que se dice fuera que quizá nos hemos olvidado lo que se dice dentro.
El elogio puede ser un arma de doble filo, todo depende cual sea su procedencia y el mensaje que encierra.
El presidente francés, Nicolás Sarkozy, en la visita que Zapatero le ha hecho en el Elíseo, ha animado a este a continuar con las ‘enérgicas’ medidas y las reformas ‘indispensables’ emprendidas por España ante la crisis. A modo de palmaditas en la espalda de las que acostumbra a dar el gabacho cuando pretende mostrar ese aire campechano que tanto molesta a la hierática Angela Merkel.
Elogia Sarkozy el ‘valor’ de Zapatero, incluso ofreciéndole la garantía del respaldo de Francia en su política de ajuste. Él dice que le presta su apoyo, ¿pero quién le presta el apoyo a Zapatero entre los que están dentro de su país?
Sarkozy alecciona a Zapatero para que prosiga el dictado de los mercados. Ese dulce canto quizá le impida oír los clamores que truenan en España reclamando que las políticas sociales y las conquistas de los trabajadores, ganadas a lo largo del tiempo, no se dilapiden en poco tiempo. Algo así como le ocurrió a Ulises en la Odisea, donde confundido por el canto de las sirenas se revolvía atado al mástil queriendo ir hacia ellas. Pero bien que le salvó el sabio consejo de Circe para que el resto de su tripulación sellara convenientemente sus oídos con cera y salvar así la confusa travesía.
Las voces de los sindicatos no se han escuchado en mucho tiempo. En el Gobierno, digo. Sin embargo, hemos seguido con urgencia los consejos que nos llegan desde fuera. Aquellos que dictan los mercados y sus portavoces: insignes mandatarios, organismos económicos o agencias de (im)precisa tasación. ¿Es una manera de claudicar? Si queremos estar en esta nueva economía, probablemente sí. Las reglas las dictan ellos, para eso estamos en la época hipermoderna de la ‘Gran Desorientación’.
Hace tiempo que esta política de los mercados del hipercapitalismo nos rompió los sueños. Acaso ahora los sueños se hayan cambiado por otros que se alimentan sólo con cuentas de resultados, y a los que algunos nos está costando la misma vida adaptarnos.
El diálogo social está roto en España, y esto no es bueno. No nos vale que Sarkozy aliente las medidas adoptadas por el Gobierno español. Es la felicitación de quien no le va nada en este asunto, o le va lo suficiente para que no le incomode a él.
Hay muchas voces en España eclipsadas por el ruido bronco de los mercados, por los cantos de sirena que anuncian felicitaciones allende nuestras fronteras. No nos dejemos embaucar por ellos hasta el punto de ensordecer los gritos desgarrados, casi ahogados en su propio clamor, que se oyen en España. Escuchémosles.
Llevamos tanto tiempo poniendo oído a lo que se dice fuera que quizá nos hemos olvidado lo que se dice dentro.
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