El mundo desarrollado occidental recuerda en estos días el aniversario del terremoto que destruyó Haití. Pero lo recuerda como si celebrara la efeméride de una desgracia a punto de instalarse en el olvido consentido. Ocupando ese lugar donde se asienta la inundación que soliviantó nuestro sueño infantil una noche de otoño o el fuego que arrasó el monte en un abrasador día estival.
Embargados ya por esa indolencia del que ya ha fijado el recuerdo en un estante del mueble del salón que solo aspira a que se le sacuda el polvo de tarde en tarde con un suave plumero. Recuerdo que tan solo puede provocar un dolor plastificado incapaz de afectar a nuestras terminaciones nerviosas.
En el mundo desarrollado occidental estamos demasiado (pre)ocupados con nuestra crisis económica que solivianta ese irrenunciable nivel de vida que nos hace unos expertos acomodados en el hipercapitalismo del que hablan G. Lipovetsky y J. Serroy en La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010).
Todo parece globalizado en nuestro mundo, menos aquellas cosas que no nos interesa que lo estén. Léase: salvar de una catástrofe a zonas del planeta incapaces de hacerlo por sí mismas. Acaso porque el mercado global no encuentra rentabilidad alguna.
En Haití hay hambre, convivencia con la inmundicia, abandono, barbarie, violencia, desesperanza y hasta el cólera que les hemos importado.
Los haitianos no se confunden en pequeñas cuitas como nos ocurre a nosotros al dirimir hasta dónde podemos gastar en las compras navideñas o si debemos recortar un diez por ciento nuestro presupuesto para las rebajas. Ellos se confunden cada día en desembarazarse de una desolación que se aposentó sobre una vida ya plagada de miseria un buen día en que la tierra tembló.
Y ante todo esto cabe preguntarse: ¿se habrán fijado los mercados en la economía haitiana para asediarla, hasta el punto de que tenga que emitir deuda pública, y que finalmente los grandes países y los organismos económicos mundiales se vean en la obligación de tener que intervenirla?
Creo que no estaría mal que se interviniera la economía de Haití, como se ha hecho con la griega o la irlandesa. Gracias a ello serían muchos los miles de millones de dólares que se destinarían a semejante intervención. Pero mucho me temo que Haití no interesa a los mercados, salvo que algún fenómeno de la ingeniería económica encuentre utilidad tecnológica a las montañas de cascajo que aún se exhiben en ese país por doquier. Sería una buena solución, ¿no os parece?
Lamentablemente, los países ricos miran sólo al ombligo de su crisis. Los organismos supranacionales han fracasado en coordinar la ayuda a este rincón del planeta que tanto la necesita. Entre tanto, los ciudadanos del mundo desarrollado occidental protestamos porque este año deberemos recortar un diez por ciento nuestro presupuesto para las rebajas.
El drama de Haití es una parada en nuestras vidas que rememoramos de año en año, para los haitianos es una fatalidad que se autoalimenta a cada segundo.
Embargados ya por esa indolencia del que ya ha fijado el recuerdo en un estante del mueble del salón que solo aspira a que se le sacuda el polvo de tarde en tarde con un suave plumero. Recuerdo que tan solo puede provocar un dolor plastificado incapaz de afectar a nuestras terminaciones nerviosas.
En el mundo desarrollado occidental estamos demasiado (pre)ocupados con nuestra crisis económica que solivianta ese irrenunciable nivel de vida que nos hace unos expertos acomodados en el hipercapitalismo del que hablan G. Lipovetsky y J. Serroy en La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010).
Todo parece globalizado en nuestro mundo, menos aquellas cosas que no nos interesa que lo estén. Léase: salvar de una catástrofe a zonas del planeta incapaces de hacerlo por sí mismas. Acaso porque el mercado global no encuentra rentabilidad alguna.
En Haití hay hambre, convivencia con la inmundicia, abandono, barbarie, violencia, desesperanza y hasta el cólera que les hemos importado.
Los haitianos no se confunden en pequeñas cuitas como nos ocurre a nosotros al dirimir hasta dónde podemos gastar en las compras navideñas o si debemos recortar un diez por ciento nuestro presupuesto para las rebajas. Ellos se confunden cada día en desembarazarse de una desolación que se aposentó sobre una vida ya plagada de miseria un buen día en que la tierra tembló.
Y ante todo esto cabe preguntarse: ¿se habrán fijado los mercados en la economía haitiana para asediarla, hasta el punto de que tenga que emitir deuda pública, y que finalmente los grandes países y los organismos económicos mundiales se vean en la obligación de tener que intervenirla?
Creo que no estaría mal que se interviniera la economía de Haití, como se ha hecho con la griega o la irlandesa. Gracias a ello serían muchos los miles de millones de dólares que se destinarían a semejante intervención. Pero mucho me temo que Haití no interesa a los mercados, salvo que algún fenómeno de la ingeniería económica encuentre utilidad tecnológica a las montañas de cascajo que aún se exhiben en ese país por doquier. Sería una buena solución, ¿no os parece?
Lamentablemente, los países ricos miran sólo al ombligo de su crisis. Los organismos supranacionales han fracasado en coordinar la ayuda a este rincón del planeta que tanto la necesita. Entre tanto, los ciudadanos del mundo desarrollado occidental protestamos porque este año deberemos recortar un diez por ciento nuestro presupuesto para las rebajas.
El drama de Haití es una parada en nuestras vidas que rememoramos de año en año, para los haitianos es una fatalidad que se autoalimenta a cada segundo.
2 comentarios:
En Haiti no hay prioridades. Debería haber un Estado regenerado, una educación revisada y corregida por completo que ‘desbarbarice’; y el acondicionamiento del territorio en todas sus dimensiones, desafío que nunca se encaró y obliga a definir la cultura como medio de mirar el futuro.
Un haitiano de cada cuatro no sabe cuándo ni cómo comerá. Si se entromete la crisis alimentaria mundial, el país sencillamente explota.
La violencia de clases sigue siendo paroxística, aun cuando el país tiene menos capitalistas que trabajadores explotados por un patrón. La oligarquía, nunca asumió el mínimo riesgo: importa que el dinero de la diáspora o de la ayuda internacional permita comprar a los consumidores. Y, como buena rentista, lo vuelve a ubicar, inflada con su propia ganancia, en el Banco de Boston o en el Citibank.
ES una economía informal de ciudades y campo, sin más interlocutor que un Estado que no puede más y una comunidad internacional obsesionada con las apariencias de la democracia.
Pero tendrá un impulso gracias a empresas de Corea, que prometieron 20,000 empleos del sector de la confección en un nuevo parque industrial en el norte de este país.
El ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el primer ministro de Haití, Jean-Max Bellerive, atestiguaron la firma de los convenios entre representantes de la Comisión Provisional de Recuperación de Haití, el Banco Interamericano de Desarrollo, cuyos directivos dijeron hace un año que requerirían 14,000 millones de dólares para reconstruir al país, y empresarios de Corea y Haití.
La medida forma parte de un esfuerzo, que inició antes del terremoto ocurrido hace un año, para reconstruir la economía haitiana.
El proyecto podrá generar 500 millones de dólares en salarios y beneficios por en los próximos 10 años, además de la primera fábrica textil de Haití, de acuerdo con sus patrocinadores. La inversión en el parque industrial también incluirá la construcción de al menos 5,000 viviendas. Estados Unidos se encargará de supervisar la construcción de una red eléctrica que proporcionará electricidad al parque y sus alrededores (ojo con los "ayudan" con interés").
Algo es, pero no nos engañemos, detrás de ella está el peligro de la explotación del trabajador.
Rober, muy interesante esta aportación tuya para entender mejor la realidad social y económica, y por qué no de poder, en la que está inmerso Haití.
Un saludo.
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