Hace tiempo tuve la oportunidad de conocer a una mujer valiente: Matilde Cantos. En muchas ocasiones la vida le mostró su lado más amargo, pero ella la afrontó siempre de cara. Su paso por México como exiliada, durante tres décadas, le permitió conocer y querer a sus gentes.
Hoy México vive desde hace años bajo la sombra espeluznante del narcotráfico. La frontera con Estados Unidos se ha convertido en un sitio muy peligroso. Frente a esto el Gobierno se muestra impotente para combatirlo.
Hace unos meses algunas mujeres dieron un paso adelante para asumir responsabilidades en materia de seguridad en algunas poblaciones fronterizas. Nadie estaba dispuesto a comandar las fuerzas de seguridad locales. El terror oprime, es un arma para amedrentar a otros seres humanos, y quien tiene que velar por su seguridad parece que no lo hace.
En estos meses algunas mujeres del pueblo, en una actitud de arrojo y valentía, se han puesto al frente de la policía. Mas no pensemos que se trata de mujeres entrenadas para ello. Al contrario, se trata en ocasiones de amas de casa, como Verónica Ríos Ontiveros que se convirtió en comisaria en El Vergel, al sur de Ciudad Juárez, o como Olga Herrera Castillo, encargada de la seguridad en el poblado Villa Luz.
Lo que no son capaces de hacer las autoridades gubernamentales parece que lo tienen que hacer estas mujeres, aun a riesgo de su vida.
Y bien que lo están pagando. La primera mujer mexicana en afrontar semejante reto y convertirse en jefa de la policía, Hermila García Quiñones, fue asesinada cuando se dirigía en coche a su puesto de trabajo como directora de Seguridad Pública del municipio de Meoqui. Otra: Érika Gándara fue secuestrada hace ya más de dos meses y nada se sabe de ella.
Estas mujeres han sido valientes. Su valor y su compromiso es todo un ejemplo, que no está al alcance de cualquiera.
Antes que ellas, una estudiante de veinte años, Marisol Valles García, había dado ese valeroso paso ocupando la jefatura de la policía en el municipio de Práxedis G. Guerrero, junto a Ciudad Juárez.
Marisol no ha soportado la presión y las amenazas de muerte, y se ha marchado a Estados Unidos. Sin embargo, esto no le resta ni un ápice a su valentía. Cualquiera de nosotros ni siquiera habría tomado la decisión primera de asumir la jefatura de policía.
Ha abandonado su cargo, pero ello no es ninguna deshonra. Quizá sí lo sea para quienes no fueron capaces de tomar la responsabilidad que ella asumió y para los que tienen que garantizar la paz entre los ciudadanos.
Hoy México vive desde hace años bajo la sombra espeluznante del narcotráfico. La frontera con Estados Unidos se ha convertido en un sitio muy peligroso. Frente a esto el Gobierno se muestra impotente para combatirlo.
Hace unos meses algunas mujeres dieron un paso adelante para asumir responsabilidades en materia de seguridad en algunas poblaciones fronterizas. Nadie estaba dispuesto a comandar las fuerzas de seguridad locales. El terror oprime, es un arma para amedrentar a otros seres humanos, y quien tiene que velar por su seguridad parece que no lo hace.
En estos meses algunas mujeres del pueblo, en una actitud de arrojo y valentía, se han puesto al frente de la policía. Mas no pensemos que se trata de mujeres entrenadas para ello. Al contrario, se trata en ocasiones de amas de casa, como Verónica Ríos Ontiveros que se convirtió en comisaria en El Vergel, al sur de Ciudad Juárez, o como Olga Herrera Castillo, encargada de la seguridad en el poblado Villa Luz.
Lo que no son capaces de hacer las autoridades gubernamentales parece que lo tienen que hacer estas mujeres, aun a riesgo de su vida.
Y bien que lo están pagando. La primera mujer mexicana en afrontar semejante reto y convertirse en jefa de la policía, Hermila García Quiñones, fue asesinada cuando se dirigía en coche a su puesto de trabajo como directora de Seguridad Pública del municipio de Meoqui. Otra: Érika Gándara fue secuestrada hace ya más de dos meses y nada se sabe de ella.
Estas mujeres han sido valientes. Su valor y su compromiso es todo un ejemplo, que no está al alcance de cualquiera.
Antes que ellas, una estudiante de veinte años, Marisol Valles García, había dado ese valeroso paso ocupando la jefatura de la policía en el municipio de Práxedis G. Guerrero, junto a Ciudad Juárez.
Marisol no ha soportado la presión y las amenazas de muerte, y se ha marchado a Estados Unidos. Sin embargo, esto no le resta ni un ápice a su valentía. Cualquiera de nosotros ni siquiera habría tomado la decisión primera de asumir la jefatura de policía.
Ha abandonado su cargo, pero ello no es ninguna deshonra. Quizá sí lo sea para quienes no fueron capaces de tomar la responsabilidad que ella asumió y para los que tienen que garantizar la paz entre los ciudadanos.
Estas mujeres están padeciendo en sus carnes uno de los lados más amargos de la vida: la vejación de la dignidad y la vida humanas, y como Matilde lo están afrontando siempre de cara.
*Foto de Alejandro Bringas (EFE)
*Foto de Alejandro Bringas (EFE)
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