Desde el Tratado de Maastricht, en que se potencia la unión económica y monetaria, la socialdemocracia, instalada en la confusión, se ha dejado llevar por los cantos de sirena del desarrollo económico más puro. Hasta el punto de ceder parte de sus creencias y principios en detrimento de una verdadera Europa de los ciudadanos que pudiera salvar el galopante sesgo de destrucción del Estado del bienestar que ha supuesto la construcción europea en términos del liberalismo ultramontano.
En el fundamento de la socialdemocracia existe un delicado equilibrio en el conflicto que se suscita entre la economía capitalista de mercado y la existencia de la sociedad del bienestar, es decir, entre el papel que juega el Estado y la inmersión en un sistema económico donde el mercado es la base que lo regula. De la preponderancia de uno u otro dependerá la dimensión social que se alcance en la sociedad, así como que se hagan realidad en mayor o menor grado las aspiraciones de justicia social, amparo a la dignidad humana y los derechos humanos, y la calidad de la democracia.
La coexistencia del pensamiento socialista en el seno de un sistema capitalista de mercado es lo que ha propiciado que la socialdemocracia lleve establecida en el mundo occidental democrático casi más de un siglo como una opción viable de poder. Pero esta coexistencia ahora parece estar en peligro ante la dimensión de la economía y los derroteros a que la han llevado las prácticas neoliberales. El mercado es insaciable y no entiende de justicia social, ni de Estado del bienestar, ni nada que se le parezca, tan sólo de beneficios y balance favorable de cuentas de resultados. ¿Qué tendría que hacer la socialdemocracia en esta encrucijada a que la ha llevado el mercado ultraliberal?
El mundo de hoy es un mundo globalizado. La socialdemocracia, obviamente, se tiene que adaptar a la globalización, lo contrario sería intentar navegar desde el fondo de la cascada hacia su inicio. Mas si tiene que entrar en la era de la globalización ha de procurar ir provista de principios de justicia social y patrones éticos y morales emanados de los derechos humanos. No siempre lo ha hecho y, por tanto, lo que aquí le reprochamos es que haya tratado o trate de adaptarse a cualquier precio.
¿Ante los retos del mundo globalizado necesitaría la socialdemocracia reconstruirse? Es obvio que cualquier sistema existente no es ajeno a la galaxia donde se integra y la interrelación que se produce entre sus componentes hace que las influencias sean recíprocas. En nuestro caso, el intercambio de planteamientos entre la socialdemocracia y el capitalismo se produce con más o menos intensidad e influencia, según acontezca. En este juego de fuerzas es donde la socialdemocracia no debe claudicar frente al neoliberalismo y mantener su rol de motor de cambio histórico ante las desigualdades e injusticias sociales. Un ejemplo: el impresionante crecimiento económico y tecnológico que se ha producido en las últimas décadas no ha evitado que vivamos en un mundo más injusto, más desigual y menos solidario. Ahora que vivimos una terrible crisis económica no sólo el crecimiento económico, como proclaman algunos visionarios, nos sacará de ella, sino también una mayor justicia social, mayor igualdad y otro modelo de relaciones internacionales que reduzca el desigual reparto de la riqueza.
Por otro lado, ¿es cierto que la globalización, la sociedad de las nuevas tecnologías o la debilidad y limitaciones de los Estados frente al ultraliberalismo económico han afectado tanto a la socialdemocracia hasta el punto de convertirla en un modelo inservible que necesita una transformación en sus fundamentos? Que el mundo ha cambiado es una realidad, pero no menos cierto es que desde distintas tribunas se ha instigado un pensamiento que devalúa a la socialdemocracia como opción válida para afrontar los retos del mundo actual. Se escuchan voces pidiendo que la socialdemocracia europea se transforme o, de lo contrario, podría ser barrida por una especie de huracán desencadenado por la competitividad mundial en lo económico. Y nos preguntamos: ¿en qué sentido tendría que transformarse, en adoptar los patrones del neoliberalismo triunfante o seguir fiel a sus postulados? El neoliberalismo es un depredador insaciable que busca que todo esté bajo su carpa, bajo la tiranía del patrón que lo rige: el mercado. Su objetivo, como el de otros grandes sistemas, es engullir al contrario, y la socialdemocracia está en el punto de mira.
Me preocupan las ideas y los discursos que últimamente se están escuchando desde la izquierda, en nuestro país referidos a la inminente reforma constitucional. A veces se expresan con el mismo lenguaje y los mismos términos que lo hace la derecha cuando hablan de desarrollo económico. Líderes de la izquierda que cuando todo iba bien se subieron a la cresta de la corriente favorable y, sin embargo, no introdujeron reformas y cambios para frenar la expansión alocada de la especulación. Líderes de la izquierda que han servido de bomberos para apagar el fuego que podría haber zarandeado los cimientos del sistema económico que nos ha llevado a la crisis: el neoliberalismo. Una más de las contradicciones de la Historia.
A tenor de lo dicho, ¿tendríamos que hablar de la reconstrucción de la izquierda? Quizá, pero también de la reconstrucción de un mundo que será imposible que siga sosteniendo todas las conquistas sociales que costó siglos alcanzar, y que ahora pueden desvanecerse en poco tiempo. De nada le serviría a la izquierda reconstruirse para perder lo ya conquistado, y lo peor: obcecada por intentar mantenerse en el mundo que otros le han diseñado pretender una reconstrucción bajo los patrones de este.
Reconstruir la socialdemocracia sí, pero no para perder sus señas históricas de identidad y dejarse arrastrar al piélago del neoliberalismo.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 10/09/2011.
En el fundamento de la socialdemocracia existe un delicado equilibrio en el conflicto que se suscita entre la economía capitalista de mercado y la existencia de la sociedad del bienestar, es decir, entre el papel que juega el Estado y la inmersión en un sistema económico donde el mercado es la base que lo regula. De la preponderancia de uno u otro dependerá la dimensión social que se alcance en la sociedad, así como que se hagan realidad en mayor o menor grado las aspiraciones de justicia social, amparo a la dignidad humana y los derechos humanos, y la calidad de la democracia.
La coexistencia del pensamiento socialista en el seno de un sistema capitalista de mercado es lo que ha propiciado que la socialdemocracia lleve establecida en el mundo occidental democrático casi más de un siglo como una opción viable de poder. Pero esta coexistencia ahora parece estar en peligro ante la dimensión de la economía y los derroteros a que la han llevado las prácticas neoliberales. El mercado es insaciable y no entiende de justicia social, ni de Estado del bienestar, ni nada que se le parezca, tan sólo de beneficios y balance favorable de cuentas de resultados. ¿Qué tendría que hacer la socialdemocracia en esta encrucijada a que la ha llevado el mercado ultraliberal?
El mundo de hoy es un mundo globalizado. La socialdemocracia, obviamente, se tiene que adaptar a la globalización, lo contrario sería intentar navegar desde el fondo de la cascada hacia su inicio. Mas si tiene que entrar en la era de la globalización ha de procurar ir provista de principios de justicia social y patrones éticos y morales emanados de los derechos humanos. No siempre lo ha hecho y, por tanto, lo que aquí le reprochamos es que haya tratado o trate de adaptarse a cualquier precio.
¿Ante los retos del mundo globalizado necesitaría la socialdemocracia reconstruirse? Es obvio que cualquier sistema existente no es ajeno a la galaxia donde se integra y la interrelación que se produce entre sus componentes hace que las influencias sean recíprocas. En nuestro caso, el intercambio de planteamientos entre la socialdemocracia y el capitalismo se produce con más o menos intensidad e influencia, según acontezca. En este juego de fuerzas es donde la socialdemocracia no debe claudicar frente al neoliberalismo y mantener su rol de motor de cambio histórico ante las desigualdades e injusticias sociales. Un ejemplo: el impresionante crecimiento económico y tecnológico que se ha producido en las últimas décadas no ha evitado que vivamos en un mundo más injusto, más desigual y menos solidario. Ahora que vivimos una terrible crisis económica no sólo el crecimiento económico, como proclaman algunos visionarios, nos sacará de ella, sino también una mayor justicia social, mayor igualdad y otro modelo de relaciones internacionales que reduzca el desigual reparto de la riqueza.
Por otro lado, ¿es cierto que la globalización, la sociedad de las nuevas tecnologías o la debilidad y limitaciones de los Estados frente al ultraliberalismo económico han afectado tanto a la socialdemocracia hasta el punto de convertirla en un modelo inservible que necesita una transformación en sus fundamentos? Que el mundo ha cambiado es una realidad, pero no menos cierto es que desde distintas tribunas se ha instigado un pensamiento que devalúa a la socialdemocracia como opción válida para afrontar los retos del mundo actual. Se escuchan voces pidiendo que la socialdemocracia europea se transforme o, de lo contrario, podría ser barrida por una especie de huracán desencadenado por la competitividad mundial en lo económico. Y nos preguntamos: ¿en qué sentido tendría que transformarse, en adoptar los patrones del neoliberalismo triunfante o seguir fiel a sus postulados? El neoliberalismo es un depredador insaciable que busca que todo esté bajo su carpa, bajo la tiranía del patrón que lo rige: el mercado. Su objetivo, como el de otros grandes sistemas, es engullir al contrario, y la socialdemocracia está en el punto de mira.
Me preocupan las ideas y los discursos que últimamente se están escuchando desde la izquierda, en nuestro país referidos a la inminente reforma constitucional. A veces se expresan con el mismo lenguaje y los mismos términos que lo hace la derecha cuando hablan de desarrollo económico. Líderes de la izquierda que cuando todo iba bien se subieron a la cresta de la corriente favorable y, sin embargo, no introdujeron reformas y cambios para frenar la expansión alocada de la especulación. Líderes de la izquierda que han servido de bomberos para apagar el fuego que podría haber zarandeado los cimientos del sistema económico que nos ha llevado a la crisis: el neoliberalismo. Una más de las contradicciones de la Historia.
A tenor de lo dicho, ¿tendríamos que hablar de la reconstrucción de la izquierda? Quizá, pero también de la reconstrucción de un mundo que será imposible que siga sosteniendo todas las conquistas sociales que costó siglos alcanzar, y que ahora pueden desvanecerse en poco tiempo. De nada le serviría a la izquierda reconstruirse para perder lo ya conquistado, y lo peor: obcecada por intentar mantenerse en el mundo que otros le han diseñado pretender una reconstrucción bajo los patrones de este.
Reconstruir la socialdemocracia sí, pero no para perder sus señas históricas de identidad y dejarse arrastrar al piélago del neoliberalismo.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 10/09/2011.
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