La socialdemocracia no ha traído el neoliberalismo pero tampoco ha hecho nada, o casi nada, por evitarlo. En esta época de incertidumbres, a que alude Amin Maalouf, cabe englobar también la debilidad que presenta el poder político y la confusión ideológica que nos sobrecoge.
Desde hace ya dos largos años estamos viviendo una crisis del modelo liberal (ultraliberal) que no de la socialdemocracia, a pesar de los adversos resultados electorales. Una crisis, como es habitual en el modelo capitalista, que está afectando menos a los que la han provocado, los que se ubican en los palcos de la economía, que a los que se sitúan en el patio de butacas: la población, en general. Se trata de una crisis a la que por el momento no tienen solución ni los gobiernos de derechas ni los de izquierdas, porque ambos han cedido el terreno de la gobernabilidad al poder económico: los mercados. Estos son los que dictan las pautas a seguir. En semejante coyuntura, y en total connivencia con los principios del sistema imperante, la derecha sigue encontrándose en su hábitat natural. La izquierda, por el contrario, no.
La impresión que tenemos es que la izquierda europea, concentrada sobre todo bajo la fórmula de la socialdemocracia, está nadando en aguas extrañas. Las soluciones apuntadas a la crisis actual, siguiendo el patrón del neoliberalismo (flexibilización del despido, recortes sociales, mayores prebendas para multinacionales…), nunca pueden ser asumidas por la izquierda, salvo a riesgo de menoscabo de los principios que la sustentan. La derecha, en buena lógica, no tiene problemas para ello.
En el actual panorama político europeo todo indica que la izquierda parece diluirse frente a una derecha que se encuentra más cómoda en el escenario económico y financiero que se construyó, al menos, hace ya dos décadas. En ese escenario la izquierda siempre ha remado contracorriente, aunque en tiempos de bonanza le haya resultado más fácil. Ahora bien, cuando los tiempos se tornan revueltos económicamente su esfuerzo para surcar las turbulentas aguas de la economía tiene que ser titánico, ya que su horizonte social está más comprometido que nunca y le resulta más difícil mantener a flote sus postulados: políticas sociales, políticas de igualdad…
La socialdemocracia a mi entender no está en crisis, como se pretende hacer ver, lo que está en crisis es el sistema capitalista. Es posible que la socialdemocracia necesite un ‘lifting’, pero no para adaptarse al sistema neoliberal sino para introducir ideas y presupuestos que ayuden a transformarlo. Un reto que la socialdemocracia tiene difícil de asumir en los tiempos que corren, pero no imposible. El sistema neoliberal no es el mejor modelo económico, aunque ahora nos tenga atrapados por los cuatros costados, porque se ha revelado como un modelo inoperante para ayudar a las personas. No tenemos más que echar un vistazo a nuestro mundo para comprobar que las desigualdades entre países y entre personas, la distancia entre riqueza y pobreza, el reparto de esa riqueza, o los niveles de pobreza existentes, probablemente no hayan sido más acentuadas e injustas en toda la historia de la humanidad. Los medios económicos y tecnológicos presentes son suficientes para cambiar dicha dinámica de modo radical.
En las sociedades occidentales asimismo hay otras tendencias que son determinantes. Cuando hay poco que repartir la gente busca quien le asegure una parte en el reparto, casi siempre menoscabando valores como la solidaridad y la igualdad. La crisis ha debilitado tanto la economía mundial como las nacionales, pero sobre todo las individuales, las de cada ciudadano. Y aquí es donde radica una parte de la lógica en la que se desenvuelve la democracia actual.
La segunda mitad del siglo veinte ha modelado en los ciudadanos una mentalidad basada en la fuerza de la posesión y el consumo. Y la primera consecuencia de ello ha sido el resentimiento de nuestra concepción democrática en favor de un principio perverso: quien nos asegure ambas prebendas será a quien votemos. Cada vez queda menos gente que vota por convicción ideológica. Perder el apoyo de las clases medias y las clases populares es fácil, ya no se les atrapa con grandes ideas universales sino con lemas y propaganda que proclaman asegurarles el bienestar y el bolsillo. Lamentablemente, hasta aquí es donde hemos llegado, así es como se ha educado a la población: tener, poseer, consumir, y menos ‘ser’.
En esto radica otra realidad constatada en la evolución de la socialdemocracia: su despersonalización pretendiendo sumarse a los postulados neoliberales. Un reflejo de ello es la aparición de modelos híbridos como el ‘social-liberalismo’. Muchas políticas socialistas han virado hacia este nuevo modelo en un intento desesperado por mantenerse en un sistema económico que le es extraño, y de camino en el poder. Algunos líderes socialistas han desvirtuado el socialismo, traicionando principios, valores y postulados. España desgraciadamente ha sido un ejemplo de ello. América Latina, por su parte, es un batiburrillo de todo esto, en el que quizá sólo se salve Brasil.
La socialdemocracia tiene que seguir priorizando a las personas frente al capital. La izquierda tiene que seguir marcando su diferencia política con la derecha en razón de esta máxima. La confusión de políticas, de ideas, de prácticas políticas entre derecha e izquierda está haciendo que la gente crea que todas las opciones políticas son iguales. Esto es lo que debe evitar la izquierda aun a costa de mantener un discurso que en esta época de crisis es más difícil de sostener, pero que a la larga la gente valorará y comprenderá mejor. Al menos así la socialdemocracia se moverá en aguas propias y con una honestidad que la honre.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 31/08/2011.
Desde hace ya dos largos años estamos viviendo una crisis del modelo liberal (ultraliberal) que no de la socialdemocracia, a pesar de los adversos resultados electorales. Una crisis, como es habitual en el modelo capitalista, que está afectando menos a los que la han provocado, los que se ubican en los palcos de la economía, que a los que se sitúan en el patio de butacas: la población, en general. Se trata de una crisis a la que por el momento no tienen solución ni los gobiernos de derechas ni los de izquierdas, porque ambos han cedido el terreno de la gobernabilidad al poder económico: los mercados. Estos son los que dictan las pautas a seguir. En semejante coyuntura, y en total connivencia con los principios del sistema imperante, la derecha sigue encontrándose en su hábitat natural. La izquierda, por el contrario, no.
La impresión que tenemos es que la izquierda europea, concentrada sobre todo bajo la fórmula de la socialdemocracia, está nadando en aguas extrañas. Las soluciones apuntadas a la crisis actual, siguiendo el patrón del neoliberalismo (flexibilización del despido, recortes sociales, mayores prebendas para multinacionales…), nunca pueden ser asumidas por la izquierda, salvo a riesgo de menoscabo de los principios que la sustentan. La derecha, en buena lógica, no tiene problemas para ello.
En el actual panorama político europeo todo indica que la izquierda parece diluirse frente a una derecha que se encuentra más cómoda en el escenario económico y financiero que se construyó, al menos, hace ya dos décadas. En ese escenario la izquierda siempre ha remado contracorriente, aunque en tiempos de bonanza le haya resultado más fácil. Ahora bien, cuando los tiempos se tornan revueltos económicamente su esfuerzo para surcar las turbulentas aguas de la economía tiene que ser titánico, ya que su horizonte social está más comprometido que nunca y le resulta más difícil mantener a flote sus postulados: políticas sociales, políticas de igualdad…
La socialdemocracia a mi entender no está en crisis, como se pretende hacer ver, lo que está en crisis es el sistema capitalista. Es posible que la socialdemocracia necesite un ‘lifting’, pero no para adaptarse al sistema neoliberal sino para introducir ideas y presupuestos que ayuden a transformarlo. Un reto que la socialdemocracia tiene difícil de asumir en los tiempos que corren, pero no imposible. El sistema neoliberal no es el mejor modelo económico, aunque ahora nos tenga atrapados por los cuatros costados, porque se ha revelado como un modelo inoperante para ayudar a las personas. No tenemos más que echar un vistazo a nuestro mundo para comprobar que las desigualdades entre países y entre personas, la distancia entre riqueza y pobreza, el reparto de esa riqueza, o los niveles de pobreza existentes, probablemente no hayan sido más acentuadas e injustas en toda la historia de la humanidad. Los medios económicos y tecnológicos presentes son suficientes para cambiar dicha dinámica de modo radical.
En las sociedades occidentales asimismo hay otras tendencias que son determinantes. Cuando hay poco que repartir la gente busca quien le asegure una parte en el reparto, casi siempre menoscabando valores como la solidaridad y la igualdad. La crisis ha debilitado tanto la economía mundial como las nacionales, pero sobre todo las individuales, las de cada ciudadano. Y aquí es donde radica una parte de la lógica en la que se desenvuelve la democracia actual.
La segunda mitad del siglo veinte ha modelado en los ciudadanos una mentalidad basada en la fuerza de la posesión y el consumo. Y la primera consecuencia de ello ha sido el resentimiento de nuestra concepción democrática en favor de un principio perverso: quien nos asegure ambas prebendas será a quien votemos. Cada vez queda menos gente que vota por convicción ideológica. Perder el apoyo de las clases medias y las clases populares es fácil, ya no se les atrapa con grandes ideas universales sino con lemas y propaganda que proclaman asegurarles el bienestar y el bolsillo. Lamentablemente, hasta aquí es donde hemos llegado, así es como se ha educado a la población: tener, poseer, consumir, y menos ‘ser’.
En esto radica otra realidad constatada en la evolución de la socialdemocracia: su despersonalización pretendiendo sumarse a los postulados neoliberales. Un reflejo de ello es la aparición de modelos híbridos como el ‘social-liberalismo’. Muchas políticas socialistas han virado hacia este nuevo modelo en un intento desesperado por mantenerse en un sistema económico que le es extraño, y de camino en el poder. Algunos líderes socialistas han desvirtuado el socialismo, traicionando principios, valores y postulados. España desgraciadamente ha sido un ejemplo de ello. América Latina, por su parte, es un batiburrillo de todo esto, en el que quizá sólo se salve Brasil.
La socialdemocracia tiene que seguir priorizando a las personas frente al capital. La izquierda tiene que seguir marcando su diferencia política con la derecha en razón de esta máxima. La confusión de políticas, de ideas, de prácticas políticas entre derecha e izquierda está haciendo que la gente crea que todas las opciones políticas son iguales. Esto es lo que debe evitar la izquierda aun a costa de mantener un discurso que en esta época de crisis es más difícil de sostener, pero que a la larga la gente valorará y comprenderá mejor. Al menos así la socialdemocracia se moverá en aguas propias y con una honestidad que la honre.
*Artículo publicado en el periódico Ideal, 31/08/2011.
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