Que hemos sucumbido
a la tiranía de los mercados bajo esta ola neoliberal, ya no lo cuestiona nadie.
Que cuando hablamos
de la salida de la crisis económica casi todo el discurso está perfectamente
encajado en los patrones del capitalismo neoliberal, ya no se discute.
Que aquí quienes toman
decisiones sobre países y ciudadanos constituyen el brazo ejecutor de los intereses
del poder económico mundial, creo que ya es una realidad.
Que no se hable de
reformar los mercados, de sujetar con alguna brida el poder económico mundial,
por parte del poder político, es algo que duerme el sueño de los justos.
Que cuando se habla de
adoptar reformas (laborales, sobre todo) para estabilizar las economías se reforme
sólo lo que atañe a la ciudadanía: trabajo y servicios públicos, es algo obvio.
Que la Iglesia se
pusiera en contra de los que condenan la reforma laboral era una probabilidad
que no esperábamos se hiciera evidencia. Pero se ha hecho realidad.
La reforma laboral
afecta a todos los trabajadores habidos y por haber, altos y bajos, negros y
blancos, laicos, agnósticos y católicos. Pero parece ser que a monseñor Rouco
Varela no le parece bien que los obreros católicos, que los hay y en su derecho
están, se manifiesten en contra de la reforma laboral.
En sentido
contrario a esta reforma laboral promovida por el Gobierno del Partido Popular
se han manifestado la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud
Obrera Cristiana (JOC) en un comunicado distribuido por las parroquias. Ante lo
cual el cardenal Rouco no ha tardado en ordenar a sus vicarios que desautoricen
lo manifestado por ambas organizaciones. Entre otras cosas, estas dicen de la
reforma laboral: “Es otra agresión al trabajo humano como principio de vida y
rompe el débil equilibrio conquistado históricamente entre capital-trabajo,
alejándose del principio defendido por la Iglesia de la prioridad del trabajo
frente al capital”.
Ante esto me
pregunto: ¿para quién trabaja el señor Rouco, si los obreros católicos que son
los suyos, y además hay más que católicos ricos, aunque entre aquellos tengan
menos dinero que los segundos, son abandonados por su pastor?
Mala cosa es no
seguir la Doctrina Social de la Iglesia que surgió a finales del siglo XIX con
el Papa León XIII y su encíclica Rerum Novarum.
Entonces a la Iglesia no le quedó otro remedio que posicionarse frente a la ignominiosa
y lamentable situación que vivía la clase trabajadora, en un tiempo en que el
capitalismo se fortalecía a costa del trabajo esclavo de millones de obreros
que soportaban unas condiciones laborales inadmisibles.
Ahora que celebramos
el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens es una buena excusa, si no lo
hemos hecho antes, para dar un repaso por su obra y así conocer cuáles eran las
condiciones de vida del ochenta por ciento de la población. Porque parte de la obra
de Dickens más que literatura, que también, cabe catalogarla como testimonio
histórico de un tiempo difícil para la mayoría de sus conciudadanos.
Aunque fuera sólo
por caridad cristiana (que fueron muchas cosas más) con la Doctrina Social la
Iglesia se apiadó de los obreros del XIX, ¿no lo va a hacer ahora con los del siglo
XXI, sobre los que están cayendo algo así como otras diez plagas egipcias?
¡Qué lejos está la
jerarquía eclesiástica de su pueblo, y de la realidad de este país!
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